/ sábado 30 de julio de 2022

Sobregiro de la Tierra

El pasado 28 de julio, al decir de Global Footprint Network, se agotaron los recursos ecológicos para todo el 2022. Esta organización llama a tan lamentable acontecimiento como el Día del Sobregiro de la Tierra, en aras de visibilizar la sobreexplotación de la naturaleza. Año con año el referido sobregiro suele adelantarse, lo cual es una desastrosa noticia biológicamente hablando y algo que nos debe preocupar y ocupar sobremanera.

¿Qué significa lo anterior en términos lisos y llanos? Prácticamente lo equivalente a una catástrofe: faltando 22 semanas para que finalice la presente anualidad, la población ha consumido los recursos naturales disponibles. Tal circunstancia constata que las buenas prácticas de personas, empresas y gobiernos -sin el más mínimo dejo de buena gobernanza cooperativa- brillan por su ausencia y que la idea de sustentabilidad sólo se encuentra en los diccionarios pero no en las conciencias, sólo en la prédica pero no en la praxis.

Efectivamente: en 1971 el sobregiro se daba el 30 de diciembre. Medio siglo después, la situación de crisis se adelanta ni más ni menos que un semestre. Si a ello se le agregan los otros asuntos críticos de escasez de agua, de mala calidad del aire, de aumento exponencial del ruido como forma de contaminación, etcétera, nos dirigimos sin pensarlo a un callejón sin salida. La huella ecológica, en la que se involucran tópicos como el consumo de recursos, el desperdicio indiscriminado de bienes vitales y la producción de desechos, también es de subrayar. El planeta se erosiona y resquebraja de forma paulatina sin tenerlo en cuenta.

Hablando en términos de derechos humanos, el derecho fundamental al medio ambiente se observa como un contrato entre generaciones, pues lo hecho por las anteriores impacta a las presentes de la misma forma que lo que hagan o dejen de hacer las presentes redundará para bien o para mal en las futuras. Asimismo, y sin anteponer nunca las obligaciones a los derechos, es menester señalar que un medio ambiente sano para el desarrollo y bienestar es también un asunto de deberes. Adquirir un nivel pleno de concientización al respecto posibilitará políticas públicas globales integrales en donde la sustentabilidad no sea únicamente una opción sino el eje central y la idea directriz del quehacer gubernamental y ciudadano. Aunque prevalezca una visión catastrofista de las cosas, lo mejor es poner manos a la obra antes de que sea demasiado tarde.

Hacer caso omiso de las responsabilidades que a cada persona le compete es algo que se pone de relieve cuando nos referimos al medio ambiente. Al ser un asunto poco rentable políticamente hablando, no tiene el mayor interés para quienes nos gobiernan. Como afirmó Carl Jung, “el hombre es lo único que hemos de temer en este planeta”. Y una clase de hombres en particular son los que pueden llegar a afectar todavía más a la ecología: la clase política que carezca de convicción, voluntad y altura de miras para solucionar los grandes problemas que aquejan a la Tierra, mismos que, desde luego, empiezan por pequeñas acciones en lo local. Por ahí debemos empezar y, de ser necesario, cambiar de representantes hasta tener a aquellos que se comprometan, en principio, consigo mismos, ya que así se garantiza una mayor intención de mejorar el statu quo.

El pasado 28 de julio, al decir de Global Footprint Network, se agotaron los recursos ecológicos para todo el 2022. Esta organización llama a tan lamentable acontecimiento como el Día del Sobregiro de la Tierra, en aras de visibilizar la sobreexplotación de la naturaleza. Año con año el referido sobregiro suele adelantarse, lo cual es una desastrosa noticia biológicamente hablando y algo que nos debe preocupar y ocupar sobremanera.

¿Qué significa lo anterior en términos lisos y llanos? Prácticamente lo equivalente a una catástrofe: faltando 22 semanas para que finalice la presente anualidad, la población ha consumido los recursos naturales disponibles. Tal circunstancia constata que las buenas prácticas de personas, empresas y gobiernos -sin el más mínimo dejo de buena gobernanza cooperativa- brillan por su ausencia y que la idea de sustentabilidad sólo se encuentra en los diccionarios pero no en las conciencias, sólo en la prédica pero no en la praxis.

Efectivamente: en 1971 el sobregiro se daba el 30 de diciembre. Medio siglo después, la situación de crisis se adelanta ni más ni menos que un semestre. Si a ello se le agregan los otros asuntos críticos de escasez de agua, de mala calidad del aire, de aumento exponencial del ruido como forma de contaminación, etcétera, nos dirigimos sin pensarlo a un callejón sin salida. La huella ecológica, en la que se involucran tópicos como el consumo de recursos, el desperdicio indiscriminado de bienes vitales y la producción de desechos, también es de subrayar. El planeta se erosiona y resquebraja de forma paulatina sin tenerlo en cuenta.

Hablando en términos de derechos humanos, el derecho fundamental al medio ambiente se observa como un contrato entre generaciones, pues lo hecho por las anteriores impacta a las presentes de la misma forma que lo que hagan o dejen de hacer las presentes redundará para bien o para mal en las futuras. Asimismo, y sin anteponer nunca las obligaciones a los derechos, es menester señalar que un medio ambiente sano para el desarrollo y bienestar es también un asunto de deberes. Adquirir un nivel pleno de concientización al respecto posibilitará políticas públicas globales integrales en donde la sustentabilidad no sea únicamente una opción sino el eje central y la idea directriz del quehacer gubernamental y ciudadano. Aunque prevalezca una visión catastrofista de las cosas, lo mejor es poner manos a la obra antes de que sea demasiado tarde.

Hacer caso omiso de las responsabilidades que a cada persona le compete es algo que se pone de relieve cuando nos referimos al medio ambiente. Al ser un asunto poco rentable políticamente hablando, no tiene el mayor interés para quienes nos gobiernan. Como afirmó Carl Jung, “el hombre es lo único que hemos de temer en este planeta”. Y una clase de hombres en particular son los que pueden llegar a afectar todavía más a la ecología: la clase política que carezca de convicción, voluntad y altura de miras para solucionar los grandes problemas que aquejan a la Tierra, mismos que, desde luego, empiezan por pequeñas acciones en lo local. Por ahí debemos empezar y, de ser necesario, cambiar de representantes hasta tener a aquellos que se comprometan, en principio, consigo mismos, ya que así se garantiza una mayor intención de mejorar el statu quo.