/ miércoles 1 de julio de 2020

Sor Juana, una lucha aún contra los convencionalismos

Sor Juana Inés de la Cruz ha sido considerada la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. Su nombre completo fue Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, recordada por su poesía y estar adelantada a su época.

Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

Nacida en el pueblo de San Miguel Nepantla el 12 de noviembre de 1651, en su honor fue instituido por decreto presidencial en 1979, el Día Nacional del Libro, en conmemoración de esta defensora del derecho a leer, entregada a los libros y el fervor por el saber.

Juana Inés de Asbaje aprendió a leer y escribir desde los tres años de edad mientras vivía con su abuelo materno en la hacienda Panoaya, aquí, los trabajadores indígenas le enseñaron náhuatl, lengua en la que también escribió parte de su literatura y al morir su abuelo en 1656, ella heredó su vasta biblioteca colmada de escritores clásicos griegos, latinos y españoles, por lo que desde niña fue una asidua lectora.

A los 15 años de edad, Sor Juana fue aceptada en la corte del virrey Antonio de Toledo y Salazar tras un difícil examen hecho por 40 doctores en teología, filosofía y humanidades. Una vez aceptada, aprendió latín en sólo 20 lecciones.

En 1667 ingresó en un convento de las Carmelitas Descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente.

Dada su escasa vocación religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: “Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”, escribió.

Su habitación era muy amplia y tuvo la posibilidad de convertirla en biblioteca e incluso laboratorio científico, pues igual estudiaba física, biología, matemáticas y química y se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad.

La obra escrita de Sor Juana Inés de la Cruz abarcó romances, sonetos, liras, endechas, redondillas, décimas, villancicos, obras de teatro y prosa. Y su primer libro de poesía se publicó en España, en 1689, con el título de Inundación Castálida. Y su más famoso y polémico poema largo, Primero Sueño, se publicó en 1692.

La primera traducción de sus obras a otro idioma, en este caso al alemán, fue hasta 1879 gracias al poeta suizo Edmund Dorer y todavía en la actualidad, es motivo de inspiración para otorgar reconocimientos sociales y literarios.

En su poesía hay numerosas y elocuentes composiciones de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba” y “Detente, sombra de mi bien esquivo”. En “Rosa divina que en gentil cultura” desarrolla el mismo motivo de dos célebres sonetos de Góngora y de Calderón, no quedando inferior a ninguno de ambos.

Sor Juana emplea las redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que analiza la naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende a las mujeres de las acusaciones de los hombres, como en las célebres “Hombres necios que acusáis”. Los romances se aplican, con flexibilidad discursiva y finura de notaciones, a temas sentimentales, morales o religiosos.

En “Primero sueño”, poema en silvas de casi mil versos describe, de forma simbólica, el impulso del conocimiento humano, que rebasa las barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual.

En su obra dramática “Los empeños de una casa”, que incluye una loa y dos sainetes, con predominio absoluto del octosílabo; compuso asimismo tres autos sacramentales: San Hermenegildo, El Cetro de San José y El Divino Narciso; en el cual se incluyen villancicos de calidad lírica excepcional.

Su prosa es brillante, como la célebre Carta Athenagórica (1690), y sobre todo por la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita para contestar a la exhortación que le había hecho el obispo de Puebla para que frenara su desarrollo intelectual.

Su obra fue estudiada por el premio nobel y escritor Octavio Paz, quien aseguraba se había hecho monja para “poder pensar”.

El 17 de abril de 1695 murió víctima del tifus, enfermedad epidémica de la época, mientras atendía a sus compañeras monjas enfermas durante la epidemia que asoló México en ese tiempo, y su vida se convirtió en una lucha contra los convencionalismos que aún hoy forman parte de nuestra cultura.

Sor Juana Inés de la Cruz ha sido considerada la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. Su nombre completo fue Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, recordada por su poesía y estar adelantada a su época.

Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

Nacida en el pueblo de San Miguel Nepantla el 12 de noviembre de 1651, en su honor fue instituido por decreto presidencial en 1979, el Día Nacional del Libro, en conmemoración de esta defensora del derecho a leer, entregada a los libros y el fervor por el saber.

Juana Inés de Asbaje aprendió a leer y escribir desde los tres años de edad mientras vivía con su abuelo materno en la hacienda Panoaya, aquí, los trabajadores indígenas le enseñaron náhuatl, lengua en la que también escribió parte de su literatura y al morir su abuelo en 1656, ella heredó su vasta biblioteca colmada de escritores clásicos griegos, latinos y españoles, por lo que desde niña fue una asidua lectora.

A los 15 años de edad, Sor Juana fue aceptada en la corte del virrey Antonio de Toledo y Salazar tras un difícil examen hecho por 40 doctores en teología, filosofía y humanidades. Una vez aceptada, aprendió latín en sólo 20 lecciones.

En 1667 ingresó en un convento de las Carmelitas Descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente.

Dada su escasa vocación religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: “Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”, escribió.

Su habitación era muy amplia y tuvo la posibilidad de convertirla en biblioteca e incluso laboratorio científico, pues igual estudiaba física, biología, matemáticas y química y se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad.

La obra escrita de Sor Juana Inés de la Cruz abarcó romances, sonetos, liras, endechas, redondillas, décimas, villancicos, obras de teatro y prosa. Y su primer libro de poesía se publicó en España, en 1689, con el título de Inundación Castálida. Y su más famoso y polémico poema largo, Primero Sueño, se publicó en 1692.

La primera traducción de sus obras a otro idioma, en este caso al alemán, fue hasta 1879 gracias al poeta suizo Edmund Dorer y todavía en la actualidad, es motivo de inspiración para otorgar reconocimientos sociales y literarios.

En su poesía hay numerosas y elocuentes composiciones de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba” y “Detente, sombra de mi bien esquivo”. En “Rosa divina que en gentil cultura” desarrolla el mismo motivo de dos célebres sonetos de Góngora y de Calderón, no quedando inferior a ninguno de ambos.

Sor Juana emplea las redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que analiza la naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende a las mujeres de las acusaciones de los hombres, como en las célebres “Hombres necios que acusáis”. Los romances se aplican, con flexibilidad discursiva y finura de notaciones, a temas sentimentales, morales o religiosos.

En “Primero sueño”, poema en silvas de casi mil versos describe, de forma simbólica, el impulso del conocimiento humano, que rebasa las barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual.

En su obra dramática “Los empeños de una casa”, que incluye una loa y dos sainetes, con predominio absoluto del octosílabo; compuso asimismo tres autos sacramentales: San Hermenegildo, El Cetro de San José y El Divino Narciso; en el cual se incluyen villancicos de calidad lírica excepcional.

Su prosa es brillante, como la célebre Carta Athenagórica (1690), y sobre todo por la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita para contestar a la exhortación que le había hecho el obispo de Puebla para que frenara su desarrollo intelectual.

Su obra fue estudiada por el premio nobel y escritor Octavio Paz, quien aseguraba se había hecho monja para “poder pensar”.

El 17 de abril de 1695 murió víctima del tifus, enfermedad epidémica de la época, mientras atendía a sus compañeras monjas enfermas durante la epidemia que asoló México en ese tiempo, y su vida se convirtió en una lucha contra los convencionalismos que aún hoy forman parte de nuestra cultura.