/ sábado 14 de agosto de 2021

La capacidad se demuestra

Una persona orgullosa nunca admitirá sus errores, máxime si se considera superior a los demás, siempre encontrará a quien culpar, de lo contrario podrá aparecer como frágil o ignorante.

Y si desconoce las consecuencias que podrán surgir, con mayor razón señalará que la causa del mal es de otros, pero ahora es fácil culpar a la pandemia. Dicen los expertos en la materia, que el orgulloso odia ser rechazado y las excusas para ser aceptado y esconder sus incapacidades, es culpar a otros y proyectar en algunos lo que no desea sea considerado de su autoría.

Cuando se habla mal de algo como crítica, pero cara a cara, considerando que es para corregir o construir, es lo que nos logra abrir los ojos y aceptar la realidad, pero si en lugar de ello rechazamos el error señalado, y de sus malos resultados señalamos a otros, ¿estamos hablando de personas incapaces, carentes de autoestima e inseguras?, características de las personas que nunca podrán alcanzar algún tipo de madurez.

Hablando de ya saben quién, nos podemos hacer la pregunta: ¿Si es culpa de los anteriores? ¿qué es lo que está haciendo para solucionar los problemas? ¿Es incapaz para solucionar los problemas, no obstante que decía que gobernar era muy fácil, para todo tenía solución y ahora sólo encuentra culpables?

Ahora dicen los chairos que es culpa de la pandemia, por lo que podemos entonces contestarles: ¿Por la pandemia no ha bajado el precio de la gasolina, de la luz y de tanto servicio básico que se ofreció bajar en campaña? ¿Por cupla de la pandemia han aumentado los pobres en nuestro país? ¿La pandemia es culpable del aumento de la delincuencia y el crimen organizado? ¿Por su culpa han aumentado los feminicidios? ¿Por su culpa mueren los niños de cáncer ante la carencia de quimioterapias y ahora hasta se niegan dar recetas para que puedan adquirir medicamentos de cáncer en otras partes? ¿Por culpa de la pandemia hay desabasto de medicinas?

El principal factor para resolver los problemas es el saber que es el conjunto de conocimientos teóricos y prácticos que las personas desarrollan en sus actividades productivas. Si algunos pensaban que con la “honestidad” se resolvería todo, resulta más deshonesto quien así lo ofreció, pues nunca sabrá cómo resolver cualquier controversia, por la ausencia del factor principal.

Es necesario además saberlo hacer, como perfeccionamiento de las habilidades, destrezas y aptitudes de quien desarrolle una actividad, con los mejores métodos de trabajo que reflejen la calidad del actuar de la persona, función que se considera básica para la productividad. Quien haya creído que basta con ser honesto, aunque carezca de experiencia está en un error, y si no lo acepta, es un ciego, y basta con ver lo improductivo de todo lo que se está haciendo por ya saben quién.

Con el saber, el saber hacer, puede nacer el saber ser, para quien tienen las características, que es lo que conocen los expertos como la profesionalización, que no tendría nada que ver con alguien que en su trabajo pueda contrariar a los expertos y decir: “Me canso ganso” y se empeñe en hacer su voluntad; o bien, que desde una alta magistratura responda a la gente con: “Lo que diga mi dedito”.

“Nadie está obligado a lo imposible”, pero ante los acontecimientos que he dejado expuestos en este artículo, cabe reconocer que cuando a una persona con demasiado orgullo, no se le puede decir que desconoce, que no sabe, o que no puede, siempre buscará culpables, pretextos u otros datos, no obstante, su incapacidad manifiesta.

Vuelvo a recordar la enseñanza del maestro Silvano González (qepd), cuando siendo mi compañero de atril en la Orquesta Sinfónica de la UJED, el eminente director, Alfredo A. González, detuvo el ensayo del grupo para dirigirse a uno de los ejecutantes de la viola, quien era un hombre bastante entrado en edad, que con dificultades podía realizar los raudos movimientos del fraseo del arco; a quien le increpa con cierta indignación: - “¿Qué hace. . .? ¿Qué hace mi estimado? . . . ¡toque, toque, lo que quiero es que toque!”- Pero al comprobar que la ejecución de la pieza musical era de suma dificultad e imposible para el veterano de la viola, mi compañero de atril don Silvano también entrado en años, me indica: “Pues qué gana con decirle: toque, toque., es como si a mí me dijeran: Coja, coja……. ¡pues no puedo!

De la misma manera resultará imposible si le pudiéramos decir a ya saben quién: “Gobierne, gobierne, pues NO PUEDE”.

Una persona orgullosa nunca admitirá sus errores, máxime si se considera superior a los demás, siempre encontrará a quien culpar, de lo contrario podrá aparecer como frágil o ignorante.

Y si desconoce las consecuencias que podrán surgir, con mayor razón señalará que la causa del mal es de otros, pero ahora es fácil culpar a la pandemia. Dicen los expertos en la materia, que el orgulloso odia ser rechazado y las excusas para ser aceptado y esconder sus incapacidades, es culpar a otros y proyectar en algunos lo que no desea sea considerado de su autoría.

Cuando se habla mal de algo como crítica, pero cara a cara, considerando que es para corregir o construir, es lo que nos logra abrir los ojos y aceptar la realidad, pero si en lugar de ello rechazamos el error señalado, y de sus malos resultados señalamos a otros, ¿estamos hablando de personas incapaces, carentes de autoestima e inseguras?, características de las personas que nunca podrán alcanzar algún tipo de madurez.

Hablando de ya saben quién, nos podemos hacer la pregunta: ¿Si es culpa de los anteriores? ¿qué es lo que está haciendo para solucionar los problemas? ¿Es incapaz para solucionar los problemas, no obstante que decía que gobernar era muy fácil, para todo tenía solución y ahora sólo encuentra culpables?

Ahora dicen los chairos que es culpa de la pandemia, por lo que podemos entonces contestarles: ¿Por la pandemia no ha bajado el precio de la gasolina, de la luz y de tanto servicio básico que se ofreció bajar en campaña? ¿Por cupla de la pandemia han aumentado los pobres en nuestro país? ¿La pandemia es culpable del aumento de la delincuencia y el crimen organizado? ¿Por su culpa han aumentado los feminicidios? ¿Por su culpa mueren los niños de cáncer ante la carencia de quimioterapias y ahora hasta se niegan dar recetas para que puedan adquirir medicamentos de cáncer en otras partes? ¿Por culpa de la pandemia hay desabasto de medicinas?

El principal factor para resolver los problemas es el saber que es el conjunto de conocimientos teóricos y prácticos que las personas desarrollan en sus actividades productivas. Si algunos pensaban que con la “honestidad” se resolvería todo, resulta más deshonesto quien así lo ofreció, pues nunca sabrá cómo resolver cualquier controversia, por la ausencia del factor principal.

Es necesario además saberlo hacer, como perfeccionamiento de las habilidades, destrezas y aptitudes de quien desarrolle una actividad, con los mejores métodos de trabajo que reflejen la calidad del actuar de la persona, función que se considera básica para la productividad. Quien haya creído que basta con ser honesto, aunque carezca de experiencia está en un error, y si no lo acepta, es un ciego, y basta con ver lo improductivo de todo lo que se está haciendo por ya saben quién.

Con el saber, el saber hacer, puede nacer el saber ser, para quien tienen las características, que es lo que conocen los expertos como la profesionalización, que no tendría nada que ver con alguien que en su trabajo pueda contrariar a los expertos y decir: “Me canso ganso” y se empeñe en hacer su voluntad; o bien, que desde una alta magistratura responda a la gente con: “Lo que diga mi dedito”.

“Nadie está obligado a lo imposible”, pero ante los acontecimientos que he dejado expuestos en este artículo, cabe reconocer que cuando a una persona con demasiado orgullo, no se le puede decir que desconoce, que no sabe, o que no puede, siempre buscará culpables, pretextos u otros datos, no obstante, su incapacidad manifiesta.

Vuelvo a recordar la enseñanza del maestro Silvano González (qepd), cuando siendo mi compañero de atril en la Orquesta Sinfónica de la UJED, el eminente director, Alfredo A. González, detuvo el ensayo del grupo para dirigirse a uno de los ejecutantes de la viola, quien era un hombre bastante entrado en edad, que con dificultades podía realizar los raudos movimientos del fraseo del arco; a quien le increpa con cierta indignación: - “¿Qué hace. . .? ¿Qué hace mi estimado? . . . ¡toque, toque, lo que quiero es que toque!”- Pero al comprobar que la ejecución de la pieza musical era de suma dificultad e imposible para el veterano de la viola, mi compañero de atril don Silvano también entrado en años, me indica: “Pues qué gana con decirle: toque, toque., es como si a mí me dijeran: Coja, coja……. ¡pues no puedo!

De la misma manera resultará imposible si le pudiéramos decir a ya saben quién: “Gobierne, gobierne, pues NO PUEDE”.