/ jueves 15 de noviembre de 2018

Universidad y ciudadanía

“El debate permanente es el único antídoto contra la manipulación de la opinión”.- Albert Jacquard.

En esta nueva entrega de “Universidad y ciudadanía” hablaremos sobre la necesidad de contrastar ideas para construir un proyecto genuino de Universidad, uno que definitivamente pueda reivindicarse como alternativa transformadora en el corto, mediano y largo plazo, lo cual se acentúa aún más en una Universidad pública como nuestra Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED), en ocasión del reciente foro entre los candidatos a ocupar la Rectoría de la máxima casa de estudios en la entidad para el periodo 2018-2024.

Si le apostamos a la democracia, hay que hacerlo en serio y con todas sus letras, no nada más en el terreno retórico.

Este ejercicio fue una muestra democrática contundente de que la deliberación es una llave para la civilidad política y viceversa. El debate es esencial en democracia, pues sólo a partir de ello es factible construir un escenario comparativo que permita reflexionar como se debe, construir una opinión informada y decantarse por alguna opción en específico. La cultura del debate tendría que resaltar en cualquier proceso de elecciones y fungir como un instrumento que, a partir de la altura de miras, posibilite espacios de acción mirando hacia delante.

Desafortunadamente, la exigua cultura política de los partidos y la clase política en México ha propiciado una erosión en los cometidos, los alcances y la calidad de los debates. Brillan por su ausencia las ideas, las alternativas tangibles y las propuestas viables, privilegiando los ataques personales, las campañas negras y los señalamientos que a nada práctico conducen en la realidad, lo cual redunda en un desencanto de la ciudadanía y de la sociedad civil no sólo con estos utensilios discursivos y argumentativos sino con el sistema democrático por entero.

Por eso es de celebrar que en ámbitos como los centros de estudios superiores se ponga de manifiesto la necesidad de debatir, en donde la forma es fondo. La responsabilidad, la civilidad y la objetividad son algunos de los elementos que deberían saltar a la vista en cualquier interlocución de este tipo, por lo que su fomento debe ser una asignación compartida.

A partir del debate, definitivamente, surgen ideas para la acción. Un sufragio, ni duda cabe, es un acto de responsabilidad, y justo en esa responsabilidad conviene optar por una propuesta u otra tomando como referencia elementos concretos y objetivos que sólo pueden surgir a partir de la contrastación de constructos. El debate, definitivamente, nutre. El debate debe llevarse a cabo con altura de miras, más cuando tiene verificativo al interior de las Universidades, pues debe tenerse en consideración, en todo momento, que es en el seno de éstos en donde se forma a los profesionistas de hoy y de mañana. La Universidad diagrama, proporciona y proyecta modelos sociales, así como determinadas pautas de comportamiento particular, por lo que un escenario de ventilación propositiva no es para nada un asunto menor sino todo lo contrario.

Un proyecto de Universidad, tal y como se ha venido comentando últimamente en este mismo espacio editorial y en las múltiples formas que el de la voz ha tenido para interactuar con la comunidad universitaria -estudiantes, profesores, directivos y personal administrativo- en las últimas semanas, requiere de la unidad, la inclusión y el trabajo en equipo una vez que se hayan diferenciado los distintos programas que se ofrecen para lo que viene.

Las universidades en general y la UJED en lo particular precisan de un trabajo colegiado que tiene como uno de sus suministros al debate, más allá de las coyunturas electorales. Dado que la Universidad es el espacio de lo universal, de lo diverso, de lo plural y de lo heterogéneo, en sus pasillos se debate, se discute y se entrecruzan ideas por antonomasia.

Reiterando lo dicho, debatir, disentir y consensuar son armas de una sociedad democrática en la vida pública.

La democracia, no lo olvidemos, debe ponerse de manifiesto en los distintos sectores de la vida colectiva, siempre con la razón como estandarte. Esto es de subrayar aún más cuando hablamos de las Universidades, que son los sitios críticos, intelectuales y de formación de la inventiva social.

En todo este influjo, desde luego, no escapa la UJED, que tiene ante sí la gran oportunidad de articularse como algo a seguir en el contexto nacional e incluso internacional. La conclusión no debe ser otra: Es menester seguir debatiendo y aportando a la democratización de México.


*El autor es encargado del Despacho de la Rectoría de la UJED. Su opinión es estrictamente personal y no representa necesariamente la postura institucional de la Universidad.


“El debate permanente es el único antídoto contra la manipulación de la opinión”.- Albert Jacquard.

En esta nueva entrega de “Universidad y ciudadanía” hablaremos sobre la necesidad de contrastar ideas para construir un proyecto genuino de Universidad, uno que definitivamente pueda reivindicarse como alternativa transformadora en el corto, mediano y largo plazo, lo cual se acentúa aún más en una Universidad pública como nuestra Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED), en ocasión del reciente foro entre los candidatos a ocupar la Rectoría de la máxima casa de estudios en la entidad para el periodo 2018-2024.

Si le apostamos a la democracia, hay que hacerlo en serio y con todas sus letras, no nada más en el terreno retórico.

Este ejercicio fue una muestra democrática contundente de que la deliberación es una llave para la civilidad política y viceversa. El debate es esencial en democracia, pues sólo a partir de ello es factible construir un escenario comparativo que permita reflexionar como se debe, construir una opinión informada y decantarse por alguna opción en específico. La cultura del debate tendría que resaltar en cualquier proceso de elecciones y fungir como un instrumento que, a partir de la altura de miras, posibilite espacios de acción mirando hacia delante.

Desafortunadamente, la exigua cultura política de los partidos y la clase política en México ha propiciado una erosión en los cometidos, los alcances y la calidad de los debates. Brillan por su ausencia las ideas, las alternativas tangibles y las propuestas viables, privilegiando los ataques personales, las campañas negras y los señalamientos que a nada práctico conducen en la realidad, lo cual redunda en un desencanto de la ciudadanía y de la sociedad civil no sólo con estos utensilios discursivos y argumentativos sino con el sistema democrático por entero.

Por eso es de celebrar que en ámbitos como los centros de estudios superiores se ponga de manifiesto la necesidad de debatir, en donde la forma es fondo. La responsabilidad, la civilidad y la objetividad son algunos de los elementos que deberían saltar a la vista en cualquier interlocución de este tipo, por lo que su fomento debe ser una asignación compartida.

A partir del debate, definitivamente, surgen ideas para la acción. Un sufragio, ni duda cabe, es un acto de responsabilidad, y justo en esa responsabilidad conviene optar por una propuesta u otra tomando como referencia elementos concretos y objetivos que sólo pueden surgir a partir de la contrastación de constructos. El debate, definitivamente, nutre. El debate debe llevarse a cabo con altura de miras, más cuando tiene verificativo al interior de las Universidades, pues debe tenerse en consideración, en todo momento, que es en el seno de éstos en donde se forma a los profesionistas de hoy y de mañana. La Universidad diagrama, proporciona y proyecta modelos sociales, así como determinadas pautas de comportamiento particular, por lo que un escenario de ventilación propositiva no es para nada un asunto menor sino todo lo contrario.

Un proyecto de Universidad, tal y como se ha venido comentando últimamente en este mismo espacio editorial y en las múltiples formas que el de la voz ha tenido para interactuar con la comunidad universitaria -estudiantes, profesores, directivos y personal administrativo- en las últimas semanas, requiere de la unidad, la inclusión y el trabajo en equipo una vez que se hayan diferenciado los distintos programas que se ofrecen para lo que viene.

Las universidades en general y la UJED en lo particular precisan de un trabajo colegiado que tiene como uno de sus suministros al debate, más allá de las coyunturas electorales. Dado que la Universidad es el espacio de lo universal, de lo diverso, de lo plural y de lo heterogéneo, en sus pasillos se debate, se discute y se entrecruzan ideas por antonomasia.

Reiterando lo dicho, debatir, disentir y consensuar son armas de una sociedad democrática en la vida pública.

La democracia, no lo olvidemos, debe ponerse de manifiesto en los distintos sectores de la vida colectiva, siempre con la razón como estandarte. Esto es de subrayar aún más cuando hablamos de las Universidades, que son los sitios críticos, intelectuales y de formación de la inventiva social.

En todo este influjo, desde luego, no escapa la UJED, que tiene ante sí la gran oportunidad de articularse como algo a seguir en el contexto nacional e incluso internacional. La conclusión no debe ser otra: Es menester seguir debatiendo y aportando a la democratización de México.


*El autor es encargado del Despacho de la Rectoría de la UJED. Su opinión es estrictamente personal y no representa necesariamente la postura institucional de la Universidad.