/ domingo 16 de junio de 2019

Los árboles del bulevar Villa, aún están de pie

Cada mañana que me toca transitar por el bulevar Francisco Villa, sin duda el más hermoso de nuestra ciudad, por su distinta flora que lo cubre.

De ahí, que al que esto escribe, le sea inevitable fijarse en cada uno de los árboles, cómo luce en cada uno de sus troncos, un número como si fuera un chip que lo condena a no moverse de ahí, o en su defecto que sea una señal para simbolizar el tamaño del daño ecológico que se avecina.

Más, todavía para los que somos sensibles al atropello a la naturaleza, cavilamos para nuestro interior, que dicha arboleda está sentenciada a muerte, pese a los cuidados que anuncian tener, aquellos que lacerarán sus raíces y que para justificar su calidad de verdugos nos aseguran que no morirán.

Aún concediéndoles el beneficio de la duda, de todos modos para los vecinos de los fraccionamientos aledaños al bulevar, la muerte será inevitable, ya que la ausencia de dicha vegetación de antemano nos condena a ella, porque el pulmón que representa, dejará de existir, dejándonos a la intemperie de toda la contaminación que éstos en su función natural contrarrestan.

Desafortunadamente eso poco importa a los propulsores del desarrollo y menos a aquellos automovilistas que, iracundos maldicen la tardanza del derribamiento de los árboles, ya que según ellos son la causa de que sus vehículos no estrenen la joroba vial y desde de arriba puedan observar triunfantes la devastación que sus egolatrías y malditas prisas generan.

Prisas que contrastan con los pasos cansados de muchos andantes que caminamos por el centro de la frondosidad y que hasta ahorita no ha habido alguien que lance su protesta, porque pareciera que los ciudadanos que la encabezan, no hacen acto de presencia en el terreno de la desgracia anunciada, que ya está a punto de consumarse dados los resultados electorales

Así es, aunque nos duela reconocerlo, la vida de esta desafortunada flora heterogénea, depende del plazo que le resta al actual presidente municipal, quien por venganza, capricho o justicia al medio ambiente, a gritos y sombrerazos ha detenido la deforestación que se tornará inmisericorde cuando arribe el nuevo alcalde al poder. Quien de entrada no pondrá obstáculos a la constructora, en cambio ésta sí puede ser digna de todas las facilidades con el objeto de reparar las pérdidas de tiempo.

Desafortunadamente la elección del 2 de junio, significó el resquebrajamiento total de la esperanza y que diera renovados bríos a la oposición contra la devastación arbórea del bulevar. Sin embargo, parece que ha llegado el momento de acallar esas protestas y exigir al nuevo alcalde una definición rápida y puntual, para derribar el arbolado y proseguir el empeño de cumplir fielmente con los compromisos empresariales que se dedican a ese ramo.

Pese a toda esa parafernalia que dicho tema ha generado, aún vemos los árboles de pie y sin temor a la barbarie que los acecha. Esperan erguidos y de frente el momento que los llevará lentamente al exterminio, bajo la negativa de que sólo cambiarán de lugar, pensando que los ciudadanos somos retrasados mentales y que ya nos tragamos ese cuento de que estarán mejor a donde los van replantar.

Pero están sumamente equivocados, porque de antemano sabemos que es más fácil que una higuera florezca, a que un árbol adulto se mantenga con vida, una vez que haya sido removido de su base original.

A sus defensores nos cabía la esperanza de que la devastación se había alejado, pero sólo fue un compás de espera, para hacer más terrible la impotencia de los que no somos ilusos ni resignados, ante la dolorosa agonía de los sentenciados a muerte, cuya legitimidad estriba en el aflojar de la batalla, que la justifican con la frase beligerante: “de todos modos los van a tumbar”.

De ahí que la esperanza no garantiza que el futuro imaginado sea el alcanzado. Al contrario, persiste debido a las decepciones: No lograr lo deseado nunca sería tan terrible como no haberlo ni siquiera intentado. Con dicha conciencia no se legitima la derrota, sólo se advierte al tala montes, que no se vale ofrecer un futuro mejorado a cambio de un medio ambiente degradado, como el que le espera a un bulevar que ha sido orgullo de todos los durangueses.

A los que vienen detrás no les pedimos gratitud por nuestra lucha, sino que en este caso muy especial recuerden nuestra derrota, en la que de forma muy desafortunada y dolosa participaron “universidades patito”, que se dieron a la tarea de hacer simulacros de encuestas para legitimar la criminal devastación del bulevar Francisco Villa, convirtiéndose así en cómplices de los intereses creados y en traidores al compromiso que su Alma Mater, por naturaleza debe guardar por el medios ambiente.

De ahí que no es posible que los directivos y cuerpos docentes, distraigan y tuerzan la atención de sus alumnos en cuestiones que van encaminadas no a proteger las áreas verdes de la ciudad, sino a destruirlas con el aval institucional, defraudando a la comunidad que paga el sostenimiento de las universidades, para que de forma ruin arrojen al vacío los postulados del bien que les “inculcan”

Hasta ahí había concluido el episodio pesimista que se redactó el viernes 14 del presente mes, pero el sábado 15 me sorprendió la declaración del alcalde electo, donde sostiene que ¡el puente va!, pero “sin derribar los árboles”. Situación que me alegra bastante pero al mismo tiempo me confunde.

Ojalá los responsables del proyecto pudieran dar a la opinión pública, una explicación clara y lo suficientemente fundamentada sobre esta idea genial del presidente electo, porque no quiero polemizar a priori sobre dicha declaración, que me llena de optimismo y momentáneamente me libera de la angustia, de ver diariamente en capilla a seres vivos, que la hipocresía defiende en el discurso y en los hechos aplaude su devastación.

Cada mañana que me toca transitar por el bulevar Francisco Villa, sin duda el más hermoso de nuestra ciudad, por su distinta flora que lo cubre.

De ahí, que al que esto escribe, le sea inevitable fijarse en cada uno de los árboles, cómo luce en cada uno de sus troncos, un número como si fuera un chip que lo condena a no moverse de ahí, o en su defecto que sea una señal para simbolizar el tamaño del daño ecológico que se avecina.

Más, todavía para los que somos sensibles al atropello a la naturaleza, cavilamos para nuestro interior, que dicha arboleda está sentenciada a muerte, pese a los cuidados que anuncian tener, aquellos que lacerarán sus raíces y que para justificar su calidad de verdugos nos aseguran que no morirán.

Aún concediéndoles el beneficio de la duda, de todos modos para los vecinos de los fraccionamientos aledaños al bulevar, la muerte será inevitable, ya que la ausencia de dicha vegetación de antemano nos condena a ella, porque el pulmón que representa, dejará de existir, dejándonos a la intemperie de toda la contaminación que éstos en su función natural contrarrestan.

Desafortunadamente eso poco importa a los propulsores del desarrollo y menos a aquellos automovilistas que, iracundos maldicen la tardanza del derribamiento de los árboles, ya que según ellos son la causa de que sus vehículos no estrenen la joroba vial y desde de arriba puedan observar triunfantes la devastación que sus egolatrías y malditas prisas generan.

Prisas que contrastan con los pasos cansados de muchos andantes que caminamos por el centro de la frondosidad y que hasta ahorita no ha habido alguien que lance su protesta, porque pareciera que los ciudadanos que la encabezan, no hacen acto de presencia en el terreno de la desgracia anunciada, que ya está a punto de consumarse dados los resultados electorales

Así es, aunque nos duela reconocerlo, la vida de esta desafortunada flora heterogénea, depende del plazo que le resta al actual presidente municipal, quien por venganza, capricho o justicia al medio ambiente, a gritos y sombrerazos ha detenido la deforestación que se tornará inmisericorde cuando arribe el nuevo alcalde al poder. Quien de entrada no pondrá obstáculos a la constructora, en cambio ésta sí puede ser digna de todas las facilidades con el objeto de reparar las pérdidas de tiempo.

Desafortunadamente la elección del 2 de junio, significó el resquebrajamiento total de la esperanza y que diera renovados bríos a la oposición contra la devastación arbórea del bulevar. Sin embargo, parece que ha llegado el momento de acallar esas protestas y exigir al nuevo alcalde una definición rápida y puntual, para derribar el arbolado y proseguir el empeño de cumplir fielmente con los compromisos empresariales que se dedican a ese ramo.

Pese a toda esa parafernalia que dicho tema ha generado, aún vemos los árboles de pie y sin temor a la barbarie que los acecha. Esperan erguidos y de frente el momento que los llevará lentamente al exterminio, bajo la negativa de que sólo cambiarán de lugar, pensando que los ciudadanos somos retrasados mentales y que ya nos tragamos ese cuento de que estarán mejor a donde los van replantar.

Pero están sumamente equivocados, porque de antemano sabemos que es más fácil que una higuera florezca, a que un árbol adulto se mantenga con vida, una vez que haya sido removido de su base original.

A sus defensores nos cabía la esperanza de que la devastación se había alejado, pero sólo fue un compás de espera, para hacer más terrible la impotencia de los que no somos ilusos ni resignados, ante la dolorosa agonía de los sentenciados a muerte, cuya legitimidad estriba en el aflojar de la batalla, que la justifican con la frase beligerante: “de todos modos los van a tumbar”.

De ahí que la esperanza no garantiza que el futuro imaginado sea el alcanzado. Al contrario, persiste debido a las decepciones: No lograr lo deseado nunca sería tan terrible como no haberlo ni siquiera intentado. Con dicha conciencia no se legitima la derrota, sólo se advierte al tala montes, que no se vale ofrecer un futuro mejorado a cambio de un medio ambiente degradado, como el que le espera a un bulevar que ha sido orgullo de todos los durangueses.

A los que vienen detrás no les pedimos gratitud por nuestra lucha, sino que en este caso muy especial recuerden nuestra derrota, en la que de forma muy desafortunada y dolosa participaron “universidades patito”, que se dieron a la tarea de hacer simulacros de encuestas para legitimar la criminal devastación del bulevar Francisco Villa, convirtiéndose así en cómplices de los intereses creados y en traidores al compromiso que su Alma Mater, por naturaleza debe guardar por el medios ambiente.

De ahí que no es posible que los directivos y cuerpos docentes, distraigan y tuerzan la atención de sus alumnos en cuestiones que van encaminadas no a proteger las áreas verdes de la ciudad, sino a destruirlas con el aval institucional, defraudando a la comunidad que paga el sostenimiento de las universidades, para que de forma ruin arrojen al vacío los postulados del bien que les “inculcan”

Hasta ahí había concluido el episodio pesimista que se redactó el viernes 14 del presente mes, pero el sábado 15 me sorprendió la declaración del alcalde electo, donde sostiene que ¡el puente va!, pero “sin derribar los árboles”. Situación que me alegra bastante pero al mismo tiempo me confunde.

Ojalá los responsables del proyecto pudieran dar a la opinión pública, una explicación clara y lo suficientemente fundamentada sobre esta idea genial del presidente electo, porque no quiero polemizar a priori sobre dicha declaración, que me llena de optimismo y momentáneamente me libera de la angustia, de ver diariamente en capilla a seres vivos, que la hipocresía defiende en el discurso y en los hechos aplaude su devastación.