/ lunes 25 de octubre de 2021

Por qué fracasan los países

Los profesores Daron Acemoglu y James A. Robinson escribieron en el año 2012 el libro denominado “Por qué fracasan los países”, publicado por Crown Publishers y en el cual abordan los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza.

A casi una década de distancia, el ensayo sigue teniendo una gran actualidad, amén de que no sólo se han suscitado diversas transformaciones en el planeta y ha habido una pandemia de por medio en el curso de estos diez años sino que además los dirigentes de muchas naciones, con independencia de su ideología o partido político, siguen cometiendo yerros que son auténticas recetas para la catástrofe.

La tesis central de Acemoglu y Robinson es que los líderes determinan o no la prosperidad de su territorio y ello lo hacen o dejan de hacer a través de sus políticas, programas, planes de acción y toma de decisiones.

Sin embargo, siempre cabe preguntarnos si se gobierna a través de acciones genuinas de liderazgo o de ocurrencias, a través de elementos de buena gobernanza o de espontaneidades no planeadas, a través de una gestión estratégica o de impulsos ideológicos. La consecuencia de lo anterior es que el liderazgo parece ser una quimera o, por lo menos, un esquema teórico con pocas posibilidades de accionar en la realidad social.

Desde otro punto de vista, y al tenor de lo que sostienen Acemoglu y Robinson, la desigualdad es uno de los males lacerantes de la vida pública global, ya sea que se ponga de manifiesto en las diferencias de ingresos entre los Estados ricos y pobres, o bien, en el nivel de vida propiamente dicho. Dicha desigualdad es directamente proporcional al nivel de fracaso que se puede llegar a tener cuando hablamos de políticas públicas diagnosticadas y ejecutadas eficazmente.

Las asimetrías no sólo son regionales o continentales como pudiera pensarse en un primer momento, pues en un mismo sitio puede haber pocas personas con muchos recursos económicos y muchas personas con pocos o nulos recursos económicos, lo cual no deja de resultar paradójico cuando se vislumbra el potencial natural, social y cultural que posee una determinada región.

Uno de los primeros ejemplos que Acemoglu y Robinson ponen sobre la mesa es de dos ciudades que se llaman igual: Nogales. Tienen la misma población, cultura y situación geográfica, pero Nogales, Arizona, Estados Unidos es próspera, incluso rica, mientras que Nogales, Sonora, México está lejos de tener la prosperidad de su vecina y mucha de su población es pobre. La ya referida desigualdad y factores desencadenantes de la disparidad como la corrupción, el desempleo o la inseguridad también entran en la ecuación. El desarrollo económico, social y humano, por lo visto, puede ser diametralmente opuesto aunque exista una separación de pocos metros o de un puente fronterizo entre dos urbes.

Las formas a través de las cuales funcionan las sociedades tienen como premisa fundamental el empoderamiento ciudadano, el cual se avizora lejos en muchos países que se encuentran en vías de desarrollo. La historia también cuenta, y como proceso dialéctico que es, puede estar condenada a reproducirse para mal si no se toman acciones contundentes para transitar al desarrollo.

La historia se estudia pero también se practica para no ser repetida y para evitar los errores del pasado. Lo contrario simple y sencillamente redundará en escenarios negativos para todos.

Los profesores Daron Acemoglu y James A. Robinson escribieron en el año 2012 el libro denominado “Por qué fracasan los países”, publicado por Crown Publishers y en el cual abordan los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza.

A casi una década de distancia, el ensayo sigue teniendo una gran actualidad, amén de que no sólo se han suscitado diversas transformaciones en el planeta y ha habido una pandemia de por medio en el curso de estos diez años sino que además los dirigentes de muchas naciones, con independencia de su ideología o partido político, siguen cometiendo yerros que son auténticas recetas para la catástrofe.

La tesis central de Acemoglu y Robinson es que los líderes determinan o no la prosperidad de su territorio y ello lo hacen o dejan de hacer a través de sus políticas, programas, planes de acción y toma de decisiones.

Sin embargo, siempre cabe preguntarnos si se gobierna a través de acciones genuinas de liderazgo o de ocurrencias, a través de elementos de buena gobernanza o de espontaneidades no planeadas, a través de una gestión estratégica o de impulsos ideológicos. La consecuencia de lo anterior es que el liderazgo parece ser una quimera o, por lo menos, un esquema teórico con pocas posibilidades de accionar en la realidad social.

Desde otro punto de vista, y al tenor de lo que sostienen Acemoglu y Robinson, la desigualdad es uno de los males lacerantes de la vida pública global, ya sea que se ponga de manifiesto en las diferencias de ingresos entre los Estados ricos y pobres, o bien, en el nivel de vida propiamente dicho. Dicha desigualdad es directamente proporcional al nivel de fracaso que se puede llegar a tener cuando hablamos de políticas públicas diagnosticadas y ejecutadas eficazmente.

Las asimetrías no sólo son regionales o continentales como pudiera pensarse en un primer momento, pues en un mismo sitio puede haber pocas personas con muchos recursos económicos y muchas personas con pocos o nulos recursos económicos, lo cual no deja de resultar paradójico cuando se vislumbra el potencial natural, social y cultural que posee una determinada región.

Uno de los primeros ejemplos que Acemoglu y Robinson ponen sobre la mesa es de dos ciudades que se llaman igual: Nogales. Tienen la misma población, cultura y situación geográfica, pero Nogales, Arizona, Estados Unidos es próspera, incluso rica, mientras que Nogales, Sonora, México está lejos de tener la prosperidad de su vecina y mucha de su población es pobre. La ya referida desigualdad y factores desencadenantes de la disparidad como la corrupción, el desempleo o la inseguridad también entran en la ecuación. El desarrollo económico, social y humano, por lo visto, puede ser diametralmente opuesto aunque exista una separación de pocos metros o de un puente fronterizo entre dos urbes.

Las formas a través de las cuales funcionan las sociedades tienen como premisa fundamental el empoderamiento ciudadano, el cual se avizora lejos en muchos países que se encuentran en vías de desarrollo. La historia también cuenta, y como proceso dialéctico que es, puede estar condenada a reproducirse para mal si no se toman acciones contundentes para transitar al desarrollo.

La historia se estudia pero también se practica para no ser repetida y para evitar los errores del pasado. Lo contrario simple y sencillamente redundará en escenarios negativos para todos.