/ viernes 18 de febrero de 2022

Ucrania: Paz y diplomacia ausentes

La actual crisis que se vive entre Ucrania y Rusia -que dicho sea de paso, ha inyectado una tensión pocas veces vista en la historia reciente entre el Kremlin y Occidente- es un indicativo más de que la paz y seguridad internacionales, como grandes objetivos mundiales tras la nefasta experiencia de las dos grandes guerras del siglo pasado, simple y sencillamente no han aterrizado en un puerto que debe caracterizarse por su permanencia, estabilidad y persistencia.

Las amenazas de una invasión rusa del país con capital en Kiev han encendido las alarmas de una eventual confrontación bélica por enésima vez desde la creación de la Carta de las Naciones Unidas en 1945, la cual determinó con rotundidad en su artículo primero los propósitos ya referidos en el parágrafo anterior:

Mantener la paz y seguridad internacionales, y con dicha finalidad, “tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz”.

Para mala fortuna del planeta en su conjunto -porque cuando se quebranta la paz en un lugar, el resto del orbe sufre tarde o temprano las consecuencias-, el pacifismo, la justicia y el Derecho Internacional como directrices que plantea la Carta, al igual que otros determinados por el aludido artículo primero, tales como el fomento de relaciones de amistad entre las naciones y la realización de la cooperación internacional, han quedado fuera de la ecuación.

La disolución de la Unión Soviética en 1991, de entrada, no dejó muy bien el vínculo entre rusos y ucranianos. La muy cuestionable anexión de Crimea veintitrés años después estiró al máximo las ligas de ese vínculo, lo cual desató además los ánimos entre Moscú y Washington. Tales ánimos quedaron en entredicho, y la nueva situación de crisis los ha empeorado, con el añadido de que las principales potencias occidentales representadas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ya también han mostrado su desacuerdo.

El hecho de que la OTAN -también de un origen belicista que es necesario replantear- haya puesto a sus fuerzas en estado de alerta, es otra muestra más de que el conflicto puede escalar a proporciones insospechadas.

La voluntad política, al igual que la paz, la diplomacia, la política exterior con altura de miras y las relaciones internacionales en clave de solidaridad, son todos tópicos que sufren un desajuste estructural en el caso que se está poniendo sobra la mesa y en otros tantos.

El eminente Luigi Ferrajoli ha enseñado desde hace tiempo que la guerra es la negación del Derecho, por lo que cualquier escenario en donde se llegue a presentar un asomo, un afán o una intención belicista resulta contrario al imperio de la Constitución, la ley y los tratados internacionales.

Para decirlo en otras palabras: donde hay posibilidad de guerra, el Estado de Derecho queda erosionado seriamente.

Esperemos que el desenlace de esta historia no sea de dimensiones catastróficas. Por el bien de la comunidad internacional, un estado de cosas lo más próximo posible a la paz resulta justo y necesario. La diplomacia debe hacerse valer como herramienta al servicio de las relaciones bilaterales y multilaterales, poniendo énfasis en la defensa de los derechos, las libertades y la democracia.

La actual crisis que se vive entre Ucrania y Rusia -que dicho sea de paso, ha inyectado una tensión pocas veces vista en la historia reciente entre el Kremlin y Occidente- es un indicativo más de que la paz y seguridad internacionales, como grandes objetivos mundiales tras la nefasta experiencia de las dos grandes guerras del siglo pasado, simple y sencillamente no han aterrizado en un puerto que debe caracterizarse por su permanencia, estabilidad y persistencia.

Las amenazas de una invasión rusa del país con capital en Kiev han encendido las alarmas de una eventual confrontación bélica por enésima vez desde la creación de la Carta de las Naciones Unidas en 1945, la cual determinó con rotundidad en su artículo primero los propósitos ya referidos en el parágrafo anterior:

Mantener la paz y seguridad internacionales, y con dicha finalidad, “tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz”.

Para mala fortuna del planeta en su conjunto -porque cuando se quebranta la paz en un lugar, el resto del orbe sufre tarde o temprano las consecuencias-, el pacifismo, la justicia y el Derecho Internacional como directrices que plantea la Carta, al igual que otros determinados por el aludido artículo primero, tales como el fomento de relaciones de amistad entre las naciones y la realización de la cooperación internacional, han quedado fuera de la ecuación.

La disolución de la Unión Soviética en 1991, de entrada, no dejó muy bien el vínculo entre rusos y ucranianos. La muy cuestionable anexión de Crimea veintitrés años después estiró al máximo las ligas de ese vínculo, lo cual desató además los ánimos entre Moscú y Washington. Tales ánimos quedaron en entredicho, y la nueva situación de crisis los ha empeorado, con el añadido de que las principales potencias occidentales representadas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ya también han mostrado su desacuerdo.

El hecho de que la OTAN -también de un origen belicista que es necesario replantear- haya puesto a sus fuerzas en estado de alerta, es otra muestra más de que el conflicto puede escalar a proporciones insospechadas.

La voluntad política, al igual que la paz, la diplomacia, la política exterior con altura de miras y las relaciones internacionales en clave de solidaridad, son todos tópicos que sufren un desajuste estructural en el caso que se está poniendo sobra la mesa y en otros tantos.

El eminente Luigi Ferrajoli ha enseñado desde hace tiempo que la guerra es la negación del Derecho, por lo que cualquier escenario en donde se llegue a presentar un asomo, un afán o una intención belicista resulta contrario al imperio de la Constitución, la ley y los tratados internacionales.

Para decirlo en otras palabras: donde hay posibilidad de guerra, el Estado de Derecho queda erosionado seriamente.

Esperemos que el desenlace de esta historia no sea de dimensiones catastróficas. Por el bien de la comunidad internacional, un estado de cosas lo más próximo posible a la paz resulta justo y necesario. La diplomacia debe hacerse valer como herramienta al servicio de las relaciones bilaterales y multilaterales, poniendo énfasis en la defensa de los derechos, las libertades y la democracia.