/ miércoles 6 de noviembre de 2019

Carlota y sus 60 años de soledad

Una emperatriz sola, con un destino cruel y atribulado del que poco se sabe por la falta de interés en quien fuera la esposa de Maximiliano de Habsburgo, después del fusilamiento del emperador, es lo que da cuenta el escritor Gustavo Vázquez Lozano en su libro “60 años de soledad: La vida de Carlota después del Imperio Mexicano”.

La obra narra cuando después de que su marido fuera fusilado en el Cerro de las Campanas, la consentida, la enamorada, se convirtió en una paria de las monarquías europeas y pasó 60 años en la locura.

Esta obra es la primera que se concentra en las seis décadas que Carlota de Sajonia-Coburgo-Gotha vivió después de que se derrumbara el Segundo Imperio Mexicano, y ofrece un estudio lúcido de uno de los personajes más apasionantes en la historia del país.

De esta manera en el texto, retrata a una emperatriz hasta el ocaso de sus días y va más allá del fusilamiento del Emperador en el Cerro de las Campanas, Querétaro, en 1867, e indaga en las vicisitudes acaecidas en la vida de una Carlota destrozada mentalmente.

Vázquez Lozano abre la caja de Pandora para dar conocer el destino de Carlota, quien con sólo 24 años fue que la primera dirigente mujer de México y América, al ser regente en dos ocasiones; mientras Maximiliano estaba ausente, y que elaboró una protopolítica social y de bienestar para los menesterosos, huérfanos, viudas e indios.

Su compromiso y amor por México, al que jamás dejó de desear volver, es tal que se cobra a sí misma el fracaso del Imperio y de Maximiliano, y en uno de sus peores momentos de vesania, sufre un ataque de grafomanía, masoquismo y un estado alterado de consciencia donde se lamenta del que parece haber sido su único pecado: ser mujer, y comienza a fantasear con convertirse en hombre para poder rehacer las cosas.

Mientras el Segundo Imperio Mexicano encabezado por Maximiliano de Habsburgo enfilaba hacia su ruina inminente, Carlota, la Emperatriz, sucumbía trágicamente ante su propio infierno, después de abandonar las costas de Yucatán en 1866 y regresar a Europa a pedir ayuda, pero nunca más se vuelve a saber de ella.

Así, junto a los pasajes que dan cuenta del aciago confinamiento de Carlota en tres castillos europeos; el saqueo y dilapidación de su fortuna por parte de su hermano Leopoldo II, Rey de Bélgica y la transición continua entre largos periodos de lucidez y episodios demenciales, ira, alucinaciones y delirios de persecución, el autor encumbra los logros de la Emperatriz.

Así, nos narra que, desde el año siguiente a su partida, en busca de que Napoleón III o el Papa Pío IX intercedieran por su Imperio, comenzaron a aparecer historias, notas periodísticas, teorías, dichos y mitos sobre si Carlota Amalia de Sajonia-Coburgo-Gotha había huido embarazada de un coronel belga o si había sido envenenada con semillas de estramonio por un general juarista o una celosa amante de Maximiliano.

Sin embargo, todas estas aseveraciones fueron mitos en torno a una mujer audaz, inteligente, elegante y atractiva, capaz de poner un ultimátum al Emperador de Francia, y que en realidad fue víctima de la esquizofrenia en una época donde aún se sabía muy poco de este trastorno mental.

Ahora, a través de las páginas del libro conocemos la vida de Carlota desde el punto de vista sicológico; sus deseos, frustraciones, amores y odios, sin pasar por alto contextos clave, como el triunfo de la República y la apoteosis de Benito Juárez, posibilitada por lo que sucedía en política exterior y el apoyo de Estados Unidos.

En un frío enero de 1927, tras los malestares de una congestión pulmonar y luego una pulmonía, llegó a su fin la agonía de una envejecida Carlota cuya vida se había prolongado lo suficiente para ver caer seis dinastías, y de la que pocos sabían que aún vivía. Una nevada cubrió de blanco su cortejo fúnebre y por encima de su ataúd la arropaban los lábaros de sus dos patrias: Bélgica y México.

Este libro nos llama a recuperar una parte de la historia de nuestro país y entender su contexto en el mundo del siglo XIX pero, sobre todo, nos pone a la Emperatriz en su perspectiva humana, que nos remite a considerar que también quiso ser parte de nosotros.

Una emperatriz sola, con un destino cruel y atribulado del que poco se sabe por la falta de interés en quien fuera la esposa de Maximiliano de Habsburgo, después del fusilamiento del emperador, es lo que da cuenta el escritor Gustavo Vázquez Lozano en su libro “60 años de soledad: La vida de Carlota después del Imperio Mexicano”.

La obra narra cuando después de que su marido fuera fusilado en el Cerro de las Campanas, la consentida, la enamorada, se convirtió en una paria de las monarquías europeas y pasó 60 años en la locura.

Esta obra es la primera que se concentra en las seis décadas que Carlota de Sajonia-Coburgo-Gotha vivió después de que se derrumbara el Segundo Imperio Mexicano, y ofrece un estudio lúcido de uno de los personajes más apasionantes en la historia del país.

De esta manera en el texto, retrata a una emperatriz hasta el ocaso de sus días y va más allá del fusilamiento del Emperador en el Cerro de las Campanas, Querétaro, en 1867, e indaga en las vicisitudes acaecidas en la vida de una Carlota destrozada mentalmente.

Vázquez Lozano abre la caja de Pandora para dar conocer el destino de Carlota, quien con sólo 24 años fue que la primera dirigente mujer de México y América, al ser regente en dos ocasiones; mientras Maximiliano estaba ausente, y que elaboró una protopolítica social y de bienestar para los menesterosos, huérfanos, viudas e indios.

Su compromiso y amor por México, al que jamás dejó de desear volver, es tal que se cobra a sí misma el fracaso del Imperio y de Maximiliano, y en uno de sus peores momentos de vesania, sufre un ataque de grafomanía, masoquismo y un estado alterado de consciencia donde se lamenta del que parece haber sido su único pecado: ser mujer, y comienza a fantasear con convertirse en hombre para poder rehacer las cosas.

Mientras el Segundo Imperio Mexicano encabezado por Maximiliano de Habsburgo enfilaba hacia su ruina inminente, Carlota, la Emperatriz, sucumbía trágicamente ante su propio infierno, después de abandonar las costas de Yucatán en 1866 y regresar a Europa a pedir ayuda, pero nunca más se vuelve a saber de ella.

Así, junto a los pasajes que dan cuenta del aciago confinamiento de Carlota en tres castillos europeos; el saqueo y dilapidación de su fortuna por parte de su hermano Leopoldo II, Rey de Bélgica y la transición continua entre largos periodos de lucidez y episodios demenciales, ira, alucinaciones y delirios de persecución, el autor encumbra los logros de la Emperatriz.

Así, nos narra que, desde el año siguiente a su partida, en busca de que Napoleón III o el Papa Pío IX intercedieran por su Imperio, comenzaron a aparecer historias, notas periodísticas, teorías, dichos y mitos sobre si Carlota Amalia de Sajonia-Coburgo-Gotha había huido embarazada de un coronel belga o si había sido envenenada con semillas de estramonio por un general juarista o una celosa amante de Maximiliano.

Sin embargo, todas estas aseveraciones fueron mitos en torno a una mujer audaz, inteligente, elegante y atractiva, capaz de poner un ultimátum al Emperador de Francia, y que en realidad fue víctima de la esquizofrenia en una época donde aún se sabía muy poco de este trastorno mental.

Ahora, a través de las páginas del libro conocemos la vida de Carlota desde el punto de vista sicológico; sus deseos, frustraciones, amores y odios, sin pasar por alto contextos clave, como el triunfo de la República y la apoteosis de Benito Juárez, posibilitada por lo que sucedía en política exterior y el apoyo de Estados Unidos.

En un frío enero de 1927, tras los malestares de una congestión pulmonar y luego una pulmonía, llegó a su fin la agonía de una envejecida Carlota cuya vida se había prolongado lo suficiente para ver caer seis dinastías, y de la que pocos sabían que aún vivía. Una nevada cubrió de blanco su cortejo fúnebre y por encima de su ataúd la arropaban los lábaros de sus dos patrias: Bélgica y México.

Este libro nos llama a recuperar una parte de la historia de nuestro país y entender su contexto en el mundo del siglo XIX pero, sobre todo, nos pone a la Emperatriz en su perspectiva humana, que nos remite a considerar que también quiso ser parte de nosotros.