/ lunes 1 de marzo de 2021

Carta a la familia Flores Santillán

Expreso a toda la familia Flores Santillán, mi más sentido pésame y hago mía su pena, a través de esta carta.

Ya que por otros medios no tendría palabras ni el valor para romper las circunstancias que nos avasallan y que por esa misma razón, origina mi sentimiento que por ningún motivo de mi parte quisiera agrandar el de ustedes.

Aunque nos comuniquemos esporádicamente, el dolor con el que me dirijo a ustedes es real y deben tomarlo en su sentido más profundo, porque el peso de la desgracia que los atribula es el mismo que me entristece, por la pérdida de nuestro hermano Humberto, a quien se le quería y amaba en el seno de su familia, a la que moralmente me ufano de pertenecer.

Cuando supe del desenlace tan lamentable mi corazón se rompió, como no ha dejado de romperse cada vez que recuerdo la partida del patriarca de esa respetable familia a la que en este momento quisiera abrazar y consolar, pero la tragedia de la que ha sido víctima mi querido Humberto, nos limita a que sólo pensemos que el dolor de su partida se transforme en la luz de la esperanza que ha de llevarnos a la salida de este túnel tan atroz.

Me queda claro, que cuando se trata de relatar una tragedia como la muerte de un ser querido, sin duda que cualquier lenguaje es insuficiente para darle dimensión al pesar de la familia y entender en donde puede existir el consuelo y la esperanza en medio de tanta tristeza, porque no es lo mismo poner el dedo en la llaga, que en carne propia sufrir el dolor.

Sin embargo, en ese cuadro donde la tragedia nos encierra, debemos dar signos de un deber ético y solidario, frente al dolor y la muerte que no cesan, que crecen, que amenazan con destruir todo y que el punto final sería, cuando los efectos devastadores nos paralicen y prohiban el derecho de llorar a nuestros seres queridos.

Por eso, en estas líneas inspiradas por la tristeza y el dolor, no me apena comentarles de su hermano, su alto grado de generosidad hacia este servidor, ya que con el corazón en la mano y la sinceridad a flor de piel, siempre me repetía que cuando lo necesitara no me limitara en llamarlo.

Y por supuesto que le llamaba para corresponder y condescender de alguna manera a sus cortesías ilimitadas, que su corazón y don de gente le dictaban al natural. De ahí que uno dedujera que era hombre de palabra y de espíritu libre donde su albedrío era servir. Claro que muchas veces pudo haberse equivocado, pero jamás cuando estaba comprometido a hacer un favor.

Así era en el terreno moral y en el físico y emocional también le sobraban fuerzas, ya que jamás observé, que la cotidianidad de los problemas lo doblaran. Siempre firme y sereno, sin regatear el reto de crecerse en el dolor y dispuesto a dar cualquier batalla, con la grandeza de aquellos que no necesitan compañía.

Las veces que le traté, alguna de ellas me contó detalles de su vida, de los que se hacía responsable. Sufría en el recuerdo de su niñez, de su adolescencia, de la edad madura que tan excelentes frutos dio. ¿Por qué se atrevió?, me pregunté. La respuesta brotó instantáneamente; porque así era Beto Flores! Admitía su fragilidad y sencillez sin concesiones. ¡Ninguno como él!

Esa historia de incomodidad enraizó en él, una mentalidad férrea de dignidad que acrisoló su autenticidad y que nunca estuvo dispuesto a cambiarla por el brete de la falsedad. Se mantuvo hasta el final en la casta de su origen, sin caer en la tentación de aquellos que no tienen reparo en ocultarla.

Esa es la semblanza que en estos momentos de tristeza logro rescatar de mi querido Beto, y que en un marco de respeto les comparto, porque en ese cúmulo de condolencias que recibieron, no quise que faltaran las mías, para que sepan que su humilde servidor toma parte en el dolor que los lacera y que muy pronto los veré de frente para decirles lo que hoy de corazón escribo.

Los abrazo a todos y díganle a sus hijos y a mi querida Angelita, que esta humilde carta lleva el ánimo de sumar esfuerzos para que este gran dolor, no supere la voluntad que los mantiene de pie. Jesús Mier Flores.

Expreso a toda la familia Flores Santillán, mi más sentido pésame y hago mía su pena, a través de esta carta.

Ya que por otros medios no tendría palabras ni el valor para romper las circunstancias que nos avasallan y que por esa misma razón, origina mi sentimiento que por ningún motivo de mi parte quisiera agrandar el de ustedes.

Aunque nos comuniquemos esporádicamente, el dolor con el que me dirijo a ustedes es real y deben tomarlo en su sentido más profundo, porque el peso de la desgracia que los atribula es el mismo que me entristece, por la pérdida de nuestro hermano Humberto, a quien se le quería y amaba en el seno de su familia, a la que moralmente me ufano de pertenecer.

Cuando supe del desenlace tan lamentable mi corazón se rompió, como no ha dejado de romperse cada vez que recuerdo la partida del patriarca de esa respetable familia a la que en este momento quisiera abrazar y consolar, pero la tragedia de la que ha sido víctima mi querido Humberto, nos limita a que sólo pensemos que el dolor de su partida se transforme en la luz de la esperanza que ha de llevarnos a la salida de este túnel tan atroz.

Me queda claro, que cuando se trata de relatar una tragedia como la muerte de un ser querido, sin duda que cualquier lenguaje es insuficiente para darle dimensión al pesar de la familia y entender en donde puede existir el consuelo y la esperanza en medio de tanta tristeza, porque no es lo mismo poner el dedo en la llaga, que en carne propia sufrir el dolor.

Sin embargo, en ese cuadro donde la tragedia nos encierra, debemos dar signos de un deber ético y solidario, frente al dolor y la muerte que no cesan, que crecen, que amenazan con destruir todo y que el punto final sería, cuando los efectos devastadores nos paralicen y prohiban el derecho de llorar a nuestros seres queridos.

Por eso, en estas líneas inspiradas por la tristeza y el dolor, no me apena comentarles de su hermano, su alto grado de generosidad hacia este servidor, ya que con el corazón en la mano y la sinceridad a flor de piel, siempre me repetía que cuando lo necesitara no me limitara en llamarlo.

Y por supuesto que le llamaba para corresponder y condescender de alguna manera a sus cortesías ilimitadas, que su corazón y don de gente le dictaban al natural. De ahí que uno dedujera que era hombre de palabra y de espíritu libre donde su albedrío era servir. Claro que muchas veces pudo haberse equivocado, pero jamás cuando estaba comprometido a hacer un favor.

Así era en el terreno moral y en el físico y emocional también le sobraban fuerzas, ya que jamás observé, que la cotidianidad de los problemas lo doblaran. Siempre firme y sereno, sin regatear el reto de crecerse en el dolor y dispuesto a dar cualquier batalla, con la grandeza de aquellos que no necesitan compañía.

Las veces que le traté, alguna de ellas me contó detalles de su vida, de los que se hacía responsable. Sufría en el recuerdo de su niñez, de su adolescencia, de la edad madura que tan excelentes frutos dio. ¿Por qué se atrevió?, me pregunté. La respuesta brotó instantáneamente; porque así era Beto Flores! Admitía su fragilidad y sencillez sin concesiones. ¡Ninguno como él!

Esa historia de incomodidad enraizó en él, una mentalidad férrea de dignidad que acrisoló su autenticidad y que nunca estuvo dispuesto a cambiarla por el brete de la falsedad. Se mantuvo hasta el final en la casta de su origen, sin caer en la tentación de aquellos que no tienen reparo en ocultarla.

Esa es la semblanza que en estos momentos de tristeza logro rescatar de mi querido Beto, y que en un marco de respeto les comparto, porque en ese cúmulo de condolencias que recibieron, no quise que faltaran las mías, para que sepan que su humilde servidor toma parte en el dolor que los lacera y que muy pronto los veré de frente para decirles lo que hoy de corazón escribo.

Los abrazo a todos y díganle a sus hijos y a mi querida Angelita, que esta humilde carta lleva el ánimo de sumar esfuerzos para que este gran dolor, no supere la voluntad que los mantiene de pie. Jesús Mier Flores.