/ sábado 4 de septiembre de 2021

Pospuesto el final de la historia: Razones

En “21 lecciones para el siglo XXI” (trad. de Joandoménec Rosi Aragonés, Barcelona, Penguin Random House, 2018), obra que de alguna manera cierra la fabulosa trilogía que empezó con “Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad” y “Homo Deus. Breve historia del mañana”.

Uno de los pensadores más relevantes de la actualidad, como es Yuval Noah Harari, hace un punzante y lúcido recuento sobre algunas de las cuestiones más apremiantes que tenemos como sociedad global en la actualidad, al tiempo que reflexiona y propone ángulos para encarar un futuro que empieza a alcanzarnos -como de hecho ya lo hizo en varios de sus puntos medulares-.

Las “21 lecciones” sin duda ofrecen una multiplicidad de preguntas y ensayos de respuestas que cada uno podemos intentar formular a partir de los planteamientos del profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén -si bien es cierto que lo más probable es que lleguemos a una profundización de nuestras dudas iniciales-. En cualquier caso, la alternativa de nuestro autor no es otra sino el pensar y el actuar.

En la primera de las lecciones aludidas, llamada tajantemente y al grano “Decepción”, Harari asevera con rotundidad que “el final de la historia se ha pospuesto”. Una afirmación de este calibre chocaría con alguna de las estructuras de pensamiento más importantes que se han diagramado en el ámbito de la teoría política, la sociología y la antropología de los últimos lustros, particularmente la defendida por Francis Fukuyama en “El fin de la historia y el último hombre”, misma que a grandes rasgos afirmaba que los pugilatos ideológicos habían culminado con el triunfo irreversible de la democracia liberal una vez transcurrida la Guerra Fría.

Pero, con pobreza, ruina, hambrunas, guerras, desplazamientos forzados, desigualdades recalcitrantes, falta de oportunidades laborales -tema que se acentúa según el propio Harari por la disrupción tecnológica- y otras tantas calamidades que acucian a las mujeres y hombres que vivimos en la llamada posmodernidad, ¿cómo puede asumir un gran sector de la población mundial, al que la globalización le ha llegado únicamente en sus matices oscuros, que el modelo de vida, de gobierno y de convivencia es infalible, sin posibilidad de ser controvertido?

La desconfianza en la democracia, en las instituciones y en el Estado mismo no es cosa nueva. Sobran instrumentos demoscópicos para constatarlo empíricamente. Hay, en efecto, una buena cantidad de personas que preferirían modelos no democráticos si es que se les asegura un mínimo de seguridad para ellas y sus familias, así como un ingreso básico. ¿Será que la democracia y el “relato liberal” -Harari dixit- han sido modelados a su antojo por las oligarquías? ¿Será que la guía dominante liberal era el manual para el futuro del planeta, “o eso es lo que le parecía a la élite global”?

Una lección de esta lección de Harari -valga la tautología- es que la democracia liberal debe reivindicarse en todo momento; sin embargo, tal cuestión no implica el dejar de cuestionarla, desmenuzarla, criticarla, depurarla y perfeccionarla, sobre todo por lo que hace a sus principales ejecutores: los gobiernos. Retomando un apunte de Barack Obama, Harari sostiene que, con todo y sus numerosos defectos, el paquete liberal tiene mucho mejor historial -y, por ende, posibilidades- que cualquiera de sus alternativas. Por ello también puntualiza que “al final del día, la humanidad no abandonará el relato liberal, porque no tiene ninguna alternativa”. Seguiremos con este tema.

En “21 lecciones para el siglo XXI” (trad. de Joandoménec Rosi Aragonés, Barcelona, Penguin Random House, 2018), obra que de alguna manera cierra la fabulosa trilogía que empezó con “Sapiens. De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad” y “Homo Deus. Breve historia del mañana”.

Uno de los pensadores más relevantes de la actualidad, como es Yuval Noah Harari, hace un punzante y lúcido recuento sobre algunas de las cuestiones más apremiantes que tenemos como sociedad global en la actualidad, al tiempo que reflexiona y propone ángulos para encarar un futuro que empieza a alcanzarnos -como de hecho ya lo hizo en varios de sus puntos medulares-.

Las “21 lecciones” sin duda ofrecen una multiplicidad de preguntas y ensayos de respuestas que cada uno podemos intentar formular a partir de los planteamientos del profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén -si bien es cierto que lo más probable es que lleguemos a una profundización de nuestras dudas iniciales-. En cualquier caso, la alternativa de nuestro autor no es otra sino el pensar y el actuar.

En la primera de las lecciones aludidas, llamada tajantemente y al grano “Decepción”, Harari asevera con rotundidad que “el final de la historia se ha pospuesto”. Una afirmación de este calibre chocaría con alguna de las estructuras de pensamiento más importantes que se han diagramado en el ámbito de la teoría política, la sociología y la antropología de los últimos lustros, particularmente la defendida por Francis Fukuyama en “El fin de la historia y el último hombre”, misma que a grandes rasgos afirmaba que los pugilatos ideológicos habían culminado con el triunfo irreversible de la democracia liberal una vez transcurrida la Guerra Fría.

Pero, con pobreza, ruina, hambrunas, guerras, desplazamientos forzados, desigualdades recalcitrantes, falta de oportunidades laborales -tema que se acentúa según el propio Harari por la disrupción tecnológica- y otras tantas calamidades que acucian a las mujeres y hombres que vivimos en la llamada posmodernidad, ¿cómo puede asumir un gran sector de la población mundial, al que la globalización le ha llegado únicamente en sus matices oscuros, que el modelo de vida, de gobierno y de convivencia es infalible, sin posibilidad de ser controvertido?

La desconfianza en la democracia, en las instituciones y en el Estado mismo no es cosa nueva. Sobran instrumentos demoscópicos para constatarlo empíricamente. Hay, en efecto, una buena cantidad de personas que preferirían modelos no democráticos si es que se les asegura un mínimo de seguridad para ellas y sus familias, así como un ingreso básico. ¿Será que la democracia y el “relato liberal” -Harari dixit- han sido modelados a su antojo por las oligarquías? ¿Será que la guía dominante liberal era el manual para el futuro del planeta, “o eso es lo que le parecía a la élite global”?

Una lección de esta lección de Harari -valga la tautología- es que la democracia liberal debe reivindicarse en todo momento; sin embargo, tal cuestión no implica el dejar de cuestionarla, desmenuzarla, criticarla, depurarla y perfeccionarla, sobre todo por lo que hace a sus principales ejecutores: los gobiernos. Retomando un apunte de Barack Obama, Harari sostiene que, con todo y sus numerosos defectos, el paquete liberal tiene mucho mejor historial -y, por ende, posibilidades- que cualquiera de sus alternativas. Por ello también puntualiza que “al final del día, la humanidad no abandonará el relato liberal, porque no tiene ninguna alternativa”. Seguiremos con este tema.