/ sábado 28 de agosto de 2021

Hemos degradado la clase política

En la época estudiantil nos impactaba la actuación del más fuerte, quien resultaba triunfador en los golpes y obtenía resultados satisfactorios de alguna encomienda, ya fuera por medio de amenazas, por la fuerza, o en forma ilegal y por ello, lo hacíamos nuestro líder.

Debido a la debilidad de nuestra condición humana y que nos resistimos a no aceptar, nos atrae lo que nos pueda dar un beneficio, aunque perjudique a terceros; también confiamos en el líder altanero que grita a las autoridades aún sin razón.

Nos atrae la fuerza, el ataque, aunque desconozcamos las causas, pero en cuestión política, la osadía, la embestida, ejerce una especie de hechizo en nuestras temerosas y aborregadas sociedades, que convierten de inmediato los compromisos externos en virales de forma instantánea y global.

Admiramos a quien sin causa, ataque a un político, por nuestro desconocimiento apoyamos legisladores con la creación de leyes ilógicas, incongruentes, inmorales y anticonstitucionales debido a la incapacidad manifiesta de todos ellos, que sólo buscan en la política el mejor modus vivendi.

Erasmo de Rotterdam, oponiéndose al maquivelismo tirano, de obtener el poder a costa de lo que fuera, al emperador Carlos V le recomendó “Si quieres mostrarte como un príncipe distinguido, intenta que nadie te supere en tus propias cualidades, en sabiduría, en grandeza de ánimo, en moderación y en integridad. Ante todos considérate más decente, menos ávaro, menos arrogante, menos iracundo, menos precipitado de lo que son ellos”.

El psicólogo Tomás Chamorro-Premuzic, autor de “Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes” considera que, al elegir a un líder nos centramos demasiado en la confianza y muy poco en la competencia; consideramos demasiado el carisma y no la capacidad; y los líderes con tendencias narcisistas son los que nos encantan.

Así elegimos a quienes les gusten los tonos violentos, los reclamos agresivos, no obstante, sepamos que son vicios que traen arraigados, que nunca se desharán de ellos, sino que los perfeccionarán y que, “santo y figura, hasta la sepultura”.

Al parecer, nos hemos quedado en la vida estudiantil, en donde nos dejamos llevar por el líder agresivo, quien nos consigue cosas mediante trampas, extorsiones y engaños y elegimos a vándalos y mentirosos como gobernantes, quienes han hecho su fuerte en la violencia psicológica, consiste en amenazar, difamar, degradar o controlar las acciones, comportamientos, creencias y decisiones de quienes consideran sus adversarios, por medio de intimidación, manipulación, chantajes emocionales, acosos, humillación, aislamiento, o cualquier conducta que implique un perjuicio en la salud psicológica, aunándose a este tipo de violencia, la patrimonial, por la cual surge la transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos, documentos personales, bienes y valores, derechos patrimoniales o recursos económicos destinados a satisfacer necesidades y puede abarcar los daños a los bienes comunes o propios de la víctima.

Resulta muy fácil que el testigo protegido, con tal de obtener su “protección”, para quedar bien y obtener canonjías, embarre a quien le indiquen y mediante pruebas apócrifas puedan denunciar o citar, como en el caso de Rosario Robles; y si llega a comparecer Anaya, le va a suceder lo mismo que a ella. A funcionarios actuales del INE, por no consentir ilegalidades, les investigaron cuentas bancarias incluso a sus familiares, o como a Medina Mora, que le bloquearon sus cuentas hasta renunció.

En resumen, lo que hemos logrado eligiendo con el corazón y no con el cerebro, ahora tenemos futbolistas como gobernadores, violadores y buenos para nada, y muchos otros narcisistas que dan lástima por su ignorancia, son nuestros líderes, logrando una completa degradación de la clase política, en donde pocos llevan a cabo los consejos que Erasmo de Rotterdam dio a Carlos V, y nuestros lideres son amos y señores de la violencia psicológica, revanchistas y vengadores, que desconocen totalmente nuestras leyes y la administración pública.

En la época estudiantil nos impactaba la actuación del más fuerte, quien resultaba triunfador en los golpes y obtenía resultados satisfactorios de alguna encomienda, ya fuera por medio de amenazas, por la fuerza, o en forma ilegal y por ello, lo hacíamos nuestro líder.

Debido a la debilidad de nuestra condición humana y que nos resistimos a no aceptar, nos atrae lo que nos pueda dar un beneficio, aunque perjudique a terceros; también confiamos en el líder altanero que grita a las autoridades aún sin razón.

Nos atrae la fuerza, el ataque, aunque desconozcamos las causas, pero en cuestión política, la osadía, la embestida, ejerce una especie de hechizo en nuestras temerosas y aborregadas sociedades, que convierten de inmediato los compromisos externos en virales de forma instantánea y global.

Admiramos a quien sin causa, ataque a un político, por nuestro desconocimiento apoyamos legisladores con la creación de leyes ilógicas, incongruentes, inmorales y anticonstitucionales debido a la incapacidad manifiesta de todos ellos, que sólo buscan en la política el mejor modus vivendi.

Erasmo de Rotterdam, oponiéndose al maquivelismo tirano, de obtener el poder a costa de lo que fuera, al emperador Carlos V le recomendó “Si quieres mostrarte como un príncipe distinguido, intenta que nadie te supere en tus propias cualidades, en sabiduría, en grandeza de ánimo, en moderación y en integridad. Ante todos considérate más decente, menos ávaro, menos arrogante, menos iracundo, menos precipitado de lo que son ellos”.

El psicólogo Tomás Chamorro-Premuzic, autor de “Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes” considera que, al elegir a un líder nos centramos demasiado en la confianza y muy poco en la competencia; consideramos demasiado el carisma y no la capacidad; y los líderes con tendencias narcisistas son los que nos encantan.

Así elegimos a quienes les gusten los tonos violentos, los reclamos agresivos, no obstante, sepamos que son vicios que traen arraigados, que nunca se desharán de ellos, sino que los perfeccionarán y que, “santo y figura, hasta la sepultura”.

Al parecer, nos hemos quedado en la vida estudiantil, en donde nos dejamos llevar por el líder agresivo, quien nos consigue cosas mediante trampas, extorsiones y engaños y elegimos a vándalos y mentirosos como gobernantes, quienes han hecho su fuerte en la violencia psicológica, consiste en amenazar, difamar, degradar o controlar las acciones, comportamientos, creencias y decisiones de quienes consideran sus adversarios, por medio de intimidación, manipulación, chantajes emocionales, acosos, humillación, aislamiento, o cualquier conducta que implique un perjuicio en la salud psicológica, aunándose a este tipo de violencia, la patrimonial, por la cual surge la transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos, documentos personales, bienes y valores, derechos patrimoniales o recursos económicos destinados a satisfacer necesidades y puede abarcar los daños a los bienes comunes o propios de la víctima.

Resulta muy fácil que el testigo protegido, con tal de obtener su “protección”, para quedar bien y obtener canonjías, embarre a quien le indiquen y mediante pruebas apócrifas puedan denunciar o citar, como en el caso de Rosario Robles; y si llega a comparecer Anaya, le va a suceder lo mismo que a ella. A funcionarios actuales del INE, por no consentir ilegalidades, les investigaron cuentas bancarias incluso a sus familiares, o como a Medina Mora, que le bloquearon sus cuentas hasta renunció.

En resumen, lo que hemos logrado eligiendo con el corazón y no con el cerebro, ahora tenemos futbolistas como gobernadores, violadores y buenos para nada, y muchos otros narcisistas que dan lástima por su ignorancia, son nuestros líderes, logrando una completa degradación de la clase política, en donde pocos llevan a cabo los consejos que Erasmo de Rotterdam dio a Carlos V, y nuestros lideres son amos y señores de la violencia psicológica, revanchistas y vengadores, que desconocen totalmente nuestras leyes y la administración pública.