Con el colorido característico de la fecha, dentro del cual predomina el amarillo de la flor de cempasúchil y desde luego el grato aroma de las naranjas y mandarinas, comenzó la romería en las inmediaciones de los panteones de la capital duranguense que da apertura a la celebración de una tradición prehispánica, como es el día de muertos.
Desde un día antes, decenas de comerciantes instalaron sus puestos en los alrededores de las necrópolis, sobre todo en la más concurrida, como lo es el Panteón de Oriente, aunque el escenario se repite, con menor intensidad, en el Valle de los Sabinos, Panteón Jardín y Getsemaní.
Desde temprana hora, familiares de los fieles difuntos comenzaron a hacer acto de presencia en calles y pasillos de los camposantos, con el objetivo fundamental de rendir homenaje a sus muertos.
Como es costumbre, niños y grandes ofrecen el servicio de arreglo de tumbas, con el auxilio de herramientas como machetes, palas y azadones; 40 a 50 pesos es la cuota por servicio, que sí lleva entre 20 a 30 minutos, pues incluye además el regado de plantas cuando las hay.
Otra vista también común en esta fecha, es la de familias enteras que se apostan en derredor de los sepulcros, y hacen día de campo. Llevan refrescos y alimentos, cacahuates, pepitas, naranjas y cañas, para acompañar simbólicamente al hermano, al padre o la madre, el tío o el abuelo, el amigo, que emprendieron el camino sin retorno.
Es además habitual observar músicos que ofrecen sus servicios y no son pocos aquellos que le llevan música a sus difuntos. Melodías diversas dedicadas a los que se han ido amenizan la estancia en la mansión del reposo. “Si vas al campo donde los muertos reposan yaaaa”, es el fragmento de una canción que usualmente se escucha durante este día.
No falta en estos escenarios, el bohemio que bajo los efectos de las espiritosas, decidió visitar a sus finados e invita al amigo o al conocido a departir unos momentos en el camposanto.