/ miércoles 13 de junio de 2018

El 50 aniversario de la generación 63-68 de los normalistas rurales de Aguilera

-Primera de tres partes-

Si bien es cierto que la inexistencia de vigilancia en el plantel nos favorecía y permitía actuar libremente, lo es también que tal situación abría la posibilidad de que en la escuela aparecieran grupos o personas con espíritu porril.

Este sábado 16 de junio he sido invitado a participar en una serie de festejos que con motivo de celebrar el 50 Aniversario de su graduación como maestros rurales llevarán a cabo los miembros de la 6ª. Generación (1963-1968) de egresados de la Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera” se llevarán a cabo tanto en las instalaciones de esta institución educativa, como en la ciudad de Durango.

Y aunque el 14 de junio del ya emblemático año de 1968 yo no tuve la dicha de graduarme ni entonces ni nunca como maestro rural, sin duda, una de las profesiones más importantes, nobles y limpias de cuantas históricamente han existido en México, si formé parte orgánica de esa generación y la acompañé en por lo menos un poco más de cuatro años o exactamente 50 meses de mi vida: febrero de 1963 a abril de 1967.

Los estudiantes de esta generación quienes a partir del mes de septiembre de 1968 se convirtieron en activos maestros rurales y que por razones obvias cada vez está más disminuida, contra viento y marea ha logrado mantenerse unida y activa a lo largo de todos estos años, gracias al loable esfuerzo de algunos de sus más activos y admirables integrantes que constantemente la convocan y me invitan a mantenerla viva tal y como son los casos, fundamentalmente de los maestros Bernardo del Real Sarmiento, Jaime Alvarado Jiménez, Miguel Ángel Alvarado Castañeda, Jorge Carrillo Castillo, Sergio Cisneros Ríos, Agustín Dévora Ríos, Jorge Guzmán Juárez, Juventino Juárez Olvera, José Ramón Ocón Acosta, Margarito Ramírez Escamilla, Isauro Rentaría Medina, Rubén Rivera Muñoz, Alfonso Sáenz Michel, Mario Sarmiento García y Fernando Vázquez Ávila.

Por lo demás, el hecho de que las generaciones estudiantiles y más tarde de profesionistas de las diversas instituciones educativas del país se mantengan unidas y, ante todo activas no es muy común y nada fácil de hacerlo como en cambio, exitosamente, sí lo ha logrado la 6ª.Generación 1963-1968 de maestros rurales de la gloriosa Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera”.

Los miembros de esta generación que a principios del mes de febrero de 1963 iniciamos nuestros estudios en la Normal de Aguilera luego de haber obtenido una de las 50 becas que ese año se pusieron a concurso a través de un riguroso examen de admisión que a finales del mes de enero del mismo año nos fue aplicado a cientos de aspirantes, tal vez un millar, y que instrumentó un equipo de trabajo dependiente de la Secretaría de Educación Pública que a su vez había venido desde la Ciudad de México, encabezado por el reconocido maestro e intelectual de izquierda José Santos Valdés, quien ese momento tenía el nombramiento de supervisor de las Escuelas Normales Rurales de la zona norte del país. Seguramente fue la primera ocasión en la vida en que todos nosotros nos enfrentábamos a un examen de esta naturaleza, cuyos fines han sido siempre los de seleccionar solamente a unos cuantos y excluir a la inmensa mayoría de aspirantes con el eterno argumento de que no hay cupo en las escuelas para más estudiantes.

Cuando los miembros de esta generación comenzamos nuestro periodo de estudios que tendría una duración de seis años (tres de secundaria y los otros tres de la carrera) en todo el país aún existían 29 Escuelas Normales Rurales. De éstas, 20 eran de hombres y las nueve restantes de mujeres. Todas en conjunto albergaban una población aproximada de 10 mil estudiantes.

Uno de los requisitos básicos para todo joven que intentaba ingresar al sistema normalista rural era el hecho de depender de familias de escasos recursos y más particularmente de campesinos, jornaleros agrícolas, maestros rurales y urbanos o de pequeños comerciantes.

Por eso se explica el por qué el nombre que desde 1935 tiene la organización nacional que aglutina a los estudiantes de estas escuelas sea el de Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).

En la actualidad la que sin duda es la organización estudiantil federada más antigua del país ya solamente aglutina a los estudiantes de las 16 Escuelas Normales Rurales que han logrado sobrevivir a la política represora de algunos gobiernos federales y estatales que nunca han visto con buenos ojos a estos planteles. Los casos del Mexe, Hidalgo y Ayotzinapa, Guerrero son algunos de los ejemplos más elocuentes de ello.

Esta es también una de las razones más importantes del por qué estos internados, que antes fueron antecedidos por las Escuelas Centrales Agrícolas, las Escuelas Regionales Campesinas y las Escuelas Prácticas de Agricultura, histórica y dignamente han sido casi siempre significativos focos de rebeldía y resistencia estudiantil antisistémica y de izquierda que por eso mismo también han formado a miles de cuadros que luego se han ido a las zonas rurales más remotas a donde sólo se llega en avioneta caballo o mula a sembrar el alfabeto y la semilla la conciencia social.

En 1963 uno de los aspectos más gratos con que los normalistas rurales de nuevo ingreso nos encontramos en la que sería nuestra nueva Alma Mater fue el hecho de que aquí había un amplísimo margen de libertad que se practicaba.

Se trataba de un verdadero autogobierno que se ejercía a través de la Sociedad de Alumnos y las asambleas generales que por lo menos se celebraban mensualmente. Éramos tan libres e independientes que los estudiantes podíamos entrar o salir de las instalaciones escolares el día y a la hora que quisiéramos, así como asistir o no asistir a clases. Todo dependía de la responsabilidad y conciencia de cada uno de nosotros. Aquí no había bardas ni vigilantes para reprendernos como en las escuelas primarias.

Pero si bien es cierto que la inexistencia de vigilancia en el plantel nos favorecía y permitía actuar libremente, lo es también que tal situación abría la posibilidad de que en la escuela aparecieran grupos o personas con espíritu porril. En efecto, se trataba de pequeños núcleos de jóvenes agresores, por no decir verdaderos porros, quienes con el pretexto de mantener viva la tristemente célebre tradición de las “novatadas de bienvenida” llevaban a cabo una serie de agresiones de carácter físico y moral en contra de los estudiantes de nuevo ingreso sin que absolutamente ninguna autoridad escolar o estudiantil se lo impidiera o les llamara la atención.

Al igual que la gran mayoría de los miembros de mi generación, estas agresiones las sufrimos a lo largo de todo el año de 1963 cuando no sólo fuimos totalmente rapados, sino también continuamente humillados. Así, dado nuestro carácter de novatos o pelones como también éramos conocidos, había ocasiones en que a altas horas de la noche se nos levantaba de donde estuviésemos acostados y durmiendo para obligarnos a bailar de “cachetito” con otros compañeros, así como escenificar obras de teatro en la que se teníamos que cantar, reír o llorar.

Otras acciones porriles consistían en arrastrar monedas con la lengua por el suelo, hasta alcanzar largas distancias. Igualmente, cada vez que alguno de los malosos se le ocurría divertirse a costa de nosotros se nos arrojaba con todo y ropa a una pila de agua sucia que se encontraba a un lado del comedor. En la misma tesitura, a cada momento éramos utilizados como mandaderos o para lavar la ropa de alguno de los integrantes del grupo agresor.

Al respecto, recuerdo a dos de los sujetos más agresivos que a mi generación de novatos o pelones le tocó padecer. Por un lado, un tipo de apellido Medina a quien se le conocía con el mote de La Gallina y, por el otro, a Pedro Cassián Olvera, La Bruja, quien por cierto años después formó parte del grupo guerrillero, que en 1973, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, llevó a cabo el secuestro de José Guadalupe Zuno, suegro de Luis Echeverría, quien en ese momento era el Presidente de la República.

Por eso no me he explico por qué razones hasta la fecha la FECSM, que desde su nacimiento ha pugnado por la liberación y preservación de la dignidad de las juventudes y clases explotadas, no ha hecho absolutamente nada por erradicar de las Escuelas Normales Rurales este tipo de prácticas vergonzantes y denigrantes, máxime que ya en muchas otras instituciones educativas del país, en donde anteriormente estaban prácticamente institucionalizadas, desde 1968 desaparecieron totalmente. Estos son los casos, entre muchos otros, de la UNAM y el Instituto Politécnico Nacional.

Efectivamente, a pocos días de haber estallado el movimiento y tras haberse oficializado la existencia del legendario Consejo Nacional de Huelga y aprobado en definitiva el pliego petitorio de los seis puntos que se enarboló durante el 68 mexicano, uno de los primeros acuerdos adoptados por unanimidad fue el de ya nunca jamás permitir que en los centros de estudio se llevaran a cabo novatadas de cualquier tipo.

Por eso, desde aquel año hasta la fecha, en los cerca de centenar de planteles con que cuentan tanto la UNAM como el Politécnico, nunca más se ha vuelto a ver ni a saber nada de las otrora tristemente célebres novatadas que tanto dolor de cabeza nos causaron a los miembros de la generación de estudiantes normalistas que este sábado 16 de junio, felizmente celebran medio siglo de haber logrado el objetivo que un día se propusieron lograr pero que yo desgraciadamente nunca alcancé. Enhorabuena. (Continuará)

Doctor en Ciencia Política y Profesor e Investigador de carrera en la UNAM.

elpozoleunam@hotmail.com

-Primera de tres partes-

Si bien es cierto que la inexistencia de vigilancia en el plantel nos favorecía y permitía actuar libremente, lo es también que tal situación abría la posibilidad de que en la escuela aparecieran grupos o personas con espíritu porril.

Este sábado 16 de junio he sido invitado a participar en una serie de festejos que con motivo de celebrar el 50 Aniversario de su graduación como maestros rurales llevarán a cabo los miembros de la 6ª. Generación (1963-1968) de egresados de la Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera” se llevarán a cabo tanto en las instalaciones de esta institución educativa, como en la ciudad de Durango.

Y aunque el 14 de junio del ya emblemático año de 1968 yo no tuve la dicha de graduarme ni entonces ni nunca como maestro rural, sin duda, una de las profesiones más importantes, nobles y limpias de cuantas históricamente han existido en México, si formé parte orgánica de esa generación y la acompañé en por lo menos un poco más de cuatro años o exactamente 50 meses de mi vida: febrero de 1963 a abril de 1967.

Los estudiantes de esta generación quienes a partir del mes de septiembre de 1968 se convirtieron en activos maestros rurales y que por razones obvias cada vez está más disminuida, contra viento y marea ha logrado mantenerse unida y activa a lo largo de todos estos años, gracias al loable esfuerzo de algunos de sus más activos y admirables integrantes que constantemente la convocan y me invitan a mantenerla viva tal y como son los casos, fundamentalmente de los maestros Bernardo del Real Sarmiento, Jaime Alvarado Jiménez, Miguel Ángel Alvarado Castañeda, Jorge Carrillo Castillo, Sergio Cisneros Ríos, Agustín Dévora Ríos, Jorge Guzmán Juárez, Juventino Juárez Olvera, José Ramón Ocón Acosta, Margarito Ramírez Escamilla, Isauro Rentaría Medina, Rubén Rivera Muñoz, Alfonso Sáenz Michel, Mario Sarmiento García y Fernando Vázquez Ávila.

Por lo demás, el hecho de que las generaciones estudiantiles y más tarde de profesionistas de las diversas instituciones educativas del país se mantengan unidas y, ante todo activas no es muy común y nada fácil de hacerlo como en cambio, exitosamente, sí lo ha logrado la 6ª.Generación 1963-1968 de maestros rurales de la gloriosa Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera”.

Los miembros de esta generación que a principios del mes de febrero de 1963 iniciamos nuestros estudios en la Normal de Aguilera luego de haber obtenido una de las 50 becas que ese año se pusieron a concurso a través de un riguroso examen de admisión que a finales del mes de enero del mismo año nos fue aplicado a cientos de aspirantes, tal vez un millar, y que instrumentó un equipo de trabajo dependiente de la Secretaría de Educación Pública que a su vez había venido desde la Ciudad de México, encabezado por el reconocido maestro e intelectual de izquierda José Santos Valdés, quien ese momento tenía el nombramiento de supervisor de las Escuelas Normales Rurales de la zona norte del país. Seguramente fue la primera ocasión en la vida en que todos nosotros nos enfrentábamos a un examen de esta naturaleza, cuyos fines han sido siempre los de seleccionar solamente a unos cuantos y excluir a la inmensa mayoría de aspirantes con el eterno argumento de que no hay cupo en las escuelas para más estudiantes.

Cuando los miembros de esta generación comenzamos nuestro periodo de estudios que tendría una duración de seis años (tres de secundaria y los otros tres de la carrera) en todo el país aún existían 29 Escuelas Normales Rurales. De éstas, 20 eran de hombres y las nueve restantes de mujeres. Todas en conjunto albergaban una población aproximada de 10 mil estudiantes.

Uno de los requisitos básicos para todo joven que intentaba ingresar al sistema normalista rural era el hecho de depender de familias de escasos recursos y más particularmente de campesinos, jornaleros agrícolas, maestros rurales y urbanos o de pequeños comerciantes.

Por eso se explica el por qué el nombre que desde 1935 tiene la organización nacional que aglutina a los estudiantes de estas escuelas sea el de Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).

En la actualidad la que sin duda es la organización estudiantil federada más antigua del país ya solamente aglutina a los estudiantes de las 16 Escuelas Normales Rurales que han logrado sobrevivir a la política represora de algunos gobiernos federales y estatales que nunca han visto con buenos ojos a estos planteles. Los casos del Mexe, Hidalgo y Ayotzinapa, Guerrero son algunos de los ejemplos más elocuentes de ello.

Esta es también una de las razones más importantes del por qué estos internados, que antes fueron antecedidos por las Escuelas Centrales Agrícolas, las Escuelas Regionales Campesinas y las Escuelas Prácticas de Agricultura, histórica y dignamente han sido casi siempre significativos focos de rebeldía y resistencia estudiantil antisistémica y de izquierda que por eso mismo también han formado a miles de cuadros que luego se han ido a las zonas rurales más remotas a donde sólo se llega en avioneta caballo o mula a sembrar el alfabeto y la semilla la conciencia social.

En 1963 uno de los aspectos más gratos con que los normalistas rurales de nuevo ingreso nos encontramos en la que sería nuestra nueva Alma Mater fue el hecho de que aquí había un amplísimo margen de libertad que se practicaba.

Se trataba de un verdadero autogobierno que se ejercía a través de la Sociedad de Alumnos y las asambleas generales que por lo menos se celebraban mensualmente. Éramos tan libres e independientes que los estudiantes podíamos entrar o salir de las instalaciones escolares el día y a la hora que quisiéramos, así como asistir o no asistir a clases. Todo dependía de la responsabilidad y conciencia de cada uno de nosotros. Aquí no había bardas ni vigilantes para reprendernos como en las escuelas primarias.

Pero si bien es cierto que la inexistencia de vigilancia en el plantel nos favorecía y permitía actuar libremente, lo es también que tal situación abría la posibilidad de que en la escuela aparecieran grupos o personas con espíritu porril. En efecto, se trataba de pequeños núcleos de jóvenes agresores, por no decir verdaderos porros, quienes con el pretexto de mantener viva la tristemente célebre tradición de las “novatadas de bienvenida” llevaban a cabo una serie de agresiones de carácter físico y moral en contra de los estudiantes de nuevo ingreso sin que absolutamente ninguna autoridad escolar o estudiantil se lo impidiera o les llamara la atención.

Al igual que la gran mayoría de los miembros de mi generación, estas agresiones las sufrimos a lo largo de todo el año de 1963 cuando no sólo fuimos totalmente rapados, sino también continuamente humillados. Así, dado nuestro carácter de novatos o pelones como también éramos conocidos, había ocasiones en que a altas horas de la noche se nos levantaba de donde estuviésemos acostados y durmiendo para obligarnos a bailar de “cachetito” con otros compañeros, así como escenificar obras de teatro en la que se teníamos que cantar, reír o llorar.

Otras acciones porriles consistían en arrastrar monedas con la lengua por el suelo, hasta alcanzar largas distancias. Igualmente, cada vez que alguno de los malosos se le ocurría divertirse a costa de nosotros se nos arrojaba con todo y ropa a una pila de agua sucia que se encontraba a un lado del comedor. En la misma tesitura, a cada momento éramos utilizados como mandaderos o para lavar la ropa de alguno de los integrantes del grupo agresor.

Al respecto, recuerdo a dos de los sujetos más agresivos que a mi generación de novatos o pelones le tocó padecer. Por un lado, un tipo de apellido Medina a quien se le conocía con el mote de La Gallina y, por el otro, a Pedro Cassián Olvera, La Bruja, quien por cierto años después formó parte del grupo guerrillero, que en 1973, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, llevó a cabo el secuestro de José Guadalupe Zuno, suegro de Luis Echeverría, quien en ese momento era el Presidente de la República.

Por eso no me he explico por qué razones hasta la fecha la FECSM, que desde su nacimiento ha pugnado por la liberación y preservación de la dignidad de las juventudes y clases explotadas, no ha hecho absolutamente nada por erradicar de las Escuelas Normales Rurales este tipo de prácticas vergonzantes y denigrantes, máxime que ya en muchas otras instituciones educativas del país, en donde anteriormente estaban prácticamente institucionalizadas, desde 1968 desaparecieron totalmente. Estos son los casos, entre muchos otros, de la UNAM y el Instituto Politécnico Nacional.

Efectivamente, a pocos días de haber estallado el movimiento y tras haberse oficializado la existencia del legendario Consejo Nacional de Huelga y aprobado en definitiva el pliego petitorio de los seis puntos que se enarboló durante el 68 mexicano, uno de los primeros acuerdos adoptados por unanimidad fue el de ya nunca jamás permitir que en los centros de estudio se llevaran a cabo novatadas de cualquier tipo.

Por eso, desde aquel año hasta la fecha, en los cerca de centenar de planteles con que cuentan tanto la UNAM como el Politécnico, nunca más se ha vuelto a ver ni a saber nada de las otrora tristemente célebres novatadas que tanto dolor de cabeza nos causaron a los miembros de la generación de estudiantes normalistas que este sábado 16 de junio, felizmente celebran medio siglo de haber logrado el objetivo que un día se propusieron lograr pero que yo desgraciadamente nunca alcancé. Enhorabuena. (Continuará)

Doctor en Ciencia Política y Profesor e Investigador de carrera en la UNAM.

elpozoleunam@hotmail.com

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