/ jueves 14 de junio de 2018

Mi proceso de politización estudiantil de izquierda en la Normal de Aguilera

-Segunda de tres partes-

Siempre he sido y seré un acérrimo admirador y defensor de la escuela pública en todos sus ciclos, desde el kínder hasta el posdoctorado.

Los aniversarios siempre son un gran motivo para recordar y volver a vivir. Es por eso que en esta ocasión, aprovechando precisamente el hecho de que la 6ª. generación de egresados de la Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera” celebra el 50 aniversario de haberse graduado como maestros rurales, me propongo realizar un gran esfuerzo para traer al presente y volver a mí memoria, algunos de los múltiples pasajes o experiencias que en los años sesenta, esa década que quisimos, viví como estudiante de dicha escuela e integrante de esa generación.

Aunque lo aclaro, yo no tuve la dicha de tener en mis manos el grado de esa importante y noble profesión.

Luego de haber cursado los seis años de educación primaria en el Internado No. 8 “Profa. Juana Villalobos” que aún se encontraba en la ciudad de Durango y mucho antes de que arbitrariamente fuese despojado de su bello edificio, busqué y logré ingresar a la Normal de Aguilera, otro internado federal dependiente, al igual que el primero, de la Secretaría de Educación Pública. Ya que de no haber existido en México estos dos internados de carácter público, quizás yo nunca hubiese cursado el ciclo educativo primario y mucho menos el secundario.

Es muy probable que el máximo grado de estudios yo hubiese alcanzado en la escuelita del rancho “Los Lirios”, perteneciente al ejido del mismo nombre, del municipio de Canatlán, de donde soy originario, hubiese sido el segundo año de primaria como sucedía con todos los niños del rancho. Por eso siempre he sido y seré un acérrimo admirador y defensor de la escuela pública en todos sus ciclos, desde el kínder hasta el posdoctorado.

A partir del primer momento en que inicié los estudios en la Normal de Aguilera supe perfectamente que yo carecía de la vocación no sólo para cursar sino ante todo ejercer la carrera magisterial. Sin embargo, no podía aspirar a otra carrera ya que no contaba ni con familia o amistades en algún otro lugar en donde existieran escuelas de nivel superior y yo pudiera cursarla. Igualmente, en mi familia se carecía de los recursos económicos necesarios como para sostenerme estudios profesionales en alguna escuela de la ciudad de Durango.

Consciente de esa realidad, no tuve otro remedio más que resignarme y adaptar la vida a mi nueva condición de estudiante normalista. De tal manera que aunque sin vocación alguna abrazaría la carrera magisterial en donde después de seis años de estudio tendría un trabajo asegurado. Pero por lo pronto mi nueva Alma Máter me daría techo y comida puesto que contaba con todo los servicios asistenciales para los internos. Así, además de las clases y el basquetbol al cual yo le dedicaba muchísimas horas porque me apasionaba, poco a poco le fui encontrando interés a la escuela, así como a interesarme en la problemática sociopolítica de mi tiempo y más particularmente la de carácter campesino y estudiantil. Así se inició en mí el proceso de politización dentro de los parámetros políticos e ideológicos de la izquierda.

En este sentido, y en primer lugar viene a mi recuerdo el profundo impacto de los largos y documentados discursos que en las asambleas de la Sociedad de Alumnos de la escuela pronunciaban dirigentes como José Guadalupe Moreno Rentería, entonces secretario general de la Sociedad de Alumnos durante 1963 o Senén Ramírez Villalba, representante de la Normal de Aguilera ante la FECSM, que en esos momentos se encontraba dividida en dos bandos. Por un lado el grupo mayoritario que aglutinaba a la gran mayoría de Normales Rurales del Centro y Sur del país, mientras que las del Norte que eran minoría, giraban en torno al Consejo Permanente de la FECSM dentro del cual se encontraba la Normal de Aguilera.

Tanto las maratónicas asambleas, como los discursos de muchos de éstos y otros importantes dirigentes de la FECSM que de vez en cuando arribaban a la escuela, fueron dejando en mí una huella impresionante de motivación por la problemática sociopolítica de mi tiempo que dio pauta para que desde un principio yo comenzara a asimilar la importancia histórica que en México ha tenido la educación pública en general y la existencia de internados como el No. 8 en donde yo cursé mi educación primaria y por supuesto las Escuelas Normales Rurales.

Simultáneamente al interés en las asambleas y demás reuniones estudiantiles colectivas, también me fui interesando en documentarme e investigar sobre las diferentes problemáticas sociales del momento. Así, paulatinamente fui dejando la denominada literatura barata de cuentos y pasquines de la que yo era un asiduo lector desde que estaba en el Internado de primaria, para convertirme en un decidido y apasionado lector de las revistas Política, Siempre!, Sucesos para todos, Bohemia, Los Supermachos que semanalmente elaboraba Eduardo del Río Rius, el Boletín de la URSS y el periódico La Voz de México, órgano oficial del Partido Comunista Mexicano.

Sin embargo, fue la revista Política, dirigida por el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas la publicación que más contribuyó a mi formación política y de izquierda. De esta revista, aparecida quincenalmente y que de vez en cuando llegaba a la escuela o la conseguía en la ciudad de Durango, yo me leía tanto las notas y columnas como los artículos de fondo y los cartones de Rius, quien siempre se manifestaba comprometido con el cambio social. En Política se publicaban no tan sólo una inmensa cantidad de notas informativas que no aparecía entonces en la llamada “gran prensa” nacional comercial, sino también una gran cantidad de documentos y síntesis de libros. Era pues, una revista informativa y formativa de una conciencia política de izquierda.

Sería también en estas publicaciones en donde leí o me enteré del asesinato de Rubén Jaramillo; del problema de la salinidad en el Valle de Mexicali; de los fuertes problemas agrarios del estado de Chihuahua que entonces gobernaba un ignorante y represivo general de nombre Giner Durán. Igualmente, me enteré con mucho detalle de la prepotente intervención de los marines norteamericanos en la República Dominicana, en la primavera de 1965; de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam y en apoyo a Cuba; del frustrado asalto guerrillero de ciudad Madera, Chihuahua, en septiembre de 1965, encabezado por Arturo Gámiz; de las vicisitudes de la huelga estudiantil de marzo a mayo de 1966 en la UNAM, que terminó con la salida de la Rectoría del cardiólogo Ignacio Chávez y el arribo a la misma del ingeniero Javier Barros Sierra; del dinamitazo en contra de la estatua del ex presidente Miguel Alemán que se encontraba en la explanada de la Ciudad Universitaria, en junio de 1966; de los allanamientos militares a las universidades de Morelia y Sonora, en octubre de 1966 y abril de 1967, respectivamente, entre muchos otros temas.

Simultáneamente a la lectura de las publicaciones periódicas también me leí completos algunos libros, como el de Mario Gill, ¡Cuba Si! ¡Yanquis No! que un día me prestara Isauro Rentaría Medina, Chaguito; Escucha Yanqui del reconocido sociólogo norteamericano de izquierda Wright Mills y hasta el libro Juárez ante Dios y ante los hombres, del polémico y más tarde enloquecido y calumniador periodista Roberto Blanco Moheno, Cuando leí los dos primeros de estos libros comprendí con más profundidad el gran significado de la Revolución cubana, así como de sus principales protagonistas, desde Fidel Castro hasta el Che Guevara, pasando por Camilo Cienfuegos, Vilma Espín, etcétera.

Además del empapamiento en la problemática sociopolítica nacional e internacional, también viví directa y personalmente el desarrollo de algunos fenómenos sociales que de una u otra manera marcaron mi vida como estudiante normalista. Así, por ejemplo, en el mes de abril de 1965 viví el que sería el primero y único movimiento huelguístico en la Normal, dirigido por la FECSM ya unificada y con presencia en 27 de las 29 Normales Rurales. Se trató de un movimiento muy aburrido y sin la más mínima emoción o acción, puesto que los huelguistas nos concretamos a la toma de la escuela y hacer guardias tanto de día como de noche en los respectivos piquetes de huelga, esperando que de un momento a otro llegara la fuerza pública, policiaca o militar, para romper el movimiento. Sin embargo, durante las más de dos semanas que duró la huelga dentro de la cual los huelguistas permanecimos atrincherados en el seno de las instalaciones sólo viéndonos las caras unos a otros, las fuerzas represivas ni en el mundo nos hicieron. Igualmente, ninguna otra de las 26 normales en huelga sufrió la más mínima agresión por parte de dichas fuerzas.

Durante 1966 me involucré de lleno en la caravana campesina que proveniente del ejido de Torreón de Cañas, encabezada por el dirigente Álvaro Ríos Ramírez, entre el 6 y 7 de mayo llegó a la explanada de nuestra escuela en donde incluso acampó por toda una noche. En esta caravana no sólo participé como orador en el mitin que se llevó a cabo en la explanada, sino que incluso también partí con ella y la acompañé a pie por toda la Carretera Panamericana, a lo largo de los 55 kilómetros que hay desde la escuela hasta la ciudad de Durango, llegando a ésta, justo el día 10 de mayo. Ese mismo día se efectuó otro mitin en la Plaza de Armas en el que de nueva cuenta participé como orador en representación de los estudiantes de Aguilera.

Efectivamente, recordar es volver a vivir y yo ya volví a vivir otro medio siglo en la que un día fue mi Alma Máter junto con la generación que este 16 de junio lo celebra. (Continuará)

Doctor en Ciencia Política y Profesor e Investigador de carrera en la UNAM.

elpozoleunam@hotmail.com

-Segunda de tres partes-

Siempre he sido y seré un acérrimo admirador y defensor de la escuela pública en todos sus ciclos, desde el kínder hasta el posdoctorado.

Los aniversarios siempre son un gran motivo para recordar y volver a vivir. Es por eso que en esta ocasión, aprovechando precisamente el hecho de que la 6ª. generación de egresados de la Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera” celebra el 50 aniversario de haberse graduado como maestros rurales, me propongo realizar un gran esfuerzo para traer al presente y volver a mí memoria, algunos de los múltiples pasajes o experiencias que en los años sesenta, esa década que quisimos, viví como estudiante de dicha escuela e integrante de esa generación.

Aunque lo aclaro, yo no tuve la dicha de tener en mis manos el grado de esa importante y noble profesión.

Luego de haber cursado los seis años de educación primaria en el Internado No. 8 “Profa. Juana Villalobos” que aún se encontraba en la ciudad de Durango y mucho antes de que arbitrariamente fuese despojado de su bello edificio, busqué y logré ingresar a la Normal de Aguilera, otro internado federal dependiente, al igual que el primero, de la Secretaría de Educación Pública. Ya que de no haber existido en México estos dos internados de carácter público, quizás yo nunca hubiese cursado el ciclo educativo primario y mucho menos el secundario.

Es muy probable que el máximo grado de estudios yo hubiese alcanzado en la escuelita del rancho “Los Lirios”, perteneciente al ejido del mismo nombre, del municipio de Canatlán, de donde soy originario, hubiese sido el segundo año de primaria como sucedía con todos los niños del rancho. Por eso siempre he sido y seré un acérrimo admirador y defensor de la escuela pública en todos sus ciclos, desde el kínder hasta el posdoctorado.

A partir del primer momento en que inicié los estudios en la Normal de Aguilera supe perfectamente que yo carecía de la vocación no sólo para cursar sino ante todo ejercer la carrera magisterial. Sin embargo, no podía aspirar a otra carrera ya que no contaba ni con familia o amistades en algún otro lugar en donde existieran escuelas de nivel superior y yo pudiera cursarla. Igualmente, en mi familia se carecía de los recursos económicos necesarios como para sostenerme estudios profesionales en alguna escuela de la ciudad de Durango.

Consciente de esa realidad, no tuve otro remedio más que resignarme y adaptar la vida a mi nueva condición de estudiante normalista. De tal manera que aunque sin vocación alguna abrazaría la carrera magisterial en donde después de seis años de estudio tendría un trabajo asegurado. Pero por lo pronto mi nueva Alma Máter me daría techo y comida puesto que contaba con todo los servicios asistenciales para los internos. Así, además de las clases y el basquetbol al cual yo le dedicaba muchísimas horas porque me apasionaba, poco a poco le fui encontrando interés a la escuela, así como a interesarme en la problemática sociopolítica de mi tiempo y más particularmente la de carácter campesino y estudiantil. Así se inició en mí el proceso de politización dentro de los parámetros políticos e ideológicos de la izquierda.

En este sentido, y en primer lugar viene a mi recuerdo el profundo impacto de los largos y documentados discursos que en las asambleas de la Sociedad de Alumnos de la escuela pronunciaban dirigentes como José Guadalupe Moreno Rentería, entonces secretario general de la Sociedad de Alumnos durante 1963 o Senén Ramírez Villalba, representante de la Normal de Aguilera ante la FECSM, que en esos momentos se encontraba dividida en dos bandos. Por un lado el grupo mayoritario que aglutinaba a la gran mayoría de Normales Rurales del Centro y Sur del país, mientras que las del Norte que eran minoría, giraban en torno al Consejo Permanente de la FECSM dentro del cual se encontraba la Normal de Aguilera.

Tanto las maratónicas asambleas, como los discursos de muchos de éstos y otros importantes dirigentes de la FECSM que de vez en cuando arribaban a la escuela, fueron dejando en mí una huella impresionante de motivación por la problemática sociopolítica de mi tiempo que dio pauta para que desde un principio yo comenzara a asimilar la importancia histórica que en México ha tenido la educación pública en general y la existencia de internados como el No. 8 en donde yo cursé mi educación primaria y por supuesto las Escuelas Normales Rurales.

Simultáneamente al interés en las asambleas y demás reuniones estudiantiles colectivas, también me fui interesando en documentarme e investigar sobre las diferentes problemáticas sociales del momento. Así, paulatinamente fui dejando la denominada literatura barata de cuentos y pasquines de la que yo era un asiduo lector desde que estaba en el Internado de primaria, para convertirme en un decidido y apasionado lector de las revistas Política, Siempre!, Sucesos para todos, Bohemia, Los Supermachos que semanalmente elaboraba Eduardo del Río Rius, el Boletín de la URSS y el periódico La Voz de México, órgano oficial del Partido Comunista Mexicano.

Sin embargo, fue la revista Política, dirigida por el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas la publicación que más contribuyó a mi formación política y de izquierda. De esta revista, aparecida quincenalmente y que de vez en cuando llegaba a la escuela o la conseguía en la ciudad de Durango, yo me leía tanto las notas y columnas como los artículos de fondo y los cartones de Rius, quien siempre se manifestaba comprometido con el cambio social. En Política se publicaban no tan sólo una inmensa cantidad de notas informativas que no aparecía entonces en la llamada “gran prensa” nacional comercial, sino también una gran cantidad de documentos y síntesis de libros. Era pues, una revista informativa y formativa de una conciencia política de izquierda.

Sería también en estas publicaciones en donde leí o me enteré del asesinato de Rubén Jaramillo; del problema de la salinidad en el Valle de Mexicali; de los fuertes problemas agrarios del estado de Chihuahua que entonces gobernaba un ignorante y represivo general de nombre Giner Durán. Igualmente, me enteré con mucho detalle de la prepotente intervención de los marines norteamericanos en la República Dominicana, en la primavera de 1965; de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam y en apoyo a Cuba; del frustrado asalto guerrillero de ciudad Madera, Chihuahua, en septiembre de 1965, encabezado por Arturo Gámiz; de las vicisitudes de la huelga estudiantil de marzo a mayo de 1966 en la UNAM, que terminó con la salida de la Rectoría del cardiólogo Ignacio Chávez y el arribo a la misma del ingeniero Javier Barros Sierra; del dinamitazo en contra de la estatua del ex presidente Miguel Alemán que se encontraba en la explanada de la Ciudad Universitaria, en junio de 1966; de los allanamientos militares a las universidades de Morelia y Sonora, en octubre de 1966 y abril de 1967, respectivamente, entre muchos otros temas.

Simultáneamente a la lectura de las publicaciones periódicas también me leí completos algunos libros, como el de Mario Gill, ¡Cuba Si! ¡Yanquis No! que un día me prestara Isauro Rentaría Medina, Chaguito; Escucha Yanqui del reconocido sociólogo norteamericano de izquierda Wright Mills y hasta el libro Juárez ante Dios y ante los hombres, del polémico y más tarde enloquecido y calumniador periodista Roberto Blanco Moheno, Cuando leí los dos primeros de estos libros comprendí con más profundidad el gran significado de la Revolución cubana, así como de sus principales protagonistas, desde Fidel Castro hasta el Che Guevara, pasando por Camilo Cienfuegos, Vilma Espín, etcétera.

Además del empapamiento en la problemática sociopolítica nacional e internacional, también viví directa y personalmente el desarrollo de algunos fenómenos sociales que de una u otra manera marcaron mi vida como estudiante normalista. Así, por ejemplo, en el mes de abril de 1965 viví el que sería el primero y único movimiento huelguístico en la Normal, dirigido por la FECSM ya unificada y con presencia en 27 de las 29 Normales Rurales. Se trató de un movimiento muy aburrido y sin la más mínima emoción o acción, puesto que los huelguistas nos concretamos a la toma de la escuela y hacer guardias tanto de día como de noche en los respectivos piquetes de huelga, esperando que de un momento a otro llegara la fuerza pública, policiaca o militar, para romper el movimiento. Sin embargo, durante las más de dos semanas que duró la huelga dentro de la cual los huelguistas permanecimos atrincherados en el seno de las instalaciones sólo viéndonos las caras unos a otros, las fuerzas represivas ni en el mundo nos hicieron. Igualmente, ninguna otra de las 26 normales en huelga sufrió la más mínima agresión por parte de dichas fuerzas.

Durante 1966 me involucré de lleno en la caravana campesina que proveniente del ejido de Torreón de Cañas, encabezada por el dirigente Álvaro Ríos Ramírez, entre el 6 y 7 de mayo llegó a la explanada de nuestra escuela en donde incluso acampó por toda una noche. En esta caravana no sólo participé como orador en el mitin que se llevó a cabo en la explanada, sino que incluso también partí con ella y la acompañé a pie por toda la Carretera Panamericana, a lo largo de los 55 kilómetros que hay desde la escuela hasta la ciudad de Durango, llegando a ésta, justo el día 10 de mayo. Ese mismo día se efectuó otro mitin en la Plaza de Armas en el que de nueva cuenta participé como orador en representación de los estudiantes de Aguilera.

Efectivamente, recordar es volver a vivir y yo ya volví a vivir otro medio siglo en la que un día fue mi Alma Máter junto con la generación que este 16 de junio lo celebra. (Continuará)

Doctor en Ciencia Política y Profesor e Investigador de carrera en la UNAM.

elpozoleunam@hotmail.com

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