/ lunes 15 de julio de 2019

La transición democrática en México: del 68 a la 4ª.T, vista en primera persona:

La primera barricada del 68 mexicano (Parte 5 de 30)

La noche del viernes 26 de julio de 1968, cuando un grupo de estudiantes del Grupo 413 quisimos tomar la palabra para denunciar la represión policiaca en contra de manifestantes estudiantiles del Politécnico, el director de nuestra Preparatoria, la No. 3 de la UNAM, tuvo mucha habilidad para manipular a los estudiantes que se encontraban dentro del Anfiteatro Simón Bolívar, de tal manera que la votación que se produjo fue arrolladoramente adversa a nosotros. De nada sirvieron las elocuentes y valientes arengas que desde sus respectivas butacas expresaron los estudiantes politécnicos que habían llegado del Zócalo junto con nosotros.

En efecto, desde algunas butacas del Anfiteatro los compañeros politécnicos nos apoyaron pugnando porque nos dejaran hablar a fin de informar sobre lo sucedido esa tarde, al tiempo que también se denunciaran los crímenes del gobernador de Tabasco en contra de estudiantes, así como de campesinos e indios tarahumaras en el estado de Chihuahua.

No obstante que durante la noche del viernes 26 de julio los miembros del Grupo 413 de la Escuela Nacional Preparatoria No.3 de la UNAM no pudimos hablar en el Anfiteatro Simón Bolívar del mismo plantel, varios estudiantes que nos habían apoyado para que nos dejaran hablar se sumaron a nosotros. Con mayor razón no nos dimos por vencidos.

Así, un contingente aún más grande que el grupo original salimos del Anfiteatro Bolívar con la clara intención de hacer algo, no sabíamos qué pero teníamos que hacer algo ese mismo día y a esa hora, tal y como se lo habíamos advertido a los agentes policiacos y granaderos que esa noche por órdenes superiores celosamente cuidaban el Zócalo para evitar que algún grupo colectivo, particularmente de carácter estudiantil, ingresara al mismo. El cuerpo represivo estaba ahí después de haber reprimido violentamente a los manifestantes estudiantiles del Instituto Politécnico Nacional que horas antes habían intentado llegar a ese emblemático lugar.

Fue entonces cuando a la salida del Anfiteatro pero aún dentro del plantel, nos encontramos a algunos miembros de la Porra de la Preparatoria liderados por un sujeto de apellido Lepe, mejor conocido con el apodo de “El Macuca”, a quienes sin pensarlo dos veces los abordamos para informarles de todo lo que sabíamos que había pasado en las cercanías de la Alameda Central y lo que nos había sucedido a nosotros mismos los del Grupo 413 que poco antes habíamos ido al Zócalo. Hicimos todo esto con la firme intención de lograr su apoyo en las acciones de protesta que teníamos que realizar.

En menos de lo que canta un gallo y sin mucha discusión de por medio, los porros se sumaron a nosotros convirtiéndose desde ese momento en nuestros aliados coyunturales.

Y aunque para nadie de nosotros, resultaba grato una alianza, aunque fuese coyuntural con este grupo de rufianes que constantemente asaltaban y golpeaban impunemente a estudiantes de dentro y aun de fuera de la Preparatoria, las circunstancias del momento así lo ameritaban puesto que nosotros teníamos perfectamente claro que actuábamos totalmente convencidos de lo que estábamos haciendo y de que nuestra protesta era justa y necesaria, mientras que los porros lo hacían más bien por pasar el rato, por la simple emotividad del momento, por la chunga y sin ninguna consciencia política e ideológica de lo que la represión policiaca significaba.

También sabíamos que si bien en esos momentos los porros estaban participando codo a codo con nosotros, de un momento a otro podían se nos podían voltear. Su comportamiento siempre era muy impredecible puesto que, por su condición natural de mercenarios al servicio del mejor postor, su actitud, en gran medida, dependía de las órdenes que en cualesquier momento recibieran de sus respectivos padrinos que los apoyaban política y financieramente.

Uno de los promotores de los porros de nuestra Preparatoria era nada menos que Vicente Méndez Rostro, director general de la Escuela Nacional Preparatoria y del que a su vez dependían las nueve preparatorias de la UNAM. Como era el caso de la inmensa mayoría y si no es que todos los padrinos de grupos porriles, este célebre y poderoso funcionario universitario estaba muy ligado al PRI.

Ya relativamente fortalecidos por el apoyo de más estudiantes y sobre todo de los porros, decidimos actuar externamente o sea saliendo a la calle para apoderarnos de un camión de pasajeros; determinación que finalmente concretamos al parar a uno de los autobuses urbanos de la ruta Roma-Mérida que pasó frente a la Preparatoria, ya que ésta era su ruta.

En unos cuantos minutos el camión quedó totalmente atravesado a lo ancho de la calle Justo Sierra esquina con Argentina, mero enfrente de la vieja Librería Porrúa y con el cual a partir de ese momento se impidió todo tipo de circulación vehicular. Simultáneamente se procedió a quitarle el aire a las cuatro llantas del camión, así como a destaparle el tanque de la gasolina para extráesela.

Concomitantemente, otros compañeros se fueron a una tortería que se encontraba enfrente de la Preparatoria en donde se vendían tortas, refrescos, cigarros, dulces y otras chucherías. El dueño de la misma era una persona muy amable y apreciada por todos nosotros por el trato que siempre nos daba y en veces hasta nos fiaba lo que le pedíamos y al que todos conocíamos como Don Colón. A él le pedimos que nos diera o vendiera un cartón de cascos de refrescos vacíos.

Sin preguntarnos siquiera para qué los queríamos, al instante nos dio un cartón de cascos de Chaparritas que se negó a cobrarnos. Mientras tanto otros compañeros trajeron de no sé dónde, pero con la velocidad del rayo, tanto estopa como tiner. Con todos estos componentes, más la gasolina que extrajimos del camión que nos estaba sirviendo de barricada, se elaboraron una gran cantidad de bombas Molotov a las cuales, por cierto, yo ni siquiera conocía. Esta fue la primera ocasión en la que, durante el Movimiento Estudiantil de 1968 en México, se hicieron y utilizaron este tipo de artefactos explosivos.

La colocación de la barricada en las calles de Argentina y Justo Sierra de inmediato ocasionó un verdadero caos vial en todo el Barrio Universitario, dando pauta para que los diferentes cuerpos policíacos que se encontraban resguardando el Zócalo recibieran la orden de venirse de inmediato hasta las cercanías de la Preparatoria, justo al lugar en donde se encontraba nuestra barricada con el firme propósito de retirarla para permitir la reiniciación del tráfico vehicular.

Para esa hora, nuestro contingente integrado por porros y estudiantes de ésta y otras escuelas universitarias vecinas como la de Iniciación Universitaria, la Preparatoria 2 y la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos, no sólo era numéricamente más significativo, sino que también mucho más decidido que el pequeño núcleo del Grupo 413 que por primera vez habíamos partido del recinto universitario al Zócalo.

Fue por esta razón por la que determinamos enfrentarnos a la fuerza pública, armándonos con todo tipo de artefacto que nos encontramos en la calle, tales como botellas, piedras, ladrillos, tabiques, pedazos de madera y varilla que habíamos traído tanto de otras calles en donde se estaban llevando a cabo obras de excavación, como de las azoteas de nuestra propia escuela. Todo esto, con el fin evitar que la policía retirara el camión que a nosotros nos servía de barricada. Estábamos decididos a todo.


* Profesor e investigador de carrera en la UNAM.


Email: elpozoleunam@hotmail.com

La primera barricada del 68 mexicano (Parte 5 de 30)

La noche del viernes 26 de julio de 1968, cuando un grupo de estudiantes del Grupo 413 quisimos tomar la palabra para denunciar la represión policiaca en contra de manifestantes estudiantiles del Politécnico, el director de nuestra Preparatoria, la No. 3 de la UNAM, tuvo mucha habilidad para manipular a los estudiantes que se encontraban dentro del Anfiteatro Simón Bolívar, de tal manera que la votación que se produjo fue arrolladoramente adversa a nosotros. De nada sirvieron las elocuentes y valientes arengas que desde sus respectivas butacas expresaron los estudiantes politécnicos que habían llegado del Zócalo junto con nosotros.

En efecto, desde algunas butacas del Anfiteatro los compañeros politécnicos nos apoyaron pugnando porque nos dejaran hablar a fin de informar sobre lo sucedido esa tarde, al tiempo que también se denunciaran los crímenes del gobernador de Tabasco en contra de estudiantes, así como de campesinos e indios tarahumaras en el estado de Chihuahua.

No obstante que durante la noche del viernes 26 de julio los miembros del Grupo 413 de la Escuela Nacional Preparatoria No.3 de la UNAM no pudimos hablar en el Anfiteatro Simón Bolívar del mismo plantel, varios estudiantes que nos habían apoyado para que nos dejaran hablar se sumaron a nosotros. Con mayor razón no nos dimos por vencidos.

Así, un contingente aún más grande que el grupo original salimos del Anfiteatro Bolívar con la clara intención de hacer algo, no sabíamos qué pero teníamos que hacer algo ese mismo día y a esa hora, tal y como se lo habíamos advertido a los agentes policiacos y granaderos que esa noche por órdenes superiores celosamente cuidaban el Zócalo para evitar que algún grupo colectivo, particularmente de carácter estudiantil, ingresara al mismo. El cuerpo represivo estaba ahí después de haber reprimido violentamente a los manifestantes estudiantiles del Instituto Politécnico Nacional que horas antes habían intentado llegar a ese emblemático lugar.

Fue entonces cuando a la salida del Anfiteatro pero aún dentro del plantel, nos encontramos a algunos miembros de la Porra de la Preparatoria liderados por un sujeto de apellido Lepe, mejor conocido con el apodo de “El Macuca”, a quienes sin pensarlo dos veces los abordamos para informarles de todo lo que sabíamos que había pasado en las cercanías de la Alameda Central y lo que nos había sucedido a nosotros mismos los del Grupo 413 que poco antes habíamos ido al Zócalo. Hicimos todo esto con la firme intención de lograr su apoyo en las acciones de protesta que teníamos que realizar.

En menos de lo que canta un gallo y sin mucha discusión de por medio, los porros se sumaron a nosotros convirtiéndose desde ese momento en nuestros aliados coyunturales.

Y aunque para nadie de nosotros, resultaba grato una alianza, aunque fuese coyuntural con este grupo de rufianes que constantemente asaltaban y golpeaban impunemente a estudiantes de dentro y aun de fuera de la Preparatoria, las circunstancias del momento así lo ameritaban puesto que nosotros teníamos perfectamente claro que actuábamos totalmente convencidos de lo que estábamos haciendo y de que nuestra protesta era justa y necesaria, mientras que los porros lo hacían más bien por pasar el rato, por la simple emotividad del momento, por la chunga y sin ninguna consciencia política e ideológica de lo que la represión policiaca significaba.

También sabíamos que si bien en esos momentos los porros estaban participando codo a codo con nosotros, de un momento a otro podían se nos podían voltear. Su comportamiento siempre era muy impredecible puesto que, por su condición natural de mercenarios al servicio del mejor postor, su actitud, en gran medida, dependía de las órdenes que en cualesquier momento recibieran de sus respectivos padrinos que los apoyaban política y financieramente.

Uno de los promotores de los porros de nuestra Preparatoria era nada menos que Vicente Méndez Rostro, director general de la Escuela Nacional Preparatoria y del que a su vez dependían las nueve preparatorias de la UNAM. Como era el caso de la inmensa mayoría y si no es que todos los padrinos de grupos porriles, este célebre y poderoso funcionario universitario estaba muy ligado al PRI.

Ya relativamente fortalecidos por el apoyo de más estudiantes y sobre todo de los porros, decidimos actuar externamente o sea saliendo a la calle para apoderarnos de un camión de pasajeros; determinación que finalmente concretamos al parar a uno de los autobuses urbanos de la ruta Roma-Mérida que pasó frente a la Preparatoria, ya que ésta era su ruta.

En unos cuantos minutos el camión quedó totalmente atravesado a lo ancho de la calle Justo Sierra esquina con Argentina, mero enfrente de la vieja Librería Porrúa y con el cual a partir de ese momento se impidió todo tipo de circulación vehicular. Simultáneamente se procedió a quitarle el aire a las cuatro llantas del camión, así como a destaparle el tanque de la gasolina para extráesela.

Concomitantemente, otros compañeros se fueron a una tortería que se encontraba enfrente de la Preparatoria en donde se vendían tortas, refrescos, cigarros, dulces y otras chucherías. El dueño de la misma era una persona muy amable y apreciada por todos nosotros por el trato que siempre nos daba y en veces hasta nos fiaba lo que le pedíamos y al que todos conocíamos como Don Colón. A él le pedimos que nos diera o vendiera un cartón de cascos de refrescos vacíos.

Sin preguntarnos siquiera para qué los queríamos, al instante nos dio un cartón de cascos de Chaparritas que se negó a cobrarnos. Mientras tanto otros compañeros trajeron de no sé dónde, pero con la velocidad del rayo, tanto estopa como tiner. Con todos estos componentes, más la gasolina que extrajimos del camión que nos estaba sirviendo de barricada, se elaboraron una gran cantidad de bombas Molotov a las cuales, por cierto, yo ni siquiera conocía. Esta fue la primera ocasión en la que, durante el Movimiento Estudiantil de 1968 en México, se hicieron y utilizaron este tipo de artefactos explosivos.

La colocación de la barricada en las calles de Argentina y Justo Sierra de inmediato ocasionó un verdadero caos vial en todo el Barrio Universitario, dando pauta para que los diferentes cuerpos policíacos que se encontraban resguardando el Zócalo recibieran la orden de venirse de inmediato hasta las cercanías de la Preparatoria, justo al lugar en donde se encontraba nuestra barricada con el firme propósito de retirarla para permitir la reiniciación del tráfico vehicular.

Para esa hora, nuestro contingente integrado por porros y estudiantes de ésta y otras escuelas universitarias vecinas como la de Iniciación Universitaria, la Preparatoria 2 y la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos, no sólo era numéricamente más significativo, sino que también mucho más decidido que el pequeño núcleo del Grupo 413 que por primera vez habíamos partido del recinto universitario al Zócalo.

Fue por esta razón por la que determinamos enfrentarnos a la fuerza pública, armándonos con todo tipo de artefacto que nos encontramos en la calle, tales como botellas, piedras, ladrillos, tabiques, pedazos de madera y varilla que habíamos traído tanto de otras calles en donde se estaban llevando a cabo obras de excavación, como de las azoteas de nuestra propia escuela. Todo esto, con el fin evitar que la policía retirara el camión que a nosotros nos servía de barricada. Estábamos decididos a todo.


* Profesor e investigador de carrera en la UNAM.


Email: elpozoleunam@hotmail.com

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