/ sábado 14 de octubre de 2023

En el Panteón de Oriente, a determinada hora se escuchan voces rezando el Santo Rosario

Ésta es la historia que narra un hombre que ingresó a ese recinto, de noche, un 2 de noviembre, Día de Muertos

Traemos a los lectores de El Sol de Durango una leyenda más, también escrita por Manuel Lozoya Cigarroa en su libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo –Tercera Parte-. La historia que a continuación se escribe ocurrió una noche del 2 de noviembre, en el Panteón de Oriente.

Y es que dicen que en este camposanto, un hombre escuchó voces rezando El Rosario de las Ánimas, y es éste el nombre que recibe la leyenda que tuvo lugar en un otoño, cuando las frutas habían madurado y las hojas caducas de los árboles caían al suelo.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Cortesía León Alvarado

Y contrario a como pinta este 2023, en aquellos años, para el 2 de noviembre, Día de Muertos, las primeras escarchas de la temporada invernal ya helaban el ambiente, aunado a que un vientecillo ligero soplaba el norte perfumando a pasto seco, olor característico de la época en esta región de Durango.

Había romería, todo era algarabía, ruidos y gritos de vendedores de coronas, flores, veladores, de fritangas y otras vendimias de distintos colores y tamaños. Dice la leyenda que el gentío era enorme, unos iban y otros venían en peregrinación constante. Además de acudir a visitar a los familiares ya fallecidos, se vivía una fiesta comercial.

La entrada y salida al cementerio representaba todo un problema, el espacio era insuficiente para la circulación de personas, quienes además cargaban tercios de flores y cubetas con agua para el arreglo de las tumbas.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Miguel Barrera

Dentro del camposanto el ambiente era diferente, la condición del recinto como morada y mansión de los muertos imponía respeto y aunque había mucha gente, todo era tranquilidad y silencio.

“Algunas personas se veían llorando, otras entretejían plegarias elevándolas al confín del infinito pidiendo gracias por sus familiares muertos. En otras tumbas había cirios y veladoras encendidas consumiéndose como todo se consume en el universo”.

El Panteón de Oriente dentro de la inquietud propia que le caracteriza lucía bonito, pues habían sido limpiadas las tumbas, y enseguida vestidas con flores amarillas. Aunque, como todo panteón, llegó el momento en que el silencio predominaba.

“Nosotros los enterradores, camposanteros como nos dicen, sabemos el secreto de comunicación entre los vivos y los muertos, porque siempre que cerramos una tumba sentimos cuando el muerto habla, se despide del mundo ruido y se dispone a descansar para siempre, iniciando una nueva vida, la que empieza después de la muerte. Ese día yo me había dedicado a limpiar sepulcros, quitando la hierba seca que durante el verano nace en abundancia, me sentía contento porque me había ido muy bien ya que me había ganado algún dinero. Trabajé hasta que el sol se ocultó y el peso de la noche como pesado fardo cayó sobre nosotros”, narra el personaje de la historia.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Cortesía León Alvarado

Quien explica que tras una jornada laboral, fatigado, se dirigió a su hogar, pero cuando quiso entregarle el dinero obtenido durante el día a su esposa, se dio cuando que había olvidado su chamarra sobre una tumba. En ésta había dejado a su vez el dinero.

“Más a fuerza que de ganas, me dispuse a recuperar mi prenda de vestir por el dinero que contenía y salí de mi casa dirigiéndome al panteón. Decidí brincarme la barda obscura, la débil luz de las estrellas alumbraba tenuemente las tumbas cuyo silencio protestaba por mi presencia. No sé si el viento o los muertos murmuraban una oración que no se entendía pero si se escuchaba y parecía una plegaria solemne a la eternidad. Algunas cruces se movían a mi paso alargando sus brazos hacia el infinito”

Explica que a lo lejos se escuchaba el canto de gallos y el aullido de los perros, lo que hacían más pesada su búsqueda. Por fin llegó al centro del cementerio, y sí encontró su chamarra olvidada, intacta, con el dinero que él había dejado en ella.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Perla Rodríguez Contreras

“El murmullo sordo no cesaba de mis oídos y traté de descubrir que era. Al poner especial atención en aquel ruido que yo atribuía al viento, advertí que eran las voces de un inmenso coro que decía con voz un tanto apagada: ‘Ruega por nosotros, ruega por ellos, ruega por ellos…..’, más que darme miedo, entendí que se me figuraba y debía aclararlo todo. Con valentía agucé el oído y me di cuenta que las voces salían cerca de mí y de todas partes. No tenía caso acobardarme desmayándome de miedo para quedarme a pasar la noche entre los muertos”.

El hombre narra que con aplomo singular se incorporó al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” y después “ruega por ellas, ruega por ellos…”.

Para salir del lugar, ya no brincó la barda, por el contrario le pidió a Juan, el panteonero que le abriera la puerta, a quien le platicó su experiencia minutos antes, a lo que él respondió.

- “Si, eso se escucha todos los días, es el Rosario de las Ánimas, que bueno que usted lo escuchó, porque no toda la gente tiene esa suerte de escucharlo y menos de rezar junto con ellas”.

Dice Manuel Lozoya Cigarroa que es José García Valdemar, quien por muchos años fue trabajador del Panteón de Oriente, el hombre que vivió esta insólita y extraordinaria experiencia.

Pero, agrega que no es la única persona que narra haber sido participe de una situación similar, haber escuchado lo que ahora popularmente llaman El Rosario de las Animas.

Traemos a los lectores de El Sol de Durango una leyenda más, también escrita por Manuel Lozoya Cigarroa en su libro Leyendas y Relatos del Durango Antiguo –Tercera Parte-. La historia que a continuación se escribe ocurrió una noche del 2 de noviembre, en el Panteón de Oriente.

Y es que dicen que en este camposanto, un hombre escuchó voces rezando El Rosario de las Ánimas, y es éste el nombre que recibe la leyenda que tuvo lugar en un otoño, cuando las frutas habían madurado y las hojas caducas de los árboles caían al suelo.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Cortesía León Alvarado

Y contrario a como pinta este 2023, en aquellos años, para el 2 de noviembre, Día de Muertos, las primeras escarchas de la temporada invernal ya helaban el ambiente, aunado a que un vientecillo ligero soplaba el norte perfumando a pasto seco, olor característico de la época en esta región de Durango.

Había romería, todo era algarabía, ruidos y gritos de vendedores de coronas, flores, veladores, de fritangas y otras vendimias de distintos colores y tamaños. Dice la leyenda que el gentío era enorme, unos iban y otros venían en peregrinación constante. Además de acudir a visitar a los familiares ya fallecidos, se vivía una fiesta comercial.

La entrada y salida al cementerio representaba todo un problema, el espacio era insuficiente para la circulación de personas, quienes además cargaban tercios de flores y cubetas con agua para el arreglo de las tumbas.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Miguel Barrera

Dentro del camposanto el ambiente era diferente, la condición del recinto como morada y mansión de los muertos imponía respeto y aunque había mucha gente, todo era tranquilidad y silencio.

“Algunas personas se veían llorando, otras entretejían plegarias elevándolas al confín del infinito pidiendo gracias por sus familiares muertos. En otras tumbas había cirios y veladoras encendidas consumiéndose como todo se consume en el universo”.

El Panteón de Oriente dentro de la inquietud propia que le caracteriza lucía bonito, pues habían sido limpiadas las tumbas, y enseguida vestidas con flores amarillas. Aunque, como todo panteón, llegó el momento en que el silencio predominaba.

“Nosotros los enterradores, camposanteros como nos dicen, sabemos el secreto de comunicación entre los vivos y los muertos, porque siempre que cerramos una tumba sentimos cuando el muerto habla, se despide del mundo ruido y se dispone a descansar para siempre, iniciando una nueva vida, la que empieza después de la muerte. Ese día yo me había dedicado a limpiar sepulcros, quitando la hierba seca que durante el verano nace en abundancia, me sentía contento porque me había ido muy bien ya que me había ganado algún dinero. Trabajé hasta que el sol se ocultó y el peso de la noche como pesado fardo cayó sobre nosotros”, narra el personaje de la historia.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Cortesía León Alvarado

Quien explica que tras una jornada laboral, fatigado, se dirigió a su hogar, pero cuando quiso entregarle el dinero obtenido durante el día a su esposa, se dio cuando que había olvidado su chamarra sobre una tumba. En ésta había dejado a su vez el dinero.

“Más a fuerza que de ganas, me dispuse a recuperar mi prenda de vestir por el dinero que contenía y salí de mi casa dirigiéndome al panteón. Decidí brincarme la barda obscura, la débil luz de las estrellas alumbraba tenuemente las tumbas cuyo silencio protestaba por mi presencia. No sé si el viento o los muertos murmuraban una oración que no se entendía pero si se escuchaba y parecía una plegaria solemne a la eternidad. Algunas cruces se movían a mi paso alargando sus brazos hacia el infinito”

Explica que a lo lejos se escuchaba el canto de gallos y el aullido de los perros, lo que hacían más pesada su búsqueda. Por fin llegó al centro del cementerio, y sí encontró su chamarra olvidada, intacta, con el dinero que él había dejado en ella.

A un hombre, aquel 2 de noviembre, no le quedó de otra más que incorporarse al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” | Foto: Perla Rodríguez Contreras

“El murmullo sordo no cesaba de mis oídos y traté de descubrir que era. Al poner especial atención en aquel ruido que yo atribuía al viento, advertí que eran las voces de un inmenso coro que decía con voz un tanto apagada: ‘Ruega por nosotros, ruega por ellos, ruega por ellos…..’, más que darme miedo, entendí que se me figuraba y debía aclararlo todo. Con valentía agucé el oído y me di cuenta que las voces salían cerca de mí y de todas partes. No tenía caso acobardarme desmayándome de miedo para quedarme a pasar la noche entre los muertos”.

El hombre narra que con aplomo singular se incorporó al coro de las voces diciendo: “Ten piedad de ellas, ten piedad de ellos…” y después “ruega por ellas, ruega por ellos…”.

Para salir del lugar, ya no brincó la barda, por el contrario le pidió a Juan, el panteonero que le abriera la puerta, a quien le platicó su experiencia minutos antes, a lo que él respondió.

- “Si, eso se escucha todos los días, es el Rosario de las Ánimas, que bueno que usted lo escuchó, porque no toda la gente tiene esa suerte de escucharlo y menos de rezar junto con ellas”.

Dice Manuel Lozoya Cigarroa que es José García Valdemar, quien por muchos años fue trabajador del Panteón de Oriente, el hombre que vivió esta insólita y extraordinaria experiencia.

Pero, agrega que no es la única persona que narra haber sido participe de una situación similar, haber escuchado lo que ahora popularmente llaman El Rosario de las Animas.

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