/ lunes 27 de diciembre de 2021

Desfile de buenos recuerdos

Se ha vivido el tiempo de unión familiar, de ostentación de amor al prójimo y el renacimiento de la fraternidad. Aquellos con quienes convivimos en la juventud o en la infancia, surgen en este espacio de paz y tranquilidad de la Navidad.

Bendita oportunidad de ver a niños con juguetes nuevos y chamarras lucidoras. Desgarradora comparación cuando aún llegan infantes a solicitar el juguete o el vestido, porque a su casa no llegó el Niño Dios.

La gratitud hace presa nuestros recuerdos que, aunque con la existencia de etapas de carencias, se gozó del amor de los seres queridos y se logró obsequiar el regalo, pagar el aguinaldo, regalar el espíritu de amor, paz y gratitud a miles de quienes se encuentran en el desfile de los buenos recuerdos.

Dios haya recibido a todos aquellos que ya no están con nosotros físicamente, pero fueron esenciales en la felicidad que, una vez y otra vez, vivimos en las épocas de Navidad.

Que quizás no hayamos sido recíprocos con tanta bondad, pero también es posible el perdón, pues después de convertir en memoria los verdaderos momentos de sacrificio y amor de nuestros padres y, saber que no hemos sido los que ellos quisieran que fuéramos, emerge el arrepentimiento de algunas actitudes y la necesidad del perdón.

El tiempo nos lleva al reconocimiento y análisis de conductas; la primera y esencial es la propia que, sin ser unos tiranos, como humanos los errores quisieron darnos otra figura. Hoy nos damos cuenta que, si tan grande fue el error, así resultó el costo que tuvimos que llevar a cuestas.

Reflexionando toda esa riqueza de recuerdos, somos afables, sinceros, tolerantes, empáticos y amorosos y deseamos que los que ahora vienen y llegan después de nosotros, aquilaten los mejores recuerdos, porque si al regalar la flor ahí estaba la belleza, deseable sería que, su fragancia perdure siempre en el recuerdo.

Sin ninguna intención germinan en este tiempo los buenos sentimientos, a tal grado que cualquier actitud hacia los demás es de aceptación, comprensión, tolerancia y muchos valores más que podrán ser incontables, pero si llegara a aflorar en nosotros el egoísmo, la mentira, la injusticia, la impunidad y otros más, cualquier acto notable de amor que hayamos realizado, será completamente nulo y saldría de la procesión de los buenos recuerdos.

La mejor reminiscencia es haber hecho felices a los míos, pero también es, hacer felices a quienes te piden algo que puedes obsequiar, como el vestido, la comida, el juguete, tu afabilidad, compañía y unirnos a la gracia y el amor de quien requiere o no, su Navidad.

Se ha vivido el tiempo de unión familiar, de ostentación de amor al prójimo y el renacimiento de la fraternidad. Aquellos con quienes convivimos en la juventud o en la infancia, surgen en este espacio de paz y tranquilidad de la Navidad.

Bendita oportunidad de ver a niños con juguetes nuevos y chamarras lucidoras. Desgarradora comparación cuando aún llegan infantes a solicitar el juguete o el vestido, porque a su casa no llegó el Niño Dios.

La gratitud hace presa nuestros recuerdos que, aunque con la existencia de etapas de carencias, se gozó del amor de los seres queridos y se logró obsequiar el regalo, pagar el aguinaldo, regalar el espíritu de amor, paz y gratitud a miles de quienes se encuentran en el desfile de los buenos recuerdos.

Dios haya recibido a todos aquellos que ya no están con nosotros físicamente, pero fueron esenciales en la felicidad que, una vez y otra vez, vivimos en las épocas de Navidad.

Que quizás no hayamos sido recíprocos con tanta bondad, pero también es posible el perdón, pues después de convertir en memoria los verdaderos momentos de sacrificio y amor de nuestros padres y, saber que no hemos sido los que ellos quisieran que fuéramos, emerge el arrepentimiento de algunas actitudes y la necesidad del perdón.

El tiempo nos lleva al reconocimiento y análisis de conductas; la primera y esencial es la propia que, sin ser unos tiranos, como humanos los errores quisieron darnos otra figura. Hoy nos damos cuenta que, si tan grande fue el error, así resultó el costo que tuvimos que llevar a cuestas.

Reflexionando toda esa riqueza de recuerdos, somos afables, sinceros, tolerantes, empáticos y amorosos y deseamos que los que ahora vienen y llegan después de nosotros, aquilaten los mejores recuerdos, porque si al regalar la flor ahí estaba la belleza, deseable sería que, su fragancia perdure siempre en el recuerdo.

Sin ninguna intención germinan en este tiempo los buenos sentimientos, a tal grado que cualquier actitud hacia los demás es de aceptación, comprensión, tolerancia y muchos valores más que podrán ser incontables, pero si llegara a aflorar en nosotros el egoísmo, la mentira, la injusticia, la impunidad y otros más, cualquier acto notable de amor que hayamos realizado, será completamente nulo y saldría de la procesión de los buenos recuerdos.

La mejor reminiscencia es haber hecho felices a los míos, pero también es, hacer felices a quienes te piden algo que puedes obsequiar, como el vestido, la comida, el juguete, tu afabilidad, compañía y unirnos a la gracia y el amor de quien requiere o no, su Navidad.