Odio ser leñador

Alberto Serrato

  · domingo 5 de mayo de 2024

Imagen ilustrativa / El lobo suele ocultarse en su madriguera, pero cuando sale no es en vano, porque necesita alimentarse, necesita matar / Foto: cortesía / Pexels

El lobo suele ocultarse en su madriguera, pero cuando sale no es en vano, porque necesita alimentarse, necesita matar.

El ambiente era húmedo y las sombras fantasmagóricas del bosque formaban entidades y demonios imaginarios a la vista de cualquier ser humano. Abel no temía de los sonidos nocturnos de ese sitio, porque él, era fuerte, además el más viejo y un macho alfa en aquellos tiempos surreales del pueblo norte. El hombre caminaba en medio del bosque y su fortaleza, comenzó a verse cuartada por el miedo, porque ese lugar era capaz de ahuyentar al demonio si así se lo propusiera. Una parte de él, le exigía dar la media vuelta y regresar a casa, a vivir la noche buena, pero su valentía le obligó a seguir internándose en lo más horrendo de ese viejo bosque del pueblo norte.


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El invierno ya impactaba en las faldas de la gran montaña y si o si, debía conseguir leña seca para mantener a su mujer alejada del peligro invernal. Era su obligación, su compromiso y el miedo no era una opción, pues leña había prometido y con leña debía regresar a casa. Caminó durante más de una hora en medio de las rocas y hierbajos fluorescentes hasta llegar a las orillas del lago norte, ahí decidió descansar un poco. Se miró en el reflejo del agua y notó que la cicatriz de su rostro cada vez se hacía más vieja, al igual que todo su cuerpo, pues el vello de su pecho ya no era tan negro como en los viejos tiempos, sin embargo, aún daba el aspecto de tener la capacidad de pelear contra dos osos al mismo tiempo.

La noche cayó de golpe, una luz plateada se dibujó sobre el lago, luego se dibujó un arcoíris de extremo a extremo y miles de colores lo hicieron sentir dentro de un mundo alterno, algunas lechuzas aletearon y una sensación de incomodidad quiso doblegarlo, por un momento estuvo a punto de vomitar, con una vara de nardo escribió en el agua, “odio ser leñador”, pero el mensaje se convertía en pequeñas ondas que desaparecían en la calma del lago. Decidió seguir avanzando pues le era vergonzoso no volver a la choza con el combustible necesario para cocinar ese jugoso pavo de noche buena junto con su esposa Caterina.

Abel exhaló fuerte, se sintió desvanecer, se mojó la boca con un poco de agua y siguió caminando como un guerrero espartano perdido después de la guerra. El frío le restaba agilidad y el disparar su escopeta en caso de ser necesario, no sería tan fácil como en los días de verano. Sus pasos ya lo habían alejado al menos unos diez kilómetros del mundo y de su mujer. Las luces del pueblo ya eran inexistentes para el hombre de este relato.

Leña húmeda, oscuridad, ramas podridas, troncos inservibles, colores fluorescentes y de nuevo oscuridad, eran los únicos elementos que Abel veía a su paso y la esperanza de encontrar leña para esa merecida cena de navidad se esfumaba junto con su tranquilidad. Por un momento se sintió confundido, pero por primera vez en su vida, sentía miedo. Abel no estaba solo.

Las ramas dejaron de ser eso y comenzaron a verse como brazos de espectros. La maleza cobraba vida y parecía una bestia de Lovecraft, pero muy colorida, casi como en un dibujo animado. Su rostro se dibujó tensó, parecía un ejecutado en la silla eléctrica, solo le faltó el cabello electrizado, humo saliendo de la piel y manchones oscuros en las mejillas. Abel dejó caer la escopeta al suelo, llevó ambas manos al cuello, pues sintió que algo entraba a su cuerpo. Una presencia poseía el cuerpo de aquel hombre. El arma se disparó cuando se estrelló en una roca y la detonación hirió su rodilla izquierda. Una mala energía penetró al cuerpo de Abel, por un momento sintió desmayarse, pero a los pocos segundos recuperó la fuerza, la herida en su rodilla había sido sanada por arte de no sé quién. Su mente estaba confundida, el entorno parecía una masa difusa llena de colores extravagantes y formas simétricas tan perfectas como los fractales de algún viejo templo de la edad media. Abel tenía la sensación de haber entrado a un mundo dentro de un televisor a colores.

Sus ojos se inyectaron de sangre y dibujó una sonrisa llena de maldad. Abel estaba en medio de ese tenebroso bosque, envuelto en un aura negra y rodeado de flamas rojas, parecía un ritual de brujería, extrañas voces repetían su nombre a modo de oración y le ordenaban largarse de ese lugar para matar a su esposa Caterina. Esos rezos infernales lo hicieron lanzar un grito desesperado, recogió el arma, olvidó la leña para la cena de noche buena y regresó a la cabaña a una velocidad fuera de la razón humana.

En medio de confusión y de todos los horrores vividos en el bosque, Abel logró volver a la cabaña, pero ya no era el mismo. La cena de noche buena le importó una nada y entró a casa, directo a la cocina, tenía el deseo de matarla. Podía ver las paredes dobles y colores chillantes saltaban de ellas, cuando parpadeaba se veían normales, pero el efecto era variable, según su agitación. Deseaba beber agua para luego ir a matar a su esposa, pero cuando iba a hacerlo, observó a través de la ventana y apareció una silueta flotando muy cerca del roble contiguo a la cabaña. Era su esposa Caterina colgada de una rama, con los ojos afuera de sus cuencas.

Corrió de inmediato a para intentar matarla un poquito más, pero cuando se disponía a salir pudo ver ahora el cadáver de la mujer tendido a un lado de la puerta con la garganta abierta, luego cuando corrió para rematarla, se encontraba en uno de los rincones de la sala con las venas de las muñecas cortadas de orilla a orilla. Abel comenzó a sentirse desesperado porque Caterina oscilaba muerta de un lado a otro y no podía atraparla. Abel subió las escaleras para lavarse el rostro y Caterina estaba en la bañera con la piel azul y señas de ahogamiento. Abel gritó una maldición para despejarse un poco porque sus deseos de matarla primero habían sido reprimidos por la locura que estaba viviendo. El hombre rompió en llanto, luego en carcajadas, después vio su rostro en el espejo del baño y detrás de él, apareció Caterina con una sonrisa diabólica, ahorcándolo con su brazo izquierdo y con la punta de un cuchillo en su yugular. Hubo un último grito que sonó en el vecindario y ese cuento alucinante del leñador se terminó.

La policía del pueblo norte recibió una llamada anonima en esa misma noche buena del 2023. Dos patrullas arribaron a la casa 127 de la avenida trenton, revisaron la casa y encontraron el cadáver de Abel con un tiro de escopeta en la rodilla y degollado, también el de Caterina con mutilaciones y heridas de cuchillo en todo el cuerpo. En la sala de estar había hongos alucinogenos mordidos, vodka y líneas de heroína sobre una mesita de cristal. En el televisor había un video tutorial pausado de cómo usar drogas alucinogenas sin perder el control y en uno de los espejos de la casa había una nota que decía: “Odio ser leñador”.

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