/ jueves 21 de noviembre de 2019

EN CARTERA

A 109 años de la Revolución Mexicana ¿está concluida?

La historia no es lineal ni estática, es dinámica. Los miles de libros y ensayos que sobre la Revolución Mexicana se han escrito –que me obligó a realizar una apretada bibliografía de consulta para impartir la materia de Problemas Sociopolíticos y Económicos de México en la FECA de la UJED-, ofrecen muchos puntos de vista y una enorme cantidad de opiniones esclarecedoras.

Cada libro o ensayo que se publica ofrece siempre un nuevo enfoque, hay nuevos enfoques incluso dentro de la obra de un mismo autor.

Hoy en día se ha abandonado la perspectiva, siempre previciada de etnocentrismo; tal pareciera que el único objetivo de todos los revolucionarios fue la ciudad de México, o que los sucesos regionales sólo pudieran ser conocidos mediante documentos capitalinos. El espectacular desarrollo de la historiografía regional y local ha venido a mostrar que la mayoría de los fenómenos fueron provocados por problemas de la comarca y que tuvieron dinámicas y soluciones absolutamente particulares.

Del mismo modo, hasta hace unos años era historia “desde arriba”. Uno de los cambios epistemológicos más importantes se manifiesta en la atención ahora prestada a personajes secundarios o a la masa que conformó los distintos ejércitos o movimientos revolucionarios; ahora se hace historia “desde abajo”. En la segunda fila, valga la paradoja, hay personajes de primera.

Siempre habrá nuevos aspectos por conocer mejor. Por ejemplo, un aspecto fundamental que debe estudiarse: la contrarrevolución. Pretender que la revolución es continua, similar y sexenal es un error. Toda revolución crea contrarrevolución. Otro ejemplo, son las historias de familia, partiendo de la familia actual se sigue el árbol genealógico y se podrá conocer el cómo se vivía, las costumbres, credos e ideologías que tuvieron como marco la revolución y demás momentos de nuestra historia.

Sin duda que la economía requiere mayor atención. Podría insistirse en la necesidad de trabajar sobre las ideologías y los cambios culturales, sobre la historia diplomática, la vida cotidiana, los procesos de secularización, la organización administrativa, el pensamiento conservador frente a la revolución, de los porfiristas al enfrentar la lucha armada, las posiciones de la iglesia y el Ejército –que han sido siempre factores de poder-, las negociaciones de paz entre los rebeldes y el gobierno de 1911, el telúrico movimiento del cambio de gobernadores durante el mandato de Francisco León de la Barra al sustituir a Porfirio Díaz Mori, la desintegración de la familia tradicional y la formación de la “familia de guerrilla”, la presencia de la democracia norteamericana como paradigma o el flujo ideológico de la Revolución Francesa, o bien el redescubrimiento género biográfico, pero lo más importante parece ser que la gran búsqueda son la inexplicables historias regionales y locales.

En la actualidad, independientemente del tema que aborden, muchas investigaciones se hacen cargo de los límites periódicos de la revolución y dentro de ellos subyacen diversas interrogantes: ¿sólo abarca el período de la lucha armada, y dentro de éste lapso está la “verdadera”, la encabezada por Madero y Carranza, o si lo es más auténticamente aquel enorme e incontenible flujo social que entraña la de Zapata o Villa?

Frecuentemente se debate si es pertinente considerarla concluida hasta que se promulga la Constitución de 1917, ¿o se prolonga hasta la muerte de Carranza, cuando se instaura un régimen de transición, o incluye también los llamados “regímenes de la reconstrucción”? ¿O llega, tal vez con una vitalidad que sorprendería a cualquiera, hasta la creación en 1929 del Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente del PRI, o cierra el ciclo cuando Lázaro Cárdenas por fin logra emprender una serie de cambios sociales, como el reparto de tierras ejidales o la nacionalización del petróleo?

No nos equivoquemos dirían algunos, la revolución está viva en la “unidad nacional” de Manuel Ávila Camacho, en la “alianza para la producción” de Miguel Alemán Valdez, en el proyecto “arriba y adelante” de Luis Echeverría para superar el atraso tercermundista y aletea en los últimos sexenios bajo el signo de la crisis, con “solidaridad”, “progresa”, “oportunidades” y ahora “bienestar” programas que son paliativos, aspirinas que no resuelven los problemas de fondo, los estructurales, que no obstante su demostrada inoperancia con el neoliberalismo del Prian mantuvimos un modelo que día con día hizo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, nos hizo más dependiente del imperialismo y de los organismos financieros internacionales, a quienes ahora les entregamos en calidad de “préstamo” parte de nuestras reservas, pero seguimos inmersos en los efectos de la sequía por falta de recursos y seguimos sin la infraestructura hidráulica que requiere el campo, sin la infraestructura urbana que requieren las ciudades, sin los elementos para otorgarle transformación a nuestras materias primas como productos terminados.

A casi 20 años de “Oportunidades”, ningún pobre ha dejado de serlo, al contrario se han incrementado en millones. Por fortuna, hemos iniciado otro modelo económico, basado en el bienestar de la persona no en su explotación. No hemos creado por décadas el millón de empleos que se requiere cada año.

No se cumplieron las metas para reducir la pobreza del país que en cada sexenio se establecieron. El 70% de los hogares en México enfrentan inseguridad alimentaria. ¿Y qué decir de la deuda pública? El Fondo Monetario Internacional (FMI) recomienda que la deuda pública de los países emergentes como México, se mantenga en un rango de 25 a 30% del Producto Interno Bruto (PIB), por lo que México ha superado el límite superior en 20 puntos porcentuales, al registrar en más de 50 puntos porcentuales.

Además, los pasivos por obligaciones financieras de las entidades federativas y municipios ascienden a más de 400 mil millones de pesos. Por lo que, la deuda pública es una enorme carga para las finanzas gubernamentales y merma las posibilidades de un mejor desarrollo social. ¿Y en qué se invirtieron esos recursos de las deudas externa e interna? Seguramente gran parte está en los negocios de los expresidentes, exgobernadores y demás politicastros. El peor cáncer de México la corrupción y la impunidad.

Cuando sigue habiendo gente que carece de los servicios más elementales, incluso quienes con los pies descalzos mendigan justicia, es claro que la Revolución observa aún asignaturas pendientes. Hoy en día –a 109 años del inicio de la revolución- hay familias que no tienen un techo, muchos que siguen descalzos, millones que no tienen un trabajo ni una vida digna; que no tienen servicios básicos, ni oportunidades para sus hijos de estudio o de trabajo: El campo libre para que ingresen a la delincuencia organizada o no y a la drogadicción.

Los mexicanos reclaman justicia social, oportunidades suficientes y de calidad en educación, trabajo, las herramientas de los valores, de la ciencia y la tecnología, para disminuir o contrarrestar la desesperanza, el desánimo y el desencanto. La parte de la historia que le falta a la revolución Mexicana hay que continuar escribiéndola con trazos profundos y con la tinta indeleble de la democracia, combatiendo los estigmas de la corrupción, la impunidad, la ignorancia, las enfermedades, el desempleo, la inseguridad, la demagogia, el conservadurismo

Urge saldar la deuda histórica del país para abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad. Para superar las asimetrías entre las regiones del país, se requiere generar políticas públicas diferenciadas, alinear a los diversos actores del sistema y consolidar la vinculación de los distintos sectores. Se requiere un desarrollo integral que genere equilibrios y fortalezca a las regiones de acuerdo a sus necesidades, vocaciones locales y potencialidades específicas.

Nuestro potencial se cancela si seguimos tolerando la miseria y no erradicamos sus causas y sólo la tratamos con aspirinas. No es posible permanecer pasivos frente a una realidad social que estamos obligados a cambiar, donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país que exporta cada día más personas porque las “oportunidades” no las encuentra en su propio país.

Es sintomático que hoy se discuta si la revolución debe ser celebrada o conmemorada. La celebración está reservada para quienes sigan pensando que al menos durante un periodo el país tuvo conciencia de la deuda histórica con los pobres.

Hoy tenemos que contestar una pregunta directa y dura: ¿Qué ha cambiado a 109 años de la revolución y a 102 años de la promulgación de la Constitución? Las respuestas posibles son contradictorias. La historiografía académica de la revolución mexicana difiere de la “oficial” en el hecho que subraya las incongruencias entre los proyectos y la realidad, entre lo que se pretendió hacer y lo que realmente se hizo, entre una legitimidad basada en la democracia y la justicia social y una realidad básicamente autoritaria.

Y los ejemplos sobran: el 10 de abril se rasgan las vestiduras por Zapata y en la práctica cotidiana el agrarismo es una pieza de museo, gracias al “liberalismo social” de Salinas de Gortari, que él y sus socios se adueñaron de más de 400 empresas paraestatales del gobierno mexicano, al grado de crear al hombre más rico del mundo, además de vender la banca nacional, el petróleo y la electricidad a los extranjeros.

A los revolucionarios hay que desmitificarlos, bajarlos de los pedestales, humanizarlos, presentarlos con sus flaquezas, debilidades, miserias al lado de sus grandezas. Ya basta de biografías acartonadas.

De ahí la importancia de entender, conocer los procesos de la historia, en este caso, el de la Revolución Mexicana. Apoyémonos en las mejores aspiraciones de la Revolución Mexicana, celebrémosla como se debe, y todos los días hagamos realmente vigente nuestra Constitución.

A 109 años de la Revolución Mexicana ¿está concluida?

La historia no es lineal ni estática, es dinámica. Los miles de libros y ensayos que sobre la Revolución Mexicana se han escrito –que me obligó a realizar una apretada bibliografía de consulta para impartir la materia de Problemas Sociopolíticos y Económicos de México en la FECA de la UJED-, ofrecen muchos puntos de vista y una enorme cantidad de opiniones esclarecedoras.

Cada libro o ensayo que se publica ofrece siempre un nuevo enfoque, hay nuevos enfoques incluso dentro de la obra de un mismo autor.

Hoy en día se ha abandonado la perspectiva, siempre previciada de etnocentrismo; tal pareciera que el único objetivo de todos los revolucionarios fue la ciudad de México, o que los sucesos regionales sólo pudieran ser conocidos mediante documentos capitalinos. El espectacular desarrollo de la historiografía regional y local ha venido a mostrar que la mayoría de los fenómenos fueron provocados por problemas de la comarca y que tuvieron dinámicas y soluciones absolutamente particulares.

Del mismo modo, hasta hace unos años era historia “desde arriba”. Uno de los cambios epistemológicos más importantes se manifiesta en la atención ahora prestada a personajes secundarios o a la masa que conformó los distintos ejércitos o movimientos revolucionarios; ahora se hace historia “desde abajo”. En la segunda fila, valga la paradoja, hay personajes de primera.

Siempre habrá nuevos aspectos por conocer mejor. Por ejemplo, un aspecto fundamental que debe estudiarse: la contrarrevolución. Pretender que la revolución es continua, similar y sexenal es un error. Toda revolución crea contrarrevolución. Otro ejemplo, son las historias de familia, partiendo de la familia actual se sigue el árbol genealógico y se podrá conocer el cómo se vivía, las costumbres, credos e ideologías que tuvieron como marco la revolución y demás momentos de nuestra historia.

Sin duda que la economía requiere mayor atención. Podría insistirse en la necesidad de trabajar sobre las ideologías y los cambios culturales, sobre la historia diplomática, la vida cotidiana, los procesos de secularización, la organización administrativa, el pensamiento conservador frente a la revolución, de los porfiristas al enfrentar la lucha armada, las posiciones de la iglesia y el Ejército –que han sido siempre factores de poder-, las negociaciones de paz entre los rebeldes y el gobierno de 1911, el telúrico movimiento del cambio de gobernadores durante el mandato de Francisco León de la Barra al sustituir a Porfirio Díaz Mori, la desintegración de la familia tradicional y la formación de la “familia de guerrilla”, la presencia de la democracia norteamericana como paradigma o el flujo ideológico de la Revolución Francesa, o bien el redescubrimiento género biográfico, pero lo más importante parece ser que la gran búsqueda son la inexplicables historias regionales y locales.

En la actualidad, independientemente del tema que aborden, muchas investigaciones se hacen cargo de los límites periódicos de la revolución y dentro de ellos subyacen diversas interrogantes: ¿sólo abarca el período de la lucha armada, y dentro de éste lapso está la “verdadera”, la encabezada por Madero y Carranza, o si lo es más auténticamente aquel enorme e incontenible flujo social que entraña la de Zapata o Villa?

Frecuentemente se debate si es pertinente considerarla concluida hasta que se promulga la Constitución de 1917, ¿o se prolonga hasta la muerte de Carranza, cuando se instaura un régimen de transición, o incluye también los llamados “regímenes de la reconstrucción”? ¿O llega, tal vez con una vitalidad que sorprendería a cualquiera, hasta la creación en 1929 del Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecedente del PRI, o cierra el ciclo cuando Lázaro Cárdenas por fin logra emprender una serie de cambios sociales, como el reparto de tierras ejidales o la nacionalización del petróleo?

No nos equivoquemos dirían algunos, la revolución está viva en la “unidad nacional” de Manuel Ávila Camacho, en la “alianza para la producción” de Miguel Alemán Valdez, en el proyecto “arriba y adelante” de Luis Echeverría para superar el atraso tercermundista y aletea en los últimos sexenios bajo el signo de la crisis, con “solidaridad”, “progresa”, “oportunidades” y ahora “bienestar” programas que son paliativos, aspirinas que no resuelven los problemas de fondo, los estructurales, que no obstante su demostrada inoperancia con el neoliberalismo del Prian mantuvimos un modelo que día con día hizo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, nos hizo más dependiente del imperialismo y de los organismos financieros internacionales, a quienes ahora les entregamos en calidad de “préstamo” parte de nuestras reservas, pero seguimos inmersos en los efectos de la sequía por falta de recursos y seguimos sin la infraestructura hidráulica que requiere el campo, sin la infraestructura urbana que requieren las ciudades, sin los elementos para otorgarle transformación a nuestras materias primas como productos terminados.

A casi 20 años de “Oportunidades”, ningún pobre ha dejado de serlo, al contrario se han incrementado en millones. Por fortuna, hemos iniciado otro modelo económico, basado en el bienestar de la persona no en su explotación. No hemos creado por décadas el millón de empleos que se requiere cada año.

No se cumplieron las metas para reducir la pobreza del país que en cada sexenio se establecieron. El 70% de los hogares en México enfrentan inseguridad alimentaria. ¿Y qué decir de la deuda pública? El Fondo Monetario Internacional (FMI) recomienda que la deuda pública de los países emergentes como México, se mantenga en un rango de 25 a 30% del Producto Interno Bruto (PIB), por lo que México ha superado el límite superior en 20 puntos porcentuales, al registrar en más de 50 puntos porcentuales.

Además, los pasivos por obligaciones financieras de las entidades federativas y municipios ascienden a más de 400 mil millones de pesos. Por lo que, la deuda pública es una enorme carga para las finanzas gubernamentales y merma las posibilidades de un mejor desarrollo social. ¿Y en qué se invirtieron esos recursos de las deudas externa e interna? Seguramente gran parte está en los negocios de los expresidentes, exgobernadores y demás politicastros. El peor cáncer de México la corrupción y la impunidad.

Cuando sigue habiendo gente que carece de los servicios más elementales, incluso quienes con los pies descalzos mendigan justicia, es claro que la Revolución observa aún asignaturas pendientes. Hoy en día –a 109 años del inicio de la revolución- hay familias que no tienen un techo, muchos que siguen descalzos, millones que no tienen un trabajo ni una vida digna; que no tienen servicios básicos, ni oportunidades para sus hijos de estudio o de trabajo: El campo libre para que ingresen a la delincuencia organizada o no y a la drogadicción.

Los mexicanos reclaman justicia social, oportunidades suficientes y de calidad en educación, trabajo, las herramientas de los valores, de la ciencia y la tecnología, para disminuir o contrarrestar la desesperanza, el desánimo y el desencanto. La parte de la historia que le falta a la revolución Mexicana hay que continuar escribiéndola con trazos profundos y con la tinta indeleble de la democracia, combatiendo los estigmas de la corrupción, la impunidad, la ignorancia, las enfermedades, el desempleo, la inseguridad, la demagogia, el conservadurismo

Urge saldar la deuda histórica del país para abatir la pobreza, el rezago y la desigualdad. Para superar las asimetrías entre las regiones del país, se requiere generar políticas públicas diferenciadas, alinear a los diversos actores del sistema y consolidar la vinculación de los distintos sectores. Se requiere un desarrollo integral que genere equilibrios y fortalezca a las regiones de acuerdo a sus necesidades, vocaciones locales y potencialidades específicas.

Nuestro potencial se cancela si seguimos tolerando la miseria y no erradicamos sus causas y sólo la tratamos con aspirinas. No es posible permanecer pasivos frente a una realidad social que estamos obligados a cambiar, donde la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, en un país que exporta cada día más personas porque las “oportunidades” no las encuentra en su propio país.

Es sintomático que hoy se discuta si la revolución debe ser celebrada o conmemorada. La celebración está reservada para quienes sigan pensando que al menos durante un periodo el país tuvo conciencia de la deuda histórica con los pobres.

Hoy tenemos que contestar una pregunta directa y dura: ¿Qué ha cambiado a 109 años de la revolución y a 102 años de la promulgación de la Constitución? Las respuestas posibles son contradictorias. La historiografía académica de la revolución mexicana difiere de la “oficial” en el hecho que subraya las incongruencias entre los proyectos y la realidad, entre lo que se pretendió hacer y lo que realmente se hizo, entre una legitimidad basada en la democracia y la justicia social y una realidad básicamente autoritaria.

Y los ejemplos sobran: el 10 de abril se rasgan las vestiduras por Zapata y en la práctica cotidiana el agrarismo es una pieza de museo, gracias al “liberalismo social” de Salinas de Gortari, que él y sus socios se adueñaron de más de 400 empresas paraestatales del gobierno mexicano, al grado de crear al hombre más rico del mundo, además de vender la banca nacional, el petróleo y la electricidad a los extranjeros.

A los revolucionarios hay que desmitificarlos, bajarlos de los pedestales, humanizarlos, presentarlos con sus flaquezas, debilidades, miserias al lado de sus grandezas. Ya basta de biografías acartonadas.

De ahí la importancia de entender, conocer los procesos de la historia, en este caso, el de la Revolución Mexicana. Apoyémonos en las mejores aspiraciones de la Revolución Mexicana, celebrémosla como se debe, y todos los días hagamos realmente vigente nuestra Constitución.

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