/ jueves 24 de agosto de 2023

El sueño mexicano

En el año de 1942 después de la firma México-USA, del acuerdo de Labor Agrícola Mexicana, para que mano de obra de nuestro país, aportara a la economía norte americana, en casi exclusivamente en actividades agrícolas, pagando 30 centavos de dólar la hora.

En pocos años, llegó a registrarse la emigración de 50,000 paisanos, las condiciones laborales en México no eran las mejores, por lo que ofrecer los brazos en las tareas más arduas, eran un señuelo fácil de picar.

Los beneficios a costa de muchos sacrificios fueron inmensos, los braceros que retornaban a sus pueblos, eran vistos casi como héroes, envidiados por quienes no se animaron a esa aventura, la economía de esos hogares tuvo un gran impacto, no sólo en lo particular, sino en la localidad respectiva.

El sueño americano como hecho de prosperidad y mejores condiciones sociales, fue acuñado para dispersarse en todo el territorio nacional mexicano, fenómeno permanente hasta nuestros días, con migraciones masivas de varios países, con mayor énfasis en los que se fugan de las condiciones de inseguridad y hambre.

A la distancia de ocho décadas, con el desarrollo industrial y comercial, con la masificación de la educación, las instituciones académicas, el arraigo familiar, las desventajas para quienes no hablan la lengua española, etnias heterogéneas y ancestrales, surge “el sueño mexicano”

La aspiración de todo ser humano, por superar las condiciones, en algunas ocasiones infrahumanas, de superarse, en alcanzar estadios de mayor seguridad, estabilidad, motivaron a decenas de miles, a romper paradigmas ancestrales, cuasi dogmas intocables, irreverentes quienes se osaron pensar, ir más allá de la milpa, más allá del pueblo vecino, aspirar ser ave de altos vuelos, dejar dialectos y rituales enraizados en la mística, en la leyenda, en la fe a la tierra, a la naturaleza.

El indio oaxaqueño, pastorcillo de Guelatao, que brinca del seminario a la Presidencia, ha sido el ejemplo para generaciones, que hoy en día, se repiten y se repiten, en historias propias, ahogadas en el trajín diario de la exigencia economicista, del no sólo ser sino tener.

Dentro de esa ánfora de eventos, hoy irrumpe hasta de manera irreverente, la provinciana con genética indígena, que logra hacer suyo el sueño mexicano; casa vestido y sustento, trascender de lo propio a la visión humanista de generar bien común.

Me refiero a Xóchitl, espejo de tantos mexicanos, pero sobre todo mexicanas, en una lucha sin parangón en este siglo XXI, hubo en sus momentos adelitas en la revolución, o Juana Inés en la cultura, a manera de botón de muestra, hoy estamos en la víspera que una mujer “luchona” reciba la banda presidencial.

En el año de 1942 después de la firma México-USA, del acuerdo de Labor Agrícola Mexicana, para que mano de obra de nuestro país, aportara a la economía norte americana, en casi exclusivamente en actividades agrícolas, pagando 30 centavos de dólar la hora.

En pocos años, llegó a registrarse la emigración de 50,000 paisanos, las condiciones laborales en México no eran las mejores, por lo que ofrecer los brazos en las tareas más arduas, eran un señuelo fácil de picar.

Los beneficios a costa de muchos sacrificios fueron inmensos, los braceros que retornaban a sus pueblos, eran vistos casi como héroes, envidiados por quienes no se animaron a esa aventura, la economía de esos hogares tuvo un gran impacto, no sólo en lo particular, sino en la localidad respectiva.

El sueño americano como hecho de prosperidad y mejores condiciones sociales, fue acuñado para dispersarse en todo el territorio nacional mexicano, fenómeno permanente hasta nuestros días, con migraciones masivas de varios países, con mayor énfasis en los que se fugan de las condiciones de inseguridad y hambre.

A la distancia de ocho décadas, con el desarrollo industrial y comercial, con la masificación de la educación, las instituciones académicas, el arraigo familiar, las desventajas para quienes no hablan la lengua española, etnias heterogéneas y ancestrales, surge “el sueño mexicano”

La aspiración de todo ser humano, por superar las condiciones, en algunas ocasiones infrahumanas, de superarse, en alcanzar estadios de mayor seguridad, estabilidad, motivaron a decenas de miles, a romper paradigmas ancestrales, cuasi dogmas intocables, irreverentes quienes se osaron pensar, ir más allá de la milpa, más allá del pueblo vecino, aspirar ser ave de altos vuelos, dejar dialectos y rituales enraizados en la mística, en la leyenda, en la fe a la tierra, a la naturaleza.

El indio oaxaqueño, pastorcillo de Guelatao, que brinca del seminario a la Presidencia, ha sido el ejemplo para generaciones, que hoy en día, se repiten y se repiten, en historias propias, ahogadas en el trajín diario de la exigencia economicista, del no sólo ser sino tener.

Dentro de esa ánfora de eventos, hoy irrumpe hasta de manera irreverente, la provinciana con genética indígena, que logra hacer suyo el sueño mexicano; casa vestido y sustento, trascender de lo propio a la visión humanista de generar bien común.

Me refiero a Xóchitl, espejo de tantos mexicanos, pero sobre todo mexicanas, en una lucha sin parangón en este siglo XXI, hubo en sus momentos adelitas en la revolución, o Juana Inés en la cultura, a manera de botón de muestra, hoy estamos en la víspera que una mujer “luchona” reciba la banda presidencial.