/ viernes 21 de mayo de 2021

¿Tierra santa o bélica?

Al momento en que se redactan estas líneas, Israel y Hamas han pactado una tregua al conflicto que tiene en vilo a toda la zona del Medio Oriente y que se ha extendido por espacio de once días en los que ha habido casi 300 muertos y varios miles de heridos.

La población de Gaza ha sido la más golpeada durante este tiempo, tal y como ha acontecido a lo largo de las ya varias décadas de existencia de esta guerra intermitente. Desde luego, no hay que cantar victoria, pues a pesar de este presunto cese al fuego, en cualquier momento se podrían reanudar las hostilidades, pues si algo ha caracterizado a las cúpulas de ambos bandos en su radicalismo, fanatismo y alejamiento de las vías pacíficas, con resultados poco halagüeños.

Las causas del conflicto explicadas a profundidad desde luego escapan al espacio del presente texto, pero se trata de un auténtico cóctel molotov que va a medio camino entre religión, historia, cultura, sociedad, intolerancia, geopolítica, relaciones internacionales y simple y llana negación tanto del Derecho como de los derechos fundamentales. Como ha escrito Luigi Ferrajoli, y de lo cual se ha insistido mucho en estas páginas editoriales, hay razones jurídicas de peso para el pacifismo.

La guerra es la negación del Derecho, lo cual nos lleva a la siguiente interrogante: ¿Puede ser considerado el conflicto entre Israel y Palestina como el más grande fracaso de la comunidad internacional en la consecución de la paz y seguridad internacionales como los dos principales objetivos tras la segunda posguerra? Si no es así, de hecho está muy cerca, tanto por la extensión que ha tenido como las muertes que ha ocasionado.

Tanto israelíes como palestinos en las esferas de poder y de toma de decisiones tienen mucho de culpa a partir de que en 1948 tiene verificativo la llamada “nakba”, -que incluso tiene un día de conmemoración: el 15 de mayo- la catástrofe, desastre o éxodo palestino que llevó a una gran cantidad de personas musulmanas a abandonar su hogar en lo que era el Mandato Británico de Palestina. Por supuesto, la labor poco conciliadora de Estados Unidos tampoco ha abonado al diálogo; asimismo, otras potencias también han dejado mucho que desear en su actuación. Y como ya se decía, el cúmulo de la comunidad internacional ha fallado enormemente.

Sin que haya paz a lo largo y ancho del orbe, definitivamente la referida comunidad internacional que se refleja en instituciones como la Organización de las Naciones Unidas, así como el gran paradigma universal de los derechos humanos simplemente quedan reducidos a discurso, a elemento ornamental y decorativo, a pura demagogia global que demuestra la indolencia y la falta de solidaridad con millones de inocentes que han muerto o han tenido que dejar sus lugares de nacimiento, sus familias y sus comunidades, por la ambición de unos cuantos.

Tierra Santa, ese lugar sagrado para personas católicas, musulmanas y judías, en donde coexisten templos, mezquitas y sinagogas, y que por su fuerte carga histórica, simbólica, cultural y religiosa debiese ser considerada la reivindicación planetaria de la paz, ha pasado a ser una tierra bélica, pues a no muchos kilómetros de ahí se libra una guerra que azota, como las peores calamidades, a la humanidad entera, a pesar de que israelíes y sobre todo palestinos sean los principales afectados. Que impere el sentido de humanidad para poner un alto definitivo no sólo al fuego sino a más de 70 años de luchas estériles que sólo han traído muerte, desolación y pesadumbre.

Al momento en que se redactan estas líneas, Israel y Hamas han pactado una tregua al conflicto que tiene en vilo a toda la zona del Medio Oriente y que se ha extendido por espacio de once días en los que ha habido casi 300 muertos y varios miles de heridos.

La población de Gaza ha sido la más golpeada durante este tiempo, tal y como ha acontecido a lo largo de las ya varias décadas de existencia de esta guerra intermitente. Desde luego, no hay que cantar victoria, pues a pesar de este presunto cese al fuego, en cualquier momento se podrían reanudar las hostilidades, pues si algo ha caracterizado a las cúpulas de ambos bandos en su radicalismo, fanatismo y alejamiento de las vías pacíficas, con resultados poco halagüeños.

Las causas del conflicto explicadas a profundidad desde luego escapan al espacio del presente texto, pero se trata de un auténtico cóctel molotov que va a medio camino entre religión, historia, cultura, sociedad, intolerancia, geopolítica, relaciones internacionales y simple y llana negación tanto del Derecho como de los derechos fundamentales. Como ha escrito Luigi Ferrajoli, y de lo cual se ha insistido mucho en estas páginas editoriales, hay razones jurídicas de peso para el pacifismo.

La guerra es la negación del Derecho, lo cual nos lleva a la siguiente interrogante: ¿Puede ser considerado el conflicto entre Israel y Palestina como el más grande fracaso de la comunidad internacional en la consecución de la paz y seguridad internacionales como los dos principales objetivos tras la segunda posguerra? Si no es así, de hecho está muy cerca, tanto por la extensión que ha tenido como las muertes que ha ocasionado.

Tanto israelíes como palestinos en las esferas de poder y de toma de decisiones tienen mucho de culpa a partir de que en 1948 tiene verificativo la llamada “nakba”, -que incluso tiene un día de conmemoración: el 15 de mayo- la catástrofe, desastre o éxodo palestino que llevó a una gran cantidad de personas musulmanas a abandonar su hogar en lo que era el Mandato Británico de Palestina. Por supuesto, la labor poco conciliadora de Estados Unidos tampoco ha abonado al diálogo; asimismo, otras potencias también han dejado mucho que desear en su actuación. Y como ya se decía, el cúmulo de la comunidad internacional ha fallado enormemente.

Sin que haya paz a lo largo y ancho del orbe, definitivamente la referida comunidad internacional que se refleja en instituciones como la Organización de las Naciones Unidas, así como el gran paradigma universal de los derechos humanos simplemente quedan reducidos a discurso, a elemento ornamental y decorativo, a pura demagogia global que demuestra la indolencia y la falta de solidaridad con millones de inocentes que han muerto o han tenido que dejar sus lugares de nacimiento, sus familias y sus comunidades, por la ambición de unos cuantos.

Tierra Santa, ese lugar sagrado para personas católicas, musulmanas y judías, en donde coexisten templos, mezquitas y sinagogas, y que por su fuerte carga histórica, simbólica, cultural y religiosa debiese ser considerada la reivindicación planetaria de la paz, ha pasado a ser una tierra bélica, pues a no muchos kilómetros de ahí se libra una guerra que azota, como las peores calamidades, a la humanidad entera, a pesar de que israelíes y sobre todo palestinos sean los principales afectados. Que impere el sentido de humanidad para poner un alto definitivo no sólo al fuego sino a más de 70 años de luchas estériles que sólo han traído muerte, desolación y pesadumbre.