/ viernes 5 de julio de 2019

La transición democrática en México

Del 68 a la 4ª.T, vista en primera persona: Hace un año en el Zócalo/ Parte 1 de 30

El primero de julio del 2018, un poco más de 30 millones de mexicanos o lo que es lo mismo, el 53.8 % de los mexicanos de todas las clases sociales fueron a las urnas de votación a sufragar en favor de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), candidato a la Presidencia de la República de la izquierda quien por tercera vez contendía por el mismo cargo.

Sin embargo, el sufragio que todos esos mexicanos depositaron en favor de AMLO seguramente no que fue un cheque en blanco como sí lo era en los tiempos del autoritarismo priista, sino que todos ellos lo depositaron con la esperanza de que por décadas anhelada transición democrática, en esta ocasión si se convirtiera en una realidad y que de nueva cuenta no volviera a quedar sólo a medias, en promesas o en una simple alternancia por el arribo de una nueva coalición gobernante suplantando a otra que ya se encontraba totalmente agotada y en evidente descomposición, tal y como lo ha sido y lo sigue siendo lo poco que queda del otrora poderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Para manifestarlo en otras palabras, en esta ocasión no se quería que se volviese a repetir lo que ya había sucedido en México en las dos administraciones federales emanadas del derechista Partido Acción Nacional (PAN). La primera de éstas en el año 2000 al 2006) protagonizada por el ex panista y ahora priista sin credencial Vicente Fox Quesada y la segunda que tuvo lugar entre el 2006 y 2012 encabezada por el otro expanista Felipe de Jesús Calderón.

Por eso, después de que esa noche escuché por radio, primeramente la posición del candidato presidencial oficialista, José Antonio Meade y poco rato después la del panista Ricardo Anaya, ambos reconociendo que ese día habían sido derrotados en las urnas, quedé completamente convencido de que el virtual ganador de esta contienda era Andrés Manuel López Obrador a quien ahora sí se le tendría que reconocer su triunfo electoral.

Fue hasta el preciso momento de estar completamente seguro de la victoria de AMLO cuando decidí desplazarme hacía la Plaza de la Constitución mejor conocida como el Zócalo de la Ciudad de México, históricamente considerada como el corazón de la patria, en donde estaba anunciado que el candidato asistiría esta noche a celebrar su victoria. Este era un lugar en el cual el candidato triunfante ya había estado decenas de veces y siempre con lleno total, desde por lo menos finales de los años ochenta cuando decidió abandonar las filas del otrora poderoso PRI en las que desde muy joven había militado, para sumarse a la oposición de izquierda con todos los riesgos y sacrificios que esto implica para los militantes que abrazamos esta tendencia.

Para mí ir y vivir todo lo que acontecería esa noche en el Zócalo sería muy importante. Quería observar con mis propios ojos cuál iba a ser el comportamiento de la gente ante el primer triunfo electoral de un candidato presidencial proveniente de un agrupamiento político partidario de la izquierda quien además es egresado nada menos que de la Máxima Casa de Estudios del país o sea la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y más particularmente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en donde en la década de los setenta cursó la licenciatura en Ciencia Política y Administración Pública.

En el fondo me emocionaba mucho saber que al fin un universitario que en su trayectoria política había demostrado no estar infectado de la ideología neoliberal como fue el caso de los seis mandatarios anteriores, asumía la Presidencia de la República.

De esta manera, en automóvil partí al Zócalo en compañía de mi hijo René quien este proceso electoral representando a Morena acababa de ser candidato no ganador a un cargo de elección popular en la Alcaldía Benito Juárez, el más fuerte y único bastión electoral del panismo en la Ciudad de México que mantiene desde hace por lo menos 25 años.

En nuestro recorrido atravesamos por decenas de calles, avenidas y jardines. En todos los lugares por donde pasamos había un ambiente festivo y poco común en la ciudad. Lo generaban el ruido de los claxon de los automóviles cuando una y otra vez los conductores los hacían sonar para celebrar la victoria de quien años antes (2000-2005) había gobernado esta ciudad con una alta calificación aprobatoria y que ahora, a partir del 1 de diciembre sería el Presidente de todos los mexicanos durante el periodo 2018-2024.

Un poco antes de la media noche por fin pudimos arribar al Zócalo, el cual a esa hora ya estaba prácticamente lleno con miles y miles de personas de todas las edades, clases sociales provenientes de todos los rumbos de la Zona Metropolitana del Valle de México, quienes habían arribado en toda clase de vehículos. Al parecer estaban como yo, tampoco querían perder la oportunidad de mirar con sus propios ojos este histórico momento.

En el Zócalo se vivía una verdadera fiesta popular muy diferente a otras fiestas que yo había vivido antes en ese mismo lugar. En su seno los participantes se abrazaban y gritaban, otros más agitaban diversas clases de mantas y banderolas con el logo de la UNAM, Morena, el Partido del Trabajo y muchas otras organizaciones; muchos otros bailaban y cantaban, mientras que unos más reían y hasta lloraban. Todo era alegría.

Cuando vi este ambiente tan impresionante también yo fui contagiado al grado que me resultó prácticamente imposible contenerme y cuando menos lo esperaba se me salieron las lágrimas por la emoción que todo esto me provocaba.

El triunfo de Andrés Manuel y de la izquierda, no era un simple triunfo o una victoria cualquiera. Se trataba de una victoria electoral ya largamente deseada y esperada desde hacía por lo menos 30 años. Desde que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano ganó la Presidencia de la República, pero que fraudulentamente le fue arrebatada por Carlos Salinas de Gortari.

El del primero de julio de 2018 se trató de un triunfo que había costado muchísimo trabajo conquistarlo. En este largo camino hacia la victoria habían quedado cientos de muertos; miles de encarcelados, perseguidos y desaparecidos políticos, de expulsados de sus escuelas y trabajos, de frustrados y decepcionados por no haber logrado el cambio de inmediato, etcétera.

Esa noche, nos encontrábamos otra vez ahí en ese hermoso y emblemático lugar, el corazón de la patria. Esto es, en la segunda plaza pública más grande e imponente del mundo, superada únicamente por la plaza Roja de Moscú. Ahí estábamos otra vez en nuestro bello y esplendoroso Zócalo con su enorme plancha de cemento, con todas las luces encendidas y rodeado de históricos edificios coloniales como el imponente y emblemático Palacio Nacional que por siglos ha sido un silencio y fiel testigo de cómo se ha venido escribiendo la historia de este México nuestro. (Continuará)

* Profesor e investigador de carrera en la UNAM. Email: elpozoleunam@hotmail.com

Del 68 a la 4ª.T, vista en primera persona: Hace un año en el Zócalo/ Parte 1 de 30

El primero de julio del 2018, un poco más de 30 millones de mexicanos o lo que es lo mismo, el 53.8 % de los mexicanos de todas las clases sociales fueron a las urnas de votación a sufragar en favor de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), candidato a la Presidencia de la República de la izquierda quien por tercera vez contendía por el mismo cargo.

Sin embargo, el sufragio que todos esos mexicanos depositaron en favor de AMLO seguramente no que fue un cheque en blanco como sí lo era en los tiempos del autoritarismo priista, sino que todos ellos lo depositaron con la esperanza de que por décadas anhelada transición democrática, en esta ocasión si se convirtiera en una realidad y que de nueva cuenta no volviera a quedar sólo a medias, en promesas o en una simple alternancia por el arribo de una nueva coalición gobernante suplantando a otra que ya se encontraba totalmente agotada y en evidente descomposición, tal y como lo ha sido y lo sigue siendo lo poco que queda del otrora poderoso Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Para manifestarlo en otras palabras, en esta ocasión no se quería que se volviese a repetir lo que ya había sucedido en México en las dos administraciones federales emanadas del derechista Partido Acción Nacional (PAN). La primera de éstas en el año 2000 al 2006) protagonizada por el ex panista y ahora priista sin credencial Vicente Fox Quesada y la segunda que tuvo lugar entre el 2006 y 2012 encabezada por el otro expanista Felipe de Jesús Calderón.

Por eso, después de que esa noche escuché por radio, primeramente la posición del candidato presidencial oficialista, José Antonio Meade y poco rato después la del panista Ricardo Anaya, ambos reconociendo que ese día habían sido derrotados en las urnas, quedé completamente convencido de que el virtual ganador de esta contienda era Andrés Manuel López Obrador a quien ahora sí se le tendría que reconocer su triunfo electoral.

Fue hasta el preciso momento de estar completamente seguro de la victoria de AMLO cuando decidí desplazarme hacía la Plaza de la Constitución mejor conocida como el Zócalo de la Ciudad de México, históricamente considerada como el corazón de la patria, en donde estaba anunciado que el candidato asistiría esta noche a celebrar su victoria. Este era un lugar en el cual el candidato triunfante ya había estado decenas de veces y siempre con lleno total, desde por lo menos finales de los años ochenta cuando decidió abandonar las filas del otrora poderoso PRI en las que desde muy joven había militado, para sumarse a la oposición de izquierda con todos los riesgos y sacrificios que esto implica para los militantes que abrazamos esta tendencia.

Para mí ir y vivir todo lo que acontecería esa noche en el Zócalo sería muy importante. Quería observar con mis propios ojos cuál iba a ser el comportamiento de la gente ante el primer triunfo electoral de un candidato presidencial proveniente de un agrupamiento político partidario de la izquierda quien además es egresado nada menos que de la Máxima Casa de Estudios del país o sea la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y más particularmente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en donde en la década de los setenta cursó la licenciatura en Ciencia Política y Administración Pública.

En el fondo me emocionaba mucho saber que al fin un universitario que en su trayectoria política había demostrado no estar infectado de la ideología neoliberal como fue el caso de los seis mandatarios anteriores, asumía la Presidencia de la República.

De esta manera, en automóvil partí al Zócalo en compañía de mi hijo René quien este proceso electoral representando a Morena acababa de ser candidato no ganador a un cargo de elección popular en la Alcaldía Benito Juárez, el más fuerte y único bastión electoral del panismo en la Ciudad de México que mantiene desde hace por lo menos 25 años.

En nuestro recorrido atravesamos por decenas de calles, avenidas y jardines. En todos los lugares por donde pasamos había un ambiente festivo y poco común en la ciudad. Lo generaban el ruido de los claxon de los automóviles cuando una y otra vez los conductores los hacían sonar para celebrar la victoria de quien años antes (2000-2005) había gobernado esta ciudad con una alta calificación aprobatoria y que ahora, a partir del 1 de diciembre sería el Presidente de todos los mexicanos durante el periodo 2018-2024.

Un poco antes de la media noche por fin pudimos arribar al Zócalo, el cual a esa hora ya estaba prácticamente lleno con miles y miles de personas de todas las edades, clases sociales provenientes de todos los rumbos de la Zona Metropolitana del Valle de México, quienes habían arribado en toda clase de vehículos. Al parecer estaban como yo, tampoco querían perder la oportunidad de mirar con sus propios ojos este histórico momento.

En el Zócalo se vivía una verdadera fiesta popular muy diferente a otras fiestas que yo había vivido antes en ese mismo lugar. En su seno los participantes se abrazaban y gritaban, otros más agitaban diversas clases de mantas y banderolas con el logo de la UNAM, Morena, el Partido del Trabajo y muchas otras organizaciones; muchos otros bailaban y cantaban, mientras que unos más reían y hasta lloraban. Todo era alegría.

Cuando vi este ambiente tan impresionante también yo fui contagiado al grado que me resultó prácticamente imposible contenerme y cuando menos lo esperaba se me salieron las lágrimas por la emoción que todo esto me provocaba.

El triunfo de Andrés Manuel y de la izquierda, no era un simple triunfo o una victoria cualquiera. Se trataba de una victoria electoral ya largamente deseada y esperada desde hacía por lo menos 30 años. Desde que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano ganó la Presidencia de la República, pero que fraudulentamente le fue arrebatada por Carlos Salinas de Gortari.

El del primero de julio de 2018 se trató de un triunfo que había costado muchísimo trabajo conquistarlo. En este largo camino hacia la victoria habían quedado cientos de muertos; miles de encarcelados, perseguidos y desaparecidos políticos, de expulsados de sus escuelas y trabajos, de frustrados y decepcionados por no haber logrado el cambio de inmediato, etcétera.

Esa noche, nos encontrábamos otra vez ahí en ese hermoso y emblemático lugar, el corazón de la patria. Esto es, en la segunda plaza pública más grande e imponente del mundo, superada únicamente por la plaza Roja de Moscú. Ahí estábamos otra vez en nuestro bello y esplendoroso Zócalo con su enorme plancha de cemento, con todas las luces encendidas y rodeado de históricos edificios coloniales como el imponente y emblemático Palacio Nacional que por siglos ha sido un silencio y fiel testigo de cómo se ha venido escribiendo la historia de este México nuestro. (Continuará)

* Profesor e investigador de carrera en la UNAM. Email: elpozoleunam@hotmail.com

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