/ viernes 17 de abril de 2020

Y los músicos callaron

Cerca de 100 músicos que se reúnen en la Plazuela Baca Ortíz, en pleno centro de la ciudad de Durango, padecen las consecuencias de un virus que llegó para quedarse

Desde 1970 Gregorio Hernández García y Manuel Gurrola Segovia, acompañados de sus inseparables instrumentos, un contrabajo y un acordeón, llegan desde el medio día a la Plazuela Baca Ortíz, un punto conocido entre los duranguenses porque ahí se reúnen los músicos, mejor conocidos como “chirrines”, quienes conforman un pequeño grupo de música norteña y son contratados en cantinas, fiestas familiares, serenatas o cualquier celebración, para amenizar el momento.

Pero después de 50 años, la vida ha pasado factura y para ellos la música ya no representa un negocio, “canijo gobierno lo que hace es cerrarnos los puntos de trabajo, así que ahorita estamos aquí”, dice Gregorio mientras señala la banca que comparte con su compañero de tocada Manuel, a quien conoce desde que se inició en el mundo de la música y con quien seguramente ha compartido los mejores y los peores momentos, como el que viven ahora.

Y es que efectivamente, al decretar el aislamiento social como una medida para frenar la transmisión del virus que deriva en el Covid-19, no solo se perjudicó a las pequeñas y medianas empresas, sino también a quienes viven de las ganancias que obtienen al día.

Gregorio y Manuel, ambos adultos mayores, reconocen que anteriormente había mucho jale ya que alrededor de la Plazuela Baca Ortíz, su tradicional punto de encuentro, había muchas loncherías, restaurantes y cantinas; sin embargo de unos años a la fecha pocos son los eventos que han amenizado.

Sus miradas se pierden en algún punto mientras recuerdan aquellos tiempos en los que junto a sus compañeros recorrían cada restaurant o cantina y si tenían suerte, alguna mesa los invitaba para seguir tocar una, dos o tres canciones de su repertorio y con ello ganarse unos cuantos pesos.

Ahora, aunque su cuota es de mil pesos la hora, no hay quien los contrate y se ven obligados a malbaratar su trabajo por lo que la gente les quiera dar, “necesitamos llegar como los perritos, con la cola entre las patas a la casa, si no, no hay comida”, cuentan entre risas.

Al preguntarles cuánto dinero llegan a reunir en un día bueno, solo se ríen irónicamente, aunque Manuel rápidamente contesta que por cuando cae una chambita pueden recibir hasta 300 pesos “pero es muy difícil que caiga, allá cada y cuando, principalmente ahorita que no hay nada”, dice con un semblante de tristeza.

Aunque no se arrepienten de lo que hacen, les hubiera gustado dedicarse a otra cosa, y que sus hijos tomaran otro camino, pero incluso los siete hijos de Gregorio decidieron dedicarse a la música, “pero antes había donde trabajar, valía la pena dedicarse a esto, ahora ya no”, cuenta.

Para los duranguenses es muy común ver a un grupo de músicos reunidos en la esquina que conforman las calles de Baca Ortiz y Francisco I Madero, algunas van y otros vienen, pero cuando están todos, llegan a conformarse cerca de 100, listos con instrumentos a la espera de algún cliente.

Mientras que Gregorio y Manuel permanecen escépticos ante la pandemia y advierten que son mentiras inventadas por el gobierno, la emergencia sanitaria y sus medidas son ya una realidad. Pese a esto, ellos continuarán en este ambiente porque como bien lo dicen “uno ya está viejo, ya no hay nadie que le dé jale en otra cosa”,

Desde 1970 Gregorio Hernández García y Manuel Gurrola Segovia, acompañados de sus inseparables instrumentos, un contrabajo y un acordeón, llegan desde el medio día a la Plazuela Baca Ortíz, un punto conocido entre los duranguenses porque ahí se reúnen los músicos, mejor conocidos como “chirrines”, quienes conforman un pequeño grupo de música norteña y son contratados en cantinas, fiestas familiares, serenatas o cualquier celebración, para amenizar el momento.

Pero después de 50 años, la vida ha pasado factura y para ellos la música ya no representa un negocio, “canijo gobierno lo que hace es cerrarnos los puntos de trabajo, así que ahorita estamos aquí”, dice Gregorio mientras señala la banca que comparte con su compañero de tocada Manuel, a quien conoce desde que se inició en el mundo de la música y con quien seguramente ha compartido los mejores y los peores momentos, como el que viven ahora.

Y es que efectivamente, al decretar el aislamiento social como una medida para frenar la transmisión del virus que deriva en el Covid-19, no solo se perjudicó a las pequeñas y medianas empresas, sino también a quienes viven de las ganancias que obtienen al día.

Gregorio y Manuel, ambos adultos mayores, reconocen que anteriormente había mucho jale ya que alrededor de la Plazuela Baca Ortíz, su tradicional punto de encuentro, había muchas loncherías, restaurantes y cantinas; sin embargo de unos años a la fecha pocos son los eventos que han amenizado.

Sus miradas se pierden en algún punto mientras recuerdan aquellos tiempos en los que junto a sus compañeros recorrían cada restaurant o cantina y si tenían suerte, alguna mesa los invitaba para seguir tocar una, dos o tres canciones de su repertorio y con ello ganarse unos cuantos pesos.

Ahora, aunque su cuota es de mil pesos la hora, no hay quien los contrate y se ven obligados a malbaratar su trabajo por lo que la gente les quiera dar, “necesitamos llegar como los perritos, con la cola entre las patas a la casa, si no, no hay comida”, cuentan entre risas.

Al preguntarles cuánto dinero llegan a reunir en un día bueno, solo se ríen irónicamente, aunque Manuel rápidamente contesta que por cuando cae una chambita pueden recibir hasta 300 pesos “pero es muy difícil que caiga, allá cada y cuando, principalmente ahorita que no hay nada”, dice con un semblante de tristeza.

Aunque no se arrepienten de lo que hacen, les hubiera gustado dedicarse a otra cosa, y que sus hijos tomaran otro camino, pero incluso los siete hijos de Gregorio decidieron dedicarse a la música, “pero antes había donde trabajar, valía la pena dedicarse a esto, ahora ya no”, cuenta.

Para los duranguenses es muy común ver a un grupo de músicos reunidos en la esquina que conforman las calles de Baca Ortiz y Francisco I Madero, algunas van y otros vienen, pero cuando están todos, llegan a conformarse cerca de 100, listos con instrumentos a la espera de algún cliente.

Mientras que Gregorio y Manuel permanecen escépticos ante la pandemia y advierten que son mentiras inventadas por el gobierno, la emergencia sanitaria y sus medidas son ya una realidad. Pese a esto, ellos continuarán en este ambiente porque como bien lo dicen “uno ya está viejo, ya no hay nadie que le dé jale en otra cosa”,

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