/ jueves 10 de enero de 2019

La educación y la escuela como recurso para cambiar la sociedad

Es importante volver a pensar en el sentido y en la naturaleza de la profesión docente, para formar, capacitar y actualizar a un nuevo tipo de docente como profesional, mejor preparado, más consciente y comprometido con la tarea educativa.

La importancia que posee la educación en la conformación de experiencia de los seres humanos es determinante para su vida futura. Asistir a la escuela, estudiar, aprender, socializar y convivir con otros, son actividades que resultan fundamentales para la integración de la personalidad, la adaptación al entorno, la formación ciudadana y la construcción de la identidad cultural de las personas y los grupos sociales.

Ahora bien, dada la velocidad del cambio social, cultural, político, económico y especialmente tecnológico, que está afectando todos los ámbitos del desarrollo educativo, es importante replantear la forma en que están trabajando las escuelas, así como la manera en que los maestros están impartiendo sus clases, de manera tal que sus prácticas puedan modificarse a la misma velocidad que los cambios que están ocurriendo fuera de la escuela.

En ese contexto, el reto actual de la educación es el reto de la calidad, pues se requiere la preparación de ciudadanos con otros perfiles, con otras capacidades y formas de ser, capaces de dar respuesta efectiva a las exigencias del nuevo entorno, con competencias para manejar información, trabajar colaborativamente, manejar el estrés y la presión, comunicarse efectivamente y relacionarse proactivamente consigo mismo, con los demás y con su entorno.

Estas nuevas exigencias y nuevos retos para la escuela y para los docentes implican que la educación no sólo forme buenos ciudadanos y mejores trabajadores, sino que influya en la formación ciudadana y en los procesos de transformación social; que apoye a la superación de múltiples disfunciones sociales, tales como la desintegración familiar, el acoso y la violencia, las adicciones y la drogadicción, la depresión y la angustia.

En este sentido, la escuela se constituye como un lugar privilegiado desde el que se puede cambiar la sociedad, por tanto es importante volver a pensar en el sentido y en la naturaleza de la profesión docente, para formar, capacitar y actualizar a un nuevo tipo de docente como profesional, mejor preparado, más consciente y comprometido con la tarea educativa.

Esto es importante, puesto que el maestro como formador de las nuevas generaciones sigue siendo un elemento clave en la mediación que se requiere entre el currículum y el estudiante, entre el estudiante y la escuela, para que éste se apropie de los conocimientos y saberes prescritos, que desarrolle las habilidades y destrezas requeridas, y para que asuma las actitudes y conductas propias del nuevo ciudadano que se requiere en el Siglo XXI.

El nuevo maestro, el maestro que se requiere para el futuro, necesita desarrollar nuevas competencias, que le permitan, en principio, establecer una interacción permanente entre la práctica y la teoría, para que se convierta en praxis, de manera que pueda reflexionar acerca de su propia práctica y modificar continuamente su desempeño en el aula y fuera de ella.

El sistema educativo, las instituciones formadoras de docentes y las propias escuelas, en sus procesos de trabajo colegiado tienen que propiciar que los maestros desarrollen: a) competencias tecnológicas, para que aprendan a utilizar como herramientas didácticas las nuevas tecnologías educativas de la información y la comunicación; b) competencias sociales y de comunicación, de modo que sean capaces de dar retroalimentación a sus alumnos, en los procesos de grupo y en el trabajo en equipo, mediante la negociación, las relaciones interpersonales, el saber-hacer social y comportamental; c) competencias teóricas, para la adquisición de nuevos conocimientos y nuevas teorías del aprendizaje aplicables en situaciones profesionales; y d) competencias sicopedagógicas, para el dominio de los métodos de enseñanza, con la ayuda de herramientas multimedia informatizadas, los métodos de tutoría y monitoreo, en situaciones de autoformación, la orientación profesional, las técnicas de desarrollo profesional y los métodos de individualización del aprendizaje.

En este nuevo enfoque de la educación como proceso de transformación social, la tarea de la escuela y de los maestros no consistirá solo ni principalmente en enseñar contenidos disciplinares descontextualizados, sino en definir y plantear situaciones reales de aprendizaje, en las cuales los alumnos puedan construir, modificar y reformular conocimientos, actitudes y habilidades; es decir, promover ambientes de aprendizaje activo en los que los aprendices vivan en sí mismos la relación entre experiencia y saber; entre teoría y práctica.

No hay que perder de vista que ser maestro en este nuevo contexto de socialización, mediado por el cambio que provocan la globalización, la revolución tecnológica, el multiculturalismo, la diversidad, la complejidad y la incertidumbre valorativa, puede alentar el desarrollo de nuevas y complejas competencias profesionales en los maestros o bien, provocar un empobrecimiento del oficio de enseñar, si se lo reduce a una simple trasmisión de conocimientos o a la función sustitutiva de la familia, convirtiendo a las escuelas en guarderías o cárceles simuladas.

Es momento de decidir si seguiremos contando con docentes que se sientan extraños, incómodos o fuera de lugar en el mundo académico en el que se desenvuelven o si, en cambio, podremos contar con profesores que, sin abandonar la distancia crítica que debe acompañar a todo quehacer educativo racional, sean capaces de comprometerse con las esperanzas de las familias, de las comunidades y de la sociedad toda, que confían en que la educación es efectivamente la alternativa para la transformación social.

Por eso, la educación, las escuelas y los maestros tienen que cambiar si es que esperamos que la sociedad pueda sobrevivir. Los males de la descomposición social, la crisis en las instituciones y la desvalorización de la familia pueden detenerse y evitarse en la medida en que se formen y eduquen mejores personas y mejores ciudadanos; seres humanos conscientes de su realidad y de su responsabilidad con el medio en el que vivirán en el futuro.

De la educación, de las escuelas y de los maestros dependerá a fin de cuentas si contaremos en el futuro con una mejor sociedad; una sociedad integrada y funcional, en la que la educación sea de calidad, en la que haya armonía y solidaridad, en la que haya equidad y justicia para todos.

Es importante volver a pensar en el sentido y en la naturaleza de la profesión docente, para formar, capacitar y actualizar a un nuevo tipo de docente como profesional, mejor preparado, más consciente y comprometido con la tarea educativa.

La importancia que posee la educación en la conformación de experiencia de los seres humanos es determinante para su vida futura. Asistir a la escuela, estudiar, aprender, socializar y convivir con otros, son actividades que resultan fundamentales para la integración de la personalidad, la adaptación al entorno, la formación ciudadana y la construcción de la identidad cultural de las personas y los grupos sociales.

Ahora bien, dada la velocidad del cambio social, cultural, político, económico y especialmente tecnológico, que está afectando todos los ámbitos del desarrollo educativo, es importante replantear la forma en que están trabajando las escuelas, así como la manera en que los maestros están impartiendo sus clases, de manera tal que sus prácticas puedan modificarse a la misma velocidad que los cambios que están ocurriendo fuera de la escuela.

En ese contexto, el reto actual de la educación es el reto de la calidad, pues se requiere la preparación de ciudadanos con otros perfiles, con otras capacidades y formas de ser, capaces de dar respuesta efectiva a las exigencias del nuevo entorno, con competencias para manejar información, trabajar colaborativamente, manejar el estrés y la presión, comunicarse efectivamente y relacionarse proactivamente consigo mismo, con los demás y con su entorno.

Estas nuevas exigencias y nuevos retos para la escuela y para los docentes implican que la educación no sólo forme buenos ciudadanos y mejores trabajadores, sino que influya en la formación ciudadana y en los procesos de transformación social; que apoye a la superación de múltiples disfunciones sociales, tales como la desintegración familiar, el acoso y la violencia, las adicciones y la drogadicción, la depresión y la angustia.

En este sentido, la escuela se constituye como un lugar privilegiado desde el que se puede cambiar la sociedad, por tanto es importante volver a pensar en el sentido y en la naturaleza de la profesión docente, para formar, capacitar y actualizar a un nuevo tipo de docente como profesional, mejor preparado, más consciente y comprometido con la tarea educativa.

Esto es importante, puesto que el maestro como formador de las nuevas generaciones sigue siendo un elemento clave en la mediación que se requiere entre el currículum y el estudiante, entre el estudiante y la escuela, para que éste se apropie de los conocimientos y saberes prescritos, que desarrolle las habilidades y destrezas requeridas, y para que asuma las actitudes y conductas propias del nuevo ciudadano que se requiere en el Siglo XXI.

El nuevo maestro, el maestro que se requiere para el futuro, necesita desarrollar nuevas competencias, que le permitan, en principio, establecer una interacción permanente entre la práctica y la teoría, para que se convierta en praxis, de manera que pueda reflexionar acerca de su propia práctica y modificar continuamente su desempeño en el aula y fuera de ella.

El sistema educativo, las instituciones formadoras de docentes y las propias escuelas, en sus procesos de trabajo colegiado tienen que propiciar que los maestros desarrollen: a) competencias tecnológicas, para que aprendan a utilizar como herramientas didácticas las nuevas tecnologías educativas de la información y la comunicación; b) competencias sociales y de comunicación, de modo que sean capaces de dar retroalimentación a sus alumnos, en los procesos de grupo y en el trabajo en equipo, mediante la negociación, las relaciones interpersonales, el saber-hacer social y comportamental; c) competencias teóricas, para la adquisición de nuevos conocimientos y nuevas teorías del aprendizaje aplicables en situaciones profesionales; y d) competencias sicopedagógicas, para el dominio de los métodos de enseñanza, con la ayuda de herramientas multimedia informatizadas, los métodos de tutoría y monitoreo, en situaciones de autoformación, la orientación profesional, las técnicas de desarrollo profesional y los métodos de individualización del aprendizaje.

En este nuevo enfoque de la educación como proceso de transformación social, la tarea de la escuela y de los maestros no consistirá solo ni principalmente en enseñar contenidos disciplinares descontextualizados, sino en definir y plantear situaciones reales de aprendizaje, en las cuales los alumnos puedan construir, modificar y reformular conocimientos, actitudes y habilidades; es decir, promover ambientes de aprendizaje activo en los que los aprendices vivan en sí mismos la relación entre experiencia y saber; entre teoría y práctica.

No hay que perder de vista que ser maestro en este nuevo contexto de socialización, mediado por el cambio que provocan la globalización, la revolución tecnológica, el multiculturalismo, la diversidad, la complejidad y la incertidumbre valorativa, puede alentar el desarrollo de nuevas y complejas competencias profesionales en los maestros o bien, provocar un empobrecimiento del oficio de enseñar, si se lo reduce a una simple trasmisión de conocimientos o a la función sustitutiva de la familia, convirtiendo a las escuelas en guarderías o cárceles simuladas.

Es momento de decidir si seguiremos contando con docentes que se sientan extraños, incómodos o fuera de lugar en el mundo académico en el que se desenvuelven o si, en cambio, podremos contar con profesores que, sin abandonar la distancia crítica que debe acompañar a todo quehacer educativo racional, sean capaces de comprometerse con las esperanzas de las familias, de las comunidades y de la sociedad toda, que confían en que la educación es efectivamente la alternativa para la transformación social.

Por eso, la educación, las escuelas y los maestros tienen que cambiar si es que esperamos que la sociedad pueda sobrevivir. Los males de la descomposición social, la crisis en las instituciones y la desvalorización de la familia pueden detenerse y evitarse en la medida en que se formen y eduquen mejores personas y mejores ciudadanos; seres humanos conscientes de su realidad y de su responsabilidad con el medio en el que vivirán en el futuro.

De la educación, de las escuelas y de los maestros dependerá a fin de cuentas si contaremos en el futuro con una mejor sociedad; una sociedad integrada y funcional, en la que la educación sea de calidad, en la que haya armonía y solidaridad, en la que haya equidad y justicia para todos.