/ miércoles 25 de septiembre de 2019

Un verdadero maestro del arte

Francisco Toledo, uno de los artistas más destacados del país, defensor de los derechos humanos y del patrimonio artístico de Oaxaca, diluyó los límites de diversos campos del conocimiento y la creación artística, volvió porosas las fronteras entre las artes visuales, la literatura, el diseño, la artesanía, la arquitectura, el juego, la enseñanza, el activismo social y la ecología.

Nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1940, desde muy pequeño demostró una especial habilidad para el dibujo, y su padre alentó esa temprana tendencia al ceder a sus colores las paredes de la casa y su abuelo Benjamín, zapatero del pueblo de Ixtepec, multiplicó su imaginación con salidas campestres en busca de resina vegetal, perladas de relatos populares en los que los seres fantásticos se entremezclaban con todo tipo de animales y personajes legendarios.

A los 14 años inició sus estudios artísticos en el taller de grabado de Arturo García Bustos, luego ingresó al Taller Libre de Grabado en la Escuela de Diseño y Artesanías del INBA; en 1959 exhibió sus obras en la Galería Antonio Souza y en el Fort Worth Center, en Texas. En 1960 viajó a París, donde profundizó en técnicas de grabado, conoció museos, galerías, artistas y escritores que cambiaron su visión del arte, regresó a México en 1965 con una nueva perspectiva ideológica y estética que incorporará en sus obras.

Su mayor influencia provino de los códices que recogieron los símbolos prehispánicos: Con todas sus formas rabiosamente contemporáneas, el artista se convirtió en “tlacuilo”, un moderno e ilustre pintor de códices, y en “chamán” dispuesto a purificar el espíritu para devolver el goce al cuerpo.

Toledo recuperó técnicas antiguas e investiga con otras nuevas, tanto en la pintura como en la escultura y la cerámica. Diseña tapices que realiza con los artesanos de Teotitlán del Valle. El color y la riqueza étnica y cultural de Oaxaca catalizaron su creatividad y su obra, como la de tantos otros artistas plásticos locales y extranjeros.

En 1977 viajó a Nueva York, ciudad a la que regresó en 1981 para ampliar sus técnicas en la cerámica. Un año antes, el Museo de Arte Moderno de México había organizado una gran exposición retrospectiva de su obra. En 1983 presentó el libro de grabados originales El inicio, empezando también una larga carrera como editor.

Trabajó con extraordinario colorismo la acuarela, el óleo, el gouache y el fresco, pero también la litografía, el grabado, el diseño de tapices, la cerámica o la escultura en piedra, madera y cera, buscando siempre renovar formas y técnicas, y como hombre comprometido con sus orígenes indígenas, se convirtió en uno de los máximos promotores de la defensa del patrimonio artístico del estado de Oaxaca.

Los animales a través de los que Toledo reflejó su apreciación estética de la naturaleza no se asociaron con la belleza al ser insectos, serpientes, sapos, iguanas, murciélagos y trasladó la rica imaginería que caracteriza su obra a estos objetos, empezando por una zoología fantástica que probablemente se desprendió del conjunto de acuarelas que hizo en 1983, para ilustrar un libro homónimo de Jorge Luis Borges.

El maestro trabajó de un modo obsesivo las texturas y los materiales, tales como la arena o el papel amate así como la maestría con la que materializa su creación consiguen el efecto de que su obra parezca vibrar como si la criatura híbrida de animal y hombre, o el insecto, o la iguana o cualquiera de sus seres tropicales pugnaran por cobrar vida real. Esa sensación inquietante que percibe el observador de la obra acaba por meterlo irremisiblemente en la visión, en el realismo fantástico del autor.

Observador, crítico y ecologista, su obra es también una denuncia de la deforestación y la destrucción de la naturaleza. En 2003, el artista presentó “Matando la muerte”, grabados de cañones disparando contra esqueletos.

Toledo creó en Etla, un Taller de Papel de materiales orgánicos que da trabajo a la población y rescató parte de una factoría de hilados y en la ciudad de Oaxaca, abrió un cine club gratuito, El Pochote, con muros recubiertos con sus bajorrelieves.

El artista fundó el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), que cuenta con el mayor acervo de obra gráfica de creadores internacionales y una completa biblioteca de arte, además de publicar El Alcaraván, una revista imprescindible en el mundo del grabado.

Promovió también la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), inaugurado en 1992 y ubicado en la denominada Casa de Cortés, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo y el Museo de los Pintores, así como la restauración del emblemático monasterio agustino donde funciona ahora el Centro Cultural Santo Domingo. Con su biblioteca, rescató también las labores de encuadernación y cuidado de los libros, potenció el mundo cultural y las posibilidades artísticas de los invidentes con bibliotecas, exposiciones palpables o escuelas de arte y fotografía; lleva libros a las cárceles.

Casi siempre desaliñado y tras su muerte el pasado 5 de septiembre, Francisco Toledo se convirtió como su obra, en símbolo y expresión de los más profundos mitos de México, y eso, lo hace inmortal.

Francisco Toledo, uno de los artistas más destacados del país, defensor de los derechos humanos y del patrimonio artístico de Oaxaca, diluyó los límites de diversos campos del conocimiento y la creación artística, volvió porosas las fronteras entre las artes visuales, la literatura, el diseño, la artesanía, la arquitectura, el juego, la enseñanza, el activismo social y la ecología.

Nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1940, desde muy pequeño demostró una especial habilidad para el dibujo, y su padre alentó esa temprana tendencia al ceder a sus colores las paredes de la casa y su abuelo Benjamín, zapatero del pueblo de Ixtepec, multiplicó su imaginación con salidas campestres en busca de resina vegetal, perladas de relatos populares en los que los seres fantásticos se entremezclaban con todo tipo de animales y personajes legendarios.

A los 14 años inició sus estudios artísticos en el taller de grabado de Arturo García Bustos, luego ingresó al Taller Libre de Grabado en la Escuela de Diseño y Artesanías del INBA; en 1959 exhibió sus obras en la Galería Antonio Souza y en el Fort Worth Center, en Texas. En 1960 viajó a París, donde profundizó en técnicas de grabado, conoció museos, galerías, artistas y escritores que cambiaron su visión del arte, regresó a México en 1965 con una nueva perspectiva ideológica y estética que incorporará en sus obras.

Su mayor influencia provino de los códices que recogieron los símbolos prehispánicos: Con todas sus formas rabiosamente contemporáneas, el artista se convirtió en “tlacuilo”, un moderno e ilustre pintor de códices, y en “chamán” dispuesto a purificar el espíritu para devolver el goce al cuerpo.

Toledo recuperó técnicas antiguas e investiga con otras nuevas, tanto en la pintura como en la escultura y la cerámica. Diseña tapices que realiza con los artesanos de Teotitlán del Valle. El color y la riqueza étnica y cultural de Oaxaca catalizaron su creatividad y su obra, como la de tantos otros artistas plásticos locales y extranjeros.

En 1977 viajó a Nueva York, ciudad a la que regresó en 1981 para ampliar sus técnicas en la cerámica. Un año antes, el Museo de Arte Moderno de México había organizado una gran exposición retrospectiva de su obra. En 1983 presentó el libro de grabados originales El inicio, empezando también una larga carrera como editor.

Trabajó con extraordinario colorismo la acuarela, el óleo, el gouache y el fresco, pero también la litografía, el grabado, el diseño de tapices, la cerámica o la escultura en piedra, madera y cera, buscando siempre renovar formas y técnicas, y como hombre comprometido con sus orígenes indígenas, se convirtió en uno de los máximos promotores de la defensa del patrimonio artístico del estado de Oaxaca.

Los animales a través de los que Toledo reflejó su apreciación estética de la naturaleza no se asociaron con la belleza al ser insectos, serpientes, sapos, iguanas, murciélagos y trasladó la rica imaginería que caracteriza su obra a estos objetos, empezando por una zoología fantástica que probablemente se desprendió del conjunto de acuarelas que hizo en 1983, para ilustrar un libro homónimo de Jorge Luis Borges.

El maestro trabajó de un modo obsesivo las texturas y los materiales, tales como la arena o el papel amate así como la maestría con la que materializa su creación consiguen el efecto de que su obra parezca vibrar como si la criatura híbrida de animal y hombre, o el insecto, o la iguana o cualquiera de sus seres tropicales pugnaran por cobrar vida real. Esa sensación inquietante que percibe el observador de la obra acaba por meterlo irremisiblemente en la visión, en el realismo fantástico del autor.

Observador, crítico y ecologista, su obra es también una denuncia de la deforestación y la destrucción de la naturaleza. En 2003, el artista presentó “Matando la muerte”, grabados de cañones disparando contra esqueletos.

Toledo creó en Etla, un Taller de Papel de materiales orgánicos que da trabajo a la población y rescató parte de una factoría de hilados y en la ciudad de Oaxaca, abrió un cine club gratuito, El Pochote, con muros recubiertos con sus bajorrelieves.

El artista fundó el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), que cuenta con el mayor acervo de obra gráfica de creadores internacionales y una completa biblioteca de arte, además de publicar El Alcaraván, una revista imprescindible en el mundo del grabado.

Promovió también la creación del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), inaugurado en 1992 y ubicado en la denominada Casa de Cortés, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo y el Museo de los Pintores, así como la restauración del emblemático monasterio agustino donde funciona ahora el Centro Cultural Santo Domingo. Con su biblioteca, rescató también las labores de encuadernación y cuidado de los libros, potenció el mundo cultural y las posibilidades artísticas de los invidentes con bibliotecas, exposiciones palpables o escuelas de arte y fotografía; lleva libros a las cárceles.

Casi siempre desaliñado y tras su muerte el pasado 5 de septiembre, Francisco Toledo se convirtió como su obra, en símbolo y expresión de los más profundos mitos de México, y eso, lo hace inmortal.