Lorena Lira Barragán, el feminicidio que conmocionó a Durango

Andrés, uno de los amigos más cercanos a Lorena Lira, compartió a 20 años de la tragedia, cómo fue aquella noche desde su percepción, con lo que a él le tocó ver

Perla Rodríguez Contreras / El Sol de Durango

  · lunes 15 de abril de 2024

“Tengo la imagen de haberla visto salir corriendo, preocupada, como muchas veces, cuando algo se salía de sus planes" / Foto: Cortesía Facebook Andrés

La noche entre el 8 y 9 de marzo del 2002 ha quedado marcada en la historia de Durango. En esa fecha fue víctima de homicidio la joven Lorena Lira Barragán, en manos de dos taxistas; su caso no se olvida pese a que ya pasaron 22 años.

Es un caso trágico que acaparó la atención de los duranguenses, y medios de comunicación, quienes informaron sobre lo sucedido aquel fin rápido y terrible fin de semana. Pero también impactó de manera grave a sus compañeros de escuela y sus amigos en general.

Uno de ellos el pasado año 2022 recordó lo sucedido aquella noche, cuando fue la última vez que vio con vida a su amiga. Su narración compartida en su cuenta de Facebook atrajo cientos de comentarios, y es que narra qué pasó con quien consideraba la hermosa, la querida, la amiga, la fiel, la alegre, la inocente, la participativa, la auténtica, la espontánea.

  • “9 de marzo de 2002. Era viernes. Faltaba una semana para mi cumpleaños 18. Fuimos a unos 15 años. No recuerdo bien de quién. Fueron en la colonia Jardines de Durango. Yo iba con mis amigos. Estuvimos la mayor parte del tiempo afuera, en la calle, platicando. De repente veo una trifulca, botellas volar, golpes, gritos, movimientos... todo esto en el rápido abrir y cerrar de ojos. Cuando menos lo esperé, ya había personas sangrando, entre ellas, ‘Pericles’, el buen primer corneta de la banda de guerra. No recuerdo si hubo algún otro herido. Pero creo que no pasó a mayores. Fuimos a ver qué sucedía, en qué podíamos ayudar. Lo más: calmar el ambiente”, comienza el escrito de Andrés, quien era su amigo.

“Tengo la imagen de haberla visto salir corriendo, preocupada, como muchas veces, cuando algo se salía de sus planes. Alguien comentó que no tenía el permiso de su papá, y su mamá le habló que él iba ir por ella a la fiesta a recogerla. Ante esto, el nerviosismo hizo que decidiera lo primero que se le vino a la mente: tomar un taxi. Fue ahí cuando yo la vi correr, sin darme cuenta de a dónde iba, y mucho menos que Ya se iba. Ni siquiera vi en qué se subió. Esa fue la última vez que la vi. Al menos físicamente”.

Enseguida de ello asegura no recordar nada más, sino hasta la mañana siguiente cuando le llamaron informándole que su amiga no había vuelto a casa. “Se subió al taxi, y no había llegado a su casa, ni a la de ninguna de sus amigas. ¡Ayúdame a buscarla!”, me dijo con una voz seria, poco usual en mi amigo que normalmente para todo tiene una broma.

  • “Buscamos en los hospitales, en la Cruz Roja, en la Cruz Verde, en la Cruz Azul, hasta en los hoteles. ‘Por favor, ¡que esté aquí, aunque sea aquí!’ gritaba llorando -ya- Daniela".

“¿La encontraron?” o algo así, pregunté a una voz desconocida. Lo único que oí fueron sollozos, muchas personas hablando y llantos. Ya sólo escuché el desagradable sonido de la línea cortada, que no me había dado una respuesta, aún peor, me había dejado con más preguntas e incertidumbres”.

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“…me sonó el celular, si es que a eso se le podía llamar así. Era Verduzco. Algo también había escuchado él. ‘¿Qué onda?’ me dijo. ‘¿Qué onda de qué?’, le respondí queriendo ignorar lo que en mi corazón ya era inminente, pero en mi cabeza era increíble. (…) Más me tardé en colgar que en ya estarle pitando en su casa. Callamos. No sabíamos qué decir mientras nos dirigíamos al Cerro de los Remedios, a la casa donde vivía. Por fin llegamos. El escenario era desalentador. Muchos carros, mal estacionados. Media generación afuera de la casa. Algunos no fueron al apostolado del grupo juvenil y estaban ahí. Una mala sensación me invadió por completo. Ya no volví a saber de Verduzco. Ni de mí”.

Algunos señores, entre ellos el papá, habían ido a reconocer un cuerpo que amaneció en un terreno baldío, justo a dos cuadras de donde fue la fiesta. El papá de Julio, el de Pancho, y el de ella, llegaron, eran tres cabezas bajas llegando a un escenario desalentador…la habían reconocido. Era ella.

“No quiero ni puedo recordar bien, pero llantos como nunca los había escuchado, gritos, caídas, desmayadas, abrazos... y cuando menos me di cuenta yo ya era parte de ello. Lloré, lloré, grité y lloré. Y más grande se hacía mi dolor al ver a mis amigos. Fui con Micky y lo abracé. Recuerdo algunos otros en esos momentos. Pocos realmente. Veía borroso. Lloré aún más. Sólo quería yo que me abrazaran, que esa horrible pesadilla se terminara”.

“Quién iba a pensar que aquella historia de amor que empezó en sexto de primaria, con una niña nueva de Toluca, con un peinado muy bien hecho y liso hacia un lado, iba a terminar así. Aquella niña a la que se la canté siete o más veces de todos los modos posibles, hasta que entré a la adolescencia”.

“Aquella de la mochila rosa, pesada, grande, que yo quería cargar y en la que yo le quería echar regalitos para que se fijara en mí. Simplemente, sólo me gustaba verla, estar con ella. El tiempo pasó y nos hicimos, con sus sube y bajas, buenos amigos. A lo mejor no los mejores de todos. Pero en el fondo yo siempre la admiré”.