/ jueves 3 de diciembre de 2020

Reivindican a Fanny Anitúa como cantante de fama mundial

La cantante duranguense Fanny Anitúa fue una de las más importantes cantantes de la historia de la ópera a nivel mundial y la contralto más destacada del cambio de siglo pasado, no sólo cosechó éxitos en Europa y América, sino que también fue la imagen publicitaria de unas cremas en Madrid.

La ópera siempre se ha considerado en México un arte extranjero a pesar de existir incluso antes que los mariachis, refiere la investigadora Enid Negrete, ya que “nuestra tradición operística viene de 1700; muy poca gente se ha puesto a estudiar esto, por eso siempre hemos considerado a la ópera como un arte impuesto”.

Aunque México tiene aproximadamente cuatro décadas de dar al mundo algunos de los mejores tenores, la verdad es que tenemos 150 años de exportar artistas de primer nivel y las primeras fueron mujeres.

De acuerdo con la investigadora Enid Negrete, quien ha estudiado la ópera y particularmente la trayectoria de los cantantes mexicanos, encontró dos cartas que he hallado en el recientemente abierto y digitalizado Archivo Histórico Ricordi que revalorizan la imagen de una de las mejores cantantes de la historia, Francisca Anitúa Medrano, mejor conocida como Fanny Anitúa.

En 1917, Giacomo Puccini, el compositor más importante de su tiempo, dedicó ese año a terminar su famoso tríptico, que incluía tres obras: El tabarro, Gianni Schichi y la Hermana Angelica, y envía dos cartas a Claudio Clausetti, ejecutivo, traductor y abogado de la casa Ricordi, sobre las posibilidades de representación y el desarrollo de las obras que, como cada vez que estaba por estrenar, se volvían la obsesión del compositor y en las que sugiere la contratación de la cantante para interpretar sus obras.

En ellas, describe a Fanny Anitúa como una cantante de autoridad, quien en ese año realizó una gira por Sudámerica, con gran éxito, donde fueron memorables sus presentaciones en el Teatro Colón, de Buenos Aires, Argentina.

Para 1917, no había cumplido aún una década de carrera profesional, tenía 30 años de edad y estaba en medio de la Primera Guerra Mundial, disfrutando de sus éxitos en Sudamérica. Desde 1909, con su debut en Roma a los 22 años, Fanny había saltado a la fama. Ya había trabajado con Arturo Toscanini, Pietro Mascagni y Tullio Serafin, tres de los representantes más fidedignos de la escuela italiana del verismo y en 1916 había ganado el concurso para hacer Rosina en la gira conmemorativa del centenario del estreno de “El barbero de Sevilla”.

En 1917 comenzó abriendo la temporada del Teatro Real de Madrid —donde se había ganado el estatus de estrella desde su debut en 1914— con la ópera Aída, de Giussepe Verdi, y la Anitúa regresaba por tercera vez con uno de los personajes que la harían más famosa, Amneris, el cual había cantado bajo la dirección de Pietro Mascagni en La Fenice de Venecia cinco años antes.

De acuerdo al periódico La Mañana, de Madrid, de su trabajo en este papel en el Teatro Real se dijo que la ‘noble contralto que debutó anoche con “Aida”, la bellísima Fanny Anitúa, dio una cátedra de pasión y bien hacer’.

Ese año cantó en total 25 funciones con cinco personajes diferentes, pero hay sobre todo un hecho que sorprende bastante: el 18 de febrero cantó a las cuatro de la tarde Fricka de la ópera “Las Walkirias” de Richard Wagner, y cinco horas después, a las 9:30 de la noche, Ulrica de “Un baile de máscaras” de Giuseppe Verdi, lo que es una prueba de que su técnica vocal debía haber sido inmejorable, ya le permitió cantar hasta 1948, sumando casi 40 años de impecable carrera artística.

Entre los grandes éxitos que tuvo ese año en el Teatro Real se cuenta el rol de Dalila, que alternó con una función extraordinaria a beneficio de la prensa de la zarzuela “La viejecita”, y su trabajo en la ópera de Camille Saint-Saëns fue considerado como una excelente cantante, actriz consumada y mujer escultural la Anitúa, su Dalila tenía que resultar como para quitar el sentido a todos los Sansones del mundo.

Después de unos meses de cantar en Italia, emprendió una gira por Sudamérica que comenzó por el Teatro Colón de Buenos Aires, donde durante los meses de junio, julio y agosto dio 23 funciones con cinco roles principales: Dalila, Rosina, Brangäne y Fricka, además del estreno mundial de la ópera “El sueño del alma” de Carlos López Buchardo, haciendo el papel de la reina.

Siguió la gira en el Teatro Solís de Montevideo, Uruguay y terminó el año 1917 en Sao Paulo, habiendo participado en más de 60 funciones, con 11 papeles; casi todos protagónicos y que abarcaban todo el rango de la voz de mezzosoprano, desde la coloratura rossiniana hasta las profundidades wagnerianas.

En ese entonces, el que alguien como Puccini haya pensado en una mexicana como la intérprete ideal de uno de sus papeles es un verdadero orgullo para los mexicanos, y llega a nosotros como las estrellas, con la luz de un mundo que ya no existe, pero que sigue brillando.

La cantante duranguense Fanny Anitúa fue una de las más importantes cantantes de la historia de la ópera a nivel mundial y la contralto más destacada del cambio de siglo pasado, no sólo cosechó éxitos en Europa y América, sino que también fue la imagen publicitaria de unas cremas en Madrid.

La ópera siempre se ha considerado en México un arte extranjero a pesar de existir incluso antes que los mariachis, refiere la investigadora Enid Negrete, ya que “nuestra tradición operística viene de 1700; muy poca gente se ha puesto a estudiar esto, por eso siempre hemos considerado a la ópera como un arte impuesto”.

Aunque México tiene aproximadamente cuatro décadas de dar al mundo algunos de los mejores tenores, la verdad es que tenemos 150 años de exportar artistas de primer nivel y las primeras fueron mujeres.

De acuerdo con la investigadora Enid Negrete, quien ha estudiado la ópera y particularmente la trayectoria de los cantantes mexicanos, encontró dos cartas que he hallado en el recientemente abierto y digitalizado Archivo Histórico Ricordi que revalorizan la imagen de una de las mejores cantantes de la historia, Francisca Anitúa Medrano, mejor conocida como Fanny Anitúa.

En 1917, Giacomo Puccini, el compositor más importante de su tiempo, dedicó ese año a terminar su famoso tríptico, que incluía tres obras: El tabarro, Gianni Schichi y la Hermana Angelica, y envía dos cartas a Claudio Clausetti, ejecutivo, traductor y abogado de la casa Ricordi, sobre las posibilidades de representación y el desarrollo de las obras que, como cada vez que estaba por estrenar, se volvían la obsesión del compositor y en las que sugiere la contratación de la cantante para interpretar sus obras.

En ellas, describe a Fanny Anitúa como una cantante de autoridad, quien en ese año realizó una gira por Sudámerica, con gran éxito, donde fueron memorables sus presentaciones en el Teatro Colón, de Buenos Aires, Argentina.

Para 1917, no había cumplido aún una década de carrera profesional, tenía 30 años de edad y estaba en medio de la Primera Guerra Mundial, disfrutando de sus éxitos en Sudamérica. Desde 1909, con su debut en Roma a los 22 años, Fanny había saltado a la fama. Ya había trabajado con Arturo Toscanini, Pietro Mascagni y Tullio Serafin, tres de los representantes más fidedignos de la escuela italiana del verismo y en 1916 había ganado el concurso para hacer Rosina en la gira conmemorativa del centenario del estreno de “El barbero de Sevilla”.

En 1917 comenzó abriendo la temporada del Teatro Real de Madrid —donde se había ganado el estatus de estrella desde su debut en 1914— con la ópera Aída, de Giussepe Verdi, y la Anitúa regresaba por tercera vez con uno de los personajes que la harían más famosa, Amneris, el cual había cantado bajo la dirección de Pietro Mascagni en La Fenice de Venecia cinco años antes.

De acuerdo al periódico La Mañana, de Madrid, de su trabajo en este papel en el Teatro Real se dijo que la ‘noble contralto que debutó anoche con “Aida”, la bellísima Fanny Anitúa, dio una cátedra de pasión y bien hacer’.

Ese año cantó en total 25 funciones con cinco personajes diferentes, pero hay sobre todo un hecho que sorprende bastante: el 18 de febrero cantó a las cuatro de la tarde Fricka de la ópera “Las Walkirias” de Richard Wagner, y cinco horas después, a las 9:30 de la noche, Ulrica de “Un baile de máscaras” de Giuseppe Verdi, lo que es una prueba de que su técnica vocal debía haber sido inmejorable, ya le permitió cantar hasta 1948, sumando casi 40 años de impecable carrera artística.

Entre los grandes éxitos que tuvo ese año en el Teatro Real se cuenta el rol de Dalila, que alternó con una función extraordinaria a beneficio de la prensa de la zarzuela “La viejecita”, y su trabajo en la ópera de Camille Saint-Saëns fue considerado como una excelente cantante, actriz consumada y mujer escultural la Anitúa, su Dalila tenía que resultar como para quitar el sentido a todos los Sansones del mundo.

Después de unos meses de cantar en Italia, emprendió una gira por Sudamérica que comenzó por el Teatro Colón de Buenos Aires, donde durante los meses de junio, julio y agosto dio 23 funciones con cinco roles principales: Dalila, Rosina, Brangäne y Fricka, además del estreno mundial de la ópera “El sueño del alma” de Carlos López Buchardo, haciendo el papel de la reina.

Siguió la gira en el Teatro Solís de Montevideo, Uruguay y terminó el año 1917 en Sao Paulo, habiendo participado en más de 60 funciones, con 11 papeles; casi todos protagónicos y que abarcaban todo el rango de la voz de mezzosoprano, desde la coloratura rossiniana hasta las profundidades wagnerianas.

En ese entonces, el que alguien como Puccini haya pensado en una mexicana como la intérprete ideal de uno de sus papeles es un verdadero orgullo para los mexicanos, y llega a nosotros como las estrellas, con la luz de un mundo que ya no existe, pero que sigue brillando.