Volver
En un pasaje del Apocalipsis de singular belleza, leemos una carta que se le escribe a la Iglesia de Efeso, en la que se le reconoce su conducta y su paciencia, pero en la que se le alerta porque “ha perdido su amor de antes”. Ante esto, se le pide que se dé cuenta de dónde ha caído y que vuelva a su conducta primera (cf. Ap 2, 1-5). ¡Cuántas veces podemos aplicarnos esta realidad a nosotros mismos! ¡En tantas cosas hemos perdido nuestro amor de antes! Pero siempre tenemos la oportunidad de, en primer lugar, darnos cuenta de ello y, en segundo lugar, volver a nuestro amor primero.
Nadie puede cambiar algo si antes no es consciente de lo que necesita cambiar. Por eso el primer paso es “darnos cuenta”. ¿En qué he perdido mi amor de antes? Comencemos por nosotros mismos. Cuáles eran las ilusiones que teníamos al principio, cuando quizás de niños queríamos llegar a ser alguien, o conseguir tal o cual cosa; o cuando iniciamos una carrera o un negocio o trabajo. ¿Por qué hemos perdido esa ilusión? ¿Por qué hemos caído en la apatía o la rutina? ¿Qué nos ha distraído –vicios, equivocaciones, otras opciones– de lo que en un principio nos llenaba? Es tiempo de despertar y darnos cuenta de lo que podemos conseguir y lo que queremos llegar a ser. De volver a enamorarnos de lo que nos gusta, de lo que nos ilusiona. Despertar nuevamente a la vida pero no con los cánones que nos dicten desde fuera, sino con la fuerza interior del amor primero.
Pensemos ahora en el primer amor hacia los demás. ¿Qué nos ha desviado de las personas a quienes amamos? Volver al primer amor es sanar aquello que nos ha hecho olvidar los detalles, la cercanía, el cuidado, la decisión de estar con las parejas, los papás o los hijos. El hecho de tener a alguien seguro a nuestro lado muchas veces hace que se pierda el agradecimiento y se distorsione el valor de todo lo que se hace por nosotros.
Darnos cuenta de ello y “volver al amor de antes” es recuperar el compromiso con quienes amamos, es valorar el esfuerzo diario y agradecer el regalo de amar y que nos amen. Junto a la familia, pensemos también en los amigos, ese tesoro que siempre hay que conservar. ¿Por qué a veces nos distanciamos? Quizás sea tiempo de volver a reavivar ese don tomando la iniciativa de acercarnos y cuidar la amistad. Es tiempo de volver al amor de antes.
¿Y con Dios? Recordemos nuestro amor de antes, por ejemplo, en el momento en el que hicimos nuestra primera comunión y nos urgía el momento de volver a comulgar, o cuando rezábamos con tanto fervor el Angelito de mi guarda, o el Padrenuestro recién aprendido. ¿Por qué se ha ido pagando esa llama de cercanía con el-que-siempre-está-cercano? Nos cuesta estar un momento en silencio en oración, o ir al Santísimo en el Sagrario, o concentrarnos seriamente cuando estamos en la Eucaristía; nos cuesta estar con Dios porque hemos perdido el amor de antes. Volvamos nuevamente a esa espiritualidad que nos trae paz, consuelo y mucha esperanza. Volvamos a nuestro amor de antes también con Dios.
Estas tres líneas de atención –personal, con los demás, con Dios– en las que nos hemos centrado para que consideremos volver a nuestro amor primero, son las que la Iglesia nos propone cuidar en el tiempo cuaresmal y es a lo que la Iglesia llama “Conversión”.
Convertirnos es dejar el pecado e iniciar una nueva vida iluminados por el ejemplo de Cristo, siempre dispuesto a abrazarnos con su misericordia. Los hebreos llamaban a este gesto de la conversión Šub, que traducido literalmente es “Volver”.
Vuelve a tu amor de antes. ¡Conviértete!