/ domingo 6 de enero de 2019

Sociedad permisiva causa violencia generalizada

La única forma de impedir conductas violentas comunales es sobreponiendo otros mecanismos de carácter psicológico, educativo y cultural, capaces de neutralizar los excesos.

La violencia generalizada es uno de los grandes problemas que hoy inquieta a todas las clases sociales: autoridades, políticos, padres de familia, maestros, estudiantes y a toda la población en común. Y, lo que más se desea es garantizar la seguridad en las instituciones educativas, familiares, sociales y culturales.

El identificar las causas de cualquier problema siempre ayuda a comprenderlo y, en alguna medida, resolverlo. Una primera causa del clima de violencia generalizada es la sociedad permisiva en la que estamos viviendo. Nuestra sociedad respira un clima de libertad, tolerancia e incluso permisividad que hace que muchas conductas de carácter antisocial y violento se puedan producir cada día.

Y es que cuando una colectividad no logra integrar en la conciencia cívica pensamientos de unidad que impidan la aparición de conductas negativas, surgen de inmediato este tipo de comportamientos y la inseguridad se hace notar en diversos sitios importantes.

Estamos viviendo en una sociedad que exalta cada día la violencia. La televisión, la telefonía celular y, en general, los grandes medios de comunicación masiva, ofrecen dosis elevadas de violencia a niños y adolescentes incapaces de asimilarla críticamente en sus sistemas mentales apenas desarrollándose. Por mucho que se quiera suavizar los efectos de los medios en el tema de la violencia, la negatividad afecta enormemente a las nuevas generaciones.

La insensibilidad progresiva de las personas ante las conductas violentas requiere de un fuerte estímulo más elevado para reaccionar ante su presencia.

Además, cuántos individuos hay cuando ven estos reprobables acontecimientos, en lugar de exterminarlos, los imitan. Como también sucede que muchas familias no se atreven a salir de casa, especialmente de noche, por temor a alguna agresión.

La cultura que se respira en nuestra ciudad moderna es el cultivo del placer fácil, de la satisfacción inmediata; es una acción que permite conseguir los objetivos propuestos de forma inmediata, sin tener que esperar a costa de lo que sea y, pasando por encima de quien sea. Se trata de un efecto presente que revela de nosotros como habitantes la incapacidad radical de evidenciar gratificación y de someter a normas de conducta la consecución de metas.

La desestructuración familiar es otra de las causas que pueden favorecer la aparición de conductas violentas como resultado de carencias afectivas, discusiones traumáticas, sobreprotección o chantajes. Muchas situaciones de injusticia, pobreza o exclusión social vividas en comunidades rurales o ciudades, así como favoritismos o revanchas dentro del recinto escolar, pueden ser otros tantos motivos de explosión de comportamientos impetuosos.

En todo caso cualquier conducta violenta es un fracaso educativo y, por tanto, su resolución remite al ambiente formativo, hablando de educación tanto en el hogar como en la escuela. De la misma manera que se cumplen las leyes en plano físico, así también se cumplen las leyes en el plano biológico.

Si se producen determinadas circunstancias en el contexto social que provocan un conflicto emocional y disparan los sistemas de alarma y de protección al individuo, las reacciones defensivas o de ataque no se harán esperar. Es la fuerza de la ley biológica.

La única forma de impedir conductas violentas comunales es sobreponiendo otros mecanismos de carácter psicológico, educativo y cultural, capaces de neutralizar los excesos. Esta labor proviene de programas escolares y, aunque sea lenta, progresivamente se va acentuando en la naturaleza humana bajo la acción modeladora de la familia y de la escuela.

Por supuesto que dichos programas no suprimen los planes biológicos, se equilibran o no se accionan; lo que ocurre es que muchos niños y jóvenes no han podido recibir, nacionalmente hablando, su obra protectora o, han sido expuestos a proyectos educativos divergentes u opuestos a los principios de la socialización por parte de la familia o del ambiente en el que se desenvuelven.

La mejor manera de colaborar con la escuela para que los brotes de la violencia vayan desapareciendo, es que las familias favorezcan la asimilación de pautas de comportamiento social positivo desde los primeros años, estableciendo límites claros y nítidos en la conducta humana, canalizando adecuadamente las emociones, modelando la capacidad de regulación y entrenando estrategias eficaces para resolver los conflictos de una manera no violenta sino pacífica y razonable. Es una tarea difícil pero necesaria de alfabetización emocional.

La única forma de impedir conductas violentas comunales es sobreponiendo otros mecanismos de carácter psicológico, educativo y cultural, capaces de neutralizar los excesos.

La violencia generalizada es uno de los grandes problemas que hoy inquieta a todas las clases sociales: autoridades, políticos, padres de familia, maestros, estudiantes y a toda la población en común. Y, lo que más se desea es garantizar la seguridad en las instituciones educativas, familiares, sociales y culturales.

El identificar las causas de cualquier problema siempre ayuda a comprenderlo y, en alguna medida, resolverlo. Una primera causa del clima de violencia generalizada es la sociedad permisiva en la que estamos viviendo. Nuestra sociedad respira un clima de libertad, tolerancia e incluso permisividad que hace que muchas conductas de carácter antisocial y violento se puedan producir cada día.

Y es que cuando una colectividad no logra integrar en la conciencia cívica pensamientos de unidad que impidan la aparición de conductas negativas, surgen de inmediato este tipo de comportamientos y la inseguridad se hace notar en diversos sitios importantes.

Estamos viviendo en una sociedad que exalta cada día la violencia. La televisión, la telefonía celular y, en general, los grandes medios de comunicación masiva, ofrecen dosis elevadas de violencia a niños y adolescentes incapaces de asimilarla críticamente en sus sistemas mentales apenas desarrollándose. Por mucho que se quiera suavizar los efectos de los medios en el tema de la violencia, la negatividad afecta enormemente a las nuevas generaciones.

La insensibilidad progresiva de las personas ante las conductas violentas requiere de un fuerte estímulo más elevado para reaccionar ante su presencia.

Además, cuántos individuos hay cuando ven estos reprobables acontecimientos, en lugar de exterminarlos, los imitan. Como también sucede que muchas familias no se atreven a salir de casa, especialmente de noche, por temor a alguna agresión.

La cultura que se respira en nuestra ciudad moderna es el cultivo del placer fácil, de la satisfacción inmediata; es una acción que permite conseguir los objetivos propuestos de forma inmediata, sin tener que esperar a costa de lo que sea y, pasando por encima de quien sea. Se trata de un efecto presente que revela de nosotros como habitantes la incapacidad radical de evidenciar gratificación y de someter a normas de conducta la consecución de metas.

La desestructuración familiar es otra de las causas que pueden favorecer la aparición de conductas violentas como resultado de carencias afectivas, discusiones traumáticas, sobreprotección o chantajes. Muchas situaciones de injusticia, pobreza o exclusión social vividas en comunidades rurales o ciudades, así como favoritismos o revanchas dentro del recinto escolar, pueden ser otros tantos motivos de explosión de comportamientos impetuosos.

En todo caso cualquier conducta violenta es un fracaso educativo y, por tanto, su resolución remite al ambiente formativo, hablando de educación tanto en el hogar como en la escuela. De la misma manera que se cumplen las leyes en plano físico, así también se cumplen las leyes en el plano biológico.

Si se producen determinadas circunstancias en el contexto social que provocan un conflicto emocional y disparan los sistemas de alarma y de protección al individuo, las reacciones defensivas o de ataque no se harán esperar. Es la fuerza de la ley biológica.

La única forma de impedir conductas violentas comunales es sobreponiendo otros mecanismos de carácter psicológico, educativo y cultural, capaces de neutralizar los excesos. Esta labor proviene de programas escolares y, aunque sea lenta, progresivamente se va acentuando en la naturaleza humana bajo la acción modeladora de la familia y de la escuela.

Por supuesto que dichos programas no suprimen los planes biológicos, se equilibran o no se accionan; lo que ocurre es que muchos niños y jóvenes no han podido recibir, nacionalmente hablando, su obra protectora o, han sido expuestos a proyectos educativos divergentes u opuestos a los principios de la socialización por parte de la familia o del ambiente en el que se desenvuelven.

La mejor manera de colaborar con la escuela para que los brotes de la violencia vayan desapareciendo, es que las familias favorezcan la asimilación de pautas de comportamiento social positivo desde los primeros años, estableciendo límites claros y nítidos en la conducta humana, canalizando adecuadamente las emociones, modelando la capacidad de regulación y entrenando estrategias eficaces para resolver los conflictos de una manera no violenta sino pacífica y razonable. Es una tarea difícil pero necesaria de alfabetización emocional.