Cuando vivir es soñar
Don Miguel de Unamuno, profundo filósofo y escritor, en plena etapa de su madurez, escribió un hermoso poema que resuena en mi cabeza cada vez que se acerca el día del niño. Lo cito aquí de manera literal:
Agranda la puerta, Padre
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños,
yo he crecido a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame por piedad;
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.
Tiene de trasfondo el pasaje del evangelio en que Jesús sostiene que «si no se convierten y si no vuelven a ser como los niños, no entrarán en el reino de los cielos» (Mt 18,3). Nos hemos engrandecido tanto que la puerta ya se nos ha quedado pequeña.
Suponemos que para ser mejores hay que crecer, ser más grandes y ponernos por encima de los demás, cuando en realidad son los gestos de sencillez los que nos ennoblecen. Nos urge dejar de ser niños y no conseguimos sino dejar de soñar. Por eso Unamuno pedía que lo achicaran, para volver a esa edad bendita de la niñez, no como un retorno al infantilismo inmaduro, sino como una etapa de ilusión, don, pureza y sencillez que salvan.
Y es que ser como los niños consiste en cultivar los valores que se manifiestan en ellos y que vamos perdiendo con el paso de los años. Es vivir, primero, desde la ilusión y la sorpresa, que son motores de vida, pues la ilusión de un niño le genera la esperanza de conseguir algo que anhelan fuertemente y la sorpresa les hace valorar cada nuevo descubrimiento.
Es vivir, segundo, desde el don, pues los niños no poseen nada por sí mismos, ya que todo se les otorga. Vivir desde el don es no sentirnos “merecedores” de todo, sino aceptar con gratitud lo que tenemos, valorarlo como un regalo y disfrutarlo y cuidarlo con la alegría de poseerlo.
Es vivir, tercero, con la pureza de quien no ha germinado la maldad ni hace mella en el daño ajeno. La ternura del abrazo de un niño y la pureza de sus intenciones nos confrontan con los gestos que vamos adquiriendo de competencia, abuso, deshonestidad y deslealtad en nuestros corazones.
Es vivir, cuarto, desde la sencillez que nos achica para poder entrar en esa puerta pequeña de la que nos alejamos por soberbias y altanerías deshumanas. Es volver a disfrutar estar “en el suelo” sin pretender elevarnos como papalotes zarandeados por la intemperie de un mundo en continuo conflicto.
Al celebrar el día del niño, pensemos en aquello que por crecer hemos perdido y achiquémonos para poder entrar en esa puerta estrecha que conduce a la salvación. Volvamos a ser como los niños, por la ilusión, el don, la pureza y la sencillez con que vivimos.
Volvamos a esa etapa en que vivir es soñar.
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