/ domingo 9 de junio de 2024

Exsurge

Ecuanimidad


Vivimos en una realidad que le gusta ser muy cambiante. El sociólogo Zygmunt Bauman ha definido el mundo actual como “modernidad líquida”, pues, como el agua, fluye, pero sin forma concreta ni estabilidad, toma la forma del recipiente que la contenga, todo es flexibilidad y se busca siempre la novedad. No nos gusta permanecer en algo, porque pensamos que es sinónimo de tradicionalismo, de lo antiguo, del pasado. Y todo esto lo trasladamos a nuestras propias emociones y sentimientos. Esperamos una vorágine de novedades y, si no llegan, nos vienen cambios de humor y de inestabilidad emocional. Tanto la depresión como la ansiedad se han convertido en las dos enfermedades del siglo XXI, la primera porque al no tener siempre nuevas cosas nos encerramos en el capricho del pasado; la segunda, porque nos preocupa demasiado el futuro y nos tensamos tan solo de pensarlo.

Frente a estas actitudes, tenemos la ecuanimidad. Esta palabra tan en desuso, proviene del latín y significa tener una misma alma o, en otras palabras, tener igualdad y constancia de ánimo. La ecuanimidad es una virtud que nos hace mantenernos estables frente a la adversidad o frente a la dicha. Porque en ambas situaciones el punto medio es lo recomendable. Frente a la adversidad solemos decaer, bajar los brazos, dar todo por perdido y elevar el lamento, mientras que frente a la dicha solemos exultar y derrochar sin límite y sin pensar en el mañana. La ecuanimidad nos mantiene firmes en la adversidad y conscientes en la dicha.

Ser ecuánimes es el ideal frente a esta modernidad líquida en la que nos desenvolvemos. Mantenernos con un mismo estado de ánimo, sabiendo que la dificultad no dura para siempre ni la dicha siempre inundará nuestra vida. Decía Miguel de Cervantes Saavedra a través de su famoso personaje Don Quijote de la Mancha: «Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca» (c. XVIII). Hombre de ecuanimidad era el sabio de la locura, don Quijote, que aunque no le salían las cosas siempre bien, siguió empeñándose, y aunque tuvo dicha en sus aventuras, mantuvo la cordura sin soberbia ni altanería.

En la tradición cristiana a la ecuanimidad se le da el nombre de una de las virtudes cardinales: la templanza. Es la moderación ante la abundancia y la fortaleza ante la adversidad. Pensamos en el agua templada cuando no está en extremo caliente o fría, pero también hablamos del temple que se le da al hierro y lo hace mantenerse fuerte. Es, por tanto, mantener el equilibrio frente a los extremos y mantenerse fuerte y firme. La templanza nos ayuda a moderar nuestros ánimos en la dicha y a amortiguarlos en la caída.

La ecuanimidad y la templanza frente a la inestabilidad del mundo. En un mundo líquido, podemos ser estables, ecuánimes, personas de temple.

X/Twitter: @Noesov

Ecuanimidad


Vivimos en una realidad que le gusta ser muy cambiante. El sociólogo Zygmunt Bauman ha definido el mundo actual como “modernidad líquida”, pues, como el agua, fluye, pero sin forma concreta ni estabilidad, toma la forma del recipiente que la contenga, todo es flexibilidad y se busca siempre la novedad. No nos gusta permanecer en algo, porque pensamos que es sinónimo de tradicionalismo, de lo antiguo, del pasado. Y todo esto lo trasladamos a nuestras propias emociones y sentimientos. Esperamos una vorágine de novedades y, si no llegan, nos vienen cambios de humor y de inestabilidad emocional. Tanto la depresión como la ansiedad se han convertido en las dos enfermedades del siglo XXI, la primera porque al no tener siempre nuevas cosas nos encerramos en el capricho del pasado; la segunda, porque nos preocupa demasiado el futuro y nos tensamos tan solo de pensarlo.

Frente a estas actitudes, tenemos la ecuanimidad. Esta palabra tan en desuso, proviene del latín y significa tener una misma alma o, en otras palabras, tener igualdad y constancia de ánimo. La ecuanimidad es una virtud que nos hace mantenernos estables frente a la adversidad o frente a la dicha. Porque en ambas situaciones el punto medio es lo recomendable. Frente a la adversidad solemos decaer, bajar los brazos, dar todo por perdido y elevar el lamento, mientras que frente a la dicha solemos exultar y derrochar sin límite y sin pensar en el mañana. La ecuanimidad nos mantiene firmes en la adversidad y conscientes en la dicha.

Ser ecuánimes es el ideal frente a esta modernidad líquida en la que nos desenvolvemos. Mantenernos con un mismo estado de ánimo, sabiendo que la dificultad no dura para siempre ni la dicha siempre inundará nuestra vida. Decía Miguel de Cervantes Saavedra a través de su famoso personaje Don Quijote de la Mancha: «Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca» (c. XVIII). Hombre de ecuanimidad era el sabio de la locura, don Quijote, que aunque no le salían las cosas siempre bien, siguió empeñándose, y aunque tuvo dicha en sus aventuras, mantuvo la cordura sin soberbia ni altanería.

En la tradición cristiana a la ecuanimidad se le da el nombre de una de las virtudes cardinales: la templanza. Es la moderación ante la abundancia y la fortaleza ante la adversidad. Pensamos en el agua templada cuando no está en extremo caliente o fría, pero también hablamos del temple que se le da al hierro y lo hace mantenerse fuerte. Es, por tanto, mantener el equilibrio frente a los extremos y mantenerse fuerte y firme. La templanza nos ayuda a moderar nuestros ánimos en la dicha y a amortiguarlos en la caída.

La ecuanimidad y la templanza frente a la inestabilidad del mundo. En un mundo líquido, podemos ser estables, ecuánimes, personas de temple.

X/Twitter: @Noesov

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