/ jueves 25 de julio de 2019

EN CARTERA

Legado de Benito Juárez en su 147 aniversario luctuoso

En la era de la globalización México debe hacer valer sus principios y defender sus intereses frente a otros países con firmeza y decisión. La defensa de la soberanía nacional no solo se realiza con las armas, sino también, con la fuerza de la razón, el derecho, el diálogo y el entendimiento.

Ser juarista en el siglo XXI es vivir en apego a los principios que enarboló el Benemérito de las Américas, sobre todo, no traicionando sus ideales ni sus aspiraciones. Ser juarista es defender la ley, es respetar la libertad de expresión, es defender a la nación y ser tolerante con quienes piensan distinto a nosotros. Es velar por el avance de nuestra educación laica y de calidad.

México es nuestra única bandera. Es la razón de nuestra unidad, identidad y esperanza. Es nuestra casa común y es nuestra misión colectiva. Benito Juárez nos legó los pilares políticos del México actual: institucionalidad, legalidad, libertades, división de poderes y federalismo.

Juárez trabajó por un país de derechos y libertades, y una de las garantías que más apreciaba era la de pensar, hablar y escribir libremente, de ahí su compromiso con la libertad de expresión. Externó su confianza en la educación como el medio social más justo para ampliar las oportunidades de superación de todos los mexicanos, ya que la instrucción es la primera base de la prosperidad de un pueblo.

Dejó una huella profunda, la que Juárez dejó en nuestra historia nacional. Para mí, una de sus grandes virtudes, excepcional, de hecho, única en la historia mexicana, es la capacidad de Juárez para entender, para asimilar, aun para adelantarse a su época. Debemos poner especial atención en lo significante que es su fecha y lugar de nacimiento. Cuando Juárez nace, en 1806, México ni siquiera existía y al movimiento de independencia le faltaban años para arrancar. Cuando se consumó la Independencia, el indio zapoteco apenas tenía quince años, una edad en que resulta literalmente imposible entender cosas tan remotas y tan complicadas como el alumbramiento de una nación.

Por si fuera poco, Juárez nació en un pueblo incrustado en la montaña de la recóndita Oaxaca, y si en el 2018 se registraban apenas 503 habitantes, imagínense a principios del siglo XIX. La barrera del lenguaje fue otro factor importante, pues ahí, en Guelatao, no se hablaba absolutamente nada de español, y el mismo Benito lo aprendería hasta los doce años.

Cosío Villegas se pregunta: “¿Cómo un hombre que nace cuando aún no existía la nacionalidad mexicana; cómo un hombre que nace en un lugar donde no podían adivinarse siquiera los latidos de un México por nacer, se convierte durante la intervención en el símbolo, en la bandera, en la encarnación misma de la nacionalidad mexicana?”

Juárez nunca estuvo avergonzado de su origen indio, ni del color de su piel, es más: ni de su estatura, que era bastante baja, medía 1.37 Mts. Todo lo contrario. Pero pronto comprendió que la única manera de emparejarse con el hombre blanco, con el criollo y el mestizo, era educándose como ellos lo hacían. Así, el zapoteca analfabeto se convirtió en abogado, después en juez, diputado, magistrado, secretario de gobierno, gobernador de su estado, ministro de Justicia, presidente de la Suprema Corte de la Nación y, faltaba más, Presidente de la República por catorce años y seis meses, cargo que sólo lo soltó porque le dio un ataque al corazón y murió.

¿Cómo no le iba a dar un infarto?: vivía a salto de mata a lo largo y ancho del país, nunca hizo ejercicio en su vida, se fumaba de cinco a ocho puros al día (a su muerte encontraron en el sótano-cava de Palacio literalmente miles de puros que su nuero, Pedro Santacilia, le traía de Cuba) y para colmo era bastante tragoncito. No en balde una de sus hijas, en una carta fechada en 1886, le escribe: “Querido papacito, no puede usted figurarse el gusto que me ha dado ver su retrato, pues veo que está usted muy gordo.”

Ningún mexicano se ha atrevido a llevar a cabo una obra de reforma tan grande como lo hizo Juárez, bajo los principios liberales de que todo individuo tiene el derecho de decidir sobre su propia vida, sin violar los derechos de los demás y que el papel del estado era asegurar esos derechos. También Juárez, nos dice, fue el primero en “demostrar” la superioridad del poder civil sobre el militar.

Don Benito no sólo fue la máxima figura de la política de su tiempo en nuestro país, también fue un estadista de fama mundial, un hombre que, dice uno de sus grandes biógrafos, José Fuentes Mares, “sin problemas de conciencia tomaba decisiones prácticas. El que sin pestañear sacrificaba los escrúpulos a sus fines: el verdadero hombre de Estado.”

Cosío Villegas señala: “Admiro a Juárez por una última razón, que en su tiempo poco o nada significaba, pero que en los nuestros parece asombroso, de hecho, increíble: una honestidad personal tan natural, tan congénita, que en su época no fue siquiera tema de conversación y mucho menos de alabanza.”

Benito Juárez y su legado son ejemplos que sigue el Gobierno de México para lograr los grandes cambios propuestos para la transformación del país, aseguró la secretaria de Gobernación (Segob), Olga Sánchez Cordero. Al encabezar la Ceremonia Conmemorativa del 147 aniversario luctuoso del primer presidente mexicano de origen indígena, la funcionaria destacó de Juárez el fortalecimiento a las garantías individuales, el construir instituciones sólidas e independientes y defender hasta sus últimas consecuencias lo establecido en el marco constitucional y jurídico. No se trata sólo de transformar las condiciones de desigualdad y mejorar la vida de millones de mexicanos; se trata de construir un andamiaje legal que asegure el respeto irrestricto al Estado constitucional de derecho y garantice un mejor nivel de vida para todos.

No se trata de abolir los privilegios de unos cuantos, se trata de poner la justicia al alcance de todos y no permitir más privilegios fuera de la ley. La gran lección que Don Benito Juárez nos recordaría, es y cito: “El Gobierno tiene el sagrado deber de dirigirse a la nación, y hacer escuchar en ella la voz de sus más caros derechos e intereses, la respetabilidad de gobernante le viene de la ley y de un recto proceder”.

En la explanada central de la Secretaría de Gobernación –donde yace un busto del presidente oaxaqueño creado por el artista plástico Fernando Andriacci–, la encargada de la política interior del país afirmó que tal cual la máxima juarista: “Entre los Individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz “, México debe transitar por el respeto irrestricto al estado constitucional, social, democrático de derecho en el objetivo de garantizar la libertad de todos. En el evento estuvieron presentes descendientes en línea directa de Benito Juárez: Rosa Elena Sánchez Juárez, Andrés Sánchez Juárez y Cristina Sánchez Juárez.

Beatriz Gutiérrez Müller, presidenta del Consejo Honorario de Memoria Histórica y Cultural de México, en su discurso señaló: “Mis respetos y mi respeto al presidente Benito Juárez este día que se conmemora el 147 aniversario luctuoso. Como ha anunciado el presidente, los días 21 de marzo se festejará su natalicio durante este sexenio en Guelatao, y los 18 de julio, los días de su fallecimiento, serán celebrados en esta explanada de la Secretaría de Gobernación. Y este día he traído a la memoria un discurso muy hermoso pronunciado por Jesús Urueta el 18 de julio de 1901, cuando se conmemoraba el vigésimo noveno aniversario luctuoso de Benito Juárez. Era el Teatro Renacimiento y los estudiantes eran de la Escuela Nacional de Jurisprudencia”.

En una de nuestras próximas colaboraciones haremos referencia al discurso que hace 118 años Jesús Urueta pronunció en el 29 aniversario luctuoso de Benito Pablo Juárez García.

Legado de Benito Juárez en su 147 aniversario luctuoso

En la era de la globalización México debe hacer valer sus principios y defender sus intereses frente a otros países con firmeza y decisión. La defensa de la soberanía nacional no solo se realiza con las armas, sino también, con la fuerza de la razón, el derecho, el diálogo y el entendimiento.

Ser juarista en el siglo XXI es vivir en apego a los principios que enarboló el Benemérito de las Américas, sobre todo, no traicionando sus ideales ni sus aspiraciones. Ser juarista es defender la ley, es respetar la libertad de expresión, es defender a la nación y ser tolerante con quienes piensan distinto a nosotros. Es velar por el avance de nuestra educación laica y de calidad.

México es nuestra única bandera. Es la razón de nuestra unidad, identidad y esperanza. Es nuestra casa común y es nuestra misión colectiva. Benito Juárez nos legó los pilares políticos del México actual: institucionalidad, legalidad, libertades, división de poderes y federalismo.

Juárez trabajó por un país de derechos y libertades, y una de las garantías que más apreciaba era la de pensar, hablar y escribir libremente, de ahí su compromiso con la libertad de expresión. Externó su confianza en la educación como el medio social más justo para ampliar las oportunidades de superación de todos los mexicanos, ya que la instrucción es la primera base de la prosperidad de un pueblo.

Dejó una huella profunda, la que Juárez dejó en nuestra historia nacional. Para mí, una de sus grandes virtudes, excepcional, de hecho, única en la historia mexicana, es la capacidad de Juárez para entender, para asimilar, aun para adelantarse a su época. Debemos poner especial atención en lo significante que es su fecha y lugar de nacimiento. Cuando Juárez nace, en 1806, México ni siquiera existía y al movimiento de independencia le faltaban años para arrancar. Cuando se consumó la Independencia, el indio zapoteco apenas tenía quince años, una edad en que resulta literalmente imposible entender cosas tan remotas y tan complicadas como el alumbramiento de una nación.

Por si fuera poco, Juárez nació en un pueblo incrustado en la montaña de la recóndita Oaxaca, y si en el 2018 se registraban apenas 503 habitantes, imagínense a principios del siglo XIX. La barrera del lenguaje fue otro factor importante, pues ahí, en Guelatao, no se hablaba absolutamente nada de español, y el mismo Benito lo aprendería hasta los doce años.

Cosío Villegas se pregunta: “¿Cómo un hombre que nace cuando aún no existía la nacionalidad mexicana; cómo un hombre que nace en un lugar donde no podían adivinarse siquiera los latidos de un México por nacer, se convierte durante la intervención en el símbolo, en la bandera, en la encarnación misma de la nacionalidad mexicana?”

Juárez nunca estuvo avergonzado de su origen indio, ni del color de su piel, es más: ni de su estatura, que era bastante baja, medía 1.37 Mts. Todo lo contrario. Pero pronto comprendió que la única manera de emparejarse con el hombre blanco, con el criollo y el mestizo, era educándose como ellos lo hacían. Así, el zapoteca analfabeto se convirtió en abogado, después en juez, diputado, magistrado, secretario de gobierno, gobernador de su estado, ministro de Justicia, presidente de la Suprema Corte de la Nación y, faltaba más, Presidente de la República por catorce años y seis meses, cargo que sólo lo soltó porque le dio un ataque al corazón y murió.

¿Cómo no le iba a dar un infarto?: vivía a salto de mata a lo largo y ancho del país, nunca hizo ejercicio en su vida, se fumaba de cinco a ocho puros al día (a su muerte encontraron en el sótano-cava de Palacio literalmente miles de puros que su nuero, Pedro Santacilia, le traía de Cuba) y para colmo era bastante tragoncito. No en balde una de sus hijas, en una carta fechada en 1886, le escribe: “Querido papacito, no puede usted figurarse el gusto que me ha dado ver su retrato, pues veo que está usted muy gordo.”

Ningún mexicano se ha atrevido a llevar a cabo una obra de reforma tan grande como lo hizo Juárez, bajo los principios liberales de que todo individuo tiene el derecho de decidir sobre su propia vida, sin violar los derechos de los demás y que el papel del estado era asegurar esos derechos. También Juárez, nos dice, fue el primero en “demostrar” la superioridad del poder civil sobre el militar.

Don Benito no sólo fue la máxima figura de la política de su tiempo en nuestro país, también fue un estadista de fama mundial, un hombre que, dice uno de sus grandes biógrafos, José Fuentes Mares, “sin problemas de conciencia tomaba decisiones prácticas. El que sin pestañear sacrificaba los escrúpulos a sus fines: el verdadero hombre de Estado.”

Cosío Villegas señala: “Admiro a Juárez por una última razón, que en su tiempo poco o nada significaba, pero que en los nuestros parece asombroso, de hecho, increíble: una honestidad personal tan natural, tan congénita, que en su época no fue siquiera tema de conversación y mucho menos de alabanza.”

Benito Juárez y su legado son ejemplos que sigue el Gobierno de México para lograr los grandes cambios propuestos para la transformación del país, aseguró la secretaria de Gobernación (Segob), Olga Sánchez Cordero. Al encabezar la Ceremonia Conmemorativa del 147 aniversario luctuoso del primer presidente mexicano de origen indígena, la funcionaria destacó de Juárez el fortalecimiento a las garantías individuales, el construir instituciones sólidas e independientes y defender hasta sus últimas consecuencias lo establecido en el marco constitucional y jurídico. No se trata sólo de transformar las condiciones de desigualdad y mejorar la vida de millones de mexicanos; se trata de construir un andamiaje legal que asegure el respeto irrestricto al Estado constitucional de derecho y garantice un mejor nivel de vida para todos.

No se trata de abolir los privilegios de unos cuantos, se trata de poner la justicia al alcance de todos y no permitir más privilegios fuera de la ley. La gran lección que Don Benito Juárez nos recordaría, es y cito: “El Gobierno tiene el sagrado deber de dirigirse a la nación, y hacer escuchar en ella la voz de sus más caros derechos e intereses, la respetabilidad de gobernante le viene de la ley y de un recto proceder”.

En la explanada central de la Secretaría de Gobernación –donde yace un busto del presidente oaxaqueño creado por el artista plástico Fernando Andriacci–, la encargada de la política interior del país afirmó que tal cual la máxima juarista: “Entre los Individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz “, México debe transitar por el respeto irrestricto al estado constitucional, social, democrático de derecho en el objetivo de garantizar la libertad de todos. En el evento estuvieron presentes descendientes en línea directa de Benito Juárez: Rosa Elena Sánchez Juárez, Andrés Sánchez Juárez y Cristina Sánchez Juárez.

Beatriz Gutiérrez Müller, presidenta del Consejo Honorario de Memoria Histórica y Cultural de México, en su discurso señaló: “Mis respetos y mi respeto al presidente Benito Juárez este día que se conmemora el 147 aniversario luctuoso. Como ha anunciado el presidente, los días 21 de marzo se festejará su natalicio durante este sexenio en Guelatao, y los 18 de julio, los días de su fallecimiento, serán celebrados en esta explanada de la Secretaría de Gobernación. Y este día he traído a la memoria un discurso muy hermoso pronunciado por Jesús Urueta el 18 de julio de 1901, cuando se conmemoraba el vigésimo noveno aniversario luctuoso de Benito Juárez. Era el Teatro Renacimiento y los estudiantes eran de la Escuela Nacional de Jurisprudencia”.

En una de nuestras próximas colaboraciones haremos referencia al discurso que hace 118 años Jesús Urueta pronunció en el 29 aniversario luctuoso de Benito Pablo Juárez García.

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