/ sábado 13 de marzo de 2021

Un año de emergencia sanitaria global

El 11 de marzo de una anualidad tan complicada para toda la humanidad como lo fue el 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el nuevo coronavirus que había surgido meses atrás en China se había convertido en una pandemia, con todo lo que ello implica.

Como desde luego Pitágoras no miente, lo anterior representa que ya transcurrió más de un año desde que el Covid-19 se instalara como la mayor amenaza de salud pública a escala planetaria en lo que va del nuevo siglo e incluso si nos remontamos varias décadas atrás.

En razón de ello, es necesario reflexionar sobre todo aquello que han traído aparejados estos doce meses tan extraños, difíciles y amenazantes.

La vida en sociedad se ha transformado de una forma radical y nos ha puesto en alerta sobre lo que puede venir en las próximas décadas, pues es absolutamente claro que vendrán nuevos coronavirus y otro tipo de desafíos biológicos. Lo importante, en buena medida, es poner todo en su contexto y adquirir el sentido de anticipación que en esta ocasión nos faltó.

2020, ese año pandémico, no sólo no se ha desinstalado de nuestras mentes y comportamientos sino que se ha extendido al actual 2021 que se aproxima vertiginosamente al cumplimiento de su primer cuarto. Los procesos de vacunación en el mundo avanzan a un ritmo desigual, lo que ha llevado a que algunas personas calculen que todavía en 2022 habrá efectos directos y secuelas del Covid-19, por lo que la vida normal, común y corriente que teníamos antes de la enfermedad tardará en llegar, si es que alguna vez la tenemos bajo esa misma configuración y tesitura.

Hablando precisamente de las inmunizaciones, tal cuestión ha sido uno de los aspectos positivos que ha dejado la contingencia sanitaria, pues en tiempo récord los equipos científicos, médicos e investigativos más prestigiosos del orbe obtuvieron las vacunas que en otra época hubiese sido mucho más complicado lograr con tal rapidez. Es menester, en este sentido, hacer un reconocimiento a todas las personas que colaboraron en tal empresa, así como al personal médico de primera línea que cotidianamente arriesga su vida para atender a las y los infectados.

Ahora bien, y desde otra óptica, es importante poner de relieve que la pandemia también ha traído consigo múltiples escenarios negativos, pues se han acentuado las desigualdades, ha crecido el desempleo, se ha expandido el empleo informal, se han amenazado libertades públicas básicas como la libertad de expresión y de manifestación o el libre tránsito, se han extendido las pulsiones autoritarias en regímenes populistas sobre todo de ultraderecha, entre otros tópicos que es necesario poner en la balanza de la discusión en cuanto tal.

El confinamiento ha supuesto diversos retos para la convivencia al interior de las familias nucleares a lo largo y ancho del planeta y, por supuesto, tales retos han crecido exponencialmente cuando se habla de las necesidades más básicas para el desarrollo de los seres humanos; sólo por mencionar algunas de ellas, se puede traer a colación la educación, el trabajo, la alimentación y la salud en temas que no necesariamente atañan al Covid-19.

Las responsabilidades colectivas también han hecho su aparición, pues la ciudadanía ha tenido un rol capital en la expansión o contención del virus, según sea el caso. La solidaridad, el compromiso y la integridad han emergido como valores, principios, postulados, axiomas y virtudes indispensables para el tratamiento de la enfermedad y su no propagación.

Al final del día, este último año que hemos vivido no debe manifestarse sino como una poderosa llamada de atención a toda la comunidad, en el sentido de lo etéreos, volátiles y fugaces que somos. La vida puede extenderse, claro está, pero ello sólo sucederá siempre y cuando celebremos un nuevo contrato con la naturaleza y nos lo tomemos en serio. De ese tamaño es la disyuntiva.

El 11 de marzo de una anualidad tan complicada para toda la humanidad como lo fue el 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el nuevo coronavirus que había surgido meses atrás en China se había convertido en una pandemia, con todo lo que ello implica.

Como desde luego Pitágoras no miente, lo anterior representa que ya transcurrió más de un año desde que el Covid-19 se instalara como la mayor amenaza de salud pública a escala planetaria en lo que va del nuevo siglo e incluso si nos remontamos varias décadas atrás.

En razón de ello, es necesario reflexionar sobre todo aquello que han traído aparejados estos doce meses tan extraños, difíciles y amenazantes.

La vida en sociedad se ha transformado de una forma radical y nos ha puesto en alerta sobre lo que puede venir en las próximas décadas, pues es absolutamente claro que vendrán nuevos coronavirus y otro tipo de desafíos biológicos. Lo importante, en buena medida, es poner todo en su contexto y adquirir el sentido de anticipación que en esta ocasión nos faltó.

2020, ese año pandémico, no sólo no se ha desinstalado de nuestras mentes y comportamientos sino que se ha extendido al actual 2021 que se aproxima vertiginosamente al cumplimiento de su primer cuarto. Los procesos de vacunación en el mundo avanzan a un ritmo desigual, lo que ha llevado a que algunas personas calculen que todavía en 2022 habrá efectos directos y secuelas del Covid-19, por lo que la vida normal, común y corriente que teníamos antes de la enfermedad tardará en llegar, si es que alguna vez la tenemos bajo esa misma configuración y tesitura.

Hablando precisamente de las inmunizaciones, tal cuestión ha sido uno de los aspectos positivos que ha dejado la contingencia sanitaria, pues en tiempo récord los equipos científicos, médicos e investigativos más prestigiosos del orbe obtuvieron las vacunas que en otra época hubiese sido mucho más complicado lograr con tal rapidez. Es menester, en este sentido, hacer un reconocimiento a todas las personas que colaboraron en tal empresa, así como al personal médico de primera línea que cotidianamente arriesga su vida para atender a las y los infectados.

Ahora bien, y desde otra óptica, es importante poner de relieve que la pandemia también ha traído consigo múltiples escenarios negativos, pues se han acentuado las desigualdades, ha crecido el desempleo, se ha expandido el empleo informal, se han amenazado libertades públicas básicas como la libertad de expresión y de manifestación o el libre tránsito, se han extendido las pulsiones autoritarias en regímenes populistas sobre todo de ultraderecha, entre otros tópicos que es necesario poner en la balanza de la discusión en cuanto tal.

El confinamiento ha supuesto diversos retos para la convivencia al interior de las familias nucleares a lo largo y ancho del planeta y, por supuesto, tales retos han crecido exponencialmente cuando se habla de las necesidades más básicas para el desarrollo de los seres humanos; sólo por mencionar algunas de ellas, se puede traer a colación la educación, el trabajo, la alimentación y la salud en temas que no necesariamente atañan al Covid-19.

Las responsabilidades colectivas también han hecho su aparición, pues la ciudadanía ha tenido un rol capital en la expansión o contención del virus, según sea el caso. La solidaridad, el compromiso y la integridad han emergido como valores, principios, postulados, axiomas y virtudes indispensables para el tratamiento de la enfermedad y su no propagación.

Al final del día, este último año que hemos vivido no debe manifestarse sino como una poderosa llamada de atención a toda la comunidad, en el sentido de lo etéreos, volátiles y fugaces que somos. La vida puede extenderse, claro está, pero ello sólo sucederá siempre y cuando celebremos un nuevo contrato con la naturaleza y nos lo tomemos en serio. De ese tamaño es la disyuntiva.