/ sábado 2 de noviembre de 2019

La celebración del Día de Muertos

Tradición de más de cuatro siglos, llegó como parte del proceso evangelizador de la Conquista, señala el cronista Javier Guerrero Romero

La tradición de celebrar el día de muertos en Durango data del año 1561, dos años antes de la fundación de la ciudad, y llegó como parte del proceso evangelizador de la Conquista.

Esta conmemoración forma parte del calendario anual de la religión católica y en inicio, su inducción en la cultura local se llevó cabo por los frailes franciscanos a través de representaciones escénicas, teatrales, como se hacían en los coloquios decembrinos o en Semana Santa, esto dada la dificultad de comunicación al no hablar el mismo idioma.

Javier Guerrero Romero, cronista de la ciudad de Durango, explica lo anterior en el marco de la charla de la edición de esta semana del programa “Rostros… la otra cara de la moneda”, que transmite El Sol de Durango a través de su plataforma de Facebook Live cada ocho días, y ahora a propósito de la usanza en esta fecha del 2 de noviembre, hablamos del Día de Muertos.

En la narración el historiador, aclara que lo que hoy se vive a partir de aquella culturización desarrollada por la Conquista nada tiene qué ver con la celebración a los muertos de los grupos nativos de esta tierra. No se celebraba ni en las mismas fechas ni de la misma manera. No hubo una fusión cultural con las tradiciones indígenas locales, porque éstos fueron desplazados, no trajeron consigo sus costumbres.

Luego, los indios que llegaron con la conquista, mexicas, tarascos y tlaxcaltecas, aunque traían sus tradiciones particulares, no permearon con la tradición mestiza que se estableció en Durango, por tanto, la usanza local fue más europea, la más pura tradición judeocristiana.

Con respecto la costumbre de los altares de muertos, el cronista de la ciudad explica que éstos obedecen a una política cultural del Estado mexicano.

ALTARES DE MUERTO

En los años 70, con la creación de la Subsecretaría de Cultura de la SEP, se produce un programa intenso de promoción de la identidad nacional. Entonces, se determina que el día de muertos se debe celebrar en todo el país de una forma similar.

Por tanto, capacita a maestros de todo el país en la elaboración de los “verdaderos” altares de muerto que se tienen que comenzar a colocar para estas fechas en todo México.

Esta costumbre comienza pues, en las escuelas en la década de los 70, una tradición del centro del país que nada tiene que ver con la tradición duranguense o local.

En este tiempo, las décadas de los años 70 y 80, se da la coincidencia del retorno de los braceros desde Estados Unidos, quienes por su parte traen la práctica del Halloween, una costumbre sajona-estadounidense del día de brujas.

En los últimos 50 años ocurre por tanto la fusión de la cultura local con la costumbre proveniente del centro del país y luego, con la noche de brujas.

Al abundar sobre la tradición local, el cronista explica que ésta es muy sencilla:

Dado el aislamiento eterno de la ciudad de Durango, era muy difícil hacerse de cosas sofisticadas para esta celebración, de tal forma que la costumbre marcó, por una parte, la visita a los difuntos a los panteones, limpiar la tumba porque es la casa; llevar la comida que le gustaba al difunto y además comer y beber con él o con ella. Pero más, la colocación de una ofrenda de flores de papel, porque aquí no se producían flores naturales y traerlas de otra parte resultaba complicado por la incomunicación.

Hoy se utilizan más las flores naturales, por una parte porque sí hay cultivo local, pero además porque es muy fácil ahora el corte de la flor en el estado de Morelos por la tarde y por la mañana ya estar a disposición del cliente para su uso aquí. Esto no significa que haya terminado la costumbre de la flor de papel, aún muchas familias las utilizan.

PANTEONES DE DURANGO

Hasta antes de 1861, las inmediaciones y el interior de los templos religiosos católicos se utilizaban como panteones.

La tradición judeocristiana marcaba la ubicación de los cuerpos en un campo santo, de ahí el sinónimo de cementerio utilizado hoy.

El sentido de sepultar a los alrededor de las iglesias era precisamente que el cuerpo de aquel miembro de una familia creyente estuviera protegido dentro de un camposanto.

Luego, las Leyes de Reforma, que indican la separación de la religión y el Estado, prohíben más sepulcros en los templos. No obstante, como siempre ocurre, hubo renuencia de la gente a acatar la nueva legislación. Se continuó la práctica, pues el pueblo quería depositar los restos de sus seres queridos en suelo sagrado.

No obstante, pasados algunos años, el arzobispo Zubiría en acuerdo con el gobierno de entonces, bendice el cementerio y se convierte en camposanto laico. Además se construye una capilla, que le da más solemnidad religiosa al terreno. Entonces la comunidad se convence de utilizar esos espacios y comienza una población más acelerada del hoy Panteón de Oriente. Ahí nace la tradición local ya comentada, una costumbre joven, de apenas algunos 150 años.

Los panteones atriales más conocidos son el del templo de San Francisco, que es el cruce de las calles Francisco I. Madero y entre 5 de Febrero y 20 de Noviembre. Luego, el de Analco, ubicado también en sus inmediaciones, que fue el panteón del pueblo de indios.

Más tarde se utilizaron como cementerio los alrededores de Santa Ana. En la parte norte estuvieron los panteones de Los Pobres o cuadro de San Mateo, para la gente que no tenía recursos para pagar a la iglesia los servicios funerarios, y de Los Ricos o el cuadro de Nuestra Señora del Carmen, que hoy es un inmueble que se conserva y que alberga un taller de mofles.

Otros panteones en la ciudad, destaca el de Los Presos, ubicado en la zona del hoy fraccionamiento Acereros, aunque éste abarcaba hasta la zona de las colonias Méndez y San Martín, en el norte citadino. Se llamaba de esta forma porque en él trabajaban los huéspedes de la penitenciaría.

Luego, el panteón de Epidemias. Éste se ubicó en la parte poniente del Cerro de Mercado, a escasa distancia del ahora panteón Valle de los Sabinos y llevó esa denominación, porque fue utlizado precisamente para sepultar a las víctima de terribles epidemias que atacaron Durango los siglos anteriores y de las cuales, con mayor detalles el cronista de la ciudad Javier Guerrero Romero nos hablará en posterior entrega.

La tradición de celebrar el día de muertos en Durango data del año 1561, dos años antes de la fundación de la ciudad, y llegó como parte del proceso evangelizador de la Conquista.

Esta conmemoración forma parte del calendario anual de la religión católica y en inicio, su inducción en la cultura local se llevó cabo por los frailes franciscanos a través de representaciones escénicas, teatrales, como se hacían en los coloquios decembrinos o en Semana Santa, esto dada la dificultad de comunicación al no hablar el mismo idioma.

Javier Guerrero Romero, cronista de la ciudad de Durango, explica lo anterior en el marco de la charla de la edición de esta semana del programa “Rostros… la otra cara de la moneda”, que transmite El Sol de Durango a través de su plataforma de Facebook Live cada ocho días, y ahora a propósito de la usanza en esta fecha del 2 de noviembre, hablamos del Día de Muertos.

En la narración el historiador, aclara que lo que hoy se vive a partir de aquella culturización desarrollada por la Conquista nada tiene qué ver con la celebración a los muertos de los grupos nativos de esta tierra. No se celebraba ni en las mismas fechas ni de la misma manera. No hubo una fusión cultural con las tradiciones indígenas locales, porque éstos fueron desplazados, no trajeron consigo sus costumbres.

Luego, los indios que llegaron con la conquista, mexicas, tarascos y tlaxcaltecas, aunque traían sus tradiciones particulares, no permearon con la tradición mestiza que se estableció en Durango, por tanto, la usanza local fue más europea, la más pura tradición judeocristiana.

Con respecto la costumbre de los altares de muertos, el cronista de la ciudad explica que éstos obedecen a una política cultural del Estado mexicano.

ALTARES DE MUERTO

En los años 70, con la creación de la Subsecretaría de Cultura de la SEP, se produce un programa intenso de promoción de la identidad nacional. Entonces, se determina que el día de muertos se debe celebrar en todo el país de una forma similar.

Por tanto, capacita a maestros de todo el país en la elaboración de los “verdaderos” altares de muerto que se tienen que comenzar a colocar para estas fechas en todo México.

Esta costumbre comienza pues, en las escuelas en la década de los 70, una tradición del centro del país que nada tiene que ver con la tradición duranguense o local.

En este tiempo, las décadas de los años 70 y 80, se da la coincidencia del retorno de los braceros desde Estados Unidos, quienes por su parte traen la práctica del Halloween, una costumbre sajona-estadounidense del día de brujas.

En los últimos 50 años ocurre por tanto la fusión de la cultura local con la costumbre proveniente del centro del país y luego, con la noche de brujas.

Al abundar sobre la tradición local, el cronista explica que ésta es muy sencilla:

Dado el aislamiento eterno de la ciudad de Durango, era muy difícil hacerse de cosas sofisticadas para esta celebración, de tal forma que la costumbre marcó, por una parte, la visita a los difuntos a los panteones, limpiar la tumba porque es la casa; llevar la comida que le gustaba al difunto y además comer y beber con él o con ella. Pero más, la colocación de una ofrenda de flores de papel, porque aquí no se producían flores naturales y traerlas de otra parte resultaba complicado por la incomunicación.

Hoy se utilizan más las flores naturales, por una parte porque sí hay cultivo local, pero además porque es muy fácil ahora el corte de la flor en el estado de Morelos por la tarde y por la mañana ya estar a disposición del cliente para su uso aquí. Esto no significa que haya terminado la costumbre de la flor de papel, aún muchas familias las utilizan.

PANTEONES DE DURANGO

Hasta antes de 1861, las inmediaciones y el interior de los templos religiosos católicos se utilizaban como panteones.

La tradición judeocristiana marcaba la ubicación de los cuerpos en un campo santo, de ahí el sinónimo de cementerio utilizado hoy.

El sentido de sepultar a los alrededor de las iglesias era precisamente que el cuerpo de aquel miembro de una familia creyente estuviera protegido dentro de un camposanto.

Luego, las Leyes de Reforma, que indican la separación de la religión y el Estado, prohíben más sepulcros en los templos. No obstante, como siempre ocurre, hubo renuencia de la gente a acatar la nueva legislación. Se continuó la práctica, pues el pueblo quería depositar los restos de sus seres queridos en suelo sagrado.

No obstante, pasados algunos años, el arzobispo Zubiría en acuerdo con el gobierno de entonces, bendice el cementerio y se convierte en camposanto laico. Además se construye una capilla, que le da más solemnidad religiosa al terreno. Entonces la comunidad se convence de utilizar esos espacios y comienza una población más acelerada del hoy Panteón de Oriente. Ahí nace la tradición local ya comentada, una costumbre joven, de apenas algunos 150 años.

Los panteones atriales más conocidos son el del templo de San Francisco, que es el cruce de las calles Francisco I. Madero y entre 5 de Febrero y 20 de Noviembre. Luego, el de Analco, ubicado también en sus inmediaciones, que fue el panteón del pueblo de indios.

Más tarde se utilizaron como cementerio los alrededores de Santa Ana. En la parte norte estuvieron los panteones de Los Pobres o cuadro de San Mateo, para la gente que no tenía recursos para pagar a la iglesia los servicios funerarios, y de Los Ricos o el cuadro de Nuestra Señora del Carmen, que hoy es un inmueble que se conserva y que alberga un taller de mofles.

Otros panteones en la ciudad, destaca el de Los Presos, ubicado en la zona del hoy fraccionamiento Acereros, aunque éste abarcaba hasta la zona de las colonias Méndez y San Martín, en el norte citadino. Se llamaba de esta forma porque en él trabajaban los huéspedes de la penitenciaría.

Luego, el panteón de Epidemias. Éste se ubicó en la parte poniente del Cerro de Mercado, a escasa distancia del ahora panteón Valle de los Sabinos y llevó esa denominación, porque fue utlizado precisamente para sepultar a las víctima de terribles epidemias que atacaron Durango los siglos anteriores y de las cuales, con mayor detalles el cronista de la ciudad Javier Guerrero Romero nos hablará en posterior entrega.

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