/ domingo 2 de diciembre de 2018

Por fin se concretó la nominación del fiscal anticorrupción

Mientras no veamos a un verdadero fiscal que actúe y cambie de estrategia, combata la corrupción a fondo, tenemos el deber de mantenernos vigilantes y exigentes.

Se comentaba en los mentideros políticos que el licenciado Héctor García Rodríguez, había ganado el amparo que le daría el derecho legítimo de volver a ser propuesto y por ende ratificado como Fiscal Anticorrupción, por el Congreso del Estado.

Lo que siguió es conocido por la opinión pública, donde sin problemas fluyó el apoyo de todas las bancadas, para cumplir el protocolo de legitimidad legislativa, donde sin prejuicios ni rubores se declararon a favor de la propuesta que hace aproximadamente dos años había enviado el ejecutivo y que abruptamente fue rechazada por la fracción parlamentaria del PRI, y que ahora de manera inédita al mero estilo de la cargada, sus jilgueros madrugaron y nos aturdieron con la cantaleta de que “Héctor García Rodríguez era el mejor perfil”. Lo que daba por hecho que su nominación se concretaba.

Desde luego que los actores eran otros, pero los genes de la corrupción y la ventaja son exactamente los mismos. De ahí que las vestiduras que hoy se rasgan es en pos de limpiar el escupitajo del desprecio que yacía sobre la figura del primer fiscal, y que lanzara nada menos que el presidente de su Partido, quien de forma protagónica y lapidaria, lo derribara fieramente al oprimir el gatillo verbal sobre su integridad moral y declararlo como lo peor por haber laborado en la PGR, dado que, “de ahí nada bueno podía salir”.

Los observadores debemos emprender una campaña de réplicas a los argumentos que utilizan nuestros representantes, utilizando desde luego razones para refutar primero sus quejas y descalificaciones y ahora su labia que implica seducción, que debe tomar con pinzas el primer fiscal y vacunarse contra los excesos de adulación y servilismo, y recordar la frase milenaria que en “los hombres hipócritas siempre hay mala levadura” y es el ingrediente que ponen al presupuesto, para inflar no los bienes de las instituciones, sino de sus bolsillos.

Se comenta recio y quedito que esa Fiscalía existe, pero nadie sabe dónde está; qué hace y quiénes son los que ahí están.

En fin, todo es una incógnita, mientras no veamos aplicarse la ley, es decir no vemos la justicia; mientras no empecemos a ver a los jueces y funcionarios criminales en la cárcel; a los traficantes de influencias y estafadores de inocentes.

Mientras no veamos a un verdadero fiscal que actúe y cambie de estrategia, combata la corrupción a fondo, tenemos el deber de mantenernos vigilantes y exigentes.

Pese a que la opinión pública no cree en ese nuevo organismo de justicia, y la evidencia desaprobatoria, que inicia con la denuncia, de que es muy poco tiempo para que ya se gastaran 16 millones de pesos y no se ha visto nada. Pero aún así, creo que el arribo de Héctor García, es una excelente oportunidad para que el pueblo de Durango, le demuestre su inconformidad frente al inhumano trato que siempre ha recibido de todas las instancias gubernamentales; especialmente las de justicia, donde la tortura y el soborno son las herramientas de operación.

Sin duda que ahora las cosas serán distintas y en ese tenor serán las instancias partidistas, las primeras que quieran establecer encuentros con García Rodríguez, utilizando dicha estrategia para acarrear reflectores mediáticos y legitimar de manera falsa los pactos cupulares, que tienen como finalidad convenir de facto la regla de la intocabilidad.

Pero la sociedad civil como la peor lacerada y afectada por toda la corrupción que impera dentro y fuera de las dependencias gubernamentales, tiene el deber de ofrecer una visión alternativa y exigir cambios radicales en la autonomía de dicha Fiscalía y el respeto irrestricto de las instancias gubernamentales hacia ella.

Para García Rodríguez es un gran reto ser el primer fiscal anticorrupción, cuyo perfil lo blinda su honorabilidad y el hecho de no haber puesto la otra mejilla ante la bancada maloliente que lo rechazó, ni doblarse ante la cómoda y cobarde posición de la bancada, que no supo cómo rescatarlo de la afrenta en que sus siglas lo embarcaron.

De allí, que sólo se bastara para defender el amor propio, que trataron de minarle los intereses que lo dejaron a la deriva, bajo el pretexto del respeto hacia el Poder Legislativo.

Aquel Poder Legislativo que mayoriteaba el PRI y que por supuesto era el más interesado en que el licenciado García no llegara a la Fiscalía, por considerarlo un peligro para los tapujos de corrupción que obran en el haber de ese Partido. Esa era la razón y no los argumentos que utilizaron para detener dicha propuesta.

El PRI con la mayoría a su favor, acostumbrado siempre a obtener lo que quería y los del PAN resignados a entregar en bandeja de plata lo que su jefe enarbolaba. Con esa posición sumisa le hicieron un bien a la fracción del PRI pero un daño al pueblo y así mismos, porque la verdadera ganadora de esa batalla fue la corrupción, y ahora el verdadero perdedor es el PAN, cuya bancada está en una situación patética: adelgazada porque el pueblo le perdió la confianza y desorientada porque no tiene una agenda propia. Dentro de sus componentes quizás vean al fiscal como yugo y otros tal vez lo vean como tabla de salvación a su derrota al principio de esta odisea.

El arribo de García Rodríguez por sus propios medios a esa responsabilidad, le da mayor legitimidad, que el aval fallido de la bancada del PAN, ya que en el momento supremo reaccionó con una sorprendente debilidad, que a la fecha ha dejado sus siglas más desfiguradas, y cada día más desdibujadas, cada vez más descoloridas, ya que siendo la segunda fuerza, en este asunto no hizo más que colgarse de la batalla que emprendió el afectado y cuyo impacto inmovilizó la beligerancia de su propio jefe, que quiso cómodamente resarcir el mal con otra propuesta.

La sociedad civil ya no confía en diputados traidores y corruptos, sabe que por sí misma tiene que luchar contra todo aquello que nos ningunea y nos aplasta.

Por ello, en esta etapa de formalización y aceptación de un fiscal anticorrupción, exigimos a toda la administración gubernamental, darle su lugar y dejar de lado la simulación y las ambigüedades.

Porque no es perdonando a los corruptos y castigando severamente a los infractores menores como se resuelve la tragedia que ha dado al traste con los valores más elementales.


Mientras no veamos a un verdadero fiscal que actúe y cambie de estrategia, combata la corrupción a fondo, tenemos el deber de mantenernos vigilantes y exigentes.

Se comentaba en los mentideros políticos que el licenciado Héctor García Rodríguez, había ganado el amparo que le daría el derecho legítimo de volver a ser propuesto y por ende ratificado como Fiscal Anticorrupción, por el Congreso del Estado.

Lo que siguió es conocido por la opinión pública, donde sin problemas fluyó el apoyo de todas las bancadas, para cumplir el protocolo de legitimidad legislativa, donde sin prejuicios ni rubores se declararon a favor de la propuesta que hace aproximadamente dos años había enviado el ejecutivo y que abruptamente fue rechazada por la fracción parlamentaria del PRI, y que ahora de manera inédita al mero estilo de la cargada, sus jilgueros madrugaron y nos aturdieron con la cantaleta de que “Héctor García Rodríguez era el mejor perfil”. Lo que daba por hecho que su nominación se concretaba.

Desde luego que los actores eran otros, pero los genes de la corrupción y la ventaja son exactamente los mismos. De ahí que las vestiduras que hoy se rasgan es en pos de limpiar el escupitajo del desprecio que yacía sobre la figura del primer fiscal, y que lanzara nada menos que el presidente de su Partido, quien de forma protagónica y lapidaria, lo derribara fieramente al oprimir el gatillo verbal sobre su integridad moral y declararlo como lo peor por haber laborado en la PGR, dado que, “de ahí nada bueno podía salir”.

Los observadores debemos emprender una campaña de réplicas a los argumentos que utilizan nuestros representantes, utilizando desde luego razones para refutar primero sus quejas y descalificaciones y ahora su labia que implica seducción, que debe tomar con pinzas el primer fiscal y vacunarse contra los excesos de adulación y servilismo, y recordar la frase milenaria que en “los hombres hipócritas siempre hay mala levadura” y es el ingrediente que ponen al presupuesto, para inflar no los bienes de las instituciones, sino de sus bolsillos.

Se comenta recio y quedito que esa Fiscalía existe, pero nadie sabe dónde está; qué hace y quiénes son los que ahí están.

En fin, todo es una incógnita, mientras no veamos aplicarse la ley, es decir no vemos la justicia; mientras no empecemos a ver a los jueces y funcionarios criminales en la cárcel; a los traficantes de influencias y estafadores de inocentes.

Mientras no veamos a un verdadero fiscal que actúe y cambie de estrategia, combata la corrupción a fondo, tenemos el deber de mantenernos vigilantes y exigentes.

Pese a que la opinión pública no cree en ese nuevo organismo de justicia, y la evidencia desaprobatoria, que inicia con la denuncia, de que es muy poco tiempo para que ya se gastaran 16 millones de pesos y no se ha visto nada. Pero aún así, creo que el arribo de Héctor García, es una excelente oportunidad para que el pueblo de Durango, le demuestre su inconformidad frente al inhumano trato que siempre ha recibido de todas las instancias gubernamentales; especialmente las de justicia, donde la tortura y el soborno son las herramientas de operación.

Sin duda que ahora las cosas serán distintas y en ese tenor serán las instancias partidistas, las primeras que quieran establecer encuentros con García Rodríguez, utilizando dicha estrategia para acarrear reflectores mediáticos y legitimar de manera falsa los pactos cupulares, que tienen como finalidad convenir de facto la regla de la intocabilidad.

Pero la sociedad civil como la peor lacerada y afectada por toda la corrupción que impera dentro y fuera de las dependencias gubernamentales, tiene el deber de ofrecer una visión alternativa y exigir cambios radicales en la autonomía de dicha Fiscalía y el respeto irrestricto de las instancias gubernamentales hacia ella.

Para García Rodríguez es un gran reto ser el primer fiscal anticorrupción, cuyo perfil lo blinda su honorabilidad y el hecho de no haber puesto la otra mejilla ante la bancada maloliente que lo rechazó, ni doblarse ante la cómoda y cobarde posición de la bancada, que no supo cómo rescatarlo de la afrenta en que sus siglas lo embarcaron.

De allí, que sólo se bastara para defender el amor propio, que trataron de minarle los intereses que lo dejaron a la deriva, bajo el pretexto del respeto hacia el Poder Legislativo.

Aquel Poder Legislativo que mayoriteaba el PRI y que por supuesto era el más interesado en que el licenciado García no llegara a la Fiscalía, por considerarlo un peligro para los tapujos de corrupción que obran en el haber de ese Partido. Esa era la razón y no los argumentos que utilizaron para detener dicha propuesta.

El PRI con la mayoría a su favor, acostumbrado siempre a obtener lo que quería y los del PAN resignados a entregar en bandeja de plata lo que su jefe enarbolaba. Con esa posición sumisa le hicieron un bien a la fracción del PRI pero un daño al pueblo y así mismos, porque la verdadera ganadora de esa batalla fue la corrupción, y ahora el verdadero perdedor es el PAN, cuya bancada está en una situación patética: adelgazada porque el pueblo le perdió la confianza y desorientada porque no tiene una agenda propia. Dentro de sus componentes quizás vean al fiscal como yugo y otros tal vez lo vean como tabla de salvación a su derrota al principio de esta odisea.

El arribo de García Rodríguez por sus propios medios a esa responsabilidad, le da mayor legitimidad, que el aval fallido de la bancada del PAN, ya que en el momento supremo reaccionó con una sorprendente debilidad, que a la fecha ha dejado sus siglas más desfiguradas, y cada día más desdibujadas, cada vez más descoloridas, ya que siendo la segunda fuerza, en este asunto no hizo más que colgarse de la batalla que emprendió el afectado y cuyo impacto inmovilizó la beligerancia de su propio jefe, que quiso cómodamente resarcir el mal con otra propuesta.

La sociedad civil ya no confía en diputados traidores y corruptos, sabe que por sí misma tiene que luchar contra todo aquello que nos ningunea y nos aplasta.

Por ello, en esta etapa de formalización y aceptación de un fiscal anticorrupción, exigimos a toda la administración gubernamental, darle su lugar y dejar de lado la simulación y las ambigüedades.

Porque no es perdonando a los corruptos y castigando severamente a los infractores menores como se resuelve la tragedia que ha dado al traste con los valores más elementales.