/ lunes 12 de julio de 2021

Las denuncias de una delegada del SNTE

Quizá a destiempo tomé la decisión de traer a estas páginas, un asunto que en lo más mínimo había captado mi atención. Pero al paso de los días, repentinamente reparé en una breve nota periodística que yacía a un costado de mi escritorio.

Y pese a que ya la había leído, la curiosidad me obligó a que la retomara y una vez cumplida dicha tentación, hizo que me trasladara a los hechos que metieron mucho ruido y que de pronto el silencio avasalló.

Debo aclarar que las denuncias por amenazas de muerte no generaron impacto en la opinión pública. Sin embargo, el que esto escribe, no puede estar ajeno al sentido común que indica, que debe defenderse la integridad humana ante cualquier peligro que la aceche. Hecho al que me adhiero sin reservas y más si el origen se deriva por defender al trabajador, cuando injustamente sea humillado o maltratado. Otra vez mí rendida adhesión. Porque ante dicha situación ¿quién puede manifestarse en contra de ello, al menos en su sano juicio y ante un deber, que sin duda es el que ejerce la denunciante?

Pero descendiendo de esas dos virtudes, abstractas a nuestra vida concreta, mí adhesión titubea. Me cuestiono primero que nada: ¿A quiénes se refiere la delegada sindical de los administrativos de la Sección 12 adscritos a la SEED, cuando ante los medios de comunicación denuncia categóricamente que ha sido amenazada de muerte por ellos?

Ante la ambigüedad de los hechos tengo entendido que el fondo de la inconformidad de la denunciante, es la aparición de una nómina que se filtró por ahí y que registra jugosas compensaciones para unos cuantos. De ahí que supuse que su ánimo de molestia ante los medios, obedecía a la exigencia inmediata de homologar al resto de sus representados.

De haber sido así, sin duda que mi solidaridad hubiera traspasado los límites de mi emoción. Porque ¿quién puede soportar el intento de resistir la admiración a una acción de ese tamaño?

Pero mi solidaridad se derrumbó, cuando descubrí que la libertad de expresión de la que hizo uso la denunciante ante los medios de comunicación, era una libertad castrada y limitada, porque su situación personal no le daba el margen necesario, para exponer ante la opinión pública la realidad auténtica de las cosas, ya que los privilegios que los líderes mantienen a cuenta de no defender a los trabajadores, son evidentes y se agudizan hasta el escándalo cuando bajan a familiares y allegados, quienes se dan el lujo de ostentarlos ante los condenados a no obtenerlos nunca.

Cuando los líderes llevan pliegues en sus vestiduras y visajes en su comportamiento, siempre van a ser exhibidos por sus propios impulsos. Si la señora delegada y sus seguidores desean enfrentar a sus atracadores, debieron hacerlo con la fuerza de la calidad moral: Mostrar pruebas y evidencias que doblen al adversario y no denigrar ni desgastar su liderazgo con desfiguros y protagonismos, que sólo consiguen revertir los hechos.

No dudo que la susodicha haya sido objeto de desatenciones y que por tal razón su furia la haya llevado al extremo de satanizar a la Secretaría de Educación, como una cáfila de maleantes que en la actualidad pretenda retar a la parte sindical, a la que siempre ha servido y que su poder concluye cuando ante su capricho la sumisión se agota.

Ante dichos acontecimientos la Secretaría de Educación guardó silencio, tal vez por prudencia o conveniencia; si aplicó el primer criterio para no caer en el juego, es más que justificado; pero si el segundo fuera la razón, entonces la duda de que existen criminales investidos de funcionarios, le daría el crédito a la fantasía de su autora.

La postura temeraria rebasó los límites, cuando exigió la renuncia de los cuatro pistoleros que la amenazaron de muerte. No creo que las autoridades educativas, condesciendan con su delirio de persecución que está asediado por la experiencia en el uso del chantaje, con miras a participar en los renglones de esa nómina, a cambio de mantener en el anonimato al comando de matones que están atentando contra su vida.

Quizá a destiempo tomé la decisión de traer a estas páginas, un asunto que en lo más mínimo había captado mi atención. Pero al paso de los días, repentinamente reparé en una breve nota periodística que yacía a un costado de mi escritorio.

Y pese a que ya la había leído, la curiosidad me obligó a que la retomara y una vez cumplida dicha tentación, hizo que me trasladara a los hechos que metieron mucho ruido y que de pronto el silencio avasalló.

Debo aclarar que las denuncias por amenazas de muerte no generaron impacto en la opinión pública. Sin embargo, el que esto escribe, no puede estar ajeno al sentido común que indica, que debe defenderse la integridad humana ante cualquier peligro que la aceche. Hecho al que me adhiero sin reservas y más si el origen se deriva por defender al trabajador, cuando injustamente sea humillado o maltratado. Otra vez mí rendida adhesión. Porque ante dicha situación ¿quién puede manifestarse en contra de ello, al menos en su sano juicio y ante un deber, que sin duda es el que ejerce la denunciante?

Pero descendiendo de esas dos virtudes, abstractas a nuestra vida concreta, mí adhesión titubea. Me cuestiono primero que nada: ¿A quiénes se refiere la delegada sindical de los administrativos de la Sección 12 adscritos a la SEED, cuando ante los medios de comunicación denuncia categóricamente que ha sido amenazada de muerte por ellos?

Ante la ambigüedad de los hechos tengo entendido que el fondo de la inconformidad de la denunciante, es la aparición de una nómina que se filtró por ahí y que registra jugosas compensaciones para unos cuantos. De ahí que supuse que su ánimo de molestia ante los medios, obedecía a la exigencia inmediata de homologar al resto de sus representados.

De haber sido así, sin duda que mi solidaridad hubiera traspasado los límites de mi emoción. Porque ¿quién puede soportar el intento de resistir la admiración a una acción de ese tamaño?

Pero mi solidaridad se derrumbó, cuando descubrí que la libertad de expresión de la que hizo uso la denunciante ante los medios de comunicación, era una libertad castrada y limitada, porque su situación personal no le daba el margen necesario, para exponer ante la opinión pública la realidad auténtica de las cosas, ya que los privilegios que los líderes mantienen a cuenta de no defender a los trabajadores, son evidentes y se agudizan hasta el escándalo cuando bajan a familiares y allegados, quienes se dan el lujo de ostentarlos ante los condenados a no obtenerlos nunca.

Cuando los líderes llevan pliegues en sus vestiduras y visajes en su comportamiento, siempre van a ser exhibidos por sus propios impulsos. Si la señora delegada y sus seguidores desean enfrentar a sus atracadores, debieron hacerlo con la fuerza de la calidad moral: Mostrar pruebas y evidencias que doblen al adversario y no denigrar ni desgastar su liderazgo con desfiguros y protagonismos, que sólo consiguen revertir los hechos.

No dudo que la susodicha haya sido objeto de desatenciones y que por tal razón su furia la haya llevado al extremo de satanizar a la Secretaría de Educación, como una cáfila de maleantes que en la actualidad pretenda retar a la parte sindical, a la que siempre ha servido y que su poder concluye cuando ante su capricho la sumisión se agota.

Ante dichos acontecimientos la Secretaría de Educación guardó silencio, tal vez por prudencia o conveniencia; si aplicó el primer criterio para no caer en el juego, es más que justificado; pero si el segundo fuera la razón, entonces la duda de que existen criminales investidos de funcionarios, le daría el crédito a la fantasía de su autora.

La postura temeraria rebasó los límites, cuando exigió la renuncia de los cuatro pistoleros que la amenazaron de muerte. No creo que las autoridades educativas, condesciendan con su delirio de persecución que está asediado por la experiencia en el uso del chantaje, con miras a participar en los renglones de esa nómina, a cambio de mantener en el anonimato al comando de matones que están atentando contra su vida.