/ viernes 30 de noviembre de 2018

Jóvenes volver a pensar

El reloj se atrasa, parece que hay un viaje al pasado, allá en los años 70´s, en lo bellos tiempos universitarios, del decoro, y de las ilusiones, del país del cuerno de la abundancia, estábamos flotando prácticamente en petróleo, nuestro peso firme, fuerte y estable resultado del “desarrollo estabilizador” iniciado por Alemán y seguidos de los Adolfos “el viejo y el joven” y rematado con Díaz Ordaz. Y en el país sólo se escuchaba el slogan del presidente electo ¡Arriba y Adelante! por los cuatro puntos cardinales de la patria. Con la holgura de ganar con un porcentaje cerca al 82% de la votación, unos 11,170 8605 de un total de 14’117,701 del padrón electoral, además de haber obtenido 64 senadores y 178 diputados. Si Señores…

¡El Pueblo no se equivoca! Y aquel 1 de diciembre de 1970, el ceremonial, el protocolo, el ritual republicano que, por fortuna, sigue interesando y entusiasmando a grandes sectores de la población, como un síndrome de republicanismo y de institucionalidad, inicio el mítico desfile triunfal con porras y bendiciones del “pueblo” desde San Jerónimo hasta al auditorio nacional para finalmente terminar en Palacio Nacional, (en el besamanos) luego en el ritual republicano que data desde 1917 se pronuncias las mágicas palabras: “Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande”.

Se reconoce que el presidencialismo mexicano no es un capricho de la personalidad del Ejecutivo, ni una consecuencia de la ambición personal sino un resultado de nuestra tradición constitucional. En su Artículo 80, la Carta Magna se refiere al “Supremo Poder Ejecutivo”. No existe una deferencia semejante hacia el Legislativo o el Judicial.

A México nos urgía un presidente con capacidad ejecutiva, no un reformador tibio o un nuevo administrador del statu quo. El único tema importante es que esas facultades presidenciales respeten los límites y contrapesos que impone la propia ley. Sin embargo, la soberbia porque se trata de un gobernante que viene de un triunfo electoral nacional y de muchos triunfos de su entorno y, muchas veces desconocidos, que lo llevaron a la cumbre política de la nación.

Desde luego, no se le pueden regatear los méritos de una victoria que, usualmente, fue dura y difícil. Pero tampoco puede negarse que es difícil desprenderse de la soberbia del triunfalismo. Además, todavía no han comenzado los reclamos de su pueblo. Toda su interlocución es bella.

Todos le piden, todos le sugieren y todos lo elogian. Nadie tiene, todavía, facturas qué presentarle ni cuentas qué cobrarle. Éste es su gran día, quizá su único gran día. Sus programas todavía no se cancelan, sus promesas todavía no se revocan, sus propósitos todavía no fracasan y sus colaboradores todavía no se equivocan. Tendrán que pasar muchos días de derrota en Los Pinos y/o Palacio Nacional para ir volviendo a la normalidad de la vida. Pero, por eso, ese gran día, delicioso y paradisiaco, es bueno para los discursos.

Para transformar México hay que restaurar la presidencia imperial, sostienen morena y sus apologistas. No importa el desaseo parlamentario, ni llenar la Constitución de parches e incongruencias, ni hacer votar a los legisladores dictámenes que desconocen, ni que el país se crispe aún más. Lo central es cumplir con las instrucciones del hombre de Los Pinos y/o Palacio Nacional. Su gobierno se caracterizará por una extraordinaria actividad personal y por la incorporación de una pléyade de gerontes a destacados puestos gubernamentales para neutralizar la crítica al gobierno, en fin, aquí el pueblo si se equivocó. (Toda similitud con los hechos actuales… es mera coincidencia).

Inlitteratum plausum non desidero “No deseo el aplauso de los ignorantes”.


Correo electrónico: tomymx@me.com


El reloj se atrasa, parece que hay un viaje al pasado, allá en los años 70´s, en lo bellos tiempos universitarios, del decoro, y de las ilusiones, del país del cuerno de la abundancia, estábamos flotando prácticamente en petróleo, nuestro peso firme, fuerte y estable resultado del “desarrollo estabilizador” iniciado por Alemán y seguidos de los Adolfos “el viejo y el joven” y rematado con Díaz Ordaz. Y en el país sólo se escuchaba el slogan del presidente electo ¡Arriba y Adelante! por los cuatro puntos cardinales de la patria. Con la holgura de ganar con un porcentaje cerca al 82% de la votación, unos 11,170 8605 de un total de 14’117,701 del padrón electoral, además de haber obtenido 64 senadores y 178 diputados. Si Señores…

¡El Pueblo no se equivoca! Y aquel 1 de diciembre de 1970, el ceremonial, el protocolo, el ritual republicano que, por fortuna, sigue interesando y entusiasmando a grandes sectores de la población, como un síndrome de republicanismo y de institucionalidad, inicio el mítico desfile triunfal con porras y bendiciones del “pueblo” desde San Jerónimo hasta al auditorio nacional para finalmente terminar en Palacio Nacional, (en el besamanos) luego en el ritual republicano que data desde 1917 se pronuncias las mágicas palabras: “Protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande”.

Se reconoce que el presidencialismo mexicano no es un capricho de la personalidad del Ejecutivo, ni una consecuencia de la ambición personal sino un resultado de nuestra tradición constitucional. En su Artículo 80, la Carta Magna se refiere al “Supremo Poder Ejecutivo”. No existe una deferencia semejante hacia el Legislativo o el Judicial.

A México nos urgía un presidente con capacidad ejecutiva, no un reformador tibio o un nuevo administrador del statu quo. El único tema importante es que esas facultades presidenciales respeten los límites y contrapesos que impone la propia ley. Sin embargo, la soberbia porque se trata de un gobernante que viene de un triunfo electoral nacional y de muchos triunfos de su entorno y, muchas veces desconocidos, que lo llevaron a la cumbre política de la nación.

Desde luego, no se le pueden regatear los méritos de una victoria que, usualmente, fue dura y difícil. Pero tampoco puede negarse que es difícil desprenderse de la soberbia del triunfalismo. Además, todavía no han comenzado los reclamos de su pueblo. Toda su interlocución es bella.

Todos le piden, todos le sugieren y todos lo elogian. Nadie tiene, todavía, facturas qué presentarle ni cuentas qué cobrarle. Éste es su gran día, quizá su único gran día. Sus programas todavía no se cancelan, sus promesas todavía no se revocan, sus propósitos todavía no fracasan y sus colaboradores todavía no se equivocan. Tendrán que pasar muchos días de derrota en Los Pinos y/o Palacio Nacional para ir volviendo a la normalidad de la vida. Pero, por eso, ese gran día, delicioso y paradisiaco, es bueno para los discursos.

Para transformar México hay que restaurar la presidencia imperial, sostienen morena y sus apologistas. No importa el desaseo parlamentario, ni llenar la Constitución de parches e incongruencias, ni hacer votar a los legisladores dictámenes que desconocen, ni que el país se crispe aún más. Lo central es cumplir con las instrucciones del hombre de Los Pinos y/o Palacio Nacional. Su gobierno se caracterizará por una extraordinaria actividad personal y por la incorporación de una pléyade de gerontes a destacados puestos gubernamentales para neutralizar la crítica al gobierno, en fin, aquí el pueblo si se equivocó. (Toda similitud con los hechos actuales… es mera coincidencia).

Inlitteratum plausum non desidero “No deseo el aplauso de los ignorantes”.


Correo electrónico: tomymx@me.com