/ lunes 18 de julio de 2022

¿Qué quieren los maestros?

Hace tiempo que no me entero de primera mano, sobre los acontecimientos que los maestros generan en el bloqueo de calles o tomas de dependencias gubernamentales, porque me encuentro fuera de la ciudad y lamento no poderles acompañar y más por no tener el privilegio como antes, de ser el propio cronista de mi participación en esas andanzas.

El tiempo y la ausencia te marcan el alto en muchas cosas, pero afortunadamente en este caso, el instinto de conservación te mueve cuando la tozudez del estado te hace víctima de una limitación económica, en la que no fuiste cómplice a la hora del derroche y ahora eres invitado a saldar el costo que consumieron los grandes apetitos.

Mi apreciación es muy generalizada, por eso pregunto: ¿Qué quieren los maestros? Porque sinceramente ignoro el sentido de sus manifestaciones, ya que a la fecha es un sin número de adeudos que el gobierno tiene con ellos y que por mil razones no ha querido responder y en ese tenor, sin querer todos nos vemos obligados a guiarnos por la afectación personal, ya que en mi haber como jubilado, jamás tuve respuesta en el pago de los quinquenios y ahora en el retroactivo por concepto de aumento salarial, he llegado a la conclusión que si al respecto me tentaba la pasión, es mejor que se me borre

Dicha terapia tengo a bien aplicarla desde que supuestamente había ganado el juicio de los quinquenios. Desafortunadamente hice poco caso y al final de cuentas no se si el abogado transó a mis espaldas o a él le hicieron de agua el proceso legal. Lo cierto es que perdí por ambos lados y en el recuento escandaloso de los daños, sólo acaté a pensar que me había quedado sin Juan y sin las gallinas

Cuando anduvieron en campaña lo dijeron recio y quedito: “que jamás habría que tratar mal a los maestros”. Y no lo cumplieron, porque pegarles en la bolsa, les duele más que las carrereadas y encarceladas que les arrimó su antecesor, a quien no le temblaron los arrestos, para arrinconar a los líderes y que éstos nos hicieran manita de puerco para que por la buena renunciáramos a nuestros derechos.

Jamás he aceptado la sentencia del palo dado, pero tampoco soy ingenuo ante el desastre financiero que priva al interior del gobierno estatal, al que en períodos pasados había rescatado el gobierno federal. Desafortunadamente para esas malas costumbres las cosas han cambiado y las retozadas de los gatos ya no se cubren ni se saldan de esa manera.

Desde un principio el presidente de la República les leyó la cartilla: ¡Todo el que quiera comer pato que lo pague! Advertencia que no tomaron en serio. De ahí que se la jugaron por su cuenta, pensando que ya estando en el fondo del voladero, al presidente no le quedaría otra más que rescatarlos.

Pero sobre aviso no hubo engaño, López Obrador les demostró que no estaba jugando y ahora aunque lo culpen de todos los males auspiciados por sus excesos, presiento que no tiene la mínima intención de rescatarlos, aunque se trate de las pifias y transas de las que han hecho víctimas a los maestros, a quienes el presidente considera y respeta, pero no está dispuesto a pagar los platos que otros en su nombre han roto.

Partiendo sólo de ese ejemplo, bastaría decir que dicha bajilla empezó a romperse, cuando la administración actual quiso sostener una relación frívola e insostenible con instituciones de nivel superior, donde éstas gozan de grandes déficits económicos, que se originan en las escandalosas prestaciones fuera de toda legalidad y que para tener contentos a sus usufructuarios, había que hacer malabares presupuestales.

Por dos razones, dichos disparates no los va a asumir el gobierno federal: primera por la austeridad republicana y segunda por la mala relación que impulsó el gobierno estatal con su superior, donde sus homólogos partidistas lo indujeron a que olfateara el tufo de la lana y para su desgracia fue el que más trasquilado salió. De ahí la penitencia de abonar con préstamos dicho pecado, ya que los grandes compromisos no admiten padres nuestros.

Hace tiempo que no me entero de primera mano, sobre los acontecimientos que los maestros generan en el bloqueo de calles o tomas de dependencias gubernamentales, porque me encuentro fuera de la ciudad y lamento no poderles acompañar y más por no tener el privilegio como antes, de ser el propio cronista de mi participación en esas andanzas.

El tiempo y la ausencia te marcan el alto en muchas cosas, pero afortunadamente en este caso, el instinto de conservación te mueve cuando la tozudez del estado te hace víctima de una limitación económica, en la que no fuiste cómplice a la hora del derroche y ahora eres invitado a saldar el costo que consumieron los grandes apetitos.

Mi apreciación es muy generalizada, por eso pregunto: ¿Qué quieren los maestros? Porque sinceramente ignoro el sentido de sus manifestaciones, ya que a la fecha es un sin número de adeudos que el gobierno tiene con ellos y que por mil razones no ha querido responder y en ese tenor, sin querer todos nos vemos obligados a guiarnos por la afectación personal, ya que en mi haber como jubilado, jamás tuve respuesta en el pago de los quinquenios y ahora en el retroactivo por concepto de aumento salarial, he llegado a la conclusión que si al respecto me tentaba la pasión, es mejor que se me borre

Dicha terapia tengo a bien aplicarla desde que supuestamente había ganado el juicio de los quinquenios. Desafortunadamente hice poco caso y al final de cuentas no se si el abogado transó a mis espaldas o a él le hicieron de agua el proceso legal. Lo cierto es que perdí por ambos lados y en el recuento escandaloso de los daños, sólo acaté a pensar que me había quedado sin Juan y sin las gallinas

Cuando anduvieron en campaña lo dijeron recio y quedito: “que jamás habría que tratar mal a los maestros”. Y no lo cumplieron, porque pegarles en la bolsa, les duele más que las carrereadas y encarceladas que les arrimó su antecesor, a quien no le temblaron los arrestos, para arrinconar a los líderes y que éstos nos hicieran manita de puerco para que por la buena renunciáramos a nuestros derechos.

Jamás he aceptado la sentencia del palo dado, pero tampoco soy ingenuo ante el desastre financiero que priva al interior del gobierno estatal, al que en períodos pasados había rescatado el gobierno federal. Desafortunadamente para esas malas costumbres las cosas han cambiado y las retozadas de los gatos ya no se cubren ni se saldan de esa manera.

Desde un principio el presidente de la República les leyó la cartilla: ¡Todo el que quiera comer pato que lo pague! Advertencia que no tomaron en serio. De ahí que se la jugaron por su cuenta, pensando que ya estando en el fondo del voladero, al presidente no le quedaría otra más que rescatarlos.

Pero sobre aviso no hubo engaño, López Obrador les demostró que no estaba jugando y ahora aunque lo culpen de todos los males auspiciados por sus excesos, presiento que no tiene la mínima intención de rescatarlos, aunque se trate de las pifias y transas de las que han hecho víctimas a los maestros, a quienes el presidente considera y respeta, pero no está dispuesto a pagar los platos que otros en su nombre han roto.

Partiendo sólo de ese ejemplo, bastaría decir que dicha bajilla empezó a romperse, cuando la administración actual quiso sostener una relación frívola e insostenible con instituciones de nivel superior, donde éstas gozan de grandes déficits económicos, que se originan en las escandalosas prestaciones fuera de toda legalidad y que para tener contentos a sus usufructuarios, había que hacer malabares presupuestales.

Por dos razones, dichos disparates no los va a asumir el gobierno federal: primera por la austeridad republicana y segunda por la mala relación que impulsó el gobierno estatal con su superior, donde sus homólogos partidistas lo indujeron a que olfateara el tufo de la lana y para su desgracia fue el que más trasquilado salió. De ahí la penitencia de abonar con préstamos dicho pecado, ya que los grandes compromisos no admiten padres nuestros.