A lado de mi padre Silvestre Hernández Aldana, trabajó como campesina porque trabajaba la tierra con sus propias manos sembraba, asegundaba, desyerbaba, despuntaba, pizcaba, desgranaba, cocía el maíz, lo molía y hacía tortillas para alimentar a su familia, porque no podía dejar de lado su trabajo en el hogar.
Mientras la recordemos ella vivirá y además vivirá en cada pedazo de ella que tenemos sus 4 hijas y 4 hijos que quedamos vivos y sus nietas y nietos.
En las fiestas de invierno extrañé a mi madre, en las fiestas de invierno se extraña a las y los que se han ido.
Hace más de 6 meses que se fue María de Jesús Camargo, “la señora de las abejas”, ella dejó huella en nuestra vida, por sus enseñanzas, su fortaleza y su amor al trabajo.
Ella se ganó el título de “señora de las abejas”, ya que buena parte de su vida, ya viuda la acompañaron las colmenas donde vivían estos extraordinarios animalitos; realizaba todo el trabajo de extracción de la miel y la vendía.
A lado de mi padre Silvestre Hernandez Aldana, trabajó como campesina porque trabajaba la tierra con sus propias manos sembraba, asegundaba, desyerbaba, despuntaba, pizcaba, desgranaba, cocía el maíz, lo molía y hacía tortillas para alimentar a su familia, porque no podía dejar de lado su trabajo en el hogar.
Hasta su muerte le tuvo amor al trabajo y a la tierra, ya anciana, murió de 97 años y todavía entonces amaba las plantas, a las flores, era un placer que disfrutaba, los domingos que nos tocaba acompañarla (no le gustaba que dijéramos que la cuidábamos) nos pedía la sacáramos a su jardín a acariciar las flores.
Mientras la recordemos ella vivirá y además vivirá en cada pedazo de ella que tenemos sus 4 hijas y 4 hijos que quedamos vivos y sus nietas y nietos.
En este género literario, de las 3 que escribimos y los 2 que escriben Úrsulo es el que lo hace mejor, por ello este día le comparto las palabras que expresó en el Panteón de Oriente donde fue sepultada María de Jesús Camargo el 11 de junio de 2018 a las 16:00 horas.
El texto es de Úrsulo Hernández Camargo:
“Silvestre Hernández Aldana: Venimos a traerte a María de Jesús Camargo porque hemos escuchado los manotazos impacientes de tu caballo. Has esperado mucho tiempo, pero tú la conoces bien y ya sabes que ella no se anda con chiquitas. ¿Te acuerdas de que cuando comenzaron a vivir juntos te acompañó en la formación y el cuidado de Eulalia, Román y Lino, asumiendo, sin ninguna clase de remilgos, la estafeta que le confiaba el destino? ¿Y que después hizo lo propio con los 10 hijos que tuvo contigo?
Y claro, con el tiempo le fue agarrando cariño a la tarea. Por eso quiso quedarse un poquito más, nada más para ver cómo crecía su jardín. Así fue como pudo conocer a sus nietos, incluso a sus bisnietos. Pero hoy que la familia ha empezado a cruzar el río no ha querido dejarte solo con el tercio, por eso se va. Tú ya sabes cómo es...
Silvestre: Sé que todavía tienes que caminar mucho, pero este es un momento muy importante para nosotros, es un punto de quiebre y hay tantas cosas que decir, que decirles a los dos... Agradecerles por el don de la vida.
Los que todavía estamos de este lado nos quedamos confiados porque tú ya conoces esos parajes, los has recorrido tanto tiempo que ya sabes dónde hay agua, dónde hay venados. Sabemos que van a tener un buen viaje y que cuando decidas detenerte, vas a desensillar tu caballo para que él también descanse, y va a haber una ceremonia de reencuentro en la que mi madre oirá de nuevo llorar ese violín y tú escucharás de sus labios el cuento que llevas tantas noches esperando.
Silvestre: Te hablo desde la punta de una espiga, desde la cumbre del Cerro de Palomas. Hasta aquí llega el sonido de las voces de aquel lado del río, alcanzo a ver algunas imágenes... veo cómo Adelina y Hortensia jalan de la falda a mi mamá, cuánto la necesitan. Veo a la niña que salió desde muy temprano a jugar contigo y que ya debe regresar con sus padres: Josefa Camargo y Francisco Ceniceros Villarreal. Sé que también tú tienes que regresar a casa de tus padres: Úrsulo Hernández y María Luisa Aldana.
Más lejos no distingo las imágenes y apenas alcanzo a oír algunas voces que preguntan por los de Huichapa. El viento les contesta: ¡Qué saben ellos del otoño!
“¡Papá! ¡Mamá!: Cuando el sol se ponga, nos vemos de aquel lado del río”.
