/ domingo 7 de marzo de 2021

“Tengo miedo de salir, no sé qué me espera allá afuera”

Cuando Adriana se convirtió en abogada, nunca pensó que llegaría a pisar el Cereso. A unos años de alcanzar su preliberación, ha descubierto que existen más esperanzas de sobrevivir ahí adentro, que afuera

Se cree que al ingresar al Centro de Reinserción Social (Cereso) las y los internos dependerán por completo de su familia, pero es todo lo contrario, cuenta Adriana, quien ahora es experta en realizar pasta francesa, oficio que aprendió durante su reclusión.

“Cuando llegué sentí que la vida se me acababa, y hoy a poco tiempo de poder obtener mi libertad, el miedo de salir es peor, pues no sé cómo será regresar”, narró la también abogada de profesión.

Cuando Adriana recorrió por primera vez los pasillos del Centro sentía que no era su lugar, “aún no me cabía en la cabeza qué había pasado”, pues su sentencia era de 12 años y se le hacía eterna, ya que se alejaba de sus dos hijas, que en ese momento eran pequeñas.

Pero en su búsqueda de la paz y aceptar la realidad, se inscribió en los diversos talleres que ahí se ofrecen, “primero aprendí a realizar cojines con pintura textil, de ahí a realizar huaraches con pedrería y realizar dibujos, hasta llegar a la pasta francesa, la cual me ha encantado, pues con mis manos puedo crear diferentes formas, paisajes, imágenes religiosas y lo que se me ocurra, dedico mucho tiempo en eso, además de ayudarme es lo que más se vende y con ese dinero apoyo a mi familia”.

Ella es otra Persona Privada de la Libertad (PPL) como los cerca de tres mil que se encuentran en el Cereso #1. Al ingresar, sus padres se hicieron cargo de sus dos hijas, pero con el paso del tiempo llegó su tercer embarazo, “mi bebé estuvo conmigo hasta los cuatro años, todas los días se sentaba a mi lado y les decía a mis otras compañeras, -vamos a trabajar- , pues él me ayudaba a hacer los llaveros que vendo”, relató con una gran sonrisa, mientras sus ojos brillan como si reviviera esos momentos.

Su licenciatura la pone en práctica en las asesorías que les da a sus compañeras, pues muchas de ellas sólo han cursado la primaria. Al llegar con las notificaciones judiciales, Adriana les explica y orientan lo que deben hacer, “muchas veces no prestan atención desde el número de expediente o juzgado que les toca, y eso puede retrasar sus procesos, pues aquí adentro nos apoyamos todas”.

La educación para ella es primordial, actualmente pueden cursar desde primaria hasta maestrías, siendo la carrera más solicitada derecho.

El tiempo no ha transcurrido rápido para esta madre de tres, ha tenido que sortear este rol a la distancia, y sabe que no ha sido nada fácil, “cuando mi hija mayor entró en la adolescencia no supe manejarlo, acudí a terapia psicológica para tener una orientación, poco a poco la situación mejoró y ahora la relación es buena, aunque mucha gente piense que no se puede, sí se logra. A diario hablo con ellas y dos veces a la semana me visitan”.

Años atrás Adriana se dedicaba a defender personas en el área Mercantil y Familiar, “lo paradójico de la vida fue que al momento de estar en Fiscalía no me acordaba de nada y el miedo me paralizó, nunca me pasó por la mente llegar a este lugar, pero a veces las circunstancias te arrastran”, narro la entrevistada.

A meses de obtener su preliberación, intenta vencer el miedo y retomar su vida, “regresaré a lo que es mi carrera, tengo miedo, pero sé que me irá bien, la pasta francesa siempre la seguiré realizando, pues es una terapia para mí, me relaja”, indicó.

Para finalizar invitó a la sociedad a consumir los productos que se realizan dentro del Cereso, pues además de que están hechos con una gran dedicación ayudan a que sus familias puedan seguir adelante.

Se cree que al ingresar al Centro de Reinserción Social (Cereso) las y los internos dependerán por completo de su familia, pero es todo lo contrario, cuenta Adriana, quien ahora es experta en realizar pasta francesa, oficio que aprendió durante su reclusión.

“Cuando llegué sentí que la vida se me acababa, y hoy a poco tiempo de poder obtener mi libertad, el miedo de salir es peor, pues no sé cómo será regresar”, narró la también abogada de profesión.

Cuando Adriana recorrió por primera vez los pasillos del Centro sentía que no era su lugar, “aún no me cabía en la cabeza qué había pasado”, pues su sentencia era de 12 años y se le hacía eterna, ya que se alejaba de sus dos hijas, que en ese momento eran pequeñas.

Pero en su búsqueda de la paz y aceptar la realidad, se inscribió en los diversos talleres que ahí se ofrecen, “primero aprendí a realizar cojines con pintura textil, de ahí a realizar huaraches con pedrería y realizar dibujos, hasta llegar a la pasta francesa, la cual me ha encantado, pues con mis manos puedo crear diferentes formas, paisajes, imágenes religiosas y lo que se me ocurra, dedico mucho tiempo en eso, además de ayudarme es lo que más se vende y con ese dinero apoyo a mi familia”.

Ella es otra Persona Privada de la Libertad (PPL) como los cerca de tres mil que se encuentran en el Cereso #1. Al ingresar, sus padres se hicieron cargo de sus dos hijas, pero con el paso del tiempo llegó su tercer embarazo, “mi bebé estuvo conmigo hasta los cuatro años, todas los días se sentaba a mi lado y les decía a mis otras compañeras, -vamos a trabajar- , pues él me ayudaba a hacer los llaveros que vendo”, relató con una gran sonrisa, mientras sus ojos brillan como si reviviera esos momentos.

Su licenciatura la pone en práctica en las asesorías que les da a sus compañeras, pues muchas de ellas sólo han cursado la primaria. Al llegar con las notificaciones judiciales, Adriana les explica y orientan lo que deben hacer, “muchas veces no prestan atención desde el número de expediente o juzgado que les toca, y eso puede retrasar sus procesos, pues aquí adentro nos apoyamos todas”.

La educación para ella es primordial, actualmente pueden cursar desde primaria hasta maestrías, siendo la carrera más solicitada derecho.

El tiempo no ha transcurrido rápido para esta madre de tres, ha tenido que sortear este rol a la distancia, y sabe que no ha sido nada fácil, “cuando mi hija mayor entró en la adolescencia no supe manejarlo, acudí a terapia psicológica para tener una orientación, poco a poco la situación mejoró y ahora la relación es buena, aunque mucha gente piense que no se puede, sí se logra. A diario hablo con ellas y dos veces a la semana me visitan”.

Años atrás Adriana se dedicaba a defender personas en el área Mercantil y Familiar, “lo paradójico de la vida fue que al momento de estar en Fiscalía no me acordaba de nada y el miedo me paralizó, nunca me pasó por la mente llegar a este lugar, pero a veces las circunstancias te arrastran”, narro la entrevistada.

A meses de obtener su preliberación, intenta vencer el miedo y retomar su vida, “regresaré a lo que es mi carrera, tengo miedo, pero sé que me irá bien, la pasta francesa siempre la seguiré realizando, pues es una terapia para mí, me relaja”, indicó.

Para finalizar invitó a la sociedad a consumir los productos que se realizan dentro del Cereso, pues además de que están hechos con una gran dedicación ayudan a que sus familias puedan seguir adelante.

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