/ viernes 10 de julio de 2020

Activismo, ciudadanía y asociacionismo

Una de las bases para edificar una sociedad civil a plenitud en el siglo XXI, capaz de forjar un itinerario propio y solvente tras largos derroteros de incertidumbre, es sin duda alguna el activismo.

El involucramiento directo con los asuntos públicos, es decir, con los temas y problemas que ocupan, preocupan y obligan a actuar a todas y todos, es una condición de posibilidad para hacer de la democracia una realidad como interrelación eficaz entre gobernantes y gobernados.

Sin embargo, queda claro que ese involucramiento que derive en una participación genuina tiene que darse de una manera coherente, consistente y absolutamente organizada, pues de lo contrario sus efectos pueden quedar diluidos. Es por ello que cualquier esfuerzo de participación ciudadana será mejor en la medida en que se desarrolle de forma metódica.

El poder de la gente, aunque a veces suene a un lugar común, es también el poder de la democracia. Y ese poder tiene verificativo a partir, como se decía, del activismo y de maneras certeras de incidir en los espacios colectivos. Insertarse en movimientos sociales, políticos, culturales, ambientales y de otro tipo es asumido no sólo como un derecho sino como una obligación de la ciudadanía.

La militancia en determinados colectivos es una directriz de aquellas personas que persiguen ciertas líneas de acción, programas públicos e inquietudes; por supuesto que dicha militancia no necesariamente tiene que ser identificada con la pertenencia o la simpatía con un partido político, pues hay numerosas vías de participar y muchas de ellas están alejadas de intereses partidistas.

El interés público, efectivamente, es uno de los objetivos de los partidos pero no es patrimonio exclusivo de los mismos.

Por virtud de lo dicho, el activismo es una palanca para lograr cambios y transformaciones significativas en el conglomerado social; sus funciones adquieren todavía mayor trascendencia en los escenarios de globalización, democratización y gobernanza que caracterizan a las nuevas eras políticas, pues precisamente las formas de direccionar los asuntos públicos deben configurarse, parafraseando al extraordinario intelectual Boaventura de Sousa Santos, “desde abajo” y en perspectiva “contrahegemónica”; aquí, el rol ciudadano resulta capital para la operatividad del sistema.

Estas particularidades se relacionan igualmente con la llamada “revolución copernicana de la modernidad”, así acuñada por el eminente pensador italiano de feliz memoria Norberto Bobbio, y según la cual la historia reciente de la humanidad se ha distinguido por un giro radical de ciento ochenta grados en las relaciones políticas, en razón de lo cual los derechos de los gobernados han pasado a estar antes y por encima de los poderes de los gobernantes.

En la misma línea argumentativa, una excelente alternativa para ejercer los derechos fundamentales es hacerlo de forma activa, constante, permanente y con sólidas bases de legitimación tanto política como jurídica. Así, desde luego, se generan insumos para una democracia de contenidos que vaya más allá de las formas electorales y que se oriente a acrecentar la calidad de la ciudadanía.

Es por ello también que cobra una relevancia inusitada el asociacionismo como uno de los grandes ejes vertebradores de la agenda pública, privada y social a escala global en los tiempos que corren. Lo anterior es así porque cuando hay grupos sociales robustos, sus posibilidades de generar cambios positivos en lo público son exponenciales.

Y retomando lo que se aseveraba en párrafos anteriores, la organización de tales grupos es una de las bases para su éxito en toda la extensión de la palabra. El asociacionismo pretende que mujeres y hombres con los mismos fines, vías y planteamientos se inmiscuyan en el terreno de lo social a partir de acciones, actividades y empresas de gran calado; la consecución de lo anterior trae consigo, invariablemente, una democracia más fuerte y ámbitos públicos mucho más consolidados.

Vicisitudes planetarias como la pandemia Covid-19 reflejan que la ciudadanía debe estar preparada para situaciones de crisis, emergencia y coyuntura; en efecto, entre más organizada esté una sociedad, mejor librada saldrá de las problemáticas que se le presenten en cualquier momento y en cualquier lugar.

No se trata sólo de una especie de simple cálculo matemático a partir del cual pudiera pensarse que en automático las voluntades e intenciones de muchos hacen más que las de pocos; antes bien, la genuina conjunción de esfuerzos perfectamente planeada, diagramada y ejecutada ofrece posibilidades amplias para intervenir en los procesos de toma de decisiones.

El círculo virtuoso de la democracia entonces se potencia con estos tres constructos esenciales: activismo, ciudadanía y activismo.

EPIGRAFE

“Solos podemos hacer poco, juntos podemos hacer mucho”.- Hellen Keller

Una de las bases para edificar una sociedad civil a plenitud en el siglo XXI, capaz de forjar un itinerario propio y solvente tras largos derroteros de incertidumbre, es sin duda alguna el activismo.

El involucramiento directo con los asuntos públicos, es decir, con los temas y problemas que ocupan, preocupan y obligan a actuar a todas y todos, es una condición de posibilidad para hacer de la democracia una realidad como interrelación eficaz entre gobernantes y gobernados.

Sin embargo, queda claro que ese involucramiento que derive en una participación genuina tiene que darse de una manera coherente, consistente y absolutamente organizada, pues de lo contrario sus efectos pueden quedar diluidos. Es por ello que cualquier esfuerzo de participación ciudadana será mejor en la medida en que se desarrolle de forma metódica.

El poder de la gente, aunque a veces suene a un lugar común, es también el poder de la democracia. Y ese poder tiene verificativo a partir, como se decía, del activismo y de maneras certeras de incidir en los espacios colectivos. Insertarse en movimientos sociales, políticos, culturales, ambientales y de otro tipo es asumido no sólo como un derecho sino como una obligación de la ciudadanía.

La militancia en determinados colectivos es una directriz de aquellas personas que persiguen ciertas líneas de acción, programas públicos e inquietudes; por supuesto que dicha militancia no necesariamente tiene que ser identificada con la pertenencia o la simpatía con un partido político, pues hay numerosas vías de participar y muchas de ellas están alejadas de intereses partidistas.

El interés público, efectivamente, es uno de los objetivos de los partidos pero no es patrimonio exclusivo de los mismos.

Por virtud de lo dicho, el activismo es una palanca para lograr cambios y transformaciones significativas en el conglomerado social; sus funciones adquieren todavía mayor trascendencia en los escenarios de globalización, democratización y gobernanza que caracterizan a las nuevas eras políticas, pues precisamente las formas de direccionar los asuntos públicos deben configurarse, parafraseando al extraordinario intelectual Boaventura de Sousa Santos, “desde abajo” y en perspectiva “contrahegemónica”; aquí, el rol ciudadano resulta capital para la operatividad del sistema.

Estas particularidades se relacionan igualmente con la llamada “revolución copernicana de la modernidad”, así acuñada por el eminente pensador italiano de feliz memoria Norberto Bobbio, y según la cual la historia reciente de la humanidad se ha distinguido por un giro radical de ciento ochenta grados en las relaciones políticas, en razón de lo cual los derechos de los gobernados han pasado a estar antes y por encima de los poderes de los gobernantes.

En la misma línea argumentativa, una excelente alternativa para ejercer los derechos fundamentales es hacerlo de forma activa, constante, permanente y con sólidas bases de legitimación tanto política como jurídica. Así, desde luego, se generan insumos para una democracia de contenidos que vaya más allá de las formas electorales y que se oriente a acrecentar la calidad de la ciudadanía.

Es por ello también que cobra una relevancia inusitada el asociacionismo como uno de los grandes ejes vertebradores de la agenda pública, privada y social a escala global en los tiempos que corren. Lo anterior es así porque cuando hay grupos sociales robustos, sus posibilidades de generar cambios positivos en lo público son exponenciales.

Y retomando lo que se aseveraba en párrafos anteriores, la organización de tales grupos es una de las bases para su éxito en toda la extensión de la palabra. El asociacionismo pretende que mujeres y hombres con los mismos fines, vías y planteamientos se inmiscuyan en el terreno de lo social a partir de acciones, actividades y empresas de gran calado; la consecución de lo anterior trae consigo, invariablemente, una democracia más fuerte y ámbitos públicos mucho más consolidados.

Vicisitudes planetarias como la pandemia Covid-19 reflejan que la ciudadanía debe estar preparada para situaciones de crisis, emergencia y coyuntura; en efecto, entre más organizada esté una sociedad, mejor librada saldrá de las problemáticas que se le presenten en cualquier momento y en cualquier lugar.

No se trata sólo de una especie de simple cálculo matemático a partir del cual pudiera pensarse que en automático las voluntades e intenciones de muchos hacen más que las de pocos; antes bien, la genuina conjunción de esfuerzos perfectamente planeada, diagramada y ejecutada ofrece posibilidades amplias para intervenir en los procesos de toma de decisiones.

El círculo virtuoso de la democracia entonces se potencia con estos tres constructos esenciales: activismo, ciudadanía y activismo.

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