/ lunes 4 de enero de 2021

Un Dios para todos

La solemnidad de la manifestación de Jesús, a todas las naciones, como el Mesías, Hijo de Dios y salvador del mundo y en ella se celebra la adoración de los magos de que nos habla el Evangelio que escribió Mateo y que a la letra dice:

“Cuando hubo nacido Jesús, en Belen de Judea, en el tiempo del Rey Herodes, llegaron de Oriente a Jerusalen, unos magos preguntando “¿Dónde está el Rey de los judios que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente y hemos venido a adorarlo”.

Esta verdad revelada es al mismo tiempo la narración de un hecho histórico que proporciona detalles minuciosos acerca del nacimiento de Jesús, y éstos son: La afirmación del Nacimiento de Jesús, en que tiempo sucedió, quién era y cómo se llamaba el Rey; cómo del oriente llegaron a Jerusalen aquellos hombres, peritos en astronomía y que por tener contacto con el pueblo judío, ciertamente conocían las escrituras del pueblo escogido que estaba en espera de la llegada de un Mesías meramente temporal y que, con gran poder realizaría lo que todo el pueblo judío vivamente anhelaba: sacudirse la ignominia de estar sujetos al emperador romano.

Aquellos hombres, ciertamente, sabios, emprenden su camino y al llegar a Jerusalen se informan del nacimiento del Rey de los judíos y dan la razón: Porque hemos visto su estrella en el oriente y seguramente iluminados por el Espíritu Santo están convencidos de que el Niño que ha nacido, es Dios.

La narración que hace el evangelista San Mateo, es la realización de la profecía de Isaías que muchos siglos antes, inspirado por Dios escribió: “Levanta los ojos y mira alrededor: Todos se reunen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Te inundará una multitud de camellos y dromedarios procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor.” (Isaías, 60, 4-6).

En los magos de que habla el Evangelio estaban representadas todas las naciones paganas, según lo que enseña San Pablo en su Carta a los Efesios: “también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”, por eso se les considera como “las primicias de las naciones, que sin ser de la raza judía, acogen la buena nueva de la salvación”.

En los magos aparece el llamamiento de Dios a la fe a todos los pueblos y naciones que no pertenecían a la raza judía. Es por esto que en la Epifanía o manifestación del Señor se siente la obligación de darle gracias, porque nos ha dado, sin mérito alguno, ese don precioso que junto con las virtudes de la esperanza y de la caridad nos ayudan a descubrir en los demás que es Padre.

Al hablar de la fe, debe entenderse también que es el encuentro del hombre con un Dios personal y la respuesta del hombre al Señor que lo busca. Seamos, pues, hombres de fe, de esperanza y de amor, y que nuestra diaria tarea sea cultivar, fomentar y defender cada una de estas virtudes, pero sobretodo la caridad que es amor y que sean como una antorcha que a todos ilumine y fortalezca en su diario peregrinar al Padre.

La solemnidad de la manifestación de Jesús, a todas las naciones, como el Mesías, Hijo de Dios y salvador del mundo y en ella se celebra la adoración de los magos de que nos habla el Evangelio que escribió Mateo y que a la letra dice:

“Cuando hubo nacido Jesús, en Belen de Judea, en el tiempo del Rey Herodes, llegaron de Oriente a Jerusalen, unos magos preguntando “¿Dónde está el Rey de los judios que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente y hemos venido a adorarlo”.

Esta verdad revelada es al mismo tiempo la narración de un hecho histórico que proporciona detalles minuciosos acerca del nacimiento de Jesús, y éstos son: La afirmación del Nacimiento de Jesús, en que tiempo sucedió, quién era y cómo se llamaba el Rey; cómo del oriente llegaron a Jerusalen aquellos hombres, peritos en astronomía y que por tener contacto con el pueblo judío, ciertamente conocían las escrituras del pueblo escogido que estaba en espera de la llegada de un Mesías meramente temporal y que, con gran poder realizaría lo que todo el pueblo judío vivamente anhelaba: sacudirse la ignominia de estar sujetos al emperador romano.

Aquellos hombres, ciertamente, sabios, emprenden su camino y al llegar a Jerusalen se informan del nacimiento del Rey de los judíos y dan la razón: Porque hemos visto su estrella en el oriente y seguramente iluminados por el Espíritu Santo están convencidos de que el Niño que ha nacido, es Dios.

La narración que hace el evangelista San Mateo, es la realización de la profecía de Isaías que muchos siglos antes, inspirado por Dios escribió: “Levanta los ojos y mira alrededor: Todos se reunen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Te inundará una multitud de camellos y dromedarios procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor.” (Isaías, 60, 4-6).

En los magos de que habla el Evangelio estaban representadas todas las naciones paganas, según lo que enseña San Pablo en su Carta a los Efesios: “también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”, por eso se les considera como “las primicias de las naciones, que sin ser de la raza judía, acogen la buena nueva de la salvación”.

En los magos aparece el llamamiento de Dios a la fe a todos los pueblos y naciones que no pertenecían a la raza judía. Es por esto que en la Epifanía o manifestación del Señor se siente la obligación de darle gracias, porque nos ha dado, sin mérito alguno, ese don precioso que junto con las virtudes de la esperanza y de la caridad nos ayudan a descubrir en los demás que es Padre.

Al hablar de la fe, debe entenderse también que es el encuentro del hombre con un Dios personal y la respuesta del hombre al Señor que lo busca. Seamos, pues, hombres de fe, de esperanza y de amor, y que nuestra diaria tarea sea cultivar, fomentar y defender cada una de estas virtudes, pero sobretodo la caridad que es amor y que sean como una antorcha que a todos ilumine y fortalezca en su diario peregrinar al Padre.