/ viernes 15 de marzo de 2024

Crónicas sin filtro

“El suicidio de mi hijo se pudo haber evitado”


A un año y medio del suicidio de mi hijo estábamos en casa, en lo que creíamos era “ una familia normal”. Mariano, nuestro único hijo de tan solo 16 años de edad, fue diagnosticado con ansiedad social y depresión, y hasta después de su muerte comprendí lo mucho que él sufrió.

A Mariano le costaba trabajo hasta pedir información por teléfono, tener nuevas amistades, expresarse, decir lo pensaba, siempre se mostraba serio, inseguro, retraído. Pasaba horas en su habitación, sus calificaciones cada vez más iban en deterioro, reflejando su desinterés y desmotivación. A menudo notábamos estos comportamientos que él tenía, pero nunca supimos cómo abordar la situación, y tan solo esperábamos que pasara este proceso difícil como etapa de rebeldía.

En una ocasión que salimos en familia a cenar, al llegar al restaurante ya sentados en la mesa, empezamos a notar de la nada un gran nerviosismo en él: un temblor muy notable en sus manos y su mirada cabizbaja. Me acerqué como cualquier madre, a decirle qué pasaba y él me contestó con mucho temor, que había uno de sus compañeros de la preparatoria que lo molestaba y que se encontraba frente a nosotros observándolo.

Tanto Pedro, mi esposo, como yo, simplemente no le dimos la importancia que merecía y le dije a Mariano que siguiera cenando.

Con el paso del tiempo empezó a ser todavía más tímido de lo normal; me decía que le costaba trabajo acercarse a las jovencitas de sus edad, que era mucho el miedo que sentía al socializar, que eso no le permita sentirse seguro y, aunque yo sabía que sufría, creí simplemente que eran cambios de su adolescencia.

Transcurrieron algunos meses, de pronto todo se puso en calma, lo veíamos distante, ensimismado, pero de vez en cuando se podía tener una conversación corta con él. Nos decía que le estaba echando ganas para salir de la ansiedad, que intentaría tener amigos en la escuela, e incluso acercarse a la niña que le gustaba; nunca nos imaginamos que su plan era totalmente diferente.

Lo que a continuación voy a narrar, es la peor experiencia que un padre o madre puede tener, ni siquiera se puede describir el gran dolor que sentimos.

Era la mañana de un domingo, todo parecía estar bien, nos levantamos muy temprano mi esposo y yo para ir a misa; quise invitar a nuestro hijo a que nos acompañara y pasar un día en familia.

Me dirigí a su cuarto y me percaté que él no estaba. Su cama estaba aún tendida del día anterior; me asomé a las demás habitaciones y le dije a mi esposo que Mariano no estaba. Regresé a su cuarto y vi su teléfono sobre la cama, ahí me di cuenta de que algo raro sucedía: él nunca soltaba su celular.

Corrí hacia la cocina, al patio, y no estaba, solo me faltaba un lugar, y ese era el cuarto de lavado. Grité muchas veces su nombre, no hubo respuesta, la puerta estaba cerrada con seguro, me entró pánico, el miedo paralizó mi cuerpo. En ese momento mi esposo forzó la puerta y la abrió de un golpe sin saber que la peor pesadilla de nuestras vidas estaría por llegar, mi hijo, mi pequeño hijo colgaba de una cuerda, ese único hijo que llevé en mi vientre, al que vi crecer, el que significaba todo para mí, estaba ahí, inerte, con sus ojos abiertos, sin vida.

Mi esposo lo bajó cómo pudo, subiéndose a una silla que permanecía de lado. Le marcó a la Cruz Roja y yo solamente me acerqué a mi hijo, trataba de darle respiración de boca a boca, reanimarlo, lo abrazaba, lo movía, le tomaba sus manos heladas, le gritaba, y él no respondía, sentía que se me iba la vida con él.

De pronto entraron los paramédicos, tomaron sus signos vitales, nos dijeron que ya tenía horas de haber fallecido; se escuchó mi grito desgarrador y me desvanecí, ya no supe más de mí, desperté en una habitación de hospital. Y lo que siguió, fue un calvario.

Nuestras vidas se han convertido en nada, vivimos con la constante culpa. Si hubiéramos sabido que Mariano luchaba con pensamientos suicidas, que nunca expresó sus emociones porque sentía tal vez vergüenza, culpa, temor al ser estigmatizado, reprimiendo muchas veces su angustia, y de pronto pasaba desapercibido por sus amigos y familiares. Nuestro hijo ya no regresará, si tan solo le hubiéramos dado la atención, empatía, comprensión, acción, intervención médica, pero sobre todo comunicación desde las primeras señales de auxilio, hubiéramos podido evitar el suicidio de nuestro hijo.

Es así como a través de esta historia tan cruda, tan real, nos hace concientizarnos de la gran problemática en salud mental en la que estamos inmersos en sociedad. Es importante sensibilizarnos y saber que en muchas ocasiones podemos detectar signos de tristeza en nuestros hijos, y no podemos decirles que no pasa nada o que ya pasará, que no se preocupe, porque de este modo estamos quitando valor a lo que sienten.

Por ello, como sociedad necesitamos herramientas para saber cómo actuar, para saber qué hacer, qué decir, cómo accionar ante estas situaciones que cada día son más frecuentes en las familias.

Es importante recordar que los pensamientos suicidas son un síntoma de profundo sufrimiento emocional y no debe ser ignorado ni minimizado. En muchas ocasiones la depresión es oculta o silenciosa, es difícil percatarnos cuando alguien la está presentando, porque por fuera podemos ver una sonrisa y se maquilla muy bien la angustia, la tristeza, pero por dentro es más el sentimiento de poco disfrute de la vida, sensación de inutilidad y de ganas de vivir.

Por ello necesitamos estar alerta a los cambios que puedan presentarse en una persona, y de esta forma poder hacer una real intervención.

Si conoces a alguien que esté experimentando estos sentimientos, ofrece ayuda profesional, apoyo, solidaridad. A continuación te dejaré algunos teléfonos de atención inmediata, recuerda que no estás solo en esto, que habemos personas dispuestas para ayudarte y sobrellevar la situación por la que estás pasando, no dudes en comunicarte a los teléfonos 618-5-24-62-33 y 618-2-38-08-88.

Fundación Beleshka Por Una Nueva Vida tiene las puertas abiertas para brindarte ayuda ante cualquier situación en salud mental, emocional y psicológica que presentes.

Si quieres que tu historia de vida sea contada y plasmada en esta columna, escríbeme a través del correo electrónico licgd06@gmail.com.

“El suicidio de mi hijo se pudo haber evitado”


A un año y medio del suicidio de mi hijo estábamos en casa, en lo que creíamos era “ una familia normal”. Mariano, nuestro único hijo de tan solo 16 años de edad, fue diagnosticado con ansiedad social y depresión, y hasta después de su muerte comprendí lo mucho que él sufrió.

A Mariano le costaba trabajo hasta pedir información por teléfono, tener nuevas amistades, expresarse, decir lo pensaba, siempre se mostraba serio, inseguro, retraído. Pasaba horas en su habitación, sus calificaciones cada vez más iban en deterioro, reflejando su desinterés y desmotivación. A menudo notábamos estos comportamientos que él tenía, pero nunca supimos cómo abordar la situación, y tan solo esperábamos que pasara este proceso difícil como etapa de rebeldía.

En una ocasión que salimos en familia a cenar, al llegar al restaurante ya sentados en la mesa, empezamos a notar de la nada un gran nerviosismo en él: un temblor muy notable en sus manos y su mirada cabizbaja. Me acerqué como cualquier madre, a decirle qué pasaba y él me contestó con mucho temor, que había uno de sus compañeros de la preparatoria que lo molestaba y que se encontraba frente a nosotros observándolo.

Tanto Pedro, mi esposo, como yo, simplemente no le dimos la importancia que merecía y le dije a Mariano que siguiera cenando.

Con el paso del tiempo empezó a ser todavía más tímido de lo normal; me decía que le costaba trabajo acercarse a las jovencitas de sus edad, que era mucho el miedo que sentía al socializar, que eso no le permita sentirse seguro y, aunque yo sabía que sufría, creí simplemente que eran cambios de su adolescencia.

Transcurrieron algunos meses, de pronto todo se puso en calma, lo veíamos distante, ensimismado, pero de vez en cuando se podía tener una conversación corta con él. Nos decía que le estaba echando ganas para salir de la ansiedad, que intentaría tener amigos en la escuela, e incluso acercarse a la niña que le gustaba; nunca nos imaginamos que su plan era totalmente diferente.

Lo que a continuación voy a narrar, es la peor experiencia que un padre o madre puede tener, ni siquiera se puede describir el gran dolor que sentimos.

Era la mañana de un domingo, todo parecía estar bien, nos levantamos muy temprano mi esposo y yo para ir a misa; quise invitar a nuestro hijo a que nos acompañara y pasar un día en familia.

Me dirigí a su cuarto y me percaté que él no estaba. Su cama estaba aún tendida del día anterior; me asomé a las demás habitaciones y le dije a mi esposo que Mariano no estaba. Regresé a su cuarto y vi su teléfono sobre la cama, ahí me di cuenta de que algo raro sucedía: él nunca soltaba su celular.

Corrí hacia la cocina, al patio, y no estaba, solo me faltaba un lugar, y ese era el cuarto de lavado. Grité muchas veces su nombre, no hubo respuesta, la puerta estaba cerrada con seguro, me entró pánico, el miedo paralizó mi cuerpo. En ese momento mi esposo forzó la puerta y la abrió de un golpe sin saber que la peor pesadilla de nuestras vidas estaría por llegar, mi hijo, mi pequeño hijo colgaba de una cuerda, ese único hijo que llevé en mi vientre, al que vi crecer, el que significaba todo para mí, estaba ahí, inerte, con sus ojos abiertos, sin vida.

Mi esposo lo bajó cómo pudo, subiéndose a una silla que permanecía de lado. Le marcó a la Cruz Roja y yo solamente me acerqué a mi hijo, trataba de darle respiración de boca a boca, reanimarlo, lo abrazaba, lo movía, le tomaba sus manos heladas, le gritaba, y él no respondía, sentía que se me iba la vida con él.

De pronto entraron los paramédicos, tomaron sus signos vitales, nos dijeron que ya tenía horas de haber fallecido; se escuchó mi grito desgarrador y me desvanecí, ya no supe más de mí, desperté en una habitación de hospital. Y lo que siguió, fue un calvario.

Nuestras vidas se han convertido en nada, vivimos con la constante culpa. Si hubiéramos sabido que Mariano luchaba con pensamientos suicidas, que nunca expresó sus emociones porque sentía tal vez vergüenza, culpa, temor al ser estigmatizado, reprimiendo muchas veces su angustia, y de pronto pasaba desapercibido por sus amigos y familiares. Nuestro hijo ya no regresará, si tan solo le hubiéramos dado la atención, empatía, comprensión, acción, intervención médica, pero sobre todo comunicación desde las primeras señales de auxilio, hubiéramos podido evitar el suicidio de nuestro hijo.

Es así como a través de esta historia tan cruda, tan real, nos hace concientizarnos de la gran problemática en salud mental en la que estamos inmersos en sociedad. Es importante sensibilizarnos y saber que en muchas ocasiones podemos detectar signos de tristeza en nuestros hijos, y no podemos decirles que no pasa nada o que ya pasará, que no se preocupe, porque de este modo estamos quitando valor a lo que sienten.

Por ello, como sociedad necesitamos herramientas para saber cómo actuar, para saber qué hacer, qué decir, cómo accionar ante estas situaciones que cada día son más frecuentes en las familias.

Es importante recordar que los pensamientos suicidas son un síntoma de profundo sufrimiento emocional y no debe ser ignorado ni minimizado. En muchas ocasiones la depresión es oculta o silenciosa, es difícil percatarnos cuando alguien la está presentando, porque por fuera podemos ver una sonrisa y se maquilla muy bien la angustia, la tristeza, pero por dentro es más el sentimiento de poco disfrute de la vida, sensación de inutilidad y de ganas de vivir.

Por ello necesitamos estar alerta a los cambios que puedan presentarse en una persona, y de esta forma poder hacer una real intervención.

Si conoces a alguien que esté experimentando estos sentimientos, ofrece ayuda profesional, apoyo, solidaridad. A continuación te dejaré algunos teléfonos de atención inmediata, recuerda que no estás solo en esto, que habemos personas dispuestas para ayudarte y sobrellevar la situación por la que estás pasando, no dudes en comunicarte a los teléfonos 618-5-24-62-33 y 618-2-38-08-88.

Fundación Beleshka Por Una Nueva Vida tiene las puertas abiertas para brindarte ayuda ante cualquier situación en salud mental, emocional y psicológica que presentes.

Si quieres que tu historia de vida sea contada y plasmada en esta columna, escríbeme a través del correo electrónico licgd06@gmail.com.

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