/ viernes 10 de enero de 2020

JÓVENES VOLVER A PENSAR

El relativismo que viene

Relativismo: (del latín: “relativus”, relativo.) Es la teoría que sostiene el carácter subjetivo, relativo y condicional del conocimiento humano. El relativismo, al reconocer el carácter relativo del conocimiento, niega su objetividad y considera que en nuestras nociones no se reflejan las propiedades del mundo objetivo.

Si tuviéramos que definir con una palabra la corriente de pensamiento predominante hoy, esta sería, sin lugar a dudas, la de relativismo: Relativismo en lo moral, en lo afectivo, en lo religioso, en lo histórico, en lo político… No parecen existir o darse por buenos principios o ideas de aceptación común o generalizada, de donde partir individual o colectivamente y a partir de las cuales poder discrepar luego; no existe un mínimo común denominador axiológico de esta sociedad, que ha sido definida de diversas maneras: postmodernista, modernista cool, modernista reconstruida… o, en denominación que me parece más ajustada, sociedad líquida.

Este relativismo o “liquidez” afecta también al concepto de México, y ello por la impronta que arrastra todo el mundo, pero más agudizado en estos lares por una tradición -¿o maldición?- propia y que podríamos sintetizar en que, para muchos compatriotas, México es un “perpetuo borrador”, algo inacabado, siempre en trance de ser discutido y puesto en cuestión, no sólo en lo accidental sino en su propia esencia y, como consecuencia, en su existencia.

La consideración de México como boceto inseguro y discutible ha adoptado diferente intensidad según las circunstancias históricas. El sistema vigente ha exacerbado este relativismo de México y, merced a su creación o “invento” de la República Federal, hemos llegado a un momento donde se anuncian pasos concretos para la segregación de territorios y conciencias.

Al que le parezca que este juicio encierra una acusación no velada hacia la fórmula democrática, instaurada o restaurada por y desde la revolución, está en lo cierto: el desmoronamiento o “voladura controlada” del régimen anterior acrecentó sobremanera el relativismo histórico y político, que concluyó con el gigantesco disparate de poner en manos de quienes solo se sentían mexicanos “por imperativo legal” todos los resortes que les permitían una siembra paulatina y constante de la disgregación, el primero de ellos la educación de las futuras generaciones.

La demagogia propia del gobierno, el electoralismo, la complicidad de unas fuerzas políticas y la ceguera o ineptitud de las más altas instancias, han ido abonando el terreno. La crisis económica actual, con su “sálvese quien pueda”, está haciendo el resto. ¿Cómo se ha conseguido el efecto? Con eslóganes tan sencillos y pueriles como, con exigencias de control de fiscalidad para el gobierno estatal, con cifras macroeconómicas manipuladas o tendenciosas, o con otros datos…

En suma, con abundante demagogia política y económica, aderezada con la tradicional mitología del centralismo idiota. Y otro aspecto grave de la cuestión es que este relativismo parece ser compartido por un buen número de ciudadanos del resto de los estados, prudentemente educados por el Sistema: “¡Si quieren seguir apoyando, allá ellos, pero que nos dejen en paz de una vez con nuestra Selección Nacional!”. Mezcla de ignorancia y de estupidez de un pueblo devenido en simple masa.

A muchos ciudadanos, sin embargo, no nos importa si nuestra mexicanidad es respaldada por pocos o por muchos: no aceptamos el planteamiento; como decían los tomistas, negamos la mayor. Llega el momento de rechazar el relativismo, de formular afirmaciones rotundas, de elevar el concepto de México a la categoría de dogma.

No nos vale, por ejemplo, si una generación entera, sometida a un proceso de contagio de la locura promovido por una mafia política actualmente gobernante, quiere destruir lo construido con esfuerzo por las generaciones anteriores (Seguro Popular) y que constituye una herencia legítima para las siguientes. No nos vale que una construcción centenaria, que fue la primera en configurarse como Estado en la época moderna, se quiera fraccionar.

No nos vale que, entre aspiraciones a construir América como patria, se pretende una regresión al aldeanismo, con más o menos votos favorables. Como principio, México es irrevocable. Aunque todos los mexicanos, en referéndum leguleyo, estuvieran de acuerdo en disgregar a México, en aceptar la desaparición de la institución electorera, la reelección, entre otras, ello constituiría un crimen histórico, además de una aberración moral.

Y quienes estuvieran al frente de los supremos poderes del Estado en ese hipotético momento de la ruptura merecerían ser maldecidos por todas las generaciones de mexicanos que estudiaran una historia no manipulada después del desastre.

Aequam memento rebus in arduis servare mentem. Mantén la mente serena en los momentos difíciles.


tomymx@me.com

El relativismo que viene

Relativismo: (del latín: “relativus”, relativo.) Es la teoría que sostiene el carácter subjetivo, relativo y condicional del conocimiento humano. El relativismo, al reconocer el carácter relativo del conocimiento, niega su objetividad y considera que en nuestras nociones no se reflejan las propiedades del mundo objetivo.

Si tuviéramos que definir con una palabra la corriente de pensamiento predominante hoy, esta sería, sin lugar a dudas, la de relativismo: Relativismo en lo moral, en lo afectivo, en lo religioso, en lo histórico, en lo político… No parecen existir o darse por buenos principios o ideas de aceptación común o generalizada, de donde partir individual o colectivamente y a partir de las cuales poder discrepar luego; no existe un mínimo común denominador axiológico de esta sociedad, que ha sido definida de diversas maneras: postmodernista, modernista cool, modernista reconstruida… o, en denominación que me parece más ajustada, sociedad líquida.

Este relativismo o “liquidez” afecta también al concepto de México, y ello por la impronta que arrastra todo el mundo, pero más agudizado en estos lares por una tradición -¿o maldición?- propia y que podríamos sintetizar en que, para muchos compatriotas, México es un “perpetuo borrador”, algo inacabado, siempre en trance de ser discutido y puesto en cuestión, no sólo en lo accidental sino en su propia esencia y, como consecuencia, en su existencia.

La consideración de México como boceto inseguro y discutible ha adoptado diferente intensidad según las circunstancias históricas. El sistema vigente ha exacerbado este relativismo de México y, merced a su creación o “invento” de la República Federal, hemos llegado a un momento donde se anuncian pasos concretos para la segregación de territorios y conciencias.

Al que le parezca que este juicio encierra una acusación no velada hacia la fórmula democrática, instaurada o restaurada por y desde la revolución, está en lo cierto: el desmoronamiento o “voladura controlada” del régimen anterior acrecentó sobremanera el relativismo histórico y político, que concluyó con el gigantesco disparate de poner en manos de quienes solo se sentían mexicanos “por imperativo legal” todos los resortes que les permitían una siembra paulatina y constante de la disgregación, el primero de ellos la educación de las futuras generaciones.

La demagogia propia del gobierno, el electoralismo, la complicidad de unas fuerzas políticas y la ceguera o ineptitud de las más altas instancias, han ido abonando el terreno. La crisis económica actual, con su “sálvese quien pueda”, está haciendo el resto. ¿Cómo se ha conseguido el efecto? Con eslóganes tan sencillos y pueriles como, con exigencias de control de fiscalidad para el gobierno estatal, con cifras macroeconómicas manipuladas o tendenciosas, o con otros datos…

En suma, con abundante demagogia política y económica, aderezada con la tradicional mitología del centralismo idiota. Y otro aspecto grave de la cuestión es que este relativismo parece ser compartido por un buen número de ciudadanos del resto de los estados, prudentemente educados por el Sistema: “¡Si quieren seguir apoyando, allá ellos, pero que nos dejen en paz de una vez con nuestra Selección Nacional!”. Mezcla de ignorancia y de estupidez de un pueblo devenido en simple masa.

A muchos ciudadanos, sin embargo, no nos importa si nuestra mexicanidad es respaldada por pocos o por muchos: no aceptamos el planteamiento; como decían los tomistas, negamos la mayor. Llega el momento de rechazar el relativismo, de formular afirmaciones rotundas, de elevar el concepto de México a la categoría de dogma.

No nos vale, por ejemplo, si una generación entera, sometida a un proceso de contagio de la locura promovido por una mafia política actualmente gobernante, quiere destruir lo construido con esfuerzo por las generaciones anteriores (Seguro Popular) y que constituye una herencia legítima para las siguientes. No nos vale que una construcción centenaria, que fue la primera en configurarse como Estado en la época moderna, se quiera fraccionar.

No nos vale que, entre aspiraciones a construir América como patria, se pretende una regresión al aldeanismo, con más o menos votos favorables. Como principio, México es irrevocable. Aunque todos los mexicanos, en referéndum leguleyo, estuvieran de acuerdo en disgregar a México, en aceptar la desaparición de la institución electorera, la reelección, entre otras, ello constituiría un crimen histórico, además de una aberración moral.

Y quienes estuvieran al frente de los supremos poderes del Estado en ese hipotético momento de la ruptura merecerían ser maldecidos por todas las generaciones de mexicanos que estudiaran una historia no manipulada después del desastre.

Aequam memento rebus in arduis servare mentem. Mantén la mente serena en los momentos difíciles.


tomymx@me.com