/ viernes 11 de enero de 2019

Jóvenes volver a pensar

“Sin unidad espiritual nacional se vive en una esquizofrenia nacional”.


Ese estilo, madurado de generación en generación por un pueblo, es el mejor modo de caminar hacia el futuro

Desde la aceptación generalizada del relativismo, que ha alcanzado a la mayor parte de la sociedad y penetrando en la práctica totalidad de sus estructuras, la nación, hasta entonces inconmovible, un valor objetivo y sagrado, ha pasado a ser algo fungible, un valor accidental más.

La aceptación de la filosofía representada por Rousseau y plasmada en “El contrato social”, convirtió las naciones en estados, frutos del voluntarismo, que se construyen o desmantelan por el deseo (dirigido) de la “mayoría”. Pero ¿por qué la nación como valor objetivo, y no como valor subjetivo o temporal? Es la persona la que está en el centro de esta cuestión, porque sobre ella y para ella se va a configurar la comunidad.

El hombre, que es por su propia naturaleza un ser social, no puede vivir aislado, sino que se desarrolla en sociedad. Esa unidad colectiva que Platón llamaba “el gran individuo” tiene, al igual que las personas individuales, una misión, colectiva, que la configura y marca su trayectoria.

La nación, aquella comunidad que históricamente ha formado esa unidad espiritual, queda plasmada físicamente en un territorio y aspira a un estado a su servicio, y, al igual que la persona concreta, es una unidad tanto en materia como en espíritu.

Sin embargo en su unidad espiritual, así como para el hombre concreto es necesaria una fe y un estilo para la maduración personal, en la comunidad ocurre algo parecido, es necesario encontrar la fe común verdadera para que ese pueblo pueda descubrir y así operar en él las razones de su propia existencia.

Sin esa unidad espiritual generalizada, se vive en una esquizofrenia nacional, y filosofías populistas y/o totalitarias socavan los substratos de esta nación, pasando a depender, al menos espiritualmente, de voluntades exteriores.

Ese estilo, madurado de generación en generación por un pueblo, es el mejor modo de caminar hacia el futuro. Por ello tiene importancia diferenciar la Nación del Estado. El Estado es una unidad administrativa que responde a las necesidades de la Nación y no al revés.

Por eso si buscamos la verdad descubriremos que la realidad objetiva es la Nación y no el Estado. De nihilo nihil. – “Nada viene de la nada”.


tomymx@me.com


“Sin unidad espiritual nacional se vive en una esquizofrenia nacional”.


Ese estilo, madurado de generación en generación por un pueblo, es el mejor modo de caminar hacia el futuro

Desde la aceptación generalizada del relativismo, que ha alcanzado a la mayor parte de la sociedad y penetrando en la práctica totalidad de sus estructuras, la nación, hasta entonces inconmovible, un valor objetivo y sagrado, ha pasado a ser algo fungible, un valor accidental más.

La aceptación de la filosofía representada por Rousseau y plasmada en “El contrato social”, convirtió las naciones en estados, frutos del voluntarismo, que se construyen o desmantelan por el deseo (dirigido) de la “mayoría”. Pero ¿por qué la nación como valor objetivo, y no como valor subjetivo o temporal? Es la persona la que está en el centro de esta cuestión, porque sobre ella y para ella se va a configurar la comunidad.

El hombre, que es por su propia naturaleza un ser social, no puede vivir aislado, sino que se desarrolla en sociedad. Esa unidad colectiva que Platón llamaba “el gran individuo” tiene, al igual que las personas individuales, una misión, colectiva, que la configura y marca su trayectoria.

La nación, aquella comunidad que históricamente ha formado esa unidad espiritual, queda plasmada físicamente en un territorio y aspira a un estado a su servicio, y, al igual que la persona concreta, es una unidad tanto en materia como en espíritu.

Sin embargo en su unidad espiritual, así como para el hombre concreto es necesaria una fe y un estilo para la maduración personal, en la comunidad ocurre algo parecido, es necesario encontrar la fe común verdadera para que ese pueblo pueda descubrir y así operar en él las razones de su propia existencia.

Sin esa unidad espiritual generalizada, se vive en una esquizofrenia nacional, y filosofías populistas y/o totalitarias socavan los substratos de esta nación, pasando a depender, al menos espiritualmente, de voluntades exteriores.

Ese estilo, madurado de generación en generación por un pueblo, es el mejor modo de caminar hacia el futuro. Por ello tiene importancia diferenciar la Nación del Estado. El Estado es una unidad administrativa que responde a las necesidades de la Nación y no al revés.

Por eso si buscamos la verdad descubriremos que la realidad objetiva es la Nación y no el Estado. De nihilo nihil. – “Nada viene de la nada”.


tomymx@me.com