/ miércoles 8 de abril de 2020

También tenemos infestación de líderes sociales

Me atrevo a señalar, a riesgo de ser desestimado por hablar con la verdad pero, que también es motivo de reflexión, es la infestación de luchadores sociales muy preocupados por el bienestar de la sociedad mediante el logro de mayores beneficios; sin embargo, en la primera oportunidad se venden por un plato de lentejas.

Por supuesto que no me refiero a todos, hay verdaderos políticos conocidos a carta cabal y, para ellos mi reconocimiento y respeto; sino a los oportunistas que se forman en primera fila para estar al acecho de cualquier pertinencia que favorezca sus ambiciones personales y no los intereses o bienes de la colectividad.

La corrupción y el fraude hacen honor al imperio de los falsos redentores que no les importa pisotear derechos, lesionar a terceros, engañar con careta de dignidad, violar normas y principios; en síntesis: viven la antítesis de la ética profesional. El verdadero luchador social luego se identifica porque tiene madera de líder, capacidad y mucha voluntad para servir a los demás, se entrega sin condiciones ni medida únicamente con su dignidad, tiene amor a la humanidad y mira siempre por el bien de sus prójimos antes que el propio.

El líder auténtico muchas veces se fragua ante la impotencia de no poder vencer ecuánimemente una injusticia y, al llegar al límite de la prudencia, brota su arrojo y se decide a desafiar lo establecido en busca de algo mejor.

Pero no todo es panorama gris ni cáliz de amargura; ciertamente que en toda organización hay sus judas, como en el evangelio, pero el triunfo del bien sobre el mal, tarde o temprano se logra. Humanos de buena fe, de buena voluntad, técnicos en la materia, artistas de la creatividad, profesionales de calidad y, expertos en la organización y administración, igualmente donde quiera se distinguen y se convierten en pilares básicos de todo campo de producción.

Son ellos los que han logrado el crecimiento que vivimos; gracias a ellos disfrutamos de metas alcanzadas y de beneficios en la educación, la industria, la ciencia, la fábrica, el taller; quizás no los requeridos por culpa de miserables que cobran sin producir, pero sí con la dignidad de los que luchan por un mundo mejor para todos.

Aunque si de justicia y de moralidad hablamos, no es congruente que, mientras que unos trabajan con honestidad, conscientes de su compromiso, otros se la pasan cómodamente eludiendo responsabilidades. Si todos en armonía respondiéramos con honor a nuestros deberes, otra sería la dimensión de nuestro mundo y la calidad de vida que nos rodea.

Desgraciadamente, para quienes es más cómoda la ociosidad que la laboriosidad; para quienes toman la inteligencia como coautora de sus vivezas; para quienes el quehacer es sólo exigencia para los demás, no les importa cumplir bien ni hacer el bien ni nada que se parezca a fraternidad, porque el mundo es solamente su yo y el prójimo su servidor. Por eso estamos como estamos y, de estos vivales hasta en los puestos más encumbrados los encontramos como prietitos en el arroz.

Es un deber ineludible de autoridades civiles, educativas y sociales de actuar juntos, con la decidida intervención que obliga la necesidad, desde sus centros de operación hasta la organización de labores colectivas que llevan beneficios sustanciales a sus comunidades y, se busque resaltar nuestra educación. Este compromiso sería un avance, comprometiéndonos a cumplir con el llamado de la conciencia y la responsabilidad, mejorando nuestra cultura y la de los demás. Unidos enfrentemos un combate frontal para alcanzar la formación del momento que requieren las nuevas generaciones.

No es posible, si queremos triunfar en la vida, dejar que otros respondan por nosotros y que, con actitudes mediocres, vivamos esperando migajas de las que avientan los que salen victoriosos o se les caen de la mesa. No es posible que exijamos una buena educación si no se reconoce dignamente la labor del maestro, si padece penurias, si no se le apoya y tiene que “rascarse con sus propias uñas” para encauzar una formación y sea un éxito su labor, cuando es una responsabilidad compartida y todos tenemos obligación de actuar con honor.

La falta de educación de un pueblo la sentimos en la calle, en el trato diario con los amigos, en el insolente libertinaje y las actitudes indolentes de una juventud desorientada, en la incultura ofensiva que padecemos en diversos momentos de convivencia pública, en la prepotencia de segundos mandos, en la ausencia de urbanidad de empleados, en la negligencia e ineficiencia de trabajadores, en la carencia de ética e integridad de servidores públicos, en el dejarse llevar por el criterio de los demás sin ejercer sus convicciones, en el mudar fácilmente de criterios, ideologías, doctrinas, al igual como cambiar de ropa y guiados por una conveniencia.

Una pobre educación adquirida se ve luego reflejada en el coexistir social a causa de un bajo aprovechamiento en la educación básica.

Desgraciadamente vivimos una época que adolece de buenas relaciones humanas, de amor al prójimo, de solidaridad y lucha organizada como hermanos; sólo estamos al acecho de nuestros prójimos para arrebatarles sus derechos, despojarlos de sus logros, atropellar su dignidad; en una palabra, para perjudicarlos y no dejarlos superar porque sentimos envidia y rencor de que ellos progresen y nosotros no.

Esto es un derrumbe de la educación y no hacemos nada por apuntalarla y edificar con verticalidad la obra del futuro. No dejemos que la corriente de la iniquidad arrastre con lo que nos queda de dignidad y de cultura y, solidariamente pongamos fin a esta vejación social que rauda va hacia la destrucción mundial.

Me atrevo a señalar, a riesgo de ser desestimado por hablar con la verdad pero, que también es motivo de reflexión, es la infestación de luchadores sociales muy preocupados por el bienestar de la sociedad mediante el logro de mayores beneficios; sin embargo, en la primera oportunidad se venden por un plato de lentejas.

Por supuesto que no me refiero a todos, hay verdaderos políticos conocidos a carta cabal y, para ellos mi reconocimiento y respeto; sino a los oportunistas que se forman en primera fila para estar al acecho de cualquier pertinencia que favorezca sus ambiciones personales y no los intereses o bienes de la colectividad.

La corrupción y el fraude hacen honor al imperio de los falsos redentores que no les importa pisotear derechos, lesionar a terceros, engañar con careta de dignidad, violar normas y principios; en síntesis: viven la antítesis de la ética profesional. El verdadero luchador social luego se identifica porque tiene madera de líder, capacidad y mucha voluntad para servir a los demás, se entrega sin condiciones ni medida únicamente con su dignidad, tiene amor a la humanidad y mira siempre por el bien de sus prójimos antes que el propio.

El líder auténtico muchas veces se fragua ante la impotencia de no poder vencer ecuánimemente una injusticia y, al llegar al límite de la prudencia, brota su arrojo y se decide a desafiar lo establecido en busca de algo mejor.

Pero no todo es panorama gris ni cáliz de amargura; ciertamente que en toda organización hay sus judas, como en el evangelio, pero el triunfo del bien sobre el mal, tarde o temprano se logra. Humanos de buena fe, de buena voluntad, técnicos en la materia, artistas de la creatividad, profesionales de calidad y, expertos en la organización y administración, igualmente donde quiera se distinguen y se convierten en pilares básicos de todo campo de producción.

Son ellos los que han logrado el crecimiento que vivimos; gracias a ellos disfrutamos de metas alcanzadas y de beneficios en la educación, la industria, la ciencia, la fábrica, el taller; quizás no los requeridos por culpa de miserables que cobran sin producir, pero sí con la dignidad de los que luchan por un mundo mejor para todos.

Aunque si de justicia y de moralidad hablamos, no es congruente que, mientras que unos trabajan con honestidad, conscientes de su compromiso, otros se la pasan cómodamente eludiendo responsabilidades. Si todos en armonía respondiéramos con honor a nuestros deberes, otra sería la dimensión de nuestro mundo y la calidad de vida que nos rodea.

Desgraciadamente, para quienes es más cómoda la ociosidad que la laboriosidad; para quienes toman la inteligencia como coautora de sus vivezas; para quienes el quehacer es sólo exigencia para los demás, no les importa cumplir bien ni hacer el bien ni nada que se parezca a fraternidad, porque el mundo es solamente su yo y el prójimo su servidor. Por eso estamos como estamos y, de estos vivales hasta en los puestos más encumbrados los encontramos como prietitos en el arroz.

Es un deber ineludible de autoridades civiles, educativas y sociales de actuar juntos, con la decidida intervención que obliga la necesidad, desde sus centros de operación hasta la organización de labores colectivas que llevan beneficios sustanciales a sus comunidades y, se busque resaltar nuestra educación. Este compromiso sería un avance, comprometiéndonos a cumplir con el llamado de la conciencia y la responsabilidad, mejorando nuestra cultura y la de los demás. Unidos enfrentemos un combate frontal para alcanzar la formación del momento que requieren las nuevas generaciones.

No es posible, si queremos triunfar en la vida, dejar que otros respondan por nosotros y que, con actitudes mediocres, vivamos esperando migajas de las que avientan los que salen victoriosos o se les caen de la mesa. No es posible que exijamos una buena educación si no se reconoce dignamente la labor del maestro, si padece penurias, si no se le apoya y tiene que “rascarse con sus propias uñas” para encauzar una formación y sea un éxito su labor, cuando es una responsabilidad compartida y todos tenemos obligación de actuar con honor.

La falta de educación de un pueblo la sentimos en la calle, en el trato diario con los amigos, en el insolente libertinaje y las actitudes indolentes de una juventud desorientada, en la incultura ofensiva que padecemos en diversos momentos de convivencia pública, en la prepotencia de segundos mandos, en la ausencia de urbanidad de empleados, en la negligencia e ineficiencia de trabajadores, en la carencia de ética e integridad de servidores públicos, en el dejarse llevar por el criterio de los demás sin ejercer sus convicciones, en el mudar fácilmente de criterios, ideologías, doctrinas, al igual como cambiar de ropa y guiados por una conveniencia.

Una pobre educación adquirida se ve luego reflejada en el coexistir social a causa de un bajo aprovechamiento en la educación básica.

Desgraciadamente vivimos una época que adolece de buenas relaciones humanas, de amor al prójimo, de solidaridad y lucha organizada como hermanos; sólo estamos al acecho de nuestros prójimos para arrebatarles sus derechos, despojarlos de sus logros, atropellar su dignidad; en una palabra, para perjudicarlos y no dejarlos superar porque sentimos envidia y rencor de que ellos progresen y nosotros no.

Esto es un derrumbe de la educación y no hacemos nada por apuntalarla y edificar con verticalidad la obra del futuro. No dejemos que la corriente de la iniquidad arrastre con lo que nos queda de dignidad y de cultura y, solidariamente pongamos fin a esta vejación social que rauda va hacia la destrucción mundial.