La no previsión de las consecuencias de su voto por parte del ciudadano es algo que de forma natural podemos dar por sentado, ello en virtud de que los votantes en su inmensa mayoría no emiten un voto razonado sino emocional, con una visión coyuntural o referente a hechos del pasado reciente, enmarcada por la propaganda en el proceso electoral a los intereses de los actores y partidos políticos participantes.
No hay pues de forma amplia en el elector, una reflexión de mediano o largo plazo de su comportamiento frente a la boleta y urna electoral, de modo que si se equivoca al ver los resultados de su actuar en el ejercicio del gobernante o representante electo ya como funcionarios públicos, sólo le queda su autocrítica o el señalamiento ante algún cuestionamiento social de una respuesta de su comportamiento electoral, de que se equivocó.
Pero si ese comportamiento electoral se da de forma masiva el día de las elecciones y los resultados son absolutamente negativos por parte de los elegidos ya como gobernantes entonces esa suma de decisiones el día de las elecciones se convierte en una tragedia para el país, para amplios sectores de la sociedad y en ocasiones hasta para futuras generaciones.
Eso pasa en todas las elecciones, en todos lados donde hay elecciones democráticas y ha pasado a lo largo de la historia de la democracia moderna, el tema es que en las democracias consolidadas se puede corregir ese error en las siguientes elecciones justo echando a los malos gobernantes por medios del mismo instrumento: el voto ciudadano; y el juego democrático continúa de premio o castigo a los partidos políticos y a los políticos mismos, sin que en lo general las reglas de la democracia se alteren, eso es una verdadera democracia.
El problema con las democracias defectuosas como la nuestra, es que el clientelismo y el uso descarado de recurso públicos para ganar votos altera esta solución democrática y legal.
Con el antecedente de las elecciones y su resultado en el 2018 y de cara a los magros resultados de quien ganó indiscutiblemente esas elecciones, la pregunta es ¿el elector volverá a tropezar con la misma piedra?. Los pésimos resultados económicos en los cinco años del obradorato donde difícilmente al terminar el sexenio incluso se pueda alcanzar como promedio el mediocre 2% del PIB que veníamos alcanzando; con un saldo en lo que va de este “ gobierno “ de más de 164mil 500 homicidios dolosos, una violencia y una inseguridad desbordada; un sistema de salud en crisis; una cínica y recurrente práctica de opacidad de parte del gobierno que con los casos de corrupción ventilados por denuncias de medios y organismos de la sociedad civil, que llevó incluso a la descarada obstrucción para el nombramiento de los consejeros faltantes en el INAI hasta la reciente resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para que pueda funcionar con los integrantes actuales ; una política exterior desaliñada, omisa, y a ratos hasta violatoria de la Constitución; la desaparición de dependencias y fideicomisos de apoyo a diversos sectores sociales en temas como el campo o los desastres naturales y una larga lista de etcéteras, amén del clima de polarización social surgido de la boca presidencial y ataques directos tanto a actores políticos como a medios de comunicación y comunicadores diariamente, ¿votarán los electores por continuar con esta tragedia nacional sólo por los efectos de la propaganda obradorista o existirá en un amplio sector social una reflexión acerca de la realidad y el anhelo de salvar la democracia y preservar un Estado de Derecho y pensando en una alternativa de desarrollo para el país, o la posibilidad de un voto de castigo para el partido gobernante y sus acólitos por desastre nacional que están dejando?
Y es justo por este desastre nacional que existe y para tratar de desviar la atención de los problemas reales del país y de los mexicanos, hace meses, por estrategia de propaganda del presidente, porque fue él y nadie más quien violentando la Constitución y las normas electorales adelantó los tiempos y actos de campaña para la definición de la candidatura presidencial para 2024 de su partido, que la oposición para aparecer en la conversación ante la opinión pública, también se plega a esta dinámica de ilegalidades, pero lo más grave, las autoridades electorales solapan esto y entonces el proceso electoral general está viciado de origen, y ahora estamos literalmente en la etapa de la definición de la candidatura más importante del proceso electoral que LEGALMENTE aún no inicia que es la de la Presidencia de la República.
Si como se ha observado en la campaña interna de Morena los participantes compiten por las loas más grandes para su líder y enfatizando que continuará la actual dinámica de “gobierno “ pese al desastre nacional, los votantes del 2018 de esta opción ¿continuarán dándoles su voto? o qué porcentaje acogiéndose al dogma cristiano de que “de los arrepentidos es el reino de los cielos” los abandonarán, pero ¿será una suma cero?, es decir que, ¿automáticamente pasarán a la oposición o se quedarán en su casa?; por su parte ¿la oposición con sus foros y previo algunas ideas de algunos contendientes incluso que fueron quedando en el camino será capaz de armar una propuesta atractiva y alternativa al desastre actual que pueda “enamorar” a los electores y hacerles generar emociones y en otros razones para votarlos pese a su pasado?
La incertidumbre es propia de la democracia, pero en el marco de intereses y de violencia generada por el crimen organizado, el proceso electoral en marcha no es ni será una fiesta cívica, sino la más descarnada lucha por el poder político del territorio nacional, del Estado mexicano, así es que en medio de todo ello es aún más grande la responsabilidad del votante.