/ lunes 6 de noviembre de 2023

La incertidumbre

Vivimos, qué duda cabe, una era de incertidumbre en el mundo. Pocos períodos históricos se presentan tan complejos como los que ahora nos está tocando vivir.

Cuando pensábamos que la democracia liberal había triunfado en el mundo después de la caída del muro de Berlín y con el simbolismo del fin del socialismo realmente existente, y que la globalización económica se hacía una realidad con el modelo neoliberal,

Las crisis tempranas del modelo en los 90s en varias zonas regionales advertían de la complejidad de la transición económica de las economías cerradas a una apertura que también hay que decirlo dejaba saldos negativos para sectores empresariales, actores políticos beneficiarios del antiguo sistema y precariedad de algunos segmentos sociales; pero las promesas de un mundo mejor para todos era atractiva, los avances tecnológicos para tener sociedades más modernas, mejoras de renta social per cápita, sociedades más democráticas con ampliación de derechos, y la revolución digital entre otras, anunciaban una nueva era de progreso para todos, no fue del todo así sin duda.

La crisis financiera del 2008 desveló “el capitalismo de amigos” con su corrupción y cimbro al modelo neoliberal.

La pandemia de influenza en 2009 y diez años después la de Covid nos mostraba otra cara de la globalización al dispersarse de una forma más rápida la enfermedad y lo frágil de la economía global frente a este tipo de acontecimientos inesperados.

Los saldos en el mundo por los movimientos del capital y de las empresas nos posibilitó mostrar los efectos de la pobreza y desigualdad social no sólo entre países sino adentro de ellos, con marcadas diferenciaciones entre el campo y la ciudad y un desarrollo desigual de las oportunidades para la gente, que hizo las condiciones para que aparecieran los populistas, para amenazar desde dentro del sistema a la democracia a partir del Brexit y la llegada de Trump en 2016 como ejemplos significativos. A México le tocó su turno en 2018.

La paz global que vimos aparecer con la terminación de la “guerra fría” por el desmoronamiento de la URSS y con ello la amenaza de una guerra nuclear, se desvaneció por las pretensiones de Putin de radicalizar a ese punto el discurso en su locura de rearmar el rompecabezas que era la antigua URSS, como si de la Guerra de los Balcanes de los 90s tampoco hubiéramos aprendido nada, su enfermiza obsesión de apropiarse de territorios de Ucrania vía la invasión no sólo tiene al mundo entero en un estado de incertidumbre desde hace ya 21 meses sino que sus consecuencias nos afectan a todos gracias a la globalización por la vía de los precios de los combustibles, los alimentos y los fertilizantes, haciendo que la ruta de recuperación económica mundial que se iba lentamente desarrollando después de lo más difícil de la pandemia del Covid tiene esa guerra por un autócrata y una invasión ilegal una recuperación económica en vilo.

Ahora el conflicto en la franja de Gaza por los ataques terroristas a Israel y su respuesta contundente al grupo terrorista Hamas amenazan con regionalizar el conflicto con consecuencias incalculables por la presencia de otros países con una gran capacidad bélica.

En México, tenemos una violencia que en el obradorato ya alcanzaron los 170 mil asesinatos, más los 40 mil desaparecidos que sin duda pone en riesgo no sólo la convivencia social, sino la vida misma, en medio de un populismo que amenaza la democracia, ha destruido instituciones, golpea al poder judicial, mantiene subordinado al Congreso, y ha sido incapaz de trazar una ruta para un desarrollo económico que permita combatir la pobreza y la desigualdad social y tener una alternativa para las nuevas generaciones.

Hoy los números de la emigración por falta de oportunidades y por la violencia se eleva; sólo para darnos una idea, de enero a septiembre 626,972 mexicanos han sido detenidos y repatriados de Estados Unidos.

Sin duda el aumento de los migrantes nacionales se ha incrementado por la falta de empleos con una economía basada cada vez más en la informalidad, por un gobierno que no impulsa del desarrollo, sin una verdadera política económica y cada vez más endeudado sólo para tirar el dinero en la obsesión de recuperar Pemex (que tiene una deuda de más de 110 mil millones de dólares) y las obras prioritarias de López Obrador en el sureste del país.

Sin duda que con algunas dificultades, pero el mundo y el México de ayer si nos daba mejor certidumbre y es necesario que reflexionemos dónde, cómo y quiénes fueron los responsables de su derrumbe o de la alteración de su ruta para que con serenidad y mucha responsabilidad busquemos retomar autocráticamente ese camino de paz, libertades, democracia, crecimiento económico y progreso social más equitativo.

No es la añoranza de que todo pasado fue mejor, ni de regresar al viejo modelo económico ni político, sino el compromiso ético de heredar un mundo y un México mejor a las nuevas generaciones.

Las elecciones de 2024 debe de ser justo la oportunidad de corrección del actual desastre en nuestra nación y de esa manera ser un actor en la política internacional para un mundo mejor, y menos incierto.

Vivimos, qué duda cabe, una era de incertidumbre en el mundo. Pocos períodos históricos se presentan tan complejos como los que ahora nos está tocando vivir.

Cuando pensábamos que la democracia liberal había triunfado en el mundo después de la caída del muro de Berlín y con el simbolismo del fin del socialismo realmente existente, y que la globalización económica se hacía una realidad con el modelo neoliberal,

Las crisis tempranas del modelo en los 90s en varias zonas regionales advertían de la complejidad de la transición económica de las economías cerradas a una apertura que también hay que decirlo dejaba saldos negativos para sectores empresariales, actores políticos beneficiarios del antiguo sistema y precariedad de algunos segmentos sociales; pero las promesas de un mundo mejor para todos era atractiva, los avances tecnológicos para tener sociedades más modernas, mejoras de renta social per cápita, sociedades más democráticas con ampliación de derechos, y la revolución digital entre otras, anunciaban una nueva era de progreso para todos, no fue del todo así sin duda.

La crisis financiera del 2008 desveló “el capitalismo de amigos” con su corrupción y cimbro al modelo neoliberal.

La pandemia de influenza en 2009 y diez años después la de Covid nos mostraba otra cara de la globalización al dispersarse de una forma más rápida la enfermedad y lo frágil de la economía global frente a este tipo de acontecimientos inesperados.

Los saldos en el mundo por los movimientos del capital y de las empresas nos posibilitó mostrar los efectos de la pobreza y desigualdad social no sólo entre países sino adentro de ellos, con marcadas diferenciaciones entre el campo y la ciudad y un desarrollo desigual de las oportunidades para la gente, que hizo las condiciones para que aparecieran los populistas, para amenazar desde dentro del sistema a la democracia a partir del Brexit y la llegada de Trump en 2016 como ejemplos significativos. A México le tocó su turno en 2018.

La paz global que vimos aparecer con la terminación de la “guerra fría” por el desmoronamiento de la URSS y con ello la amenaza de una guerra nuclear, se desvaneció por las pretensiones de Putin de radicalizar a ese punto el discurso en su locura de rearmar el rompecabezas que era la antigua URSS, como si de la Guerra de los Balcanes de los 90s tampoco hubiéramos aprendido nada, su enfermiza obsesión de apropiarse de territorios de Ucrania vía la invasión no sólo tiene al mundo entero en un estado de incertidumbre desde hace ya 21 meses sino que sus consecuencias nos afectan a todos gracias a la globalización por la vía de los precios de los combustibles, los alimentos y los fertilizantes, haciendo que la ruta de recuperación económica mundial que se iba lentamente desarrollando después de lo más difícil de la pandemia del Covid tiene esa guerra por un autócrata y una invasión ilegal una recuperación económica en vilo.

Ahora el conflicto en la franja de Gaza por los ataques terroristas a Israel y su respuesta contundente al grupo terrorista Hamas amenazan con regionalizar el conflicto con consecuencias incalculables por la presencia de otros países con una gran capacidad bélica.

En México, tenemos una violencia que en el obradorato ya alcanzaron los 170 mil asesinatos, más los 40 mil desaparecidos que sin duda pone en riesgo no sólo la convivencia social, sino la vida misma, en medio de un populismo que amenaza la democracia, ha destruido instituciones, golpea al poder judicial, mantiene subordinado al Congreso, y ha sido incapaz de trazar una ruta para un desarrollo económico que permita combatir la pobreza y la desigualdad social y tener una alternativa para las nuevas generaciones.

Hoy los números de la emigración por falta de oportunidades y por la violencia se eleva; sólo para darnos una idea, de enero a septiembre 626,972 mexicanos han sido detenidos y repatriados de Estados Unidos.

Sin duda el aumento de los migrantes nacionales se ha incrementado por la falta de empleos con una economía basada cada vez más en la informalidad, por un gobierno que no impulsa del desarrollo, sin una verdadera política económica y cada vez más endeudado sólo para tirar el dinero en la obsesión de recuperar Pemex (que tiene una deuda de más de 110 mil millones de dólares) y las obras prioritarias de López Obrador en el sureste del país.

Sin duda que con algunas dificultades, pero el mundo y el México de ayer si nos daba mejor certidumbre y es necesario que reflexionemos dónde, cómo y quiénes fueron los responsables de su derrumbe o de la alteración de su ruta para que con serenidad y mucha responsabilidad busquemos retomar autocráticamente ese camino de paz, libertades, democracia, crecimiento económico y progreso social más equitativo.

No es la añoranza de que todo pasado fue mejor, ni de regresar al viejo modelo económico ni político, sino el compromiso ético de heredar un mundo y un México mejor a las nuevas generaciones.

Las elecciones de 2024 debe de ser justo la oportunidad de corrección del actual desastre en nuestra nación y de esa manera ser un actor en la política internacional para un mundo mejor, y menos incierto.