/ martes 11 de abril de 2023

Gobernarnos, antes que gobernar

Educar a un niño es la más sublime obra de arte que podemos realizar; con mayor razón en la actualidad que ha sido influenciada, por desgracia, por una corrompida objetividad que ha indispuesto la existencia social donde la familia es el centro y el corazón de dicha comunidad. Precisamente, hoy la familia vive, sin duda, el punto más agudo de una crisis sin precedentes.

La dicha de una morada está edificada en la bondad, la alegría y la excelencia, que debiera de predominar en toda sociabilidad, máxime si la voluntad que predomina en toda persona de bien es la dignidad, es decir, nuestro propio conocimiento que nos gobierna. La conciencia es el mejor juez que tiene una persona de bien y, como ser humano íntegro capaz de responder por sus fallas.

Sin embargo, tengo que gritarlo y ojalá me escuchen: sólo cuando el ser humano es íntegro es original en su ser verdadero. Es un personaje cabal, capaz de reconocer sus culpas y confesar sus errores. De estos personajes valientes y cabales sólo existe una minoría.

Hoy nos asuelan en la sociedad bandadas gente arbitraria que mucho atacan a las familias y perjudican a la comunidad. Hoy en día, que debiera ser de justicia y de honores, hay una pobre conciencia colectiva. Y, para colmo, algunas autoridades que pecan de indiferentes no cumplen satisfactoriamente con su deber; tamaño descuido sólo sirve para dar más fuerza a la maldad. Pareciera que cada vez estamos más desprotegidos.

Un buen ciudadano no puede tolerar en su Patria un poder que pretenda ser superior a las leyes. El arte de gobernar no es más que la razón y la moral conjugadas en la administración. La existencia de partidos políticos y elecciones populares no son suficientes para afirmar que hay democracia. Da la impresión que los políticos se interesan más por sus puestos que por el debido cumplimiento de su basta responsabilidad en las diligencias. Quien sabe organizar y dirigir su autoridad, sabe proteger a los débiles y desempeñarse como líder. La justicia es el pueblo, para el pueblo y siempre está hambrienta de ella. La sociedad es venturosa cuando es gobernada por políticos derechos, prudentes y juiciosos.

Demos preferencia y elevemos el profesionalismo del maestro con un crecimiento laboral y actualizado; con ello lograremos una formación integral de los ciudadanos del mañana y el destierro de aborrecibles cárceles. Pero que no se confunda la educación con la instrucción. La tarea de un docente en la escuela no es enseñar teorías insípidas. Un alumno debe aprender a aprender, dejando atrás a su maestro, conquistando a la actualidad. Si le damos pescado a un hambriento comerá un día; pero si le enseñamos a pescar comerá toda la vida. El estudio será en vano si al mismo tiempo no se edifica el carácter y se logra la maestría del pensamiento y de las acciones.

Con todo el reconocimiento y respeto para los maestros, que con verdadera calidad humana y responsabilidad sagrada son el orgullo del magisterio, siento pena ajena, pero creo necesario expresarlo, que hay algunos remedos de docentes que, por su pobre, incluso ausente vocación profesional, echan a perder infantes, adolescentes y jóvenes, entregándolos a la sociedad sin la preparación necesaria para que lleguen a ser los nuevos ciudadanos que requiere nuestro actual querido Durango.

Laborar íntegramente como maestro es una satisfacción digna y tan honrosa que cuánto orgullo se siente; tanto, que cuando ellos son nuestros alumnos se disfruta de sus vivencias estudiantiles, y ahora, como personas maduras, se llena el corazón al verlos destacarse como distinguidos ciudadanos, entregando su sabiduría, experiencia y amor a su Patria.

Dios nos pide educar a un niño con amor y no corregirlo como si fuera una persona mayor. Una persona es sabia, no en relación a su edad, sino a su capacidad para experimentar. Lo que nos hace más felices es ser útiles a los demás; así, la mayor satisfacción que se vive es disfrutar del deber cumplido. El secreto de ser feliz está en nuestra mente y en el corazón.

Educar a un niño es la más sublime obra de arte que podemos realizar; con mayor razón en la actualidad que ha sido influenciada, por desgracia, por una corrompida objetividad que ha indispuesto la existencia social donde la familia es el centro y el corazón de dicha comunidad. Precisamente, hoy la familia vive, sin duda, el punto más agudo de una crisis sin precedentes.

La dicha de una morada está edificada en la bondad, la alegría y la excelencia, que debiera de predominar en toda sociabilidad, máxime si la voluntad que predomina en toda persona de bien es la dignidad, es decir, nuestro propio conocimiento que nos gobierna. La conciencia es el mejor juez que tiene una persona de bien y, como ser humano íntegro capaz de responder por sus fallas.

Sin embargo, tengo que gritarlo y ojalá me escuchen: sólo cuando el ser humano es íntegro es original en su ser verdadero. Es un personaje cabal, capaz de reconocer sus culpas y confesar sus errores. De estos personajes valientes y cabales sólo existe una minoría.

Hoy nos asuelan en la sociedad bandadas gente arbitraria que mucho atacan a las familias y perjudican a la comunidad. Hoy en día, que debiera ser de justicia y de honores, hay una pobre conciencia colectiva. Y, para colmo, algunas autoridades que pecan de indiferentes no cumplen satisfactoriamente con su deber; tamaño descuido sólo sirve para dar más fuerza a la maldad. Pareciera que cada vez estamos más desprotegidos.

Un buen ciudadano no puede tolerar en su Patria un poder que pretenda ser superior a las leyes. El arte de gobernar no es más que la razón y la moral conjugadas en la administración. La existencia de partidos políticos y elecciones populares no son suficientes para afirmar que hay democracia. Da la impresión que los políticos se interesan más por sus puestos que por el debido cumplimiento de su basta responsabilidad en las diligencias. Quien sabe organizar y dirigir su autoridad, sabe proteger a los débiles y desempeñarse como líder. La justicia es el pueblo, para el pueblo y siempre está hambrienta de ella. La sociedad es venturosa cuando es gobernada por políticos derechos, prudentes y juiciosos.

Demos preferencia y elevemos el profesionalismo del maestro con un crecimiento laboral y actualizado; con ello lograremos una formación integral de los ciudadanos del mañana y el destierro de aborrecibles cárceles. Pero que no se confunda la educación con la instrucción. La tarea de un docente en la escuela no es enseñar teorías insípidas. Un alumno debe aprender a aprender, dejando atrás a su maestro, conquistando a la actualidad. Si le damos pescado a un hambriento comerá un día; pero si le enseñamos a pescar comerá toda la vida. El estudio será en vano si al mismo tiempo no se edifica el carácter y se logra la maestría del pensamiento y de las acciones.

Con todo el reconocimiento y respeto para los maestros, que con verdadera calidad humana y responsabilidad sagrada son el orgullo del magisterio, siento pena ajena, pero creo necesario expresarlo, que hay algunos remedos de docentes que, por su pobre, incluso ausente vocación profesional, echan a perder infantes, adolescentes y jóvenes, entregándolos a la sociedad sin la preparación necesaria para que lleguen a ser los nuevos ciudadanos que requiere nuestro actual querido Durango.

Laborar íntegramente como maestro es una satisfacción digna y tan honrosa que cuánto orgullo se siente; tanto, que cuando ellos son nuestros alumnos se disfruta de sus vivencias estudiantiles, y ahora, como personas maduras, se llena el corazón al verlos destacarse como distinguidos ciudadanos, entregando su sabiduría, experiencia y amor a su Patria.

Dios nos pide educar a un niño con amor y no corregirlo como si fuera una persona mayor. Una persona es sabia, no en relación a su edad, sino a su capacidad para experimentar. Lo que nos hace más felices es ser útiles a los demás; así, la mayor satisfacción que se vive es disfrutar del deber cumplido. El secreto de ser feliz está en nuestra mente y en el corazón.