/ miércoles 28 de noviembre de 2018

Una amistad real está basada en el aprecio sincero y honrado

La falta de cultura sicológica, de empatía, de caridad y de la tensión en general con la que se vive en estos días, imposibilitan una adecuada relación humana con nuestros semejantes.

Todos hemos observado que, sin saber por qué, nos invade un sentimiento de benevolencia o de aversión hacia determinadas personas, como si una callada intuición nos animara a confiarnos en unas y nos alertara a cuidarnos de otras.

Puede haber motivos específicos como: la armonía o desequilibrio en el trabajo, inconvenientes en el hogar, personas indiferentes, la equidad o la discriminación, los partidismos o antagonismos políticos, problemas con vecinos y, muchas más causas. La amistad sincera se da sin reservas a uno o más prójimos en correspondencia a una simpatía o amabilidad que demuestran por nosotros. Algunas veces hacemos amistades por comunión de ideas o de aficiones sin examinar la conducta de nuestros amigos y, luego suele suceder que el que parecía ser el mejor de ellos, nos produce una gran decepción cuando con buena fe habíamos depositado en él toda nuestra confianza.

La amistad o sana convivencia ha perdido su buena comunicación dado que estamos viviendo una considerable crisis de valores e igual da si se trata de la relación entre esposos, padres e hijos, hermanos, amigos o compañeros de trabajo. La falta de cultura sicológica, de empatía, de caridad y de la tensión en general con la que se vive en estos días, imposibilitan una adecuada relación humana con nuestros semejantes.

Es a través de la comprensión que lograremos mejorar enormemente nuestras relaciones; muchos son los malos entendidos que podemos evitar. Lo que puede ser obvio o lógico para unos, no necesariamente lo es para otros.

Cuando tratamos de comprendernos, se genera un ambiente de empatía que es como ponernos en los zapatos de los demás. De todos es la obligación de relacionarnos armónicamente, basados en la unidad y el compromiso; ¿de qué sirve pues el avance tecnológico tan sorprendente si por el contrario hay un gran retroceso en nuestras relaciones como seres humanos?

La amistad debe predominar sobre la enemistad o la simple aversión y, por lo que respecta al trato social en el que todos cultivan la amistad de todos, es muy saludable suavizar las relaciones humanas y evitar en lo común que sean ásperas y agresivas, buscando la cordialidad posible y desenvolverse dentro de correspondientes reglas de sociabilidad.

Cuando se tiene que tratar con mucha gente se puede observar que un grande porcentaje lo forman personas alocadas, impulsivas, emocionales o de muy estrecho criterio, erizadas de prejuicios o supersticiones, sin ninguna consistencia en sus promesas o propósitos y, con frecuencia infectadas por teorías ilógicas o absurdas.

En pro de una necesaria convivencia social, es aquí, para iniciar una amistad, que debemos actuar con inteligencia; a fin de no herir su amor propio ni la vanidad aunque veamos que están fuera de la razón. Poco a poco y después, vamos cultivando con mucha fe su transformación.

Cada quien en su radio de acción y en el ramo de su especialidad, abriga un profundo deseo de sentirse importante. En consecuencia, con perspicacia y educación, reconozcamos en cada quien la importancia que tiene o cree tener.

Tal como está el mundo en la actualidad, plagado de egoístas, ambiciosos y amigos de lo ajeno, cuando aparece una persona que ayuda y sirve a los demás con buena voluntad, es solicitada por todos, así sea un barrendero, un médico, un político o un abogado.

A todo mundo le agrada que sus cualidades sean reconocidas por los demás. Si un joven es un buen futbolista, tiene gran envanecimiento en demostrarlo. Sólo que hay que alimentar en nuestros amigos y conocidos su propia estima con elogios sinceros que habrán de recordar toda su vida. Entre el aprecio verdadero y la adulación falsa hay una diferencia tan grande como entre el amor y el engaño.

No solamente existen los amigos de carne y hueso, sino también los que están formados con páginas instructivas, estimulantes y llenas de excelentes sugestiones y consejos. Los buenos libros suelen superar a los verdaderos amigos: lo que han sido ayer, lo siguen haciendo hoy y continuarán haciéndolo mañana, porque son los más pacientes maestros y los más fieles compañeros.

No nos dan la espalda en tiempos de adversidad ni sienten envidia cuando nos ven triunfar; compañeros en la soledad, en las preocupaciones, en la necesidad y hasta en el trabajo mismo; la riqueza que contienen no puede nada igualarla por el bien que nos hacen.

Nos atienden siempre con la misma voluntad, nos dan instrucción y autodeterminación en la juventud y, consuelo y alivio en la vejez; porque contienen un mundo sustancial lleno de sabiduría, de bondad y de pureza, promoviendo nuestra elevación espiritual, nuestra superación económica y nuestras mejores cualidades morales.


La falta de cultura sicológica, de empatía, de caridad y de la tensión en general con la que se vive en estos días, imposibilitan una adecuada relación humana con nuestros semejantes.

Todos hemos observado que, sin saber por qué, nos invade un sentimiento de benevolencia o de aversión hacia determinadas personas, como si una callada intuición nos animara a confiarnos en unas y nos alertara a cuidarnos de otras.

Puede haber motivos específicos como: la armonía o desequilibrio en el trabajo, inconvenientes en el hogar, personas indiferentes, la equidad o la discriminación, los partidismos o antagonismos políticos, problemas con vecinos y, muchas más causas. La amistad sincera se da sin reservas a uno o más prójimos en correspondencia a una simpatía o amabilidad que demuestran por nosotros. Algunas veces hacemos amistades por comunión de ideas o de aficiones sin examinar la conducta de nuestros amigos y, luego suele suceder que el que parecía ser el mejor de ellos, nos produce una gran decepción cuando con buena fe habíamos depositado en él toda nuestra confianza.

La amistad o sana convivencia ha perdido su buena comunicación dado que estamos viviendo una considerable crisis de valores e igual da si se trata de la relación entre esposos, padres e hijos, hermanos, amigos o compañeros de trabajo. La falta de cultura sicológica, de empatía, de caridad y de la tensión en general con la que se vive en estos días, imposibilitan una adecuada relación humana con nuestros semejantes.

Es a través de la comprensión que lograremos mejorar enormemente nuestras relaciones; muchos son los malos entendidos que podemos evitar. Lo que puede ser obvio o lógico para unos, no necesariamente lo es para otros.

Cuando tratamos de comprendernos, se genera un ambiente de empatía que es como ponernos en los zapatos de los demás. De todos es la obligación de relacionarnos armónicamente, basados en la unidad y el compromiso; ¿de qué sirve pues el avance tecnológico tan sorprendente si por el contrario hay un gran retroceso en nuestras relaciones como seres humanos?

La amistad debe predominar sobre la enemistad o la simple aversión y, por lo que respecta al trato social en el que todos cultivan la amistad de todos, es muy saludable suavizar las relaciones humanas y evitar en lo común que sean ásperas y agresivas, buscando la cordialidad posible y desenvolverse dentro de correspondientes reglas de sociabilidad.

Cuando se tiene que tratar con mucha gente se puede observar que un grande porcentaje lo forman personas alocadas, impulsivas, emocionales o de muy estrecho criterio, erizadas de prejuicios o supersticiones, sin ninguna consistencia en sus promesas o propósitos y, con frecuencia infectadas por teorías ilógicas o absurdas.

En pro de una necesaria convivencia social, es aquí, para iniciar una amistad, que debemos actuar con inteligencia; a fin de no herir su amor propio ni la vanidad aunque veamos que están fuera de la razón. Poco a poco y después, vamos cultivando con mucha fe su transformación.

Cada quien en su radio de acción y en el ramo de su especialidad, abriga un profundo deseo de sentirse importante. En consecuencia, con perspicacia y educación, reconozcamos en cada quien la importancia que tiene o cree tener.

Tal como está el mundo en la actualidad, plagado de egoístas, ambiciosos y amigos de lo ajeno, cuando aparece una persona que ayuda y sirve a los demás con buena voluntad, es solicitada por todos, así sea un barrendero, un médico, un político o un abogado.

A todo mundo le agrada que sus cualidades sean reconocidas por los demás. Si un joven es un buen futbolista, tiene gran envanecimiento en demostrarlo. Sólo que hay que alimentar en nuestros amigos y conocidos su propia estima con elogios sinceros que habrán de recordar toda su vida. Entre el aprecio verdadero y la adulación falsa hay una diferencia tan grande como entre el amor y el engaño.

No solamente existen los amigos de carne y hueso, sino también los que están formados con páginas instructivas, estimulantes y llenas de excelentes sugestiones y consejos. Los buenos libros suelen superar a los verdaderos amigos: lo que han sido ayer, lo siguen haciendo hoy y continuarán haciéndolo mañana, porque son los más pacientes maestros y los más fieles compañeros.

No nos dan la espalda en tiempos de adversidad ni sienten envidia cuando nos ven triunfar; compañeros en la soledad, en las preocupaciones, en la necesidad y hasta en el trabajo mismo; la riqueza que contienen no puede nada igualarla por el bien que nos hacen.

Nos atienden siempre con la misma voluntad, nos dan instrucción y autodeterminación en la juventud y, consuelo y alivio en la vejez; porque contienen un mundo sustancial lleno de sabiduría, de bondad y de pureza, promoviendo nuestra elevación espiritual, nuestra superación económica y nuestras mejores cualidades morales.